El Camino Celta o el Shikoku Henro, cinco grandes caminatas para descubrirse a uno mismo
Hacer senderismo por el Reino Unido y Jordania, recorrer la estepa de Kirguistán y conocer los templos de Japón y el Tíbet son experiencias que pueden cambiarle la vida al viajero
Los viajes siempre han sido un vehículo para el desarrollo personal, porque todos, breves o largos, intensos o relajados, dejan huella. Pero si, además, el viaje es pausado y reflexivo, tiene aún más puntos para convertirse en una experiencia de descubrimiento interior. Puede ser un largo trekking, un road trip para explorar la historia o la cultura de un lugar, una aventura en barco, bicicleta o a caballo, por ríos o caminos, o simplemente una peregrinación tradicional, pero cualquiera de estas experiencias puede transformar al viajero mostrándole otras perspectivas para ver el mundo, desarrollando su resiliencia al enfrentar aventuras impredecibles o sacándole de su zona de confort.
Estas son cinco experiencias para hacer un gran viaje de descubrimiento interior mientras recorremos el mundo.
Senderismo por el Camino Celta, desde Glastonbury hasta Stonehenge
Peregrinar por lugares sagrados es probablemente la motivación más antigua de viaje que existe. En España existe una de las rutas míticas más populares, el Camino de Santiago, pero por todo el planeta hay muchos otros antiguos caminos que unen rincones cargados de simbolismo, de mitología o de una especial fuerza que conecta con lo trascendental. Es el caso del Camino Celta, desde Glastonbury a Stonehenge, en Inglaterra, un paseo de 86 kilómetros que todavía hoy sigue los trazos de una antigua vía pagana que enlaza lugares místicos legendarios, sitios prehistóricos, romanos y cristianos, a través de llanuras onduladas y con fantásticas vistas.
Glastonbury es una ciudad del sur de Inglaterra envuelta en leyendas y misterios. Se dice que allí nació el cristianismo inglés, allí está enterrado el rey Arturo y allí se oculta el Santo Grial. ¿Cuánto hay de cierto en ello? Probablemente poco, porque en la Edad Media se hizo una intensa campaña para atraer peregrinos a su abadía. Lo que sí es cierto es que la ciudad ha sido destino de viajes y de encuentros durante miles de años. Hoy, si uno sabe extraerse de los muchos vendedores de souvenirs y de las librerías New Age de la calle principal, puede disfrutar del maravilloso paisaje que rodea el enclave, una sucesión de llanuras, a menudo cubiertas de niebla, colinas y bosques antiguos empapados de historia. También se cree que en las laderas de Glastonbury se esconde un antiguo laberinto ritual que data del Neolítico, mientras que la torre en su cima es todo lo que queda de la iglesia de San Miguel, del siglo XV.
Para los caminantes que realizan la peregrinación de cuatro días hasta el gran círculo de piedras místico de Stonehenge, esta ciudad es un punto de partida apropiado, ya que su significado milenario otorga una importancia especial al esfuerzo. La ruta serpentea por un sendero poco utilizado que coincide con un camino celta, a través de un paisaje tranquilo, entre pueblos somnolientos, restos de algunas villas que en otros tiempos pudieron ser un templo romano, arroyos y ríos, caminos rurales, antes de llegar a la medieval Bruton, una rica ciudad comercial en el río Brue. Desde esta ciudad el camino lleva en ocasiones a inesperados encuentros, como los túmulos funerarios de la Edad del Bronce y la Edad del Hierro en Arn Hill y Battlesbury; o como las casas de beneficencia del siglo XVI de Heytesbury. Desde aquí, la ruta bordea el campo de entrenamiento militar Imber Range y continúa a través de praderas y bosques hasta la llanura de Salisbury.
El último tramo es la suave subida a Stonehenge, el anillo monolítico de piedras verticales que ha actuado como lugar de encuentro durante 5.000 años. Llegar a pie ofrece una conexión con todos aquellos que han hecho su viaje hasta aquí de la misma manera, y permite tener tiempo para contemplar este sitio enigmático, humilde y extraordinario desde lejos. Stonehenge plantea más preguntas de las que responde: los arqueólogos todavía debaten si fue un observatorio celestial, un sitio ceremonial o un lugar de entierro, pero el misterio no hace más que añadir atractivo. Y quizás ese sea el significado de tomarse el tiempo para caminar hasta aquí.
