Cultivar trigo y algodón a la sombra de la U.S. Army
La Base de Rota mantiene 400 hectáreas de cultivo que Defensa cede a agricultores para asegurar el mantenimiento de tierras baldías
Manuel Escot lleva tres años entreteniéndose en hacer majanos cada vez que se topa con una piedra con su tractor. Ya va por cinco montículos, que sobresalen de sus campos de cereal como si fuesen cruces de caminos. No lo hace solo por practicidad, sino por la evocación de pensar que probablemente sean los únicos restos que quedan de las casas de los mayetos, ese medio millar de campesinos que, en la Rota de 1953, se vieron obligados a marcharse de sus campos con la construcción de la Base militar. “Aquí había colonos con sus casas”, explica el agricultor, justo 70 años después, mientras señala a sus campos de algodón y cereal, ahora detrás de dos alambradas, una concertina y una red de cámaras. Porque, sí, en la base más grande de la Armada Española, además de 9.500 trabajadores, sus cuatro destructores americanos o sus 120 kilómetros de carreteras todavía quedan casi 400 hectáreas de cultivos.
Aunque ese vestigio agricultor del presente poco tiene que ver ya con la comunidad de mayetos que poblaba las 2.500 hectáreas que ocupa la Base Naval de Rota, española, pero con uso compartido con las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Los campos de cultivos de hoy en día se regulan por medio de una autorización demanial para aprovechamientos agrarios que sale a licitación cada cuatro años. Tras la publicación del último pliego, el de finales 2019, hasta ocho agricultores presentaron ofertas para explotar 399 hectáreas, divididas en tres lotes. María Isabel Barranco, mujer de Escot y también agricultora, se hizo con 277 hectáreas distribuidos en dos parcelaciones y Juan Antonio Quirós, con el resto.
Para Escot y Barranco, afincados en Jerez desde hace 35 años, es la primera vez que acceden esta concesión en terrenos de la Base, pero no es ni de lejos su primera incursión en la agricultura. “Me viene de familia, mis abuelos paternos tenían una finca en Olvera [Cádiz] y los maternos, en el Palmar de Troya [Sevilla]”, explica el horticultor, al volante de un todocaminos que ya es conocido para el militar que controla el acceso por la puerta de Rota. “Ya me quieren y todo”, bromea Escot, acostumbrado a ir y venir con frecuencia por las distintas entradas de la base para trabajar en sus cultivos.
“El 50% lo tengo destinado a algodón y el resto a otros cultivos distintos, como el trigo. Lo que marca la Comunidad Económica Europea para tener subvenciones, porque sino no sería rentable”, reconoce Escot. No es el único requisito. Hay más, en este caso, impuestos por la base. El girasol está prohibido para no atraer a una población de palomas y aves, ya de por si numerosa, que supondría un problema añadido para los aviones que aterrizan y despegan en su aeropuerto. Además, los concesionarios están obligados a mantener los caminos y a desbrozar las parcelas, salvo tramos que se mantienen selváticos “y que los militares estadounidenses para sus entrenamientos”, como explica el agricultor.
“La finalidad es mantener la finca limpia de maleza. Los cultivos garantizan que no haya tantas aves, que la zona esté limpia y despejada porque mejora la visiblidad y la seguridad para infraestructuras que son críticas”, explica el coronel Manuel Pérez García, jefe de la Oficina de Relaciones con la Prensa (ORP) de la Armada en Rota. De hecho, la fórmula de sacar a concesión pública la explotación de los cultivos es pauta habitual no solo en Rota. El Ministerio de Defensa publica pliegos similares para aprovechamientos en las bases militares de Getafe, Talavera la Real o Morón de la Frontera. “Los ingresos públicos del canon que se establece [en Rota el pliego ponderaba ofertas a partir de 100 euros la hectárea] van al tesoro y dependen de Patrimonio”, añade el coronel.
Pese al despliegue de carreteras, aeropuerto, puerto, infraestructuras miliares y zonas residenciales, en la Base aún “existe un ecosistema muy heterogéneo con especies determinantes”, como añade Escot, acostumbrado a ver flamencos en una laguna interior, que se forma con las lluvias. Aunque este año, los ha divisado mucho menos que en años anteriores. “Los agricultores que no tenemos regadíos dependemos de la lluvia. Desde que sembré el trigo en enero, solo le han caído 10 litros. Ha sido una catástrofe”, denuncia el concesionario agobiado, tras segar los campos del cereal y a la espera de que el algodón crezca para su recolección entre los meses de octubre y noviembre.
La sequía ensombrece unas cuentas que, en años anteriores, daban al menos para conseguir “lo comido por lo servido”, según explica Escot. El año pasado el agricultor invirtió más de 250.000 euros en gastos y consiguió unos beneficios que, una vez cubiertos todos los pagos “”quedó como un salario de 2.000 euros al mes”. Este año, con mermas en las cosechas de trigo que han pasado de los 3.500 kilos por hectárea de 2022 a los 1.000 y con la incertidumbre de cómo irá un algodón que no pinta bien, Escot no esconde su preocupación: “Esto es un desastre, lo único rentable es la subvención del algodón”.
El paisaje de tierras de labranza que dominaba el horizonte de los alrededores de Rota a principios de los años 50, poco tiene que ver con el perfil dibuja hoy la Base Naval de Rota y su enorme depósito rojo de agua. “Esto fue como en Bienvenido, Mister Marshall [película de Luis García Berlanga estrenada, precisamente, en 1953], solo que aquí los americanos se quedaron”, explica Pérez. La otra cara de la moneda fue la diáspora que sufrieron más 525 mayetos (según a estimación realizada por la doctora Rocío Piñeiro en su tesis sobre la base) tras la expropiación. Algunos optaron por aceptar las indemnizaciones y buscaron nuevos cultivos en las inmediaciones de Rota. Otros prefirieron marcharse a tierras de colonización que dieron lugar a nuevos núcleos rurales, como Nueva Jarilla, en Jerez de la Frontera.
Mientras, vallado adentro, la Base iniciaba una andadura militar que ya suma 70 años y en el que se mantuvo una presencia testimonial de cultivos. “Al principio, creo que eran mayetos los que los mantenían, pero se marcharon”, explica Escot. Desde hace “décadas”, ya es directamente por licitación, como apunta el coronel Pérez. El año que viene vence de Barranco y Escot, pero el hombre confía en que no sea la última concesión. “Me gustaría poder optar a otros cuatro años, para que tome el relevo mi hijo”, explica a sus 69 años. Pero, por si la fuese, el agricultor ya dejó su huella en esos majanos construidos con piedras de los mayetos que le precedieron. “Seguro que se quedarán por muchos años”, imagina Manuel Escot esperanzado.
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