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Podemos se desangra en los territorios

Una centralización cada vez mayor del partido le lleva a obtener los peores resultados desde su fundación

Inés Santaeulalia
Pablo Iglesias, el pasado 6 de julio en Bilbao entre el ministro de Consumo, Alberto Garzón, y la candidata a 'lehendakari Miren Gorrotxategi.
Pablo Iglesias, el pasado 6 de julio en Bilbao entre el ministro de Consumo, Alberto Garzón, y la candidata a 'lehendakari Miren Gorrotxategi.FERNANDO DOMINGO-ALDAMA

Otro Pablo, que no es Iglesias, viajó en septiembre a Vitoria para dar su bendición al líder del PP vasco, Alfonso Alonso, que pedía voz propia frente a los populares en Madrid. Esto que digo aquí no se entendería en Extremadura, dijo Casado, que hizo en su discurso una sorprendente defensa cerrada de la foralidad y el concierto económico. Meses después, el mismo Pablo pensó que aquello no era “el alma” de su PP y fulminó a Alonso. El PP perdió tres escaños en los comicios del pasado 12 de julio. En poco más que el nombre y la profesión se parecen Iglesias y Casado y en menos sus partidos —Podemos y PP—, pero las elecciones del pasado domingo enviaron a ambos el mismo mensaje: desde Madrid no se ganan elecciones autonómicas.

Podemos fue un partido que comenzó con mucha gente, por abajo y por arriba. Con una base asamblearia muy fuerte, impulsada por el 15-M, que replicó los llamados círculos en todos los puntos de España. Por arriba, un grupo de intelectuales, casi una treintena, firmó a finales de 2014 el primer manifiesto que dio origen al partido.

Seis años después, ese músculo heterogéneo ya no existe. Iglesias, el único líder que ha conocido la formación, ha ido cerrando la puerta a todas las corrientes y personas críticas con su gestión, en un juego a todo a nada por gobernar que le acabó dando, a principios de este año y de forma inesperada, una vicepresidencia y cuatro ministerios en un Gobierno de coalición con el PSOE. Fue un giro de guion más de película que de política, que hizo realidad la extraña frase de que menos es más: Podemos acababa de firmar con 35 diputados sus peores resultados en unas generales desde que se presentaron por primera vez en 2015.

En el camino al poder los círculos fueron perdiendo su fuerza y las direcciones regionales acabaron devoradas por luchas internas propias o alimentadas desde Madrid. “La clave del éxito de Podemos era el liderazgo de Iglesias y un torrente de participación que permitía capilarizar el mensaje. La hipercentralización de la organización ideada por Íñigo [Errejón] y Pablo [Iglesias] en Vistalegre I (2015) titulada como ‘maquinaria de guerra electoral’ acabó con este proceso de participación, con la segunda pata de Podemos”, asegura Miguel Urbán, miembro del partido hasta la salida de Podemos del sector Anticapitalistas, el último reducto crítico, el pasado febrero. “La maquinaria electoral estaba centrada lógicamente en el Congreso, pero eso no se puede disociar del trabajo en lo municipal y lo autonómico. El partido se ha dado cuenta ya de eso”, añade con optimismo Nacho Escartín, que fue destituido por la dirección nacional como secretario general de Aragón en febrero, pero continúa vinculado a la formación.

El partido, que entró en el Congreso con 69 diputados en diciembre de 2015, que gobernó ciudades como Madrid, Barcelona, A Coruña o Santiago, pierde ahora votos a manos llenas. “Hay una crisis de proyecto muy fuerte y una tendencia a la decadencia y a la disolución del imaginario político que dio vida a Podemos”, asegura el exdiputado y politólogo Manolo Monereo, al que Iglesias siempre consideró uno de sus mentores, y que en la última etapa se apartó del líder.

