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125 años del PNV, el partido que se hizo paisaje

La formación nacionalista vasca afronta las elecciones una vez más como clara vencedora, un fenómeno político único de simbiosis de unas siglas con la realidad

Íñigo Domínguez
El presidente del Euzkadi Buru Batzar, Andoni Ortuzar, posa ante la estatua de Sabino Arana y la sede del PNV, la Sabin Etxea, en Bilbao el 2 de julio. FERNANDO DOMINGO-ALDAMA
El presidente del Euzkadi Buru Batzar, Andoni Ortuzar, posa ante la estatua de Sabino Arana y la sede del PNV, la Sabin Etxea, en Bilbao el 2 de julio. FERNANDO DOMINGO-ALDAMAFERNANDO DOMINGO-ALDAMA

El 21 de julio de 1876 Miguel de Unamuno, con 12 años, lloró por la abolición de los fueros vascos, un mundo que terminaba. “No se pagaban impuestos, no se hacía el servicio militar, hasta 1841 había aduanas con España en el Ebro”, resumen en el PNV. Es un trauma que se agrava con la industrialización de Bilbao y la llegada de inmigrantes con ideas socialistas, para horror de una sociedad tradicional y muy católica. Este malestar lleva a Sabino Arana, dentro de las corrientes románticas europeas y el nacimiento de nuevos Estados, a formular un ideario nacionalista que cristaliza en la fundación del PNV el 31 de julio de 1895. Hace ya 125 años. Con la Segunda República llegó el primer Gobierno vasco y sus últimos cuarenta años son una historia de éxito única. Ahora tiene el mayor nivel de control municipal desde los ochenta, gobierna las tres diputaciones y las tres capitales. Los sondeos le dan una victoria como en sus mejores tiempos, desde la traumática ruptura con Eusko Alkartasuna (EA) en 1986.

“Es una rareza porque nace en el contexto de la derecha conservadora europea pero se organiza como partido democráticamente, y luego evoluciona con la sociedad hacia planteamientos socialdemócratas”, apunta Daniel Innerarity, filósofo político. Una de las claves es que, como otros partidos de la época, se implanta a través de clubes sociales —los batzoki—, sindicatos, grupos de montaña. “Daba mucha importancia a la militancia. En los años de la República se convirtió en un partido-comunidad”, analiza Iñaki Goiogana, historiador de la Fundación Sabino Arana. Javier de Ybarra, escritor y miembro de una las grandes familias industriales vascas, señala la importancia del factor religioso: “En 1897 Max Weber estuvo en Bilbao y habló del incipiente nacionalismo vasco asegurando que no tendría futuro. Para él, como para la burguesía vasca, ser nacionalista era una creencia más que una ideología. La combinación de religión y política causó furor entre los aldeanos de misa diaria. Tuvo éxito como un partido semieclesiástico en la tierra elegida”.

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Aquel primer PNV fundado en 1895 era arcaico, con un concepto de nación definida por la raza, de odio antiespañol y ultracatólico. Fundado con 94 socios y exigentes criterios de admisión morales y étnicos (cuatro apellidos vascos), al año un tercio había abandonado, la mayoría por expulsión. Pero evolucionó rápido y en 1917 obtuvo el control de la Diputación de Vizcaya. En las elecciones de 1918 sacaron 5 de los 6 escaños provinciales. No obstante, han quedado para la historia algunos escritos de Arana racistas hacia lo español y otros episodios polémicos: examinó los 126 apellidos de su futura esposa en el registro para asegurarse de que no tenía sangre maketa. Esa génesis, sobre la que el PNV no ha hecho una revisión crítica, es la parte menos memorable del aniversario. En el partido son conscientes, pero lo relativizan, no temen ataques a sus estatuas: “El PNV es muy sabiniano, como fundador y maestro los militantes lo llevan muy dentro, es un tótem, pero esas ideas son reflejo de una época pasada, y no solo de él, también de otros personajes europeos de la época. No se niega ese pasado, pero tomamos lo que vale para el presente y el futuro. El racismo, el ultracatolicismo, no nos vale, y el nacionalismo de 2020 no es el del XIX, como el socialismo tampoco lo es”, explica Iñaki Goiogana, historiador de la Fundación Sabino Arana. Andoni Ortuzar, presidente del PNV, también lo enmarca en el contexto de su tiempo: “Somos sabinianos, despertó la conciencia nacional. No lo escondemos, pero hemos evolucionado”. “Aquí no hemos tenido mayor problema con eso, y ahora todavía menos”, confirma Aitor Esteban, portavoz en el Congreso, que recuerda que tres de sus cuatro apellidos son castellanos. El legado esencial de Arana, hasta hoy, es un partido democrático y una idea: Euskadi es la patria de los vascos.

