Los bomberos que trabajan en helicóptero: “No somos máquinas. No damos un paso si no es seguro”
La unidad helitransportada de bomberos forestales de la Generalitat valenciana con base en Enguera (Valencia) fue uno de los medios que el pasado fin de semana combatió el incendio de Azuébar en Castellón
Componen la primera línea de combate contra el fuego en los montes españoles. Son los bomberos forestales de las unidades helitransportadas de la Generalitat valenciana, altamente especializados en la extinción de incendios. Se desplazan en helicóptero hasta el foco del fuego y tratan de contenerlo para que cuando lleguen el resto de medios, sofocarlo rápidamente. La unidad helitransportada de Enguera (Valencia) todavía tiene frescas las imágenes del incendio que el pasado fin de semana calcinó unas 500 hectáreas del municipio de Azuébar, afectando al parque natural de la Sierra de Espadán, en Castellón. “Actuamos sobre una línea de fuego de kilómetro y medio que teníamos que apagar rápido porque el viento podía rolar y reavivarlo. Fueron unas horas críticas, con los coletazos de la ola de calor, y nos vino justo”, recuerda el técnico al cargo de la unidad, Carlos Sanchis. En la extinción del incendio trabajaron más de 200 efectivos.
Son las once de la mañana del jueves y en la base de Enguera, localidad del interior de la provincia de Valencia, el calor no aprieta mucho todavía. El grupo de bomberos de guardia del SGISE, la sociedad autonómica de la que dependen, se equipa con monos ignífugos, guantes, casco y mochila para uno de sus ejercicios de instrucción: ensayan el embarque al helicóptero y sacan y montan el bambi, un balde con capacidad para 1.200 litros de agua, que el aparato descarga desde el aire para atemperar el fuego antes de que los bomberos se adentren en el incendio, donde son capaces de trabajar entre llamas de metro y medio de alto.
“No somos máquinas”, asegura Juan Bautista Gómez, alias Bauti, coordinador de todas las unidades helitransportadas valencianas al referirse a estos bomberos, que son asistidos en todo momento por sus compañeros de tierra. Sin embargo, pueden recorren más de 500 metros desde el lugar donde los deja el aparato hasta el tajo del incendio, sorteando 200 o 300 metros de desnivel del terreno, con altas temperaturas y ataviados con el mono y una mochila donde llevan las herramientas, tres litros de agua, botiquín, barritas energéticas, alguna ración de comida extra, y hasta una muda limpia. “Sabemos dónde empezamos pero no dónde podemos acabar”, apunta Francis, bombero de la unidad.
Cuando reciben el aviso de Emergencias, activan a la brigada, y en cinco minutos se equipan, preparan las comunicaciones, asignan los puestos del helicóptero y las tareas. “El factor humano es esencial. Somos personas y nos exponemos a un riesgo importante y tiene que haber camaradería y cohesión en el grupo”, apunta Ricardo Goicoechea, capataz de la base. “Antes de subirnos al aparato hacemos un briefing para ponernos en situación, es el momento de mirarnos todos a la cara, bajar revoluciones porque la adrenalina se dispara, mirar que estamos todos bien, que llevamos todo el equipo correcto y de decir: ‘¡Venga chicos!”. “Si no hiciéramos eso, iríamos como antiguamente a la guerra, como locos”. apostilla el coordinador, que recita el protocolo básico de seguridad para un bombero forestal: observación, atención, comunicación, ruta de escape y un lugar seguro.
“No damos un paso si no sabemos que es seguro”, remacha Bauti, haciendo hincapié en que necesitan una visión lo más global posible de lo que sucede a su alrededor cuando se desata un incendio en el monte. Se entrenan a diario, sobre todo los músculos que proporcionan estabilidad a la columna vertebral, que es la que más sufre cuando ladera abajo trazan sin descanso cortafuegos de entre 30 y 50 centímetros de ancho para aislar el fuego.
