Íñigo Errejón: “Las preguntas del votante de extrema derecha son correctas; las respuestas, aberrantes”
El líder de Más País: “Eso de la ‘crispación‘ es como si a la gente que va en última clase del Titanic le está llegando el agua y tú estás en primera diciendo ‘qué mal sujeta los cubiertos el de al lado”.
Íñigo Errejón (Madrid, 36 años) llega a una terraza de Madrid el sábado 20 de junio. Es diputado y líder de Más País, organización política que levantó tras irse de Podemos, el partido fundado junto a su examigo Pablo Iglesias. Se quita las gafas de sol y pide al camarero un zumo de naranja. Una mujer lo reconoce, se adelanta unos pasos y le hace una foto de extranjis.
Pregunta. ¿Le molestan?
Respuesta. El otro día estaba en el balcón leyendo un libro, pasó un señor y me insultó. “Pero tío, estoy aquí sentado en mi balconcito, sin camiseta, ¿en serio?”.
P. No es como en las redes.
R. Porque en la calle puedes pedir cuentas, y la gente se hace cargo de lo que dice. En las redes se comporta como en un atasco: todo el mundo grita más. Y hay una gestión complicada de los afectos: “Es martes por la mañana, acabo de desayunar, hace un día estupendo, me voy a meter en Twitter a decirle a este que es un cabrón”. Tienes derecho a hacerlo, pero no sé, ¿has visto el día que hace? Porque además se genera la ilusión de que el otro lo lee todo. Tronco, lo que vas a hacer es añadir cosas a un algoritmo.
P. Será la crispación.
R. Sí, pero mira. Cuando gobernaba Zapatero hubo un pronunciamiento de altos mandos militares pidiendo una intervención militar por el Estatut. A Bono le pegaron en la manifestación de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. A Zapatero en las manifestaciones le decían: “Zapatero, vete con tu abuelo”, que lo habían fusilado. Hay que ponerlo todo en perspectiva.
P. Algunas sesiones parlamentarias asustan.
R. Hemos escuchado muchas más veces las barbaridades que se dicen en el Congreso que a las familias que se han pasado tres meses sin cobrar un ERTE. Estás encerrado en casa, te vas a dormir y piensas: “Si no llega el dinero la semana que viene no sé qué voy a hacer”. ¿Sabes por qué eso no es crispación? Porque no tienen micros. Esto de la crispación es como si en el Titanic, a la gente que va en la última clase ya le está llegando el agua por aquí y tú estás en primera en plan “madre mía, qué mal sujeta los cubiertos el de al lado”.
P. Ha dicho que no le preocupan mucho los pactos de Estado.
R. Estamos obsesionados con el consenso. Las cosas no tienen que salir aprobadas por 350 diputados, se avanza igual. El lunes [por el lunes 22 de junio] se levanta el estado de alarma y vuelven a poder ejecutarse desahucios. Eso se puede parar. ¿Hay consenso para pararlo? No, y me da igual: hay votos.
P. La oposición.
R. El Gobierno vive muy bien contra estas derechas porque no le hace falta avanzar muchísimo. A las moratorias de hipotecas, como eran tan complicadas de pedirse, se ha acogido un tanto por ciento de personas muy bajo. El grueso de las ayudas han sido ayudas a los bancos para que den más crédito para endeudarse, no han sido ayudas directas. Se ha ido desaprovechando una gran oportunidad de transformar nuestra economía y nuestro sistema de protección social. ¿Por qué? Porque este Gobierno no se saca el título de progresista tanto por las medidas que haga como por lo que tiene enfrente. Así no se avanza.
P. Ni con la pandemia.
R. Es que el reto de la pandemia es mucho más importante que el reto de la derecha. Ha demostrado que la desigualdad es incompatible con un modelo de desarrollo que permita a la gente vivir sin miedo, que los servicios públicos estaban cuarteados y que no han sabido responder al reto que hemos tenido. Necesitamos salir con una enmienda a la totalidad: “Vivimos de una forma que se carga la vida, se carga la felicidad y nos tiene a todos medio enfermos permanentemente”, y en lugar de eso jugamos al ping-pong: “¿A quién le tienes más miedo, a Torra o a Abascal?”. El Gobierno no puede ser un Gobierno contra la derecha, tiene que ser un Gobierno contra la inseguridad. Y la inseguridad no tiene que ver con de dónde viene cada uno: la inseguridad es este estado de fragilidad permanente en el que vivíamos todos, sobre todo quien menos tiene.
