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El gallego que reapareció tras ser dado por muerto y pasar nueve años en una cárcel siria

Diego Martín rehace su vida en Fene después de ser repatriado de Siria, donde fue acusado de terrorismo por el régimen de El Asad

Diego Martín Barcia, el pasado 26 de diciembre junto a una pista deportiva de Fene (A Coruña).
Diego Martín Barcia, el pasado 26 de diciembre junto a una pista deportiva de Fene (A Coruña).Sonsoles Meana

A sus 46 años, la vida le ha dado una segunda oportunidad a Diego Martín Barcia. En octubre pasado, consiguió regresar a su casa, en Fene (A Coruña). Atrás quedaron nueve años y medio de cautiverio en una celda de aislamiento en Damasco, adonde había viajado, según cuenta, para informar sobre la guerra como periodista freelance y acabó acusado de terrorismo. “Por muy dura que fuera mi experiencia en Siria, todo esto que tengo ahora aquí es mucho más grande. Aquello no era más que la privación de la libertad, hasta cierto punto, porque yo creo que la libertad está dentro de ti. Y eso fue lo que me salvó y me ayudó a vivir el día a día”, dice.

Cuando Martín habla de “todo esto que tengo ahora aquí” se refiere al cariño de su hermano y de su hija; al afecto de sus vecinos; al piso de su infancia, destartalado y sin luz, donde vive ahora, y a la caminata diaria de 15 kilómetros para comer en una cocina económica de Ferrol. “No me arrepiento de nada. Es una gran experiencia que te cambia la vida”, insiste. Según su relato, en 2012, tras cuatro meses en Berlín buscándose la vida, decidió viajar a Siria para cubrir el conflicto como periodista. “Tenía muy poco dinero y viajaba como podía, en transportes de todo tipo. Atravesé los Balcanes y Grecia, hasta llegar a Turquía. Entré [a Siria] caminando, porque por la mañana abrieron el paso a todo el mundo. Después me subí a un autobús”.

La guerra civil siria había empezado en 2011 con el enfrentamiento entre el régimen de Bachar el Asad y el autodenominado Ejército Libre Sirio, apoyado por Turquía entre otros países. Él, asegura, no era consciente de que cualquiera que entrara en el país cruzando la frontera turca podía ser considerado terrorista. “Fui a la zona rebelde. Estuve cinco días conviviendo con los comandos que peleaban” contra el régimen.

La detención

En una guerra las fronteras pueden cambiar de un día para otro y cualquier movimiento en falso te puede dejar en tierra hostil. Eso es lo que le pasó a Martín. “Entré en la zona gubernamental por Alepo, pero me detuvieron en un control militar. Vieron que el pasaporte no estaba en regla porque no tenía visado. Me dijeron que tenía que haber entrado por Líbano, no desde Turquía”. Cuando los soldados le preguntaron qué hacía en el checkpoint [puesto de control] de Alepo, su respuesta no resultó convincente. “Yo no buscaba nada. Iba observando y escribiendo lo que veía, con la intención de enviar material a las agencias de prensa. Fui con la idea de ser freelance, aunque no tuviera ningún contacto periodístico en España”, asegura.

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Martín fue detenido el 7 de marzo de 2013, y se convirtió en rehén de una guerra que ya no iba a poder contar. “Estaba en una celda de dos por tres metros, sin ventana. Veía el pasillo a través de los barrotes. Estaba solo, no tenía contacto con otros presos. Dormía sobre mantas en el suelo. Hacía ejercicio diario, caminaba por la celda y la limpiaba. Si tenía ganas de ir al baño, solo podía hacerlo cuando ellos me lo decían. Tuve diarrea todo el tiempo que estuve en la cárcel. Comía sentado en el suelo. Al principio, en los años duros de la guerra, el rancho era muy escaso y de mala calidad”, relata.

Niega con la cabeza que sufriera malos tratos, pero aclara que el aislamiento puede ser la peor tortura. “Necesitas mucha disciplina para estar entero y soportarlo. Te acostumbras enseguida; si no te acostumbras, te vas. Eso jamás lo olvidaré”.