El fundador inventó ese nombre, Euskadi, y una bandera, la ikurriña, que han acabado siendo asumidos por la comunidad. Esta simbiosis con el territorio, sellada en la dictadura, se ha consolidado en democracia y el PNV parece un elemento intrínseco más del paisaje vasco. Para Antonio Rivera, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco (UPV), “ha conseguido mimetizarse de tal modo que la ciudadanía confunde un partido con lo que es hegemónico”. De ahí la acusación recurrente de que creen que el país es suyo, o que son ellos. Se suele decir medio en broma que hasta para ser presidente del Athletic hay que tener el visto bueno del partido.

¿Cuál es el secreto? “Somos el partido que mejor toma la temperatura a la sociedad y, como tenemos cintura política, podemos ir virando”, dice Ortuzar. Es un partido transversal e interclasista, va de derecha a izquierda, del agricultor al industrial, su eje es la identidad. Ha atravesado todas las crisis sin caer. Es conservador, pero con raíz democristiana y socialdemócrata: introdujo la renta básica ya en 1989. “Me hace gracia cuando nos dicen que tenemos connivencia con el capital. Si repasas la gente que dirige el PNV no me sale ninguno de familia pudiente, son gente modesta, asalariados, gente que las pasó canutas para ir a la universidad”, subraya Esteban. Ortuzar resume: “Sabemos leer la sociedad vasca y la sociedad vasca se fía del PNV, aunque no sea nacionalista. Ojalá hubiera tantos abertzales como votantes tenemos, pero no nos engañamos: mucha gente viene porque somos un refugio”.

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Uno de los libros de referencia sobre el PNV es El péndulo patriótico (Crítica, 2005), que estableció esa metáfora de un partido que oscila entre dos almas, una más radical y soberanista, otra posibilista y moderada, una dicotomía que ya está en el propio Sabino Arana. Santiago de Pablo, uno de sus autores, cree que “es un partido pragmático que resuelve el día a día y a la vez defiende algo más utópico en el futuro, es gris a diario pero hace posibles las aventuras”. En las dos últimas, el pacto de Lizarra en 1998, y el plan Ibarretxe, de 2001 a 2005, el electorado no premió la radicalidad. Esa larga resaca se ha acentuado por la crisis de Cataluña. Una época de calma que simboliza Íñigo Urkullu. “Cada afiliado tiene esas dos almas. Es muy sentimental lo nuestro, y el momento y la coyuntura afectan muchísimo”, explica Ortuzar. En esa búsqueda de equilibrio hay incluso una bicefalia de poder dentro del partido: los cargos internos no pueden tener cargos públicos. Ahora Urkullu es el lehendakari, pero en el partido manda Ortuzar y el Euskadi Buru Batzar (EBB), el comité ejecutivo. “Eso protege al partido, que se sobrepone a los altibajos del poder, y al cargo público, que tiene autonomía. No te oculto que esto exige un ejercicio de tolerancia diario. Si hay dos personas, hay dos criterios”, admite Ortuzar. El partido es de una estructura férrea, en el PNV no hay carreras meteóricas ni vacíos de poder. Se empieza desde abajo, tiene buenos cuadros y gente preparada.

Al contrardio que el resto de partidos, la actual generación en el poder del PNV sigue teniendo su raíz en los años del franquismo. Urkullu, Ortuzar y Esteban nacieron entre 1961 y 1962. Los tres entraron de adolescentes, por tradición familiar. “Recuerdo a mi aita sacando de la caja de la persiana, donde estaba escondido, El árbol de Gernika, de Steer”, evoca Esteban. Ortuzar fue a la primera reunión con 14 años, la primera vez que se puso pantalón largo: “Allí me encontré con gente de 50 años, que había mantenido el partido en la clandestinidad. Estaba todo por construir, todo era épico”. Recuerda la emoción de su primer Alderdi Eguna en 1977 en Aralar, con 15 años: “Mi familia en el pueblo eran los vascos, era zona minera, de emigración y yo era un bicho raro en la zona, todos eran comunistas. Cuando llegué a Aralar, al ver tanta gente como tú, vestida con kaiku y txapela, pensé: no estoy solo, era verdad lo que me habían contado en casa”.

