Váyase, señor Sánchez
Casado recupera los lemas de su partido en los noventa, señala al presidente como “la ‘X’ del ‘caso Gali” y sugiere que manipuló datos para hacer “un presupuesto radical”
Alguien debió de pensar que era una idea brillante. Tan brillante que el PP la ha tomado como estribillo y hasta Pablo Casado la llevó este miércoles a su esgrima semanal en el Congreso con Pedro Sánchez. La idea parte de una casi homonimia: el apellido del líder del Frente Polisario (Gali), acogido por España para un tratamiento médico en abril, y las siglas de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), la trama parapolicial que persiguió a Felipe González en los estertores de su mandato. Como entonces hubo un caso GAL y un presunto señor X al mando (González), ahora el PP ha acuñado el caso Gali y otro presunto señor X en la cúspide (Sánchez). Con ese revival de los años noventa, Casado casi acabó parafraseando el ya mítico “váyase, señor González” de José María Aznar. “Váyase y déjenos a los demás hacerlo”, acabó su intervención.
Casado hizo un hueco en su convención-gira del PP —este miércoles ya había situado la gala del día en Madrid— para acudir un rato al Congreso y echar el pulso al presidente del Gobierno. En el hemiciclo se arrancó con una ironía: “Señor Sánchez, aunque usted viene poco por aquí…”. Cierto que el presidente solo pasa unos minutos a la semana en el Parlamento, los de la sesión de control. Tan cierto como que el líder de la oposición no pasa más. Concluido el fugaz duelo semanal, los dos toman el mismo camino y en la Carrera de San Jerónimo ya solo se les ve por televisión.
La idea del líder del PP era presentar a Sánchez como alguien que no es capaz de “defender a España de delincuentes” ni tampoco de la crisis económica. Los nombres de los delincuentes: Brahim Gali, el líder polisario, perseguido por “terrorismo, genocidio y violación”, y, claro está, Carles Puigdemont. Lo de la crisis lo trajo Casado a cuenta del monumental error del INE en el cálculo del crecimiento económico del segundo trimestre (lo que iba a ser un 2,8% se quedó en un mucho más modesto 1,1%). Con todo eso formuló en dos ocasiones tres preguntas al presidente: “¿Es usted la x del caso Gali?”, “¿ordenó usted falsificar las cuentas para hacer un presupuesto radical a martillazos con Podemos?” y “¿va a cumplir su promesa de traer a España a Puigdemont?”.
Casado insistía en que Sánchez respondiese a estas preguntas, pero el presidente del Gobierno le hizo un manzanas traigo. En ninguna de sus dos réplicas se avino a entrar siquiera en los temas que le planteaba el líder de la oposición. Más bien se dedicó a reconvenirlo con aire condescendiente: “No ve que los españoles están hasta la coronilla de la bronca…”.
El examen semanal al Ejecutivo estuvo sembrado de juegos de palabras y de paralelismos sinuosos. En lo primero brilló el popular Mario Garcés, quien, a propósito de las negociaciones con los independentistas catalanes, reprochó a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero: “Ustedes prefieren un Aragonès [Pere, presidente de la Generalitat] desleal a un aragonés leal, como yo”. De las simetrías rebuscadas se ocupó Macarena Olona, portavoz de Vox, quien, aprovechando que el diputado de Unidas Podemos Alberto Rodríguez está siendo juzgado por presuntamente dar una patada a un policía, preguntó a la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo si también ella va a dar una “patada al diálogo social”. Yolanda Díaz, la “ministra comunista”, como la llama siempre Olona, sacó a relucir sus “12 grandes acuerdos sociales” y remató: “Ustedes sí que no hablan con nadie. Ni con el Gobierno, ni con los partidos… Su España es tan pequeñita que no quepo ni yo”.
La sesión llegaba un día después del rapapolvo de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, a los diputados para que pongan fin a los “insultos y ofensas”. Batet estuvo desde el principio al quite de cualquier alboroto. Con miradas severas y también con amonestaciones verbales, como la que dirigió a dos de los diputados más ruidosos del PP, Pablo Hispán y José Ignacio Echániz, que no paraban de decir cosas por la fila de atrás del banco azul mientras hablaba el ministro de Consumo, Alberto Garzón.
La mayor reprimenda de la presidenta fue para el lenguaje empleado por la portavoz de Junts, Míriam Nogueras. En una intervención ante Sánchez, Nogueras, inflamada por el arresto de Puigdemont en Cerdeña, calificó lo sucedido de “putiferio” y certificó que España vive bajo “un golpe de Estado togado”, con elementos “fascistas” incrustados en el aparato estatal. Sánchez se apartó de esa hoguera con las habituales apelaciones a su voluntad de diálogo, tras comparar el discurso de Nogueras con las teorías conspiratorias de los antivacunas. Mientras, a los diputados de ERC les reverberaban en la nuca las palabras de la portavoz de sus socios en Cataluña, que en la fila superior demolía la mesa entre la Generalitat y el Gobierno: “Con ustedes no podemos negociar nada”.
A pesar de esos episodios, se notó una cierta contención de los oradores tras el llamamiento de Batet. Fue llamativo lo que sucedió en el ya clásico duelo —un recital de descalificaciones— que mantiene con el ministro del Interior el diputado de Vox Ignacio Gil-Lázaro. Esta vez el parlamentario reconoció al menos a Fernando Grande-Marlaska su condición de “ilustre magistrado”. El ministro no dejó de agradecérselo con cierto asombro: “Es la primera vez que lo hace”.
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