Álvarez de Toledo y el PP, historia de una relación imposible
El cese de la portavoz popular culmina un año de fricciones, desplantes y divergencias en temas como el feminismo y la memoria histórica
Desde 2012, cuando falleció su padre en París, Cayetana Álvarez de Toledo ostenta el título de marquesa de Casa Fuerte. Entonces llevaba ya seis años ligada al PP, en el que ocupó cargos en los equipos de José María Aznar y Mariano Rajoy como un abejorro perseverante y muchas veces molesto, la pretendida guinda brillante de un pastel que no termina de cuajar en esa formación. Pablo Casado cayó, como sus antecesores en la cúpula del PP, en el embrujo de pretender un espíritu sin complejos, y pasó de ofrecerle hace apenas un año cualquier candidatura, incluida a la simbólica alcaldía de Madrid, a defenestrarla por la vía rápida una tarde de agosto.
Durante un año, el fichaje estrella de Casado había tenido que lidiar con el cabecilla del aparato del partido, el secretario general, Teodoro García Egea, por esas cuestiones burocráticas que tanto le incomodan: recursos materiales o asesores, la colocación de secundarios en algunos puestos o las iniciativas parlamentarias en las que el partido quería meter baza. Ella no lo soportó más y alzó la voz. Tampoco Casado lo aguantó y la destituyó fulminantemente el pasado lunes,
Durante unos años, tras su anterior renuncia en 2015, al escaño del PP en la época de Rajoy —al que acusó de “dejar de hacer política” y carecer de liderazgo— Álvarez de Toledo no solo se desencantó ideológicamente con el partido, sino que dejó incluso de pagar sus cuotas de militante en el barrio madrileño de Salamanca, epicentro de la España popular. Fue en esa época cuando alertó de la irrupción de Ciudadanos, que veía muy interesante, sobre todo en Cataluña, para combatir sin rubor a los nacionalistas, una de sus grandes obsesiones. Ahora ha pasado algo similar. Casado no sabe muy bien qué hacer con ella, tampoco está muy claro qué le ha ofrecido para aplacarla, y Álvarez de Toledo ha retomado las vacaciones con sus dos hijas para repensar todo su futuro.
Alérgica al aparato. A Cayetana Álvarez de Toledo no le interesan nada los aparatos de los partidos, las pugnas por la cercanía al poder de los líderes, los cargos orgánicos, la influencia de los barones territoriales, el despliegue de colaboradores en distintos puestos para extender sus dominios. Entiende cómo funciona la política en España, pero no le agrada. Le parece cutre. Cuando en su equipo más cercano la alertaban de la relevancia de esos factores, clásicos en la mayoría de los partidos, despreciaba los consejos. Creía, como en otras ocasiones, que contaba con el favor del líder, en este caso su amigo, al que desde su cese califica ahora como “el señor Casado”. Y pensaba que con eso le bastaba para “hacer política”, transformar las cosas, imponer un estilo desinhibido de oposición y, sobre todo, plantear la “batalla cultural” a la izquierda sobre asuntos supuestamente tabúes como el feminismo o la memoria histórica.
Cuando Casado fue a buscarla hace año y medio a su refugio intelectual de la FAES de Aznar, donde se encargaba con placidez del área internacional, tuvo que insistir para convencerla de volver a la arena. Le ofreció lo que quisiera. Varias candidaturas. Entre ellas, la del Ayuntamiento de Madrid. No la aceptó.
La Messi popular. El primer reto envenenado para el nuevo fichaje fue encabezar en las elecciones generales de abril de 2019 la candidatura del PP por Barcelona. Todo menos un regalo, como comprobó ella misma al poco de asumir el encargo. Ese fue lo que considera el primer engaño. Acudió a la primera reunión de campaña y los estrategas le comunicaron allí, para su sorpresa, lo que realmente vaticinaban las encuestas internas que nadie le había anticipado: cero escaños. Pánico en la sala. Álvarez de Toledo replicó con uno de sus accesos de soberbia: “No será así, saldré”.
El PP había sumado en 2016 seis diputados por Barcelona y en abril de 2019 se estrelló efectivamente, pero Álvarez de Toledo logró su acta. La única. A los seis meses, cuando se repitieron los comicios, el efecto Cayetana del que entonces alardeó Casado —llegó a presentarla en Barcelona como “nuestra Messi”— duplicó ese resultado con un compromiso que repetía en todos los mítines: “No os abandonaré”, tras sugerir que el Gobierno de Rajoy había condescendido en exceso con los nacionalistas. Esas palabras resuenan ahora en su pensamiento mientras decide si mantiene o no su escaño.
De Billy el Niño al feminismo. A lo largo de los últimos meses, el equipo de Álvarez de Toledo en el Congreso ha acumulado quejas por lo que entendía como injerencias e intentos de control total del grupo parlamentario por parte de García Egea como representante máximo del aparato. Uno de esos episodios se produjo el pasado 11 de junio, cuando el Congreso aprobó con una amplia mayoría de 207 votos una propuesta para instar al Gobierno a retirar condecoraciones a personalidades franquistas, como el policía torturador Antonio González Pacheco, Billy el Niño. El diputado popular Adolfo Suárez Illana se desmarcó de la disciplina del PP y votó en contra alegando que la iniciativa cuestionaba la Transición dirigida por su padre. Álvarez de Toledo entendió los argumentos de Suárez Illana y los discutió con Casado. Pero el PP no se atrevió a votar en contra y optó por abstenerse.