P. Frágil es un adjetivo que se escucha mucho estos días.
R. Porque la gran diferencia en esta vida es si tienes un intento, o varios. La gente que tiene colchón familiar dispone de varios: “Monto una empresa, no me sale bien, cojo este curro, me han echado, me reciclo”. La gente de familia humilde no se puede reciclar: si te sale mal una vez, te puedes caer. Y poderte caer es: “No sé cómo pagar el mes que viene el piso”, porque si pierdes el piso, te caes con todo. Ese estado de inseguridad permanente es un estado sordo, un dolor sordo, del que no se habla. Y mientras tanto, a vueltas con que elevamos el tono. Yo intento no tratar mal a nadie, pero tampoco creo que sea lo más importante. Prefiero formas más educadas pero no lo pondría entre los principales problemas de España. Ni de coña.
Esta ideología del penúltimo contra el último está en la antropología fascista: “Tú estás jodido, pero ahí hay uno que está por debajo de ti y le puedes pisar”.
P. Ha hecho fortuna la frase “no vamos a dejar a nadie atrás”. Pero cómo.
R. Los Gobiernos del PSOE son reformistas en las buenas y de repliegue en las malas. Cuando son ciclos alcistas y hay para repartir se permite políticas de alegría social sin alterar la estructura económica, pero cuando vienen mal dadas, recoge velas. Ahora no es posible hacer una política social sin política económica. Hay que plantearse qué quiere ser nuestro país, qué quiere producir. Cuando España se ha parado, nos hemos dado cuenta de que somos muy dependientes de dos o tres sectores que son los que primero gripan siempre.
P. La renta básica.
R. Hay que tener una discusión valiente sobre ella. El Estado del bienestar en el siglo XXI no puede depender de derechos asociados a tener un trabajo, porque cada vez hay menos: las máquinas hacen más cosas. Y no es verdad que por cada cinco trabajos que las máquinas hacen obsoletos surgen otros cinco. De hecho, por cada cinco que dan de baja surge uno muy cualificado, no cinco. Son necesarias menos horas de trabajo de personas para producir lo mismo. Eso, en lugar de conseguir que todos trabajemos menos para trabajar todos, ha hecho que el trabajo sea un bien cada vez es más escaso, y que además puedes tenerlo y ser pobre, o puedes tenerlo y no cobrar porque “te estamos regalando experiencia”. Hay renta disponible suficiente como para que una buena parte de las sociedades estén desmercantilizadas, es decir, no dependan del dinero que tengas. Una renta básica universal debe ser un derecho de ciudadanía, que cobre todo el mundo por igual. ¿Los ricos también? Claro, también tienen derecho a la sanidad pública, pero para mantenerla vas a pagar más impuestos.
P. Es dramático que después del esfuerzo de estos meses de confinamiento, llegue el hoyo. Para muchos ha sido remar para hundirse.
R. Pero hemos recordado que hay un interés general, que era una idea que hace seis meses parecía anticapitalista. Lo siento: la suma de intereses particulares no da un interés general. Y el interés general no es lo que tú quieres, más lo que yo quiero, más lo que él quiere. No todo es igual de importante y alguien tiene que decidir qué lo es. El confinamiento es la manifestación de que somos una comunidad, de que tenemos instituciones, y de que las instituciones van a decidir que no todos los derechos son igual de importantes. ¿Usted tiene derecho a salir a correr? Sí, pero nosotros tenemos derecho a cuidarnos, así que lo vamos a limitar. ¿Usted tiene derecho a seguir produciendo cualquier mercancía? Sí, pero necesitamos respiradores, así que el Estado va a intervenir para que en esa fábrica primero produzcamos respiradores. Eso es un trocito de socialismo, ¿eh?
P. ¿Quién paga?
R. Todo el que no diga que eso hay que pagarlo haciendo que los ricos paguen más impuestos, lo que te está escondiendo es que esto se va a convertir en deuda o en recortes, que a veces es lo mismo. Hay que equilibrar la balanza fiscal. En España está muy desequilibrada hacia las rentas del trabajo y hacia las pequeñas rentas de propietarios, y se salvan mucho sistemáticamente quienes más patrimonio tienen, quienes más riqueza tienen o las grandes multinacionales.