Ya en las autonómicas y municipales de 2019, Podemos sufrió un fuerte varapalo que les llevó incluso a desaparecer del Parlamento de Castilla-La Mancha, después de haber ostentado una vicepresidencia en un Gobierno con el PSOE en la anterior legislatura. El partido se desangra por los territorios, donde en los últimos seis años ni llegó a implantarse ni dejó crecer liderazgos. “El núcleo dirigente nunca resolvió bien la heterogeneidad”, resume Monereo. Las quejas por la excesiva centralización del partido han sido constantes. Algunos antiguos dirigentes regionales criticaron que nunca pudieron enviar ni un email a sus bases porque no les daban acceso a una lista de inscritos en sus territorios, por lo que para comunicarse con ellos debían hacerlo a través de la dirección nacional.

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El partido que se presentaba como “el partido de la gente” gira hoy alrededor del líder. Sin sectores críticos, sin Íñigo Errejón, que pasó de amigo a enemigo y cuya salida del partido hace un año y medio amenazó con romper Podemos, el también vicepresidente consiguió en medio de la pandemia una asignatura pendiente por el control territorial. Sus afines lograron la victoria en las primarias celebradas en 11 autonomías el pasado mes de junio, incluida Andalucía, donde la anticapitalista Teresa Rodríguez se había convertido en los últimos años en la única líder territorial de peso en el partido. Con el aval de sus buenos resultados electorales, Rodríguez fue desde la marcha de los errejonistas la única voz crítica frente al poder de Iglesias, un desencuentro que también acabó con en divorcio.

El secretario general aseguró el domingo pasado, una vez conocida la derrota del 12-J, que tocaba hacer una “profunda autocrítica”. La ejecutiva de Podemos se reunió el viernes y, según fuentes del partido, concluyó que el desplome se debía “a la debilidad organizativa en los territorios y a las peleas internas de la etapa anterior”. Para solucionarlo, la dirección pide poner en marcha lo acordado en Vistalegre 3. Un congreso sin debate ni intervenciones en el que el líder salió elegido para un tercer mandato, con una ejecutiva completamente afín y unos estatutos renovados que, entre otras cosas, eliminan la limitación de mandatos que ya le pisaba los talones al vicepresidente. La reunión para analizar el paso de ser segunda fuerza en Galicia a obtener cero escaños y la caída en Euskadi de 11 a seis diputados incluso se saldó con optimismo: “Estamos a tiempo de recuperarnos”.

Esta es la radiografía territorial de Podemos.

Andalucía, visibilidad invisible. Pablo Iglesias logró el pasado junio controlar por primera vez la organización de Podemos en Andalucía. Su candidata y diputada al Congreso por Córdoba, Martina Velarde, se impuso a otras tres candidaturas con el 72,8% de los votos. La marcha pactada de la activista gaditana y ex coordinadora de Podemos, Teresa Rodríguez, facilitó el triunfo.

Pero el saldo en el traspaso de poderes ha quedado prácticamente a cero. Podemos concurrió en coalición con Izquierda Unida y dos minúsculas formaciones andalucistas (Primavera Andaluza e Izquierda Andalucista) con la marca Adelante Andalucía en las elecciones autonómicas del 2 de diciembre de 2018. Obtuvieron 17 diputados, de los que 11 son de Podemos y seis de IU. Esos 11 ya no responden al partido de Iglesias, sino a Anticapitalistas Andalucía, cuyo objetivo es concurrir con el nombre de Adelante en todas las elecciones futuras. La visibilidad de Podemos en el Parlamento autónomo es pues casi ninguna. ‘Anticapi’ se resiste por el momento a celebrar una reunión con todos los socios donde el primer punto para IU y para Podemos es el de aclarar el registro como partido político de Adelante Andalucía, que controlan los de Rodríguez.

Cataluña, a líder por año. Podem, la marca morada en Cataluña, intenta ahora sacudirse de la lucha intestina en la que se había instalado hace años. En los últimos cinco años ha tenido hasta cinco líderes y juega un papel secundario dentro de los comunes, un espacio político monopolizado por el hiperliderazgo de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Hace un mes se repitieron las elecciones internas para elegir la secretaría general y se impuso la actual diputada en el Parlament Conchi Abellán, del sector más próximo a Pablo Iglesias. Abellán casi triplicó en apoyos a su contrincante Noelia Bail, crítica con el líder morado aunque dice que no es “antipablista”, y que fue descabalgada del liderazgo de la formación en febrero pasado al ser censurada por 21 de los 34 miembros del Consejo Ciudadano Autonómico. Bail estaba de baja de maternidad y sus detractores criticaban que tomaba decisiones “arbitrarias”.

