Una escapada a Islay, la isla escocesa del whisky
Turberas, bosques autóctonos y ruinas prehistóricas esperan en este pequeño territorio de las Hébridas Interiores, un rincón apartado del mundo para desacelerar, empaparse de calma y después brindar con un ‘dram’ de whisky ahumado en un ‘pub’ local o en una de sus destilerías
Hay un país que huele a whisky: Escocia. Y hay un rincón escocés donde esta bebida es la protagonista absoluta de los bares, de las mesas y hasta del paisaje: las Highlands meridionales. Aquí se encuentran destilerías por todas partes, y en especial en islas que parecen fuera del mundo, casi vírgenes. Entre ellas solo hay una que recibe el sobrenombre de “Isla del whisky”: Islay. Con 40 kilómetros de ancho, 10 destilerías y poco más de 3.000 habitantes, es una de las cinco regiones del whisky en Escocia, junto con Campbeltown, Highland, Lowland y Speyside, cada una con sus propias características. Los whiskies de Islay, en el archipiélago de las Hébridas Interiores, son famosos por su sabor ahumado, que proviene de la turba que se utiliza para tostar la cebada. Llevan nombres que recuerdan a deidades celtas y los circuitos que organizan las diferentes destilerías permiten empaparse de las historias, tradiciones y particularidades de cada variedad.
Si no le gusta el whisky, tampoco hay problema: aquí hay largas e impresionantes playas, abundancia de aves para los que los aficionados al turismo ornitológico, un exquisito marisco para los buenos paladares o bahías color turquesa con sus focas retozonas para todos los públicos. Tal vez su paisaje sea menos esplendoroso que el de las cercanas islas de Mull o Skye, más al norte y más conocidas, pero Islay gana en amabilidad de los isleños y, sobre todo, por su ritmo pausado.
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Port Ellen y Bowmore, mirando al sur
Port Ellen es el principal punto de entrada a Islay, en la costa noreste de la isla, una de las zonas con más encanto y con tres de los grandes nombres del whisky en un radio de cinco kilómetros: Laphroaig, Lagavulin y Ardbeg. Los skerries (escollos) ribeteados por algas de las islas Ardmore, cerca de Kildalton, son un paraíso natural donde habita la segunda mayor colonia de focas de Europa.
Un agradable paseo, en coche o en bicicleta, pasa junto a las destilerías y conduce hasta las ruinas de la Kildalton Chapel (a 13 kilómetros de Port Ellen), en cuyo cementerio se alza la excepcional cruz de Kildalton, de finales del siglo VIII, con grabados de escenas bíblicas, por un lado, y de animales, por el otro.
La capital de la isla es Bowmore, que apenas tiene 700 habitantes. Esta atractiva población georgiana se construyó en 1768 para reemplazar el pueblo de Kilarrow, que tuvo que desaparecer porque estropeaba la vista desde la casa del terrateniente. El lugar tiene como principal reclamo, ¿cómo no?, su destilería, pero también una original iglesia circular en lo alto de la calle principal, construida con esta forma para asegurarse de que el diablo no tuviera esquinas donde esconderse. Además, ofrece una tentadora oferta de casitas con cocina y un lujoso hotel de solo siete habitaciones, el Harbour Inn, con un buen restaurante y una situación magnífica, a un paso del agua. La experiencia se puede completar con una visita a la reserva natural del Mull of Oa y una puesta de sol en Kilnaughton Bay.
Port Charlotte: museos, naturaleza… y whisky, of course
Casi frente a Bowmore, en la orilla opuesta del lago Indall y la bahía de Laggan, se encuentra Port Charlotte, un atractivo pueblo costero que puede servir como base de operaciones para visitar destilerías como Bruichladdich y Kilchoman. La larga historia de la isla se expone con mimo en un museo que ocupa una antigua iglesia y luce entre sus piezas estelares un antiguo alambique clandestino o una colección de botas de piel utilizadas por el caballo que tiraba del cortacésped de la mansión principal del lugar para no dejar huellas en el jardín. Otro museo es el de Historia Natural, que explica la naturaleza de este lugar, uno de esos museos prácticos e interactivos que tanto gustan a los más niños. Port Charlotte tiene incluso un pequeño hotel de cuatro estrellas de confortable estilo victoriano.
A unos 11 kilómetros al norte está la reserva natural del lago Gruinart, que permite escuchar el canto de las codornices en verano y avistar enormes bandadas de patos, gansos y zancudas migratorias en primavera y otoño. Desde Port Charlotte, la carretera también avanza hacia el suroeste para recalar a los 10 kilómetros en Portnahaven, un pintoresco pueblo de pescadores, magnífico para avistar focas.
