Rota, primera escala de la nueva vida de las familias afganas
Hasta 1.700 evacuados reciben ya la primera atención de los militares estadounidenses dentro de la base gaditana
La niña de rojo se detiene en seco y mira a los más de 50 periodistas que la observan en la distancia, ajena a que ella es, en verdad, la protagonista. No tiene más de cuatro años, melena negra y sonrisa permanente . Supongamos que se llama Mariam —su nombre real queda en la privacidad de quien la reseñe, junto a sus padres y hermana mayor, cuando les toque el turno—. La familia acaba de aterrizar junto a casi 200 afganos más, sobre las ocho de la mañana de este martes, en la Base Naval de Rota (Cádiz). De ahí, partirán a Estados Unidos tras pasar unos días por un campo de refugiados en el que ya esperan hasta 1.700 evacuados. Esta es la red de primera asistencia que les brinda las Fuerzas Armadas estadounidenses antes de encarar una nueva e incierta vida.
Mariam probablemente ni siquiera comprende los avatares de tan azaroso viaje. Ni por qué sus padres han tenido que abandonar su casa, apenas con un teléfono móvil y “muy poco equipaje”, tal y como el capitán David Baird ya está acostumbrado a ver desde que los primeros afganos llegaron a la base el viernes. Ella solo quiere colorear con el cuaderno y los lápices que, dentro de una pequeña mochila, un militar le acaba de colgar en los hombros, dentro de un enorme y destartalado hangar, en la zona usada por los estadounidenses de la base española. “Nada más llegar, toman asiento, se les da comida, bebida y agua, antes de comenzar su proceso”, apunta Baird, comandante de Actividades Navales de Estados Unidos en España durante una visita a las instalaciones solo para medios en la que está prohibido interactuar con los evacuados afganos.
El vuelo de este martes ha llegado tras hacer escala en algún punto sin especificar de Oriente Medio. Es el sexto en cuatro días. “Algunos han venido directos desde Kabul. Otros han hecho escalas de hasta dos días”, precisa Leana López, agregada para Asuntos Políticos de la Embajada de Estados Unidos en España. En total, ya son 1.700 los acogidos en Rota y serán más, aunque se desconoce cuántos vuelos pueden llegar a lo largo de septiembre. Lo único seguro es que, en virtud del acuerdo rubricado con España, podrá ser un máximo de 4.000 afganos atendidos de forma simultánea entre la base gaditana —donde, por ahora, han llegado todos— y la de Morón, en Sevilla. Desde el 14 de agosto y hasta que el lunes las tropas estadounidenses se retiraron de Kabul, ya son más de 110.000 personas evacuadas por este país, apunta López. Un número indeterminado de ellas está en tránsito en diversos puntos del Oriente y Europa, hasta recalar en su destino final en Estados Unidos.
Este mismo martes, al filo de las tres de la tarde, estaba prevista la salida del primer vuelo desde Rota hasta el Estado de Virginia con 350 colaboradores afganos. “Esperamos que recuerden esto como un lugar donde fueron tratados con dignidad y respeto mientras esperaban la llegada a su nuevo hogar”, ha exhortado el contralmirante Ben Reynolds, director de la Jefatura Marítima de las Fuerzas Navales de Estados Unidos en Europa-África-Sexta Flota. Los recién llegados pasan por un recorrido con puntos de asistencia sociosanitaria, varios controles de seguridad y uno de reseña e identificación, antes de recalar en un campo de refugiados dentro de la base, cerrado con una alambrada y construido a contrarreloj con la colaboración de la Armada Española. Más de 700 militares y voluntarios forman parte de un operativo en el que intervienen funcionarios americanos de otras agencias que, incluso, se “han desplazado de otros puntos como México o Chile para colaborar”, ha explicado Reynolds.
Apenas ha pasado media hora desde el aterrizaje y Mariam y su familia ya se han difuminado entre los centenares de evacuados que están dentro de ese circuito de primera atención. “Hasta cinco horas” pueden tardar en pasar por la totalidad de los controles hasta llegar al campamento, cuantifica Baird. Los militares ponen especial atención a los controles de seguridad y a que los recién llegados tengan algún documento que les identifique. Si no traen nada, el proceso se complica y obliga al personal a intentar trazar vínculos y detalles personales para que el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos coteje la veracidad de lo relatado. En el recorrido marcado por vallas, mesas de atención y sillas de espera se entremezclan muchas familias con niños, algunos ancianos u hombres solos. Son personas con nacionalidad estadounidense, colaboradores de este país en Afganistán o evacuados en situación de riesgo que viajan juntos en cada uno de los vuelos. “Han dejado sus vidas atrás. El otro día recibimos un grupo de 100 mujeres universitarias, de entre 18 y 24 años”, ha ejemplificado Reynolds.
Entre pruebas PCR para detectar posibles casos de covid-19, exploraciones médicas, control de identificaciones o pasaportes; los más pequeños ya comienzan a recibir parte de los juguetes recogidos en una ola de solidaridad que ha sacudido tanto a los 6.000 americanos —entre trabajadores y familias— que están en la base, como a las ciudades cercanas de Rota y El Puerto de Santa María. En los salones de la parroquia de la base, hasta 450 voluntarios de tres ONG americanas —Cruz Roja, USO y Navy Marine Corps Relief Society— se acumulan decenas de cajas repletas de juguetes, pañales o ropa. “Todo esto no empezó tan grande, pero la respuesta ha sido tal…”, acierta a valorar Nieves Dauzat, voluntaria de los Navy Marine Corps. Este martes, la pizarra anunciaba los productos más codiciados para donar: té negro o verde, ropa interior nueva, leche para lactantes o zapatillas de ducha.
Son los útiles que acaban en el enorme recinto —a punto de ser ampliado— que hace las veces de campo de refugiados dentro de las instalaciones militares. En el interior, edificios de barracones para la tropa, el gimnasio y la piscina, están ya habilitados ahora para la estancia y aseo de los afganos. Unas tiendas de campaña completan los servicios con unidades de estancia para familias, zonas de esparcimiento, espacios para orar, para atención psicológica y consular o para comer. Los niños juegan despreocupados con bicicletas o balones donados, algunas mujeres jóvenes pasean y varias decenas de hombres intentan captar señal de wifi para hacer videollamadas a los que se quedaron con sus móviles. En algún lugar de ese recinto, Mariam y su familia ya deben haber llegado. Ahí se quedarán hasta que un vuelo les lleve a su próximo destino en Estados Unidos. “Es difícil encontrar palabras de lo que supone para mí todo esto. Si miras a los niños y a los padres, ves que se sienten seguros. Es impresionante”, se emociona el capitán David Baird.
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