La falsa noticia de su muerte

A los seis meses de su detención, en noviembre de 2013, un blog de combatientes holandeses en Siria, De Mediawerkgroep Sirië, lanzó el bulo de que Martín se había inmolado en un atentado suicida en Damasco. Mostraban fotos de su documento de identidad y pasaporte. La prensa local de A Coruña se hizo eco y él pasó de estar preso a muerto. La única persona que no creyó a los holandeses fue su madre. “Mi esperanza era que mi familia supiera que yo seguía con vida en una cárcel en Siria. Las vecinas de mi madre me cuentan que ella siempre decía que yo estaba vivo”. La mujer falleció en 2021 sin llegar a ver de nuevo a su hijo.

En la contienda civil siria, un occidental es una moneda de cambio y Martín se había convertido en un botín de guerra del régimen. “En 2017 nos llevaron a cuatro presos extranjeros al Instituto Nacional de Ciencias en Damasco y, al quitarme la capucha, me vi ante un grupo de periodistas sirios y rusos haciéndonos preguntas en inglés. Para mí la guerra acabó en 2018 cuando los aviones dejaron de sobrevolar la cárcel”, dice. A finales del año anterior, Siria había anunciado su victoria sobre el Estado Islámico.

Pasaban los años y Diego cumplía una condena que ningún juez, ni civil ni militar, había dictado. “En mayo de 2020 nos dijeron que nos iban a dar una amnistía y nos trasladaron a otra cárcel, con patio y con gente. Eso era otra cosa. Estuve allí 20 días. Me presentaron ante un tribunal, por primera vez desde mi encarcelamiento. Hasta ese momento me acusaban de terrorista, pero ahí me declararon periodista. De terrorista pasé a periodista. Me devolvieron a la cárcel de Farag Phalestín [la oficina palestina, el duro penal militar en Damasco en el que pasó casi toda su reclusión] y me dijeron que no podían ponerme en libertad por culpa del coronavirus”.

El rescate

El destino de Diego estaba ligado al desenlace de la guerra civil, que entraba en su fase terminal. “Yo no tenía la certeza de que no me fueran a pasar a cuchillo. En 2020 pregunté a mis carceleros: ‘¿Me vais a ajusticiar o no?’ Me dijeron que no. Y, en agosto de 2022, les recalqué: ‘Yo aquí ya no quiero estar más, yo aquí finito, quiero volver a España ¿Libertad o muerte?’ Me dijeron que muerte no, entonces les pedí la libertad.”.

Sin embargo, esa no fue la clave de su liberación. El verano pasado, agentes del servicio de inteligencia español liberaron a un chico madrileño, de nombre Alberto, que llevaba seis meses encarcelado en Siria, según fuentes conocedoras de la operación. Creían que era el único español preso, pero Alberto les habló de Diego Martín y ahí empezó la lucha para liberar al Preso Decano, como se denominó el plan de rescate, cuya última etapa, la repatriación desde Beirut, contó con el apoyo de la Embajada española en Líbano. En septiembre, un agente español accedió a los sótanos del penal y se entrevistó por primera vez con él.

“Le bajaron encapuchado y esposado. Le habían puesto un abrigo, para disimular su delgadez extrema. Le dije: “¿Falas galego?”. Se derrumbó y se puso a llorar”, ha narrado a EL PAÍS el agente que intervino en su liberación, que exige el anonimato. Preguntó por su madre, que había fallecido recientemente, y la respuesta de su libertador fue darle un teléfono para que llamara a su hermano.

Al aterrizar en el aeropuerto de Madrid-Barajas, la Guardia Civil le interrogó por orden de un juez de la Audiencia Nacional. Pasó así de desaparecido —su familia había denunciado su desaparición en 2013 en el cuartel de Fene— a investigado en España como presunto combatiente extranjero en Siria. “Yo no me arrepiento de nada. Es una experiencia que te cambia la vida. Para mí ir a la guerra de Siria era el compromiso más grande que podía hacer”, insiste durante la entrevista, en un polideportivo cerca de su casa ante la ría de Ferrol.

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