Hubo más episodios como este. En noviembre de 2019, el PP se adhirió finalmente a una declaración genérica contra los crímenes machistas promovida en el Congreso por los partidos de izquierdas. La portavoz popular la consideraba maximalista y poco matizada, pero el partido tampoco quiso desmarcarse. Solo lo hizo Vox. En público, Álvarez de Toledo se distanció a su manera: “Yo soy feminista amazónica, de la escuela de Camille Paglia”. Y obligó a muchos a acudir a la enciclopedia para tener noticia de esa ensayista estadounidense a la que se ha definido como “posfeminista”.
Marginada en la pandemia. Cuando el presidente Pedro Sánchez planteó la necesidad de unos grandes acuerdos de Estado, a modo de los Pactos de La Moncloa, para cimentar la reconstrucción del país tras la pandemia, el PP se negó a entrar en ese juego. Un día, en una reunión, Álvarez de Toledo sugirió a Casado que el lugar adecuado para fraguar esos consensos debería ser el Parlamento. El líder del PP así se lo propuso a Sánchez en una de sus escasas conversaciones y este aceptó. Lo que sorprendió más tarde fue que el PP creó en el partido un comité sobre la crisis del que se excluyó a Álvarez de Toledo. Y cuando se formó la Comisión de Reconstrucción en las Cortes, de nuevo fue relegada en favor de una voz más sosegada, la de la expresidenta de la Cámara y exministra Ana Pastor. Álvarez de Toledo se lo reconvino en privado a Casado con toda sinceridad. Pero sus colaboradores relatan estos episodios para sostener que ella no es “indisciplinada”, porque transigió en algunas cosas. Aunque no en todas.
Desprecios del aparato. A las divergencias ideológicas, se sumaron los que el equipo de Álvarez de Toledo entiende como desprecios sufridos desde el primer minuto en que fue nombrada portavoz por la imposición de Casado frente a las presiones del aparato del PP y las advertencias de varios barones territoriales. Estos dirigentes la criticaron ante Casado por inflexible y demasiado soberbia para dejarse aconsejar. Uno de ellos, el presidente gallego Alberto Núñez Feijóo, la censuró en público y la excluyó de su última campaña autonómica.
En noviembre, tras las elecciones generales, comenzaron ya las especulaciones sobre su posible relevo, pero el partido la ratificó en el cargo. El PP, sin embargo, tardó semanas en comunicarle que su hasta entonces jefa de gabinete y persona de la máxima confianza, Pilar Marcos, debía dejar esa función por considerarla incompatible con su recién adquirida acta de diputada. Algo muy similar a lo que ha sucedido este mes, cuando, con el mismo argumento de incompatibilidad, le impusieron el relevo del jefe de la asesoría jurídica del grupo parlamentario, el veterano Gabriel Elorriaga, por un periodista del gabinete de Casado.
En su despedida, Álvarez de Toledo aireó otra discrepancia con el partido. Recriminó a Casado que hubiera retomado en julio la negociación con el Gobierno y el PSOE para completar la renovación de cargos institucionales pendientes desde hace meses y, en especial, del Consejo General del Poder Judicial. La ya exportavoz se atenía al programa electoral del partido, que propone volver al sistema de los primeros años de la democracia, cuando los miembros del poder judicial eran elegidos por los propios jueces, sin intervención del Parlamento.
La última conversación. El futuro de la portavoz popular parecía cada vez menos claro. Durante la pasada semana, se sucedieron las informaciones en los medios sobre sus choques con García Egea. El domingo, EL PAÍS publicó una entrevista en la que ella se desmarcaba de algunas posiciones del partido en asuntos como las relaciones con el PSOE o la salida de España del rey emérito. Casado la convocó el lunes. Fueron dos horas de tensa conversación en las que el líder del partido le reprochó que las declaraciones a este periódico cuestionaban su autoridad. La cuerda al fin se rompía.
Álvarez de Toledo, a continuación de esa cita, no se escondió. Convocó a los medios frente a los leones del Congreso y allí enumeró todos los puntos de fricción que había debatido en privado con Casado, como le gusta, en el estilo que le quedó marcado en sus años de estricto y elitista internado del New College de Oxford, donde se graduó en Historia Moderna y le dirigió su tesis el prestigioso historiador e hispanista John H. Elliot. Esa educación rígida y esa disciplina de pensamiento no admite, en su criterio, cierto tipo concesiones ni siquiera para transigir con errores de redacción en las memorias de su mentor, José María Aznar, que ella misma supervisó.
Tras su cese, la dirección del PP comunicó que Casado le había ofrecido ser la secretaria general de la nueva fundación del partido, Concordia y libertad, que preside Adolfo Suárez Illana. En el entorno de Álvarez de Toledo matizan que la oferta no fue exactamente así y lamentan que Casado no se la hubiera planteado antes, cuando le podía haber parecido interesante y apropiado para su formación académica y para las imperiosas necesidades intelectuales de un PP muy vacío de cerebros grises. Ahora se lo está pensando. De un lado, le incomodaría dejar su escaño “por responsabilidad” con los más de 255.000 votantes barceloneses a los que dio su palabra de que no les dejaría en la estacada. Pero tampoco quiere verse relegada en el gallinero de los diputados olvidados o recompensados con puestos institucionales como el propio Suárez Illana, secretario cuarto de la Mesa del Congreso.
En la dirección del PP entienden, como ratificó Casado el jueves ante la junta directiva, incluida Álvarez de Toledo —esta vez a través de la vía telemática y callada—, que la “política de partido no es una debilidad de carácter, sino un acto de valor, un sacrificio a favor de un bien común y superior. No es sumisión ni falta de sinceridad, es nobleza. Es una declaración libre y profunda de la conciencia personal que incorpora la voluntad de transigir, consensuar e incluso quedar en una minoría por servicio público”.
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