La Zarzuela sigue siendo un cuartel
En el actual ‘staff’ de la Casa del Rey, de los 11 altos cargos, siete son militares y controlan desde la seguridad, al Protocolo, la agenda y la administración
El general Franco comía a diario el rancho del Pardo (abundante en sopicaldo y pescadilla de enroscar), rodeado por sus ayudantes militares, un trío de adustos y silenciosos coroneles de uniforme y adornados con vistosos cordones dorados; pescaba, cazaba y jugaba al mus, el dominó y el tresillo con sus viejos camaradas de armas y campo de batalla, Camilo Alonso Vega, su primo Pacón Franco Araujo, Martín Alonso y Pedrolo Nieto Antúnez, y nombraba a la mayoría de sus ministros (desde los técnicos a los represores) dependiendo de su contrastado pedigrí castrense. Su propio equipo personal (hasta su chófer, su monaguillo o su ayuda de cámara) estuvo siempre compuesto por militares de los tres ejércitos. Empezando por Luis Carrero Blanco. Y Fernando Fuertes de Villavicencio. El Palacio del Pardo se pareció siempre más un cuartel que una moderna jefatura del Estado.
Ya de príncipe, su sucesor, Juan Carlos de Borbón, barrió del almuerzo familiar de la Zarzuela a los ayudantes de uniforme, pero mantuvo en torno a sí a un staff puramente militar, tanto en el asesoramiento y la seguridad, como en el control administrativo. De adolescente solitario y con sus padres en Estoril, todos sus profesores habían sido militares, desde el artillero Duque de la Torre al aviador Emilio García-Conde Ceñal. Y cuando por fin creó un embrión de su propia Casa, la puso en manos de esos militares muy cercanos familiarmente a él, profundamente conservadores, ultracatólicos, procedentes en general de la aristocracia y que le protegieron y guiaron en el territorio del franquismo, sembrado de minas, pero al que profesaban veneración: el marqués de Mondéjar, el después golpista Alfonso Armada y algunos ayudantes con los apellidos más vibrantes del régimen: Dávila, Valenzuela o Juan Bautista Sánchez. Todos eran de fiar.
En sus cuatro años de academias militares (un año más que su hijo Felipe y su nieta Leonor), Juan Carlos de Borbón comprendió que aquellos jóvenes compañeros de armas de la pobre España de finales de los 50 le iban a servir en dos sentidos: como amigos de una fidelidad perruna y una discreción enfermiza (ya fuera de caza, farra, regata o gestiones varias), y como cantera para los puestos clave de su Casa. Además, no tenía que rendir cuentas a nadie de sus decisiones. La constitución blindada en el artículo 65 sus nombramientos: “El Rey nombra y releva libremente a los miembros civiles y militares de su Casa”. Y lo que es más importante, el artículo 62 de la Constitución afirma que le corresponde, “el mando supremo de las Fuerzas Armadas”. Entre los “profesionales” el más útil y avanzado de ideas fue el general Sabino Fernández Campo, que le ayudó teléfono en mano a sortear el golpe de Estado.
El primer grupo, el de los militares “amigos”, le han acompañado hasta el final. Y cuando fueron demasiado mayores para seguirle la marcha de montería y restaurante, la nómina se engrosó con nuevas generaciones de militares, con 20 años menos que el Rey Juan Carlos. Casi todos provenían de la posición de “ayudantes de campo” (edecanes dicen los puristas), un puesto ambiguo, delicado, de máxima confianza, que puede ser todo o puede ser nada y está siempre un metro detrás del Rey llevando una cartera de piel negra y el escudo regio que nadie sabe lo que contiene. Uno de los últimos ayudantes fue el coronel del Ejército del Aire Nicolás Murga, que manejaba una tarjeta de crédito opaca del monarca al servicio de sus hijas y nietos. Otros, como el comandante Agustín Muñoz-Grandes, propició en 1981 una salida “honrosa” de los golpistas del 23-F nunca del todo explicada. Aún hoy las últimas compañías del Rey emérito en Abu Dabi pertenecen al estrato castrense. Allí le suele visitar el general de cuatro estrellas Félix Sanz Roldán, un amigo para todo y exdirector del CNI (y fiel mensajero en el affaire Corinna), como antes lo fue el teniente general Emilio Alonso Manglano (auténtico báculo en el affaire Bárbara Rey). Y como otro agente secreto del CNI (entonces Cesid), Guillermo Quintana-Lacaci Ramos, que controló la seguridad de la Zarzuela durante una década.
