Viaje en coche por las desconocidas Rías Altas de Ortigueira y O Barqueiro
La ruta empieza en el pueblo pesquero de Cariño y se detiene en Espasante y O Barqueiro hasta alcanzar el cabo de Estaca de Bares, el final perfecto tras recorrer villas, playas, acantilados y los paisajes más salvajes y solitarios de esta zona de A Coruña
Galicia es el extremo noroeste del continente europeo. Tan extremo que uno de sus cabos se llama Fisterra, el Finis terrae. Pero incluso dentro de lo extremo hay siempre algo más apartado aún. En contraste con la popularidad y la masificación veraniega de las rías más conocidas, sobre todo las Baixas, existen otras dos rías pequeñas, encantadoras, lejanas y encajadas entre dos promontorios rocosos singulares, el cabo Ortegal y el cabo de Estaca de Bares. Son las rías de Ortigueira y O Barqueiro, en la provincia de A Coruña, pero lindando ya con la Lugo, donde se guarda lo más genuino de la naturaleza costera gallega.
La ría de Ortigueira es de aguas someras, con muchas puntas y ensenadas y grandes arenales en bajamar, a la que se asoman pequeños pueblos pesqueros, grandes acantilados y playas vírgenes y salvajes. La ruta que os propongo empieza en Cariño, capital del concello homónimo de tan sugerente nombre, que reposa en la margen izquierda de la ría de Ortigueira, al pie de los impresionantes roquedos que forman el cabo Ortegal. Es un puerto bullicioso, con una importante flota pesquera y algunas factorías de pescado y salazón aún en activo, recuerdo de la potente industria conservera que tuvo la localidad desde que en el siglo XVIII empresarios catalanes abrieran la primera fábrica. El núcleo urbano es de arquitectura moderna, pero lo mejor de Cariño es su ubicación, en esa esquina noroeste de la Península, en una ría rica en pesca que ya estaba habitada por la cultura castreña y con dos buenos arenales urbanos: la playa de A Concha y la de Basteira. Es famosa su procesión marinera del Carmen, el 16 de julio.
Una estrecha carretera lleva desde Cariño hasta el faro del cabo Ortegal, un lugar de energía telúrica, de esos en los que te quedas un buen rato ensimismado sintiendo el oleaje, escuchando el viento y el graznido de las gaviotas y observando las extrañas rocas que lo forman —según los geólogos, estas tienen unos 1.160 millones de años y por su compleja estructura pueden ser unas de las más antiguas de la Península—. Frente al faro emergen entre el oleaje Os Aguillóns, tres puntas rocosas muy características, citadas ya por el geógrafo griego Ptolomeo, cada una con nombre propio.
De vuelta hacia Cariño se puede tomar un desvío que sale a la derecha y que sube a la zona alta del monte. Diseminadas por este paisaje tan sobrecogedor como desolado hay muchas mámoas (túmulos funerarios de la cultura megalítica), como la mámoa da Cova Fornela o la mámoa del Chan de Lodeiro, varias minas romanas y restos de castros como el de Moura y el de Enxeira Vella. También senderos para caminar con vistas al mar y el mirador de A Miranda, con buenas vistas sobre la ría. Otros miradores se asoman a la costa occidental del cabo, donde están algunos de los acantilados más altos de Europa: los de Vixia de Herbeira.
Además de las dos playas urbanas de Cariño, hay otros arenales muy sugerentes en la ría. Los más famosos son los de Fornos y de Figueiroa, en la península de Figueiroa, en la margen izquierda de la ría, aún en el concello de Cariño. Son playas pequeñas, tranquilas y recogidas, rodeadas ambas de prados y arboledas. Ofrecen unas buenas vistas de la ría y sus páramos intermareales durante la bajamar. A la de Figueiroa se baja por un estrecho sendero entre dos chalés.
Siguiendo ruta hacia el sur para rodear la ría y antes de llegar a Ortigueira se pasa por la parroquia de Senra, donde se ha rehabilitado un antiguo molino de mareas, ingenio hidráulico que aprovechaba la subida de la marea para embalsar el agua y luego ir poco a poco soltándola para que moviera las ruedas de la molienda. Este estaba dedicado a producir harina y se mantuvo activo hasta la década de los setenta. Se conserva la balsa de almacenamiento de agua y todo el sistema de palas, ruedas y ejes.
Ortigueira es un pueblo moderno, estirado a lo largo de la carretera. Está ubicado al fondo de la ría del mismo nombre, en una ensenada de poco fondo, por lo que creció más como eje comercial que marinero. De ahí que no guarde una tipología de villa pesquera. No obstante, tiene un puerto desde el que en la Edad Media se importaba mucha sal, y un malecón a lo largo de su frente marino por donde es muy agradable pasear. El conjunto arquitectónico lo forman el antiguo convento del siglo XVII y la iglesia parroquial de Santa Marta. Tras la Desamortización y por impulso de los vecinos, quienes sufragaron los gastos, la bodega y almacén del convento se convirtieron en el Teatro da Beneficencia, de estilo romántico, decorado con frescos que copian los del palacio de Linares de Madrid y con un gran telón pintado que reproduce el pueblo visto desde la ría. Otra parte del recinto acoge también el Ayuntamiento.