Viaje por el Jordan Trail
El llamado Jordan Trail es una ruta única en el mundo, que empieza entre olivos y ruinas grecorromanas y termina en el mar Rojo. Y entre medias, múltiples lugares que son patrimonio de la Unesco, como Petra o los paisajes marcianos del desierto de Wadi Rum. Aprovechando veredas beduinas, la ruta también se sale del circuito turístico y penetra en sitios inaccesibles en coche. Es perfecta para desacelerar el ritmo cotidiano y entregarse a la belleza y a los retos extremos del desierto. Esta caminata épica se desarrolla en una región del mundo que presume más de su riqueza cultural que de sus paisajes naturales, pero caminar por la naturaleza de Jordania puede descubrirnos la otra cara de la región. La convivencia con los beduinos, e incluso con otros caminantes, forma parte de la experiencia.
El Jordan Trail está todavía en una fase relativamente incipiente, y recorrerlo requiere habilidad para encontrar rutas, resistencia y disciplina. El punto final es Petra, una ciudad casi teatral que se aparece a los caminantes después de adentrarse en las entrañas de las montañas de arenisca. La roca parece cerrarse a medida que se avanza, el camino se retuerce, las sombras se intensifican, hasta que finalmente aparece la fachada del Tesoro, como un destello de luz al final de un túnel. La fachada revela toda su majestuosidad sobrecogedora. Fotografías, libros, poemas, pinturas y películas (como las de Indiana Jones) hacen que todos tengamos en la mente la imagen de este monumento extraordinario de los nabateos, el pueblo que quiso ocultar su capital en los cañones en una hazaña de planificación urbana que buscaba impresionar e intimidar a los que llegaban hasta aquí.
Pero antes, hay que llegar. Creado oficialmente en 2015, Jordan Trail es una ruta de senderismo que cubre la totalidad de Jordania, desde los olivares en el norte hasta los desiertos en el sur, pero quizás su tramo más interesante es la sección central, donde los excursionistas en dirección sur caminan durante cuatro días para atravesar una serie de cañones remotos y llegar a las puertas de Petra. Aunque el Camino del Jordán en sí es bastante nuevo, los caminos que sigue han sido trazados por generaciones de pastores, comerciantes, soldados y hombres santos que cuentan historias de nuevos profetas. Quizás algunos de ellos se dirigían a Petra cuando la ciudad estaba en su apogeo, hace dos milenios. Sin duda, estos caminantes reconocerían estas montañas hoy en día: se trata de un paisaje prácticamente inalterado por el paso del tiempo, intacto por carreteras o asentamientos permanentes. Sin alojamiento, los excursionistas deben acampar siguiendo la tradición nómada, un tipo de viaje que parece antiguo.
La aventura comienza en la Reserva de la Biosfera de Dana, la reserva natural más grande del país, ubicada al borde de un cañón verde. A lo largo del camino se pueden encontrar restos de la época romana, pero también proyectos como el Feynan Ecolodge, un pionero en alojamiento sostenible dirigido por la Real Sociedad Jordana para la Conservación y la Naturaleza, un buen lugar para desconectar del mundo. A partir de aquí, el camino se vuelve más difícil y las pendientes más pronunciadas. Tras recorrer a pie 80 km, esta aventura deja una profunda huella en todo el que la realiza.
Templo a templo, en la peregrinación de Shikoku en Japón
Los peregrinos llevan 1.200 años caminando por los 88 templos sagrados de Shikoku, siguiendo al gran santo Kōbō Daishi en su búsqueda de la iluminación. Hasta hace unos 100 años, todos los peregrinos de Shikoku recorrían a pie los 1.400 kilómetros que conectan los templos sagrados de la isla. Hoy, pueden hacerlo en bicicleta, coche o autobús, y son muy pocos los que completan la peregrinación a pie. En otro tiempo, la superación de las dificultadas físicas del viaje formaba parte del reto de los peregrinos por alcanzar la iluminación. Partían sin mapas, ni guías… muchos morían en el camino o desaparecían. Hoy es difícil que pasar ninguna penalidad, pero el peregrinaje a pie sigue siendo la esencia de este camino que en los últimos años ha resurgido entre quienes buscan aquí una ruta de autorealización y vuelven a completarlo a pie.
El peregrino (henro) llega a Shikoku con creencias religiosas muy diferentes, muchos de ellos sin ninguna. Y todos son bienvenidos. Todo el equipo que requiere un henro para caminar puede encontrarlo en el primero de los templos, Ryōzen-ji, incluida una guía en inglés. No es esencial, pero la mayoría de los caminantes usan una camisa blanca adornada con los caracteres Dōgyō Ninin (que significa “vamos juntos”) en la espalda. Un amplio sombrero de paja, como los que usan los agricultores en los arrozales, es perfecto para proteger la cabeza del sol y la lluvia, mientras que un tsue (bastón) ayuda en el sendero, especialmente en las montañas. Los peregrinos también compran un nōkyō-chō, un libro con las firmas de los 88 templos, con una hermosa caligrafía negra sobre sellos rojos brillantes.