En el grupo de los “profesionales”, los militares siempre han controlado la seguridad de la Zarzuela, un puesto que ha rotado invariablemente entre un oficial del Ejército y de la Guardia Civil y que dirige varios centenares de escoltas de la Guardia Civil y (en menor medida) del Cuerpo Nacional de Policía. Las cabezas de algunos rodaron sin piedad, sabían demasiado. En el actual staff, de los 11 altos cargos, siete son militares, y controlan desde la seguridad, al Protocolo, la agenda y la administración. También las comunicaciones y los servicios médicos. Incluso un arzobispo castrense con el empleo de general de división (Juan Antonio Aznárez) se ocupa de los asuntos espirituales de la Casa. Sin olvidar, el Cuarto Militar, que manda un teniente general, está instalado en el Palacio de Oriente (como la Comisaría especial de la Casa Real) y manda el millar largo de hombres y mujeres de la Guardia Real que rinden honores al monarca. La seguridad corre a cargo del general de Brigada de la Guardia Civil Miguel Ángel Herráiz que lleva a su lado más de 20 años, desde que era comandante.
Con Felipe de Borbón se repitió la historia de sus antepasados. Cuando ingresó en la Academia General Militar de Zaragoza en 1985 (en la promoción XXXXI), y a continuación en Marín y San Javier, descubrió un material humano muy distinto al de la alta burguesía madrileña, repleto de apellidos de la aristocracia y la plutocracia, a los que estaba acostumbrado. Algunos se convertirían en sus grandes amigos; amigos anónimos, de clase media, con los que se reúne regularmente en cenas de promoción, que le mantienen estrechamente unido a la institución castrense y alguno de ellos ya ha alcanzado el generalato. En la confección de su agenda el Rey siempre insiste en visitar unidades militares y recibe regularmente en el Palacio de Oriente a coroneles, generales y almirantes. La persona que lleva su agenda, el general de brigada Emilio Tomé de la Vega, fue aquel joven capitán que le ayudó a dar los primeros pasos en la Academia de Zaragoza y el hasta hace poco jefe del Cuarto Militar, el almirante Juan Ruiz Casas, fue antes su ayudante. El secretario de la Reina es el general de División José Manuel Zuleta y el jefe de Protocolo el coronel de Caballería Francisco (Curro) Lizaur. El número dos del equipo del Rey es el teniente general de la Guardia Civil Diego Martínez Palomo.
La Zarzuela ya no es un cuartel como lo fue el Pardo, pero el elemento castrense sigue marcando el ambiente, el ritmo y la sobriedad de la Jefatura del Estado. Cuando Leonor de Borbón pise a finales del verano el patio de Armas de la Academia General Militar y ocupe su escueta camareta junto a alguna compañera cadete, nada le pillará demasiado de sorpresa. Ni los uniformes, las insignias, los cánticos ni los ritos. Tampoco muchos de los apellidos de sus camaradas. De las academias saldrá con las dos estrellas de teniente. Cuando sea reina lucirá las cinco estrellas de capitana generala. Mientras, le toca aprender. Algún día esos compañeros y compañeras de uniforme formarán probablemente parte de su equipo y de su paisaje emocional. Algunos la tutearán. Y serán su cordón umbilical con las Fuerzas Armadas. Tras la invasión de Ucrania, el Ejército (gracias también al trabajo de algunas unidades como la UME) está más de moda que nunca desde la muerte del dictador Franco. Y Leonor va a formar parte de ese ecosistema.
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