P. ¿Cree que se ha perdido un tren?
R. Los momentos más duros son los momentos más fértiles para que el Gobierno transforme nuestro país. La vuelta a la normalidad lo va a hacer más difícil. El ingreso mínimo vital hubiera costado años, y en realidad el ingreso mínimo vital es más importante culturalmente que administrativamente, porque administrativamente agrupa un conjunto de rentas autonómicas que ya existían. Pero instaura la idea de que es económicamente más eficaz que todo el mundo pueda reactivar la economía y pueda participar de los intercambios mercantiles en el día a día porque tiene algo de dinero en el bolsillo por mucho que esté en situación de exclusión social. Ese consenso no hubiera sido tan fácil que saliera hace seis meses o dentro de seis, lo facilita la situación de pandemia.
P. Nos hemos juntado más.
R. Hemos llorado por algo que le pasaba a gente que no conocíamos. El lazo social era más fuerte de lo que pensábamos. Te voy a decir algo: me parecieron importantísimos los aplausos. Salimos a decir: “Mira, no sé quién eres, pero somos parte de lo mismo. Somos parte de una cosa en la que si nos ponemos malos, nos ponemos malos todos, por diferentes que seamos”. Cuando el lazo social es fuerte, hay más posibilidad de avanzar en políticas sociales. Cuando se va desligando volvemos a ser otra vez una sociedad más individualista, y por tanto es más difícil ponernos de acuerdo en objetivos comunes.
P. Un poco pesimista, esto.
R. En 2008, Sarkozy dijo que había que reformar el capitalismo porque no funcionaba. Lo dijo porque estaba asustado, como estaban asustadas las élites políticas y económicas porque empezaba la crisis, pero en cuanto se les pasa el miedo vuelven a las andadas. Los momentos de miedo ayudan a la humanidad a avanzar. El Estado de bienestar nace después de la Segunda Guerra Mundial. La incorporación de la mujer al mundo laboral es el resultado de las luchas feministas y también de la industria bélica, cuando los hombres van al frente.
P. Le da muchas vueltas al miedo.
R. Porque el miedo nos recuerda que no lo puedes todo por muy grande que tengas el Land Rover. Esta fantasía neoliberal del individuo omnipotente en plan “mientras tenga la tarjeta de crédito, y el móvil, y el coche, yo lo puedo todo”. Luego ese individuo que cree que lo puede todo está hecho mierda, está deprimido, necesita un huevo de sustancias para levantarse, dormirse, funcionar. Me parece que es un dato político de primer orden: ese individuo que vive en la jungla, que pisa a todos, esta cosa como del lobo de Wall Street, es un enfermo. Si le quitas el café no se levanta, si le quitas el somnífero no se duerme, si le quitas el ansiolítico no puede afrontar la tensión de la oficina. Es un individuo que no funciona. Y cuando llegan mal dadas nos damos cuenta de que uno, como individuo, no sale adelante. Por eso es verdad que a veces grandes catástrofes han ayudado a que la humanidad se replantee cosas. Y sí, a lo mejor necesitamos asustarnos para cambiarlas.
Hay que tener una discusión valiente sobre la renta básica universal. El Estado de bienestar en el siglo XXI no puede depender de derechos asociados a tener un trabajo, porque cada vez hay menos
P. Vuelva a 2014. ¿Cambiaron España?
R. Con nuestros aciertos y con nuestros errores.
P. Revientan el bipartidismo.
R. Y te diré una mala también. Fuimos capaces de reunir ilusiones muy puras para darle la vuelta a la tortilla en España y regenerarla. Porque nosotros no dijimos: “Vamos a cambiar dos leyes”. Nosotros nacimos diciendo: “A este país se le puede dar la vuelta porque está secuestrado por unos pocos poderes con independencia de lo que digan las urnas”. Cuando tú eres capaz de suscitar una emoción así, y no lo cumples, deja resaca.
P. ¿Qué resaca?
R. Cinismo. Después del primer desamor no te enamoras igual. Y dices: “Yo ya he estado aquí, lo di todo, y para nada”. Te haces un poco más cínico, o más prudente. Y la sociedad española está acusando que ese intento nuestro no saliese.
