La España posible frente al miedo a la derecha
Sánchez trata de arrinconar a Feijóo con Vox y mostrarle como un líder secuestrado por el ala ultra
Pedro Sánchez es un superviviente. En toda su carrera política, siempre ha hecho de la necesidad virtud. Cada vez que alguien le daba por muerto políticamente, el presidente más accidentado de la reciente historia española demostraba una capacidad innata de adaptación, de búsqueda de las debilidades del rival y las fortalezas propias para convencer a los votantes de que él es la mejor opción. Lo hizo en sus primeras primarias, en 2014, contra pronóstico y con la enorme ayuda de Susana Díaz. Lo hizo en las segundas, en 2017, contra Díaz y toda la cúpula histórica del PSOE, que estaba con ella. Lo hizo en la moción de censura en 2018. Y lo remató en 2019 dos veces, en sendas elecciones generales. Vio cómo iban cayendo uno detrás de otro todos sus rivales, incluido Pablo Casado. Y ahora Sánchez cree que puede volver a hacerlo con Alberto Núñez Feijóo.
Después de un primer shock por el efecto Feijóo y el golpe de las andaluzas en junio, que metió el susto en el cuerpo al PSOE, Sánchez se ha reinventado de nuevo y ha logrado que Feijóo vaya poco a poco perdiendo fuelle en las encuestas. En el nuevo cara a cara en el Senado, Sánchez ha desplegado una estrategia muy clara para colocar a Feijóo en la esquina derecha del hemiciclo, en el rincón con Vox.
Mientras el líder del PP trataba de huir de esa imagen e incluso contestaba directamente a la primera página de El Mundo, donde el sector más duro del PP le pedía que fuera “implacable” —”no me interesa ser implacable”, llegó a decir el líder de los populares— Sánchez esgrimía esa y otras portadas para tratar de dibujar a Feijóo como un líder débil en manos del ala ultra del PP y de Vox.
Las encuestas detectan que esa estrategia está funcionando. El PSOE parece haber frenado la sangría hacia el PP que se vio en Andalucía. La imagen de Feijóo está cambiando rápidamente. Su valoración cae no tanto entre los suyos sino entre los demás. Se queda cada vez más encerrado, pues, en el bloque de la derecha. Eso no quiere decir que no siga teniendo grandes opciones de ganar las elecciones. El hundimiento de Ciudadanos y el desgaste del Gobierno le han puesto a mano esa posibilidad. Pero Sánchez, con su estrategia, está logrando instalar la sensación de que habrá partido, y sobre todo está intentando activar poco a poco a la izquierda frente a la amenaza de un gobierno del PP y Vox.
Y ahí, aunque algunos barones socialistas se inquietan, es decisiva su política en Cataluña. Sánchez, que necesita el apoyo de ERC para sacar adelante la legislatura, hace de nuevo de la necesidad virtud y exhibe su política en esa comunidad autónoma como la máxima expresión del gran debate que se vivirá en las urnas, entre la España posible, la que implica un gran acuerdo entre las múltiples fuerzas que pueblan un Parlamento fragmentado con una fuerte presencia de nacionalistas e independentistas, y la España del PP y Vox, que volvería a provocar, según Sánchez, un nuevo enfrentamiento territorial.
El presidente fue incluso más claro al debatir con Josep Lluís Cleries, de Junts, un senador muy cercano a Carles Puigdemont. “Soy una persona con suerte, se han unido los separadores y los separatistas. Ustedes ya se están frotando las manos a ver si en 2023 gobierna el PP con la ultraderecha y vuelven por sus fueros. Pero la mayoría de los españoles no quieren volver a ese pasado”, le espetó. En un gesto de sinceridad, Sánchez admitió que los indultos tuvieron el rechazo de la mayoría social de los españoles. Y, sin embargo, un año y medio después, el presidente está convencido de que la mayoría de los ciudadanos entiende que fueron positivos porque en Cataluña la convivencia está cada vez mejor.
El pragmático Sánchez va a intentar convertir lo que parecía un gran foco de desgaste, su política con Cataluña, en una de sus grandes bazas electorales. “Una amplia mayoría de votantes en Cataluña y España está más a favor de la concordia que de la confrontación que tanto ustedes [por Junts] como el PP parecen echar de menos” remató con Cleries.
Y mientras, en La Moncloa están convencidos de que Feijóo está atrapado entre la presión de su ala ultra para que sea cada vez más duro y, por tanto, se vaya alejando de la imagen de moderación que buscaba cuando llegó y su decisión de no arriesgar con una moción de censura condenada al fracaso. La Moncloa explotará al máximo esa contradicción del líder del PP, entre un discurso durísimo —”está generando usted un clima irrespirable en España”, le dijo a Sánchez— y la frustración de no animarse a dar el paso de una moción de censura como le piden los sectores más duros, algo que ya vivió Pablo Casado. En el Gobierno creen que Feijóo se está enredando en la misma madeja que su antecesor, que es la discusión con la derecha política y mediática sobre los pasos a seguir. De hecho buena parte de su discurso parecia eso, respuestas a cuestiones que le plantean desde la prensa conservadora, como la moción de censura.
Por eso Sánchez seguirá empujándole al rincón de la derecha. “¿Cuál es la hoja de servicios de la derecha en derechos? Votaron en contra del divorcio, del aborto, del matrimonio homosexual, de la ley de libertad sexual [la del ‘solo sí es sí']. Las recurrieron al Constitucional, y pusieron a un militante del PP al frente del tribunal. Dan lecciones de todo. Los españoles son buenos solo si votan al PP. Los gobiernos solo son legítimos si son del PP. Nos dan lecciones de constitucionalismo y llevan cuatro años incumpliendo la Constitución al no renovar el Poder Judicial. Antes de dar lecciones de higiene, vengan ustedes lavados”, remató Sánchez. Las cosas parecen, pues, estabilizadas en este punto. Y Feijóo ya solo tiene un horizonte para desbloquearlas: arrasar en las municipales de junio de 2023. Pero Sánchez también juega, y no se lo va a poner nada fácil.
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