El momento clave es la Transición. El PNV llegaba con el crédito de su historia, de haber apoyado la República y un prestigio en el exilio porque fue europeísta desde el principio —el lema del segundo Aberri Eguna de 1933 fue Euzkadi-Europa y estuvo en la génesis del proyecto de unión desde 1948—, pero la izquierda abertzale pensaba que era un partido caduco y la calle era suya. Esteban recuerda su impresión al asistir con 17 años a una manifestación en 1979: “Nos hicieron un pasillo los de la izquierda abertzale y nos insultaron y escupieron, hasta a la gente mayor”. Las elecciones de 1977 eran inciertas. Iñaki Anasagasti, portavoz en el Congreso de 1986 a 2004, fue a San Juan de Luz a ver a Telesforo Monzón, exdirigente del PNV que acabó fundando Herri Batasuna (HB). “Me dijo: quiero al PNV con toda mi alma, pero es un arcón lleno de monedas de oro fuera de circulación, son historia”. Anasagasti volvió preocupado, pero Juan de Ajuriaguerra, líder histórico del partido en el exilio, le calmó: “En cuanto haya libertad el PNV vuelve, es el eje del país”. En las conversaciones Txiberta, Biarritz, ETA pidió al nacionalismo que boicoteara las elecciones. El PNV no aceptó. Sacó ocho diputados. “Aquella noche electoral larguísima, Ajuriaguerra hacía solitarios y al final me dijo: ¿qué te había dicho? Funcionó la memoria histórica, la gente no estaba de acuerdo con ETA. Luego HB decía que el Estatuto era una mierda, que no teníamos que participar. Ni usaban la palabra lehendakari porque era del Estatuto. Es gracioso verlos ahora, son los más fanáticos de ir a Madrid y pactar con el PSOE”.

El PNV siempre ha condenado la violencia, desde sus inicios, pero sus críticos les acusan de ambigüedad durante largo tiempo, por no haber querido enfrentarse a ETA y dilatar ese momento todo lo que pudo. El juicio de Javier de Ybarra, cuyo padre fue asesinado en 1977, es muy duro: “Aunque no le guste reconocerlo, el PNV siempre se sentirá más cerca de ETA y de sus herederos que de nosotros las víctimas”. “En la época de Arzalluz hubo un blanqueamiento completo. Decían que compartían fines pero no medios”, opina Eduardo Madina, del PSOE, que sufrió un atentado en 2002. “Yo no sentí especial calor del PNV de Ibarretxe. Sí del de Imaz. Y total de las juventudes del PNV”. Borja Sémper, del PP, cree que el PNV jugó “con cartas marcadas”, porque el acoso de ETA les hacía muy difícil implantarse al PP y al PSOE, formar dirigentes, llenar las listas, “que fuera normal ser militante”. Anasagasti recuerda que desde 1998 estuvo 13 años con escolta y cree injusta esa crítica. “Si alguien ha sido el enemigo de ETA, es el PNV”, dice Ortuzar. Afirma que la primera manifestación contra la banda, en 1978, la organizaron ellos. “Sí debemos entonar un mea culpa coral, de país, de sociedad vasca, con las víctimas. La sociedad no fue suficientemente cercana”.

Pasada la pesadilla del terror, el PNV vende su experiencia, su buen hacer y su seriedad. Para Innerarity, saca una nota muy alta en cuatro indicadores que hacen una suma imbatible y ningún otro partido alcanza: identificación con el territorio, competencia de gestión, ética pública y sensibilidad social. Sus críticos cuestionan la eficacia, porque siempre ha habido mucho dinero para hacer una buena gestión, y recuerdan que sí hay casos de corrupción, pero pasan en sordina. El último, el caso De Miguel. “Es un aparato para ganar dinero para su entorno social y político y mantener su estructura de poder. Es draconiano para colocar a su gente, es un partido régimen”, afirma Rivera. “Euskadi no es Calabria”, replica Ortuzar, que niega la idea de una sociedad clientelar: “Es al revés, somos un partido abierto, busca socios permanentemente. No es que metamos afiliados con calzador, son gente que captamos. En Euskadi es fácil acercarse al PNV”.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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