P. ¿Vendieron ideales?
R. Si no hubiéramos sido tan exigentes no habríamos movilizado tanto. En la marcha del cambio en Madrid vinieron más de 50 autobuses. No teníamos un duro, se abrieron cuentas para que la gente pagara. Y la gente que se vino en coches convencida de que ese día empezaba un cambio de ciclo histórico, que no era cambiar dos leyes o tener tres ministerios. Eso está bien, pero lo que movilizó entonces fue: “Joder, hay gente que nunca ha sido escuchada, que ha sido maltratada, en tu curro te tratan como si fueras un kleenex, el que te tiene que negociar la hipoteca te desprecia. Es mi momento. La gente sencilla, esta vez, va a protagonizar un cambio histórico en nuestro país”. Si el ideal no es tan grande la gente no se moviliza. Imagina que dijésemos: “¡Todos a Madrid para aprobar un real decreto!”.
P. Les apoyaba gente de derechas. Gente con problemas, sin trabajo o trabajo precario.
R. Cuantitativamente no era una mayoría, pero cualitativamente implicaba que estabas cambiando los códigos de la discusión política en España. La plataforma de afectados por la hipoteca tuvo la capacidad de que, con las camisetas verdes de la gente que se sentaba en un portal para que no echaran a otros de los pisos, se identificaran muchos que no eran de izquierdas. ¿Algunos eran de derechas? Sí. Otros no sabían lo que eran. Otros estaban hartos y les parecía que estar hartos de los políticos y de las ideologías era la misma cosa, otros estaban desencantados.
P. ¿Qué pasó con los cinco millones de votos de Podemos?
R. Muchos compañeros creyeron que podían tratar a esos cinco millones de votos como si fueran votos comunistas: no hay cinco millones de votos comunistas en España. Lo importante era que había gente muy diferente, muy distinta. Y hoy no: es gente más convencida, más homogénea.
P. Nada que no tuviésemos ya.
R. En torno a la discusión izquierda-derecha, los privilegiados están más cómodos.
P. ¿Por?
R. Porque si la diferencia fundamental que tú postulas es: “Aquí la mayor parte de la gente se deja el lomo y unos pocos viven como Dios sin doblar la cervical nunca” estamos de acuerdo el 80% de los españoles. Si la diferencia es si tú eres de los rojos o de los azules, el país queda bloqueado al 50/50. El eje izquierda-derecha es más radical en las palabras y más moderado en los contenidos. En 2014, utilizábamos palabras como transversalidad y sentido común. Con palabras más moderadas hacíamos algo más radical.
P. ¿Y ahora?
R. Ahora las palabras son “fascistas, terroristas, franquistas, golpistas”, y en el fondo es lo de siempre: el PSOE y el PP con aliados pequeños. Esto yo ya lo viví con Zapatero y entonces no estaban en el Congreso Podemos, Ciudadanos ni Vox. Hoy escuchamos cosas que parece que estamos en los años treinta, y los grandes beneficiarios son PSOE y PP y una lenta vuelta a la España que conocimos de chavales y por la que decidimos hacer política para transformarla.
Muchos compañeros de Podemos creyeron que podían tratar a esos cinco millones de votos como si fueran votos comunistas: no hay cinco millones de votos comunistas en España
P. ¿Hay 3,6 millones de votos fascistas?
R. No, claro que no. ¿Dónde estaban? El grueso en el PP. ¿Y eran iguales? Sí. La diferencia es que como ahora sus líderes han ido un poco más allá, se asalvajan. Pero no podemos tratarlos como tres millones de uniformados de las SS, porque no lo son.
P. ¿Por qué hay 3,6 millones de votos a Vox?
R. Porque los votantes de extrema derecha se hacen las mismas preguntas que nos hacemos todos. Es más, las preguntas que se hacen son correctas, pero las respuestas son aberrantes.
P. ¿Qué preguntas?
R. “Quién me protege a mí y a qué pertenezco yo”. No hay nada malo en hacerse esas preguntas. La izquierda haría mal en sustituir eso por literatura de viajes: “¿A qué pertenezco yo? Si soy ciudadano del mundo”. Mucha gente vulnerable quiere sentir que pertenece a algo: “Yo no puedo ser solo un individuo que nazco, estudio, consigo un curro, los viernes me emborracho con los colegas y el lunes vuelvo con depresión al curro. Tengo que pertenecer a algo más grande”. ¿Y cuáles han sido en la historia esos “algo más grandes”? La clase obrera, Dios y la nación. No ha habido más. Resulta que mucha gente acude a la nación, y no todos por voluntad xenófoba.
