La hija del fusilado a la que prohibieron llamarse Libertad
Un reportaje de EL PAÍS sobre la fosa de Almagro permite localizar a la familia de una de las víctimas enterradas en “el corral de los desgraciados”
José María Fernández Cabrera, pastor, natural de Almagro (Ciudad Real), tenía el día que lo ejecutaron 29 años, una hija de dos y un bebé en camino. Era 24 de junio de 1939 y su cuerpo fue arrojado a una fosa común conocida como “el corral de los desgraciados” por estar ubicada en un anexo al cementerio de la localidad donde eran enterrados fusilados del franquismo, personas que se habían suicidado y bebés sin bautizar. Casi 82 años después, sus nietos descubrieron, gracias a un reportaje de EL PAÍS, que se estaba exhumando la fosa y le comunicaron la noticia a aquella niña de dos años, a punto de cumplir los 84.
“Sentí un escalofrío. Me emocioné muchísimo”, relata Libertad Fernández a EL PAÍS. En el buzón de su casa y en su documentación oficial figura otro nombre, Antonia. Porque después de matar a su padre y encarcelar a su madre, Pilar, los franquistas obligaron a cambiar a aquella niña de nombre. “Todo el mundo que me conoce me llama Liber, porque yo me llamo Libertad, pero se ve que no les gustaba a los franquistas y para el banco, los médicos... soy Antonia”.
No se acuerda de él porque era muy pequeña, pero al mirar la foto de su padre piensa: “Es igualito que mi hijo pequeño, Charly, guapísimo”. Todo lo que sabe de él se lo contaron su madre y sus abuelos. “Era pastor, republicano, y durante la Guerra Civil estuvo en Madrid. Mi madre siempre decía que los habían engañado porque los franquistas dijeron que podían volver quienes no tuvieran las manos manchadas de sangre, pero cuando mi padre volvió, lo detuvieron, le hicieron un juicio sumarísimo y lo fusilaron en la tapia del cementerio”, relata. Después, se llevaron a su madre. “Estaba embarazada de mi hermano y la trasladaron a la cárcel de mujeres de Saturrarán [Gipuzkoa], en el País Vasco. Allí nació el bebé, pero murió a los ocho meses de una pulmonía. Mi madre contaba que lo tuvo toda la noche en brazos hasta que al día siguiente lo enterraron”.
Pilar Fernández no sabía leer ni escribir cuando entró en prisión. “Le enseñaron otras presas políticas y gracias a eso pudo enviarme cartas”. Libertad vivía entonces con sus abuelos. “Un día, 24 de septiembre, me dijeron que me llevaban a Madrid para que pasara el día con ella porque para entonces la habían trasladado a la cárcel de Ventas. La habían condenado a muerte, pero finalmente la indultaron y ese día salía de prisión. Fue muy raro porque yo no la conocía”. La pequeña tenía entonces nueve años y llevaba desde los dos sin ver a su madre.
No se ha atrevido a ir a la exhumación porque está algo delicada de salud, pero está “muy contenta” de que por fin se abra la fosa. “Aquello era un aparte al cementerio, no te dejaban entrar. Siempre había un candado en la puerta y algunas veces flores que tiraban los familiares”, recuerda. Su padre no fue la única víctima del franquismo en la familia. “Otro tío mío también desapareció. Mis abuelos nunca supieron si lo habían detenido o asesinado”, relata. En Almagro, añade, “había muchos franquistas” y vecinos y familiares “se denunciaban entre ellos pese a que en los pueblos todo el mundo se conoce”.
El equipo de Mapas de Memoria de la UNED en colaboración con la Universidad Complutense ha realizado la exhumación con una subvención del Gobierno de 28.000 euros. Cuando le devuelvan los restos, que ahora están siendo examinados en el laboratorio, Libertad quiere enterrar a su padre en su pueblo, en el mismo cementerio, pero no en ese cuarto apartado que llamaron el “corral de los desgraciados”, sino con otros familiares y una placa que ponga su nombre y apellidos.
El equipo busca aún a los familiares de seis de las 26 víctimas de la fosa: José Antonio Carrillo Cañizares, Fernando García Martínez, José López Bermejo, José Montero González, Miguel Velasco Ruiz y Luis Díaz Téllez.
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