Shikoku significa “cuatro regiones”, actualmente las prefecturas de Tokushima, Kōchi, Ehime y Kagawa. Ryōzen-ji, el Templo 1, se encuentra en Tokushima, al igual que los primeros 23 templos. Tokushima es conocido como Hosshin-no-dōjō, “el lugar a determinar para alcanzar la iluminación”, ya que es aquí donde los peregrinos se dan cuenta de la magnitud de su tarea y comienzan a hacer el esfuerzo necesario para completar su objetivo. La peregrinación comienza de manera suave, con los primeros 10 templos abarcando apenas 40 kilómetros entre aldeas agrícolas al norte del río Yoshino. Sin embargo, pronto se vuelve salvaje en las montañas del sur, con el ascenso del Templo 11 al Templo 12, por un sendero empinado y boscoso, considerado uno de los más difíciles. Luego, la ruta desemboca en un grupo de templos alrededor de la ciudad de Tokushima, la capital de la prefectura. El templo 23, Yakuō-ji, en la localidad costera de Hiwasa, es un yakuyoke-dera, un templo para protegerse de la mala suerte durante edades desafortunadas, siendo la peor la 42 para los hombres y la 33 para las mujeres. Mientras rezan por su suerte, los peregrinos ponen una moneda en cada uno de los 42 escalones del lado de los hombres, mientras que las mujeres hacen lo mismo en los 33 escalones de su lado.
Kōchi está frente al Pacífico, y siempre fue considerada una de las partes más salvajes y remotas de Japón. Aquí es donde está la parte más difícil de la peregrinación, pero también algunos de los templos más importantes. En la prefectura de Ehime se encuentran 27 de los 88 templos. El sur tiene zonas salvajes y remotas, y es aquí, en Uwajima, en donde se mantiene una costumbre especialmente popular, el tōgyū, una forma de corrida de toros que enfrenta toro contra toro. A partir de aquí todavía quedan muchos lugares interesantes, como Matsuyama, la ciudad más grande de Shikoku, un lugar refinado y culto que alberga las legendarias aguas termales de Dogo Onsen y ocho de los 88 templos. Finalmente, en Kagawa, la más pequeña de las 47 prefecturas de Japón, culmina la peregrinación y los caminantes avanzan hacia la llanura norte para visitar los últimos 22 templos. Protegida por las montañas centrales de Shikoku, el clima de Kagawa es cálido y acogedor, como sus residentes. Cuando se suben las montañas hasta el Templo 88, Ōkubo-ji, los peregrinos sienten una sensación de triunfo, pero la cosa no ha terminado aquí: todavía queda el camino de regreso al Templo 1, Ryōzen-ji, para completar el círculo de Shikoku que todos los peregrinos deben completar. Porque un círculo no tiene fin, al igual que la búsqueda de la iluminación.
Tras las huellas de los nómadas kirguises
Todavía quedan en el planeta experiencias realmente extraordinarias al margen de los caminos más trillados. Una idea: pasear por las montañas Tian Shan de Kirguistán, contemplando desfiladeros, bosques y el paraíso veraniego de los kirguises, junto al lago de Song-Kol. El caballo es el hilo conductor de la historia de las tierras altas de Kirguistán, tan ligado al pasado de la región como las exquisitas telas que alguna vez fueron transportadas hasta aquí a lo largo de la Ruta de la Seda. Los tiempos han cambiado, pero el hombre y el caballo todavía viven aquí conviviendo en una delicada armonía: las manadas de sus resistentes caballos siguen siendo el orgullo del pueblo kirguís.
Por eso, un viaje a caballo puede ser una de las formas más cómodas de viajar por este montañoso país, donde no resulta fácil moverse en coche. También es la ruta más rápida para sumergirse en la hospitalaria cultura de los pastores nómadas kirguises y en el clima no tan hospitalario de las caprichosas montañas Tian Shan. Se puede recorrer todo el circuito de 400 kilómetros desde Rot-Front, y emplear más o menos días según el ritmo, pero el viaje con los antiguos comerciantes de la Ruta de la Seda siempre es una experiencia única en la estepa, entre las montañas y el cielo.
Las montañas y la estepa de Kirguistán son salvajes y remotas: la clave del viaje es una preparación minuciosa y asegurarse de que los caballos están bien preparados y el equipo a punto. Imprescindible también contar con un guía, que puede ayudar a comprender más profundamente la cultura kirguisa y los detalles de una ruta que sus antepasados recorrieron durante siglos para llegar a los jailoo, o altos pastos.