P. La segunda pregunta.
R. “Y si me va mal, ¿quién me cuida, quién me protege?”. La extrema derecha ofrece a preguntas correctas respuestas miserables y de corto recorrido, pero nosotros no deberíamos desoír las preguntas y sí combatir las respuestas. Si la gente necesita sentir que pertenece a algo y que ese algo le cuida, yo se lo compro. ¿Que es conservador? Pues si es conservador, yo también. Lo compro. Vamos, lo compro: es que estoy profundamente de acuerdo. Lo que hay que explicar es que para que alguien te cuide necesitas tener magníficos laboratorios públicos y UCI en condiciones, no un muro. Porque los muros no van a frenar los virus ni el calentamiento global, ni que las máquinas cada vez trituren más empleo.
P. Hay gente asustada que atiende a todo.
R. Si estás asustado siempre puede haber un miserable que se acerque y te diga: “Tú estás jodido, pero ahí hay uno que está por debajo de ti y le puedes pisar”. Esta ideología del penúltimo contra el último está en la antropología fascista: “Esto está muy jodido, pero no eres negro. Tú estás muy mal, pero tienes papeles”.
P. Donde entra en juego la manipulación.
R. Ayer [por el viernes 19 de junio] leí un tuit de Abascal sobre la furgoneta de Correos pintada con la bandera LGTBI que decía “pero no hay dinero para respiradores”. Él sabe que es una gilipollez, porque un hospital cuesta como 75 millones de veces más que pintar una furgoneta de colores. Pero instala una ideología de la escasez: “No hay dinero para todos”. Fíjate la tontería. ¿De verdad no hay para hospitales y sí para pintar furgonetas de Correos? Yo creo que los datos dan igual, que una parte del periodismo español se ha obsesionado con los datos, los fact-checking y no sé qué… La gente no cree esa tontería de Abascal porque crea que es verdad, la cree porque le apetece. Esa es la movida. Que afectivamente le apetece creer, y por tanto tú, para convencerle de que no es cierto, no le tienes que dar una tabla de Excel, sino producir un afecto mayor, de otro sentido.
P. ¿Qué pensaba durante el confinamiento?
R. Volví a permitirme ser ingenuo. Dentro del drama, me hablo más con mis vecinos, tengo más tiempo libre, como un poco mejor, llamo un poco más a la gente a la que quiero. Yo sé que esto es una reflexión elitista, porque para la mayor parte de la gente la pandemia ha sido miedo, y yo soy joven y no he tenido miedo físico ni padecimientos económicos. Pero esta situación nos ha devuelto la posibilidad de una política más ingenua. ¿Cuánto tiempo tienes?, ¿duermes bien?, ¿estás feliz?, ¿tomas muchos ansiolíticos?, ¿tienes tiempo para ver a tus hijos, o para llamar a tu madre? Yo digo esto en campaña y parezco un hippy trasnochado. Pero la pandemia vuelve a conectar la esfera pública y la privada. Las grandes cuestiones políticas con el cuerpo, con cómo te sientes, con cómo estás.
P. ¿Considera que usted ha madurado?
R. Más bien ha sido un proceso. Madurar siempre conlleva un juicio paternalista con tu yo anterior. Le das palmadas en el hombro, pero en el fondo todo el que dice que ha madurado es para elogiarse en presente: “madre mía, cuánto he ganado yo en sabiduría”.
P. ¿Ni cínico, ni prudente?
R. Las cosas en política cuestan mucho, y el camino de una idea bella a su realización no es un camino bueno ni hermoso. La política no es una actividad que tenga que ver sólo con proclamar el bien y hacerlo. Y el camino es cansado. Unamuno empezó colaborando con el periódico del partido socialista y acabó su vida muy conservador. Le preguntaban: ¿pero usted es coherente? Y respondía: “A mí usted no me puede pedir que yo sea coherente con el yo de hace diez años. Lo que usted puede pedirme es que yo explique las posiciones que defiendo en relación al mundo en el que vivo”.
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