El triunfo de Abellán fue significativo pues implicó que, por primera vez, un aspirante bajo la tutela de Iglesias se impusiera en unas primarias de Podem. Con todo, el contencioso entre ambas almas de la formación morada en Cataluña sigue vivo pues Bail ya se había impuesto a la nueva secretaria general en las primarias con vistas a la candidatura de las próximas elecciones catalanas. Antes de las dos últimas secretarias generales estuvieron en el cargo Gemma Ubasart, Albano Dante Fachín y Xavier Domènech, todos ya alejados de la primera línea de la política y en algunos de los casos las votaciones se han dirimido por un puñado de votos, dejando clara la división interna de una formación que cuenta con 55 ediles. Abellán tuiteó tras su triunfo, en esta ocasión por un margen amplio: “Trabajaremos para construir un Podem fuerte y útil para la gente humilde”.

Comunidad Valenciana: votación ajustada. La exsenadora y diputada autonómica Pilar Lima, próxima a Pablo Iglesias, conseguía hace un mes la dirección de Podem en la Comunidad Valenciana por solo 38 votos de diferencia con su rival, la portavoz en el Parlamento valenciano, Naiara Davó. En campaña no fue posible una candidatura unitaria -las posturas eran irreconciliables- y después de las primarias Lima nombró una ejecutiva enteramente suya. El liderazgo de la exsenadora, partidaria de endurecer sus condiciones para apoyar y formar parte del Gobierno valenciano, inquietaba a sus socios de coalición, PSPV y Compromís, más cómodos con las anteriores jefaturas de la formación morada, que antepusieron la estabilidad del gobierno autonómico a alguna de sus reivindicaciones políticas (la tasa turística, por ejemplo).

La responsabilidad de sostener un ejecutivo progresista después de 20 años de hegemonía del PP ha pesado más en la formación morada que otra cosa. Tal vez por eso ninguno de los dos secretarios generales que ha tenido Podem han consolidado su liderazgo: ni Antonio Montiel, que firmó el primer pacto de gobierno en 2015, ni Antonio Estañ, que rubricó el segundo pacto en 2019. Ahora es el turno de Lima que, pese a sus llamadas a la tranquilidad y su compromiso de no tocar al consejero en el Gobierno valenciano, Rubén Martínez Dalmau ni a la portavoz parlamentaria y rival en primarias, Naiara Davó, sigue despertando recelos en la mitad de la formación.

País Vasco: acercamiento a Bildu. Lo único que queda del Elkarrekin Podemos que ganó dos elecciones generales entre 2015 y 2016, con más de 300.000 votos, y del que se descalabró el pasado domingo con apenas 71.000 en el ámbito autonómico y seis escaños, es el nombre. El morado sigue adornando una sede por la que han pasado perfiles de distintas tonalidades con un denominador común: dirigirse a la irrelevancia. El primer líder, allá por 2015, fue un Roberto Uriarte duró nueve meses y se marchó censurando que el partido había caído en mecanismos de la vieja política.

Su sucesora, Nagua Alba, del ala errejonista, duró poco más de un año en la secretaría general; la efímera Pilar Zabala, cuya candidatura a lehendakari obtuvo once escaños, dejó la política. El liderazgo pasó a Lander Martínez, quien apoyó los presupuestos del PNV y el PSE para mostrar “utilidad”. El equipo de Martínez y su aspirante a dirigir Euskadi, Rosa Martínez, perdieron las primarias de marzo en favor de Miren Gorrotxategi, avalada por Pablo Iglesias y empeñada en aproximarse a EH Bildu.

Con información de: Lourdes Lucio, Camilo S. Baquero, Cristina Vázquez y Juan Navarro.

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Sobre la firma

Inés Santaeulalia
Es la jefa de la oficina de EL PAÍS para Colombia, Venezuela y la región andina. Comenzó su carrera en el periódico en el año 2011 en México, desde donde formó parte del equipo que fundó EL PAÍS América. En Madrid ha trabajado para las secciones de Nacional, Internacional y como portadista de la web.

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