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El blog de viajes
Por Paco Nadal

La ruta de las misiones jesuíticas de Paraguay: un viaje por la utopía que no pudo ser

La historia es de película. De hecho, se hizo una con este argumento: ‘La Misión’, el filme de Roland Joffé con música de Ennio Morricone que marcó a una generación. No hay oboe más cinematográfico que aquel que tocaba el padre Gabriel entre unos indios escamados por la presencia del forastero

Paco Nadal Paraguay
Paco Nadal entre las ruinas de la misión Santísima Trinidad del Paraná, en Paraguay.Ida Plaza
Paco Nadal

La secuencia de hechos es esta: a principios de siglo XVII los jesuitas españoles, con el visto bueno de la Corona, empezaron a construir en la zona del Alto Paraná, lo que hoy es zona fronteriza entre Argentina, Paraguay y Brasil, misiones en las que los indígenas guaranís podían vivir en paz y sin ser esclavizados, manteniendo su lengua, su cultura y su estructura social a cambio de dejarse evangelizar. Fueron conocidas como reducciones o la república de los indios.

Una utopía humanista en un mundo rudo y cruel que duró siglo y medio y que, por desgracia, como pasa siempre en estas historias, acabó muy mal. De las treinta misiones que se crearon en el Alto Paraná, ocho estaban en el actual territorio de Paraguay. Sus ruinas, puestas en valor, forman hoy la Ruta Jesuítica, uno de los principales recursos turísticos de este país sudamericano sin salida al mar.

San Ignacio Guazú, a 233 kilómetros al sur de Asunción.
San Ignacio Guazú, a 233 kilómetros al sur de Asunción.Paco Nadal

La más antigua de todas fue San Ignacio Guazú, a 233 kilómetros al sur de Asunción, fundada en 1609. Es considerado el primer asentamiento de los jesuitas en esta zona de América y el ejemplo que siguieron el resto de reducciones en cuanto a estructura y organización social. Por desgracia, apenas queda nada de ella. La iglesia original fue desmontada con tan inusitada eficacia que no quedó ni una piedra. Y lo que fue la plaza de la misión es hoy la plaza Mayor de la población homónima. Sí se conserva un edificio original del siglo XVII que fue la escuela-taller donde los misioneros enseñaban a los guaraníes diversos oficios y que hoy alberga el museo Diocesano de San Ignacio Guazú. En él se exhibe un buen conjunto de esculturas talladas en madera policromada por artesanos guaraníes en el siglo XVII. La moderna iglesia —que suple a la de la misión casi en el mismo sitio donde estuvo— compone, no obstante, una postal encantadora. Si visitas San Ignacio Guazú, no te pierdas las delicias de la gastronomía local que preparan en el restaurante La Arcadia, muy cerca del museo.

La más grande y mejor conservada de las misiones paraguayas es Santísima Trinidad del Paraná, a 28 kilómetros de Encarnación, en el departamento de Itapuá. Deambular entre sus piedras desmochadas —que estuvieron dos siglos comidas y desaparecidas por la selva— en el silencio de una tarde sin visitantes acongoja por la magnitud del recinto y la intensidad de lo allí vivido. Como el resto de misiones, Trinidad del Paraná se articulaba en torno a una gran plaza Mayor cuadrangular. Uno de los lados lo ocupaba la iglesia, con su cementerio y edificios anexos. Los otros tres, las casas de los indígenas, cuyo tamaño y calidad de obra hubieron de ser la envidia de la época y hablan mucho del humanismo y respeto hacia los guaraníes que presidía la vida de las reducciones. Desperdigados por todo el recinto, aparecen restos de soportales y de muros que pertenecieron a escuelas de niños y niñas, talleres (desde hierro a carpintería, pasando por cerámica y fundición de campanas), salones comunales e instalaciones agrícolas y ganaderas.

La música era muy importante en la misión (de ahí el guiño del oboe en La Misión, el filme de Roland Joffé con música de Ennio Morricone que marcó a una generación) y siempre había un coro y una orquesta. En la iglesia de Trinidad del Paraná, que fue la más grande levantada en las 30 misiones y de la que hoy solo quedan los muros de la cabecera, se encontró un friso con ángeles músicos que tocan diversos instrumentos de la época, desde un clavicordio a un arpa paraguaya. El hallazgo permitió a los historiadores un mayor conocimiento sobre el día a día de las reducciones y el mestizaje entre la cultura europea y americana que en ellas se produjo.

En Trinidad del Paraná llegaron a vivir hasta 4.000 personas. Lo sorprendente es que todo este emporio urbano y productivo estaba regentado por tan solo dos misioneros jesuitas, que se apoyaban en ayudantes indígenas y caciques locales. En 1993 fue declarada patrimonio mundial de la Unesco. Si puedes, no te pierdas el pase nocturno (a diario, a las nueve de la noche), en el que un espectáculo de luces y sonido te hará retroceder 400 años en el tiempo.

Muy cerca de Trinidad, a unos 13 kilómetros, se levanta otra misión, también patrimonio mundial: Jesús de Tavarangüe. Pese a que era más pequeña que la anterior, los jesuitas empezaron a construir una iglesia que debía ser más grande que la de Trinidad, pero con su expulsión de todos los territorios españoles, en 1768, la obra quedó inconclusa.

Ruinas de la misión inconclusa Jesús de Tavarangüe.
Ruinas de la misión inconclusa Jesús de Tavarangüe.Ida Plaza

Sobre sus muros sin finalizar se proyecta todas las noches un video maping con un audiovisual que documenta la labor evangelizadora de los padres jesuitas en Paraguay. La puesta en escena es sensacional. Dos personajes ataviados con trajes de la época guían con faroles a los visitantes a través del recinto en penumbra y los dejan entre los vetustos muros, donde empieza a sonar música y a proyectarse imágenes. Estas hacen un recorrido multimedia por la historia de la Compañía de Jesús en América y por la creación de las misiones. Y termina con un alegato estremecedor. La voz de un cacique actual leyendo la carta que aquel lejano 1768 otros caciques guaranís enviaron al gobernador rogando que no se marcharan los padres jesuitas, pues eran los únicos que los protegían de la esclavitud y fomentaban su cultura y su lengua. No fue así. Los jesuitas se marcharon, las reducciones pasaron a manos de seglares, el espíritu fundacional desapareció y muchos indios emigraron o terminaron como esclavos de los bandeirantes portugueses. Fin de la utopía.

Paraguay es un país muy desconocido que apenas aparece en los circuitos clásicos por Sudamérica. Sin embargo, solo por recorrer esta ruta de las misiones jesuíticas, merecería la pena el viaje.

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