Jura y Colonsay
En el norte de la isla, Port Askaig es poco más que un hotel, una tienda, un surtidor de gasolina y un embarcadero de ferri en un pintoresco rincón del estrecho de Islay. Hay dos destilerías (y una tercera en camino) y conexiones de ferri a Gran Bretaña y la isla de Jura, al otro lado del estrecho. Pero no faltan lugares encantadores en los alrededores. Por ejemplo, el castillo del lago Finlaggan, a unos cinco kilómetros, rodeado de verdes prados cubiertos de ranúnculos y margaritas. Entre los siglos XVII y XVI, este sitio histórico fue el bastión de los señores de las islas. Poco queda, salvo ruinas de casas y una capilla sobre un islote al que se llega por una pasarela de madera sobre juncos y nenúfares.
Port Askaig es también el punto para dar un salto a la cercana Jura, una isla alargada, oscura y achatada, de apenas 200 habitantes, que se asoma como un barco vikingo, con tres distintivos picos: los montes Paps, a modo de ondulantes velas. Es un territorio agreste y solitario, perfecto para escapar de todo, como lo hizo George Orwell en 1948: aquí escribió su famosa novela 1984, retirado en una granja de la costa norte. Su nombre significa la isla de los ciervos en escandinavo antiguo: muy apropiado, porque allí pastan en libertad más de 6.000 venados. Tampoco falta en Jura otra destilería de whisky, con su circuito turístico correspondiente.
La otra opción desde Port Askaig es dar el salto a Colonsay, donde, según la leyenda, recaló san Columbano cuando partió de Irlanda en el año 563 (su nombre, en gaélico, significa isla de Columbano). Este es hoy un pequeño cofre de tesoros variados, ninguno excepcional pero todo exquisitos (un antiguo priorato, un arbolado jardín, una playa dorada), esparcidos por un típico paisaje de las Tierras Altas de Escocia en miniatura: colinas escarpadas, acantilados y franjas de arenas, marchairs (dunas con vegetación), bosques de abedules e incluso un lago truchero. La isla presume, además, de buenas playas, pero la mejor es la de la bahía de Kiloran, una franja de arena dorada con forma de cimitarra, en el noroeste de la isla.
Si la marea lo permite, no hay que perderse la ocasión de recorrer a pie los 800 metros de arena cubierta de conchas que unen Colonsay con la isla de Oronsay, más pequeña. Aquí se pueden explorar las ruinas de uno de los prioratos medievales mejor conservados de Escocia, del siglo XIV. La isla es accesible a pie tras una caminata de una hora y media con bajamar.
Circuitos y experiencias
Islay es pequeña, pero las destilerías la han convertido en un destino turístico, casi un parque temático del whisky, y los visitantes vienen hasta aquí en busca de experiencias y catas sobre el producto estrella. Se puede empezar el día, por ejemplo, con la Warehouse Experience de la destilería Lagavulin. En esta cata íntima se toman drams servidos directamente desde la barrica. Se puede seguir visitando Bunnahabhain, una destilería que cuenta con un elegante centro de visitantes con vistas imponentes de la bahía y que ofrece una Warehouse 9 Tasting Experience similar a la de Lagavulin, muy recomendada.
En Ardnahoe, otra de las destilerías de la isla, se ofrece un apetitoso maridaje: marisco de Islay, haggis (un plato típico escocés a base de asaduras de venado con especias) y tarta de naranja y chocolate, que se maridan cuidadosamente con maltas. Y en la arena de la playa de Machir Bay se aprende todo sobre el whisky y sobre la única granja-destilería de Islay en un Beach Tasting del equipo de Kilchoman: se catan cuatro whiskies de la gama principal, incluido un apropiado dram de Machir Bay.
En la destilería de Laphroaig un circuito muestra todo el proceso: se comienza ascendiendo al manantial de agua, luego se corta turba, se cata un single malt y se llena una botella de recuerdo. Y en la destilería Ardbeg podremos tomar un delicioso almuerzo estilo bistró en su nueva gastroneta para después ir al muelle a ver a las nutrias cazar cangrejos.
Destilerías en Islay
- Ardbeg. Es la más popular, a unos cinco kilómetros al noroeste de Port Ellen.
- Bowmore. En el centro de la villa homónima, esta destilería abrió en 1779 y es una de las más antiguas de Escocia.
- Bruichladdich. A pocos kilómetros de Port Charlotte. También elaboran la ginebra Botanist, aromatizada con hierbas locales.
- Bunnahabhain. Está 6,4 kilómetros al norte de Port Askaig por una estrecha carretera, en un sitio precioso con vistas a la isla de Jura.
- Caol Ila. Grande e industrial, pero en un marco sublime, frente a Jura, 1,5 kilómetros al norte de Port Askaig.
- Kilchoman. En una coqueta granja, es la segunda destilería más pequeña del país.
- Lagavulin. Potente y con sabor a turba, es una de las tres destilerías del sur, cerca de Port Ellen.
- Laphroaig. Al borde de Port Elen, elabora unos whiskies famosos por su sabor a turba.
- Ardnahoe. La penúltima en abrir, en Port Askaig, con vistas a los montes Pap de Jura.
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