Qué ver en Hokkaido, el Japón que (casi) nunca se visita
Menos masificada que la isla de Honshu, donde se encuentran las grandes ciudades como Tokio, Kioto y Osaka, destaca por su naturaleza, espacios abiertos y pistas de esquí como las de Sapporo, donde Paco Fernández Ochoa ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1972
Japón tiene cuatro islas mayores. Y solo en la principal, Honshu, hay atractivos como para pasar una vida: Tokio, Kioto, Nara, Nikko, Osaka, Nagano, los Alpes japoneses… Quizá por eso, la segunda isla en tamaño, Hokkaido, la isla del norte, pasa siempre desapercibida y queda fuera de los circuitos turísticos clásicos. Sin embargo, es uno de los destinos favoritos para los japoneses por sus encantos naturales.
“Hokkaido es la Asturias japonesa”, me había adelantado un amigo hispano-japonés. Y dio en el clavo. Lo primero que vi nada más salir del aeropuerto de Asahikawa fue un prao con vacas. “Mira, como en Asturies”, me dije. Es la primera gran diferencia con Honshu. Segunda diferencia: Hokkaido está en las antípodas del hormiguero humano de Kansai o del área metropolitana de Tokio-Yokohama. Aquí no hay ciudades gigantescas ni rascacielos de 50 pisos. Mandan la naturaleza y los espacios abiertos e infinitos. La vida campestre. De hecho, este es uno de los destinos favoritos del turista nacional porque en verano tiene un clima agradable, con máximas de 22 grados —la temporada de lluvias de junio y julio que humedece Honshu no existe en Hokkaido—, y las primaveras son tremendamente floridas (uno de los atractivos en esa época es visitar campos de lavanda y de flores). En cambio, los inviernos son tan, tan fríos y la isla tan, tan montañosa, que nieve de excepcional calidad cubre buena parte de su superficie y permite mantener abiertas estaciones de esquí de fama mundial en Furano, en Niseko, en Kiroro o en Sapporo.
¿Sapporo? ¿He dicho Sapporo? Vaya, ahora seguro que una generación de españoles, no precisamente jóvenes, sí saben donde estoy. Puede que nadie sepa situar Hokkaido en un mapa físico. Pero Sapporo sí, en uno emocional. Es ese lugar en el que Paquito Fernández Ochoa ganó en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1972 (¡ha llovido desde entonces!), la primera y única medalla de oro del esquí español. Una gesta ampliamente explotada en su momento por el tardo franquismo y una tremenda excepción en el deporte blanco español, porque tuvieron que pasar 20 años para que se consiguiera otra medalla: la de su hermana Blanca, de bronce, en Albertville 92.
Sapporo es la capital de Hokkaido, una ciudad moderna de unos dos millones de habitantes que se levantó de la nada y en forma de damero con calles rectilíneas cuando el Gobierno de la Restauración Meiji (finales del siglo XIX) decidió invertir ingentes cantidades para industrializar, modernizar y repoblar la lejana isla de Hokkaido, que hasta entonces no era más que un remoto confín del imperio, tierra de la etnia ainu, con apenas 60.000 habitantes.
Aunque es una ciudad agradable y con muchas opciones para los amantes de las compras, aquí no hay demasiado que ver. En invierno se pone a reventar de visitantes porque es el centro neurálgico de la industria del esquí y los deportes blancos en la isla. En febrero se levantan en el parque Odori las esculturas de hielo y nieve del Festival de la Nieve de Sapporo, uno de los grandes eventos del invierno nipón. Fuera de esas fechas, merece la pena una visita al pequeño, pero interesante mercado de pescados Nijo, donde se amontonan enormes cangrejos (reales, peludos, blandos…), erizos de mar, huevas de salmón, pulpos y todo tipo de especies marinas de estas aguas frías. En uno de los pequeños bares que se alternan entre los puestos de pescado comí el mejor sashimi de mi vida. Y a un precio más que razonable. De hecho, Sapporo es famosa en todo el país por su buena gastronomía. Aquí nació en la década de los cincuenta el miso ramen, una variedad de ramen (comida nacional que consiste en un bol de fideos con carne y verduras) hecha con pasta de miso y sopa de pollo y que ya sirven en muchos restaurantes de todo Japón. Los dos mejores sitios para probar el miso ramen es en el Ramen Yokochô, el callejón del ramen, en el distrito de Susuniko, o en el piso 10 del edificio Esta, al lado de la estación.
Luego hay que subir a la torre de la Televisión, una estructura de 150 metros muy del estilo Eiffel, diseñada por el mismo arquitecto que hizo la torre de Tokio. Desde su mirador, a casi 100 metros de altitud, se divisa la mejor vista panorámica de la ciudad y las montañas que la rodean. También hay que dar un paseo por la zona de la estación de Sapporo, donde están las mejores tiendas y restaurantes, y por el distrito de Susukino, con sus bares y neones.