Pero por lo que realmente se ha hecho famoso este lugar es por una playa, la de Morouzos, y un festival, el Internacional del Mundo Celta. Vayamos por partes:
- Morouzos es un playazo al final de la península sobre la que se asienta Ortigueira, enorme, diáfano y de gran atractivo, posiblemente uno de los mejores arenales de todas las Rías Altas. Junto con la contigua playa de Cabalar suma un total de cuatro kilómetros de arena blanca y fina, orlada por un frente dunar detrás del cual crece una gran pinada.
- Y cada segundo fin de semana de julio se celebra en Ortigueira el Festival Internacional do Mundo Celta, una gran fiesta cultural en torno a la música folk de origen celta que reúne desde 1978 cada verano a miles de seguidores y a los principales solistas y conjuntos del mundo. El escenario principal —hay otros secundarios— se monta en el puerto. Hay multitud de actos culturales complementarios, como unaferia de artesanía, exposiciones y talleres diversos. La llegada de más de 100.000 personas durante cuatro días revoluciona un apacible concello de 5.500 habitantes. Para ello se refuerzan todas las infraestructuras de servicios, con una línea interna de autobús para moverse entre los distintos puntos del festival, aparcamientos vigilados, duchas y aseos, puntos de información y zona de acampada libre (sin vehículo) en el eucaliptal de la playa de Morouzos.
De nuevo en ruta, la carretera AC-862 lleva a Espasante, otra villa pesquera y turística de urbanismo moderno y anodino. El mayor atractivo reside, otra vez, en la naturaleza que la envuelve. Por un lado, sus dos playas: San Antonio y A Concha. Y, por otro, el mirador de la Garita da Vela, otro puesto de vigilancia, como Herbeira, Estaca de Bares y tantos otros por estas costas que, desde el siglo XVIII, prevenían a sus habitantes de ataques enemigos. Desde la garita, una sencilla construcción de piedra, se ve una de las mejores vistas del cabo Ortegal y de la ría de Ortigueira. Como era de esperar, en un promontorio estratégico como este hubo un poblado de la cultura castreña. La excavación del castro Punta dos Prados ha dejado a la luz un pequeño poblado fortificado de los siglos IV y I antes de Cristo. Como otros castros marítimos de las rías gallegas, estaba protegido por un doble foso y una doble muralla de piedra y tierra.
A partir de Espasante la carretera continúa por el interior porque la costa es un puro acantilado. Pero hay entrada rodada a las playas de esa zona, como las de Sarridal, Do Carro, Fábrega, O Picón (una de las más recomendables por su belleza) y Esteiro. Playas vírgenes, solitarias, abiertas al oleaje y rodeadas del grandioso escenario de los acantilados de Loiba, donde la costa se enfrenta directamente a los embates del Atlántico. Es la zona más salvaje del municipio y una de las más bonitas. El agua ha horadado furnas (cuevas) al pie de los acantilados en las que ruge el oleaje.
Tras la playa de Esteiro la carretera cruza la península de Bares y pasa por O Barqueiro, el puerto que da nombre a esta pequeña y estrecha ría de cinco kilómetros de longitud formada por la desembocadura del río Sor, encajada entre el cabo de Bares, al oeste, y la isla Coelleira y la ría de Viveiro, al este. Esta es una de las rías más desconocidas de Galicia. Hace frontera entre A Coruña y Lugo y regala postales pintorescas, como la del caserío de O Barqueiro, con sus fachadas de alegres colores escalonadas en un suave anfiteatro natural que termina en el minúsculo puerto. El pueblo se llama así por la barca y su barqueiro que ayudaban a cruzar el estuario del Sor antes de que se construyese el primer puente. Sus vecinos todavía viven de la pesca, aunque en verano los turistas multiplican a la población local.
Al punto más al norte de la península Ibérica, el cabo de Estaca de Bares, se llega por una carreterita señalizada que parte de O Barqueiro. Pese a su fama, el faro es bastante anodino: bajito y chaparro. A cambio, el entorno no puede ser más subyugante. Abierto, infinito y casi inabarcable, el horizonte se extiende por occidente hasta el cabo Ortegal y por oriente hasta la Punta Roncadoira, en la ría de Viveiro, ya en Lugo. La ausencia de vegetación y que mida más de un metro habla de los fuertes vientos que barren esta espada de piedra que se interna en el mar y que marca la frontera hidrográfica entre el océano Atlántico y el mar Cantábrico. En primavera el verde de los arbustos y el amarillo de la retama cubren la llanura del faro con un manto de color. El faro de Estaca de Bares lleva en funcionamiento desde 1850. El cercano Semáforo de Bares, una construcción militar desde donde se avisaba a los barcos mediante banderas y se hacía un seguimiento de la navegación, dejó de funcionar a finales de los sesenta y ahora se ha reconvertido en un singular hotel. En la vertiente oeste de la península, puede verse otra vixia (garita) de piedra que complementaba la red de puestos de observación de este traicionero litoral.
Es el final perfecto para una ruta en coche por los paisajes más salvajes y solitarios de las Rías Altas coruñesas. El extremo más septentrional de la península Ibérica.
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