Entre los puntos clave de la ruta, el Tian Shan es una de las más de 88 cadenas montañosas principales de Kirguistán, y los caminos rocosos de esta camino son difíciles. Cuando aparece Song-Kol el viaje ya ha terminado. A orillas del resplandeciente lago, con ricos pastos que se extienden hasta donde alcanza la vista, el jinete y el caballo pueden descansar unos días. A lo largo de la orilla se encuentran dispersos asentamientos nómadas, donde los pastores y sus familias pasan el verano. Los campamentos son muy sociales: cuando terminan las tareas del hogar los pastores visitan las yurtas de los demás y a menudo también invitan a los excursionistas a caballo a tomar el té o incluso a comer. Estas visitas sociales son la piedra angular de la hospitalidad esteparia. Los visitantes también pueden ayudar con las tareas diarias, como ordeñar vacas y yeguas o preparar plov, un plato popular de Asia Central a base de arroz cocinado con verduras, carne (a menudo cordero) y ajo.
Es necesario regresar a Rot-Front, y ponerse de nuevo en camino disfrutando de placeres sencillos, como cabalgar por los bosques de la reserva de Shamsi Gorge. Al descender desde el último paso hacia Rot-Front, contemplando las espectaculares vistas del valle de Chüy, es posible que se haya logrado una complementación muy especial con el caballo, haciendo difícil la despedida.
Recorriendo la tibetana Lhasa
Para los tibetanos, Lhasa es su espacio de peregrinación sagrado. Recorrer uno de sus circuitos de peregrinación es como un viaje a nuestra Edad Media: vestidos con túnicas de lana de yak y sombreros, caminan al lado de mujeres Amdo adornadas con collares de coral y turquesa, y de llamativos hombres del este del Tíbet que lucen las trenzas rojas khampa en el cabello. La mayoría de los peregrinos hacen girar incesantemente ruedas de oración personales mientras que algunos las llevan en versión más grande, sostenidas por un arnés. Algunos incluso realizan postraciones de cuerpo entero alrededor del circuito, vestidos con delantales protectores de cuero y con bloques de madera en las manos. Todos caminan en una única dirección, hacia un objetivo común invisible.
Dentro de los templos que bordean el circuito el aire está cargado con los olores de mantequilla de yak y enebro, mientras los devotos colocan hierbas aromáticas en quemadores de incienso o rellenan las lámparas con frascos personales de mantequilla derretida. Los monjes bendicen a los visitantes con agua bendita, mientras los tambores tántricos retumban desde lo más profundo del edificio como el latido de un corazón primitivo. Es un escenario que apenas ha cambiado en siglos, ni en apariencia ni en la intensidad de la devoción religiosa.
La capital del Tíbet, Lhasa, cuenta con las koras o circuitos urbanos de peregrinación más importantes de la región, y los tibetanos viajan hasta aquí desde el otro lado de la meseta para ganar méritos recorriéndolos. El santuario más sagrado de la ciudad es el templo Jokhang, fundado en el siglo VII alrededor de una estatua particularmente sagrada de Buda de 12 años, ante la cual los peregrinos inclinan la cabeza mientras pasan en una fila silenciosa y arrastrando los pies. Formando un cinturón alrededor del exterior de Jokhang se encuentra el circuito de Barkhor, un paseo de 20 minutos que lleva a los peregrinos a través de templos callejeros, edificios históricos y ruedas de oración gigantes del tamaño de una habitación. En cualquier momento del día, cientos de tibetanos recorren el circuito como una marea, murmurando mantras. A lo largo del camino se encuentran edificios monásticos como el templo Meru Nyingba, así como puestos religiosos y centros comerciales que venden piedras preciosas y accesorios monásticos en una a mezcla fascinante de lo sagrado y lo profano al estilo tibetano clásico, con igual proporción de piedad y humor.
El segundo camino de peregrinación más importante de Lhasa es el Lingkhor, un circuito más largo, de medio día, que rodea el tradicional casco antiguo antes de aventurarse a zonas más modernas de la ciudad. En su parte final, el camino rodea la parte trasera del Palacio Potala, la imponente antigua casa de los Dalai Lamas —y patrimonio mundial de la Unesco desde 1994—, pasando por casas de té, santuarios rupestres y pequeños templos llenos de monjas que cantan, así como de los mejores puestos de yogur de leche de yak de la ciudad.
Lo maravilloso de los circuitos de peregrinos del Tíbet es lo inclusivos que son y que solo exigen seguir unas reglas simples. Sesenta años de Gobierno comunista chino no han logrado apagar la alegría, la fe y el buen humor de la mayoría de los tibetanos. Después de completar la kora o peregrinación, hay que celebrarlo en una casa de té tradicional tibetana para tomar un frasco de cha ngamo: té con leche dulce y caliente. La experiencia del peregrino tibetano no es una negación austera, sino más bien una forma alegre de expresión cultural. Unirse a ellos es la mejor manera de llegar directamente al alma del Tíbet.
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