Aunque para mí, los dos puntos de mayor interés de la ciudad están a las afueras. Por un lado, el parque Moerenuma, el más grande y visitado de la ciudad, obra del arquitecto y paisajista japonés Isamu Noguchi, que gira en torno a una gran pirámide de cristal. Y, sobre todo, el museo del Pueblo Histórico de Hokkaido, a una media hora del centro. Este enorme museo etnográfico al aire libre acoge más de 60 edificios históricos —de madera, sobre todo—, de la era Meiji (1868-1912) y del periodo Taisho (1912-1926) distribuidos por toda la isla que habrían desaparecido ante el avance inexorable de la modernidad. Una obra soberbia de desmontaje y montaje por piezas de viviendas enteras que hoy nos permite un delicioso paseo por la historia de Hokkaido en 54 hectáreas de pura naturaleza. Allí verás un ryokan (posada tradicional) completo, una tienda de abarrotes, una escuela, un centro médico, casas particulares, oficinas de la Gobernación, puestos de policía, barberías, talleres de herreros… tal cual fueron hace más de un siglo. Una gran inmersión en la cultura japonesa.
Pero Hokkaido es, sobre todo, naturaleza. Por eso el mejor momento para visitar la isla es primavera y verano. En torno a Furano, una ciudad que no tiene mayor valor arquitectónico, hay enormes campos de lavandas y explotaciones de horticultura, como Farm Tomita, donde los tulipanes, las propias lavandas y otras muchas especies de flores crean espectaculares planos visuales. Espectaculares y solicitadísimos, porque en temporada alta hay muchos turistas y casi cuesta ver las lavandas. Por cierto, si vas a Farm Tomita no dejes de probar el pan de melón, un pan dulce relleno de crema de esta fruta que hornean allí mismo y que está exquisito.
Hay también grandes campos de lavandas en torno a Biei, localidad cercana a Furano. Una de esas rutas paisajística en torno a Biei lleva hacia el Aoi-Ike, el estanque azul, y las montañas del parque nacional Daisetsuzan, que con sus más de 16 picos de 2.000 metros de altura componen una de las panorámicas más bellas del centro de la isla en días despejados. Un mirador muy aconsejable sobre el skyline del parque Daisetsuzan es el de la colina de Shin’ei, en un desvío por una carreterita local cerca de Biei, en la carretera de Asahikawa a Furano.
Aoi-Ike, el estanque azul, es uno de los grandes atractivos naturales de Hokkaido. Pero en realidad es resultado de una casualidad. El pequeño lago se formó de manera natural al construir en el cauce del río Biei unos muros de contención de avalanchas de lodo procedentes del volcán Tokachi. Aguas filtrantes cargadas de partículas de hidróxido de aluminio y de otros minerales de origen termal fueron rellenaron el hueco entre los muros. Su increíble color azul, unido a los árboles muertos que emergen del lago, componen una escena espectral que se magnifica en las noches de invierno con la iluminación artificial. Una imagen de este estanque azul tomada por el fotógrafo local Kent Shirashi fue usada como fondo de pantalla en los ordenadores Apple en 2012. Un consejo: las tonalidades azules del lago cambian a cada hora y en cada momento del año, así que es posible que cuando lo visites te parezca la octava maravilla del mundo o una charca de color raro, sin más.
Dos horas al sur de Sapporo, entre Niseko y Noboribetsu Onsen, está el lago Toya, parte del parque nacional Shikotsu-Toya. Como otros muchos de Japón, el lago es una antigua caldera volcánica con la particularidad de que en medio sobresalen varias islas. Este en concreto, además, es un famoso centro de veraneo con posibilidad de multitud de actividades, desde senderismo a bicicleta o piragüismo. Más relajado es subir en el teleférico que va a la cima del monte Usu, un volcán activo (la última erupción fue en marzo de 2000) desde donde se tiene una gran vista del lago y su entorno natural.
Hay también muchos onsen (baños termales) a orillas del lago, aunque el mejor sitio de Hokkaido para darle al cuerpo ese gustazo que es el baño caliente japonés es la cercana población de Noboribetsu Onsen, todavía dentro del parque nacional. Noboribetsu acoge cientos de onsen y está considerado uno de los mejores lugares de Japón para disfrutar de las aguas termales.
En las guías turísticas se menciona también la localidad de Hakodate, en el extremo sur de Hokkaido, como otro de los destinos recomendables por su cultura, su paisaje urbano y las vistas desde el monte Hakodate. No la he visitado, así que no puedo opinar. También es muy recomendada en guías y páginas web la ciudad de Otaru, una pequeña localidad portuaria a media hora al oeste de Sapporo, supuestamente famosa por su paisaje urbano. Esta ciudad sí la conozco, y puedo asegurar que está sobrevalorada. Otaru es poco más que una calle comercial llena de tiendas —como cualquier otra de Japón— y un canal abierto en el siglo XIX para facilitar las tareas de su flota pesquera de arenque, que tampoco es para tirar cohetes. Si de todas formas vas a esta ciudad, no te pierdas una tienda de cajas de música que hay en la calle comercial. Y una cena en algunos de los almacenes decimonónicos a orillas del canal, reconvertidos ahora en agradables y animados restaurantes.
Hokkaido es el parque rural de Japón. El espacio virgen de naturaleza espectacular, así que si la incluyes en tu itinerario llévate las botas para caminar, los esquís o la tabla de snowboard. Disfrutarás de ese otro Japón que no sale en los folletos turísticos.
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