Cuando están sobre la vertical del incendio, el helicóptero sobrevuela y permite al técnico al cargo proponer los accesos para las unidades terrestres y la movilización de los primeros medios de extinción. Luego eligen un punto, desembarcan y esperan que el aparato enfríe el terreno para posteriormente adentrarse en el bosque. Sin descanso, en una batalla contra el tiempo, comienzan con el corte de la vegetación, separando lo verde de lo calcinado, trazando cortafuegos con las azadas o quemando con las antorchas de goteo. “El uso técnico del fuego tiene a veces un alto rendimiento. Ahora bien hay que tener una formación específica porque su utilización está muy controlada”, añade Pedro Pablo, otro miembro de la unidad. A partir de ahí es crucial para la extinción la labor de los bomberos terrestres.
“A un gran incendio vas con otra mentalidad, cuando llegamos la estrategia está pensada y te destinan a un lugar concreto. Es más impactante para nosotros cuando llegamos los primeros y el fuego es incipiente y valoras y decides; a veces se puede controlar en 30 minutos muy intensos y otras veces tardas horas”, apunta Carlos Gramage, de 33 años, con siete años de experiencia a sus espaldas.
Muy sensibles al cambio climático, estos bomberos forestales reconocen que las olas de calor hace aumentar la amenaza de incendios. Tadeo, otro de los efectivos de la base de Enguera, cita a Marc Castellnou, jefe del Grupo de Actuaciones Forestales (GRAF) de los Bomberos de Cataluña y analista de referencia de incendios forestales en todo el mundo. “La primera pregunta que Castellnou hace cuando alguien le pide opinión sobre qué pasará con los incendios es cuándo ha sido la última vez que te has comido un cordero de tu pueblo. Hay un abandono del mundo rural, que es el colchón de seguridad para nuestro patrimonio forestal. Antes se recogía leña, el ganado limpiaba el monte, había actividad maderera. Ahora todos vivimos en una franja de 30 kilómetros junto a la costa”, reflexiona Tadeo.
Después de la instrucción del día y sentados en torno a la zona de descanso de la base [de cuya valla de entrada cuelga una pancarta donde se lee “bomberos en lucha”, reivindicando estabilidad en los contratos], recuerdan momentos buenos y otros no tanto. Javier Carpena lleva dos años en la helitransportada y 20 en la extinción y, como él dice, el otro día en la salida a un fuego “me visitó el hombre del mazo, me mareé y caí al suelo”. Era la primera vez que me daba”. Sufrió un golpe de calor. A su lado, Pedro Pablo, recuerda otra mala experiencia en el municipio de Llutxent en 2018, cuando un compañero se quedó atrás y lo perdieron de vista. “Por el transmisor nos dijo que había perdido los guantes pero no nos dio buena espina así que lo buscamos y lo encontramos en un fondo de barranco con los ojos en blanco y una deshidratación grave. Lo evacuó un medio aéreo y acabó cuatro días en el hospital”. Cuando sucede un episodio así no pueden evitar la preocupación por los compañeros y la concentración se rompe. Entonces es momento de pararse, ponerse a salvo del fuego, ver cómo recuperar la sangre fría y volver al tajo.
Hay otros momentos en que bromean y se animan en un tono distendido mientras trabajan en las líneas de defensa. “Cuando nos cae alguna descarga de agua del bambi nos reímos unos de otros. Las cinco primeras [descargas] siempre te caen encima”, reconoce uno de ellos. “O más”, corea jocosamente el resto. No hay que subestimar estas bolas de agua porque pueden hacer daño, advierten. Todos los medios aéreos avisan con sirenas y minutos de antelación antes de soltar el agua desde el aire pero si no les da tiempo a retirarse lo suficiente el protocolo es tirarse a tierra y taparte la cabeza con los brazos.
La helitransportada [comunidades como Madrid, Castilla-La Mancha, Andalucía o Galicia, entre otras, también las tienen en sus dispositivos de extinción forestal] no es una unidad que tenga contacto directo con la población. A diferencia de sus compañeros de tierra, llegan y se marchan por el aire pero aun así alguna vez les ha llegado alguna muestra de agradecimiento por su trabajo. Como en el incendio de Montán en 2015 en que desde el helicóptero leyeron pintado en blanco sobre el asfalto un gigantesco gracias que agradecieron infinitamente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.