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Descubriendo Ascona, paisajes y lagos alpinos y el monte Verità

La ciudad suiza y la belleza y magnetismo de su entorno atrae desde los años treinta a intelectuales y pensadores

Ascona en Suiza

Existe un perímetro de poco más de 10 kilómetros en el paradisiaco cantón suizo de Tesino donde, del 10 al 13 de abril, se celebrará el 150º aniversario del nacimiento de Carl Jung con un festival enfocado en la psique y la geografía. “Quien mira hacia fuera sueña, y quien mira hacia dentro despierta”, dijo el psiquiatra y ensayista, que por décadas cada año permaneció más de una semana aquí. Pero aquí, en el triángulo imaginario que dibuja la ciudad suiza de Ascona con el monte Verità y Casa Gabriela, las vivificantes montañas, el cielo límpido y el lago Maggiore azul turquesa, el fuera y dentro se pueden confundir. Como, de hecho, muchas personas lo confunden. Desde principios del siglo pasado llegaron soñadoras y soñadores dispuestos a encontrar en este paraíso el tesoro capaz de cambiar su mundo, y algunas lo consiguieron.

Por ejemplo, en este impactante paisaje se nutrieron Mircea Eliade, autor de El mito del eterno retorno; Joseph Campbell, que dio forma a El viaje del héroe, base de la industria del cine; o Hermann Hesse para crear Castalia en El juego de los abalorios y ganar el Premio Nobel de Literatura en 1946. De esta fuerza que se siente en cada metro cuadrado se alimentó también Marie-Louise von Franz, quien desnudó los cuentos de hadas como guías simbólicas del alma femenina. La historia de lo que ocurrió aquí para muchos de ellos, de hecho, puede vivirse y recordarse como un viaje en busca del tesoro…

Había una vez una gran dama cuyo palacio, denominado Casa Gabriela, despuntaba sobre un lago justo en la frontera entre Suiza e Italia. Se llamaba Olga Fröbe-Kapteyn, y tuvo un sueño: en su propio hogar cada año reuniría en torno a una gran mesa a algunos de los intelectuales más influyentes. Unidos e inspirados por las aguas del lago Maggiore, podrían cambiar las pesadillas del viejo mundo a base de nuevos sueños o, lo que puede ser lo mismo, nuevos mitos. Ella no tuvo duda en realizarlo. Hija de un rico empresario, había liderado el salón literario Table Ronde en Zúrich, tenía dos hijas, escaló el Mont Blanc, viajó a Oriente, fue músico. Y estaba convencida de que merecía la pena lo que iba a hacer: “Yo fui quien creó el mandala en cuyo círculo la obra tenía que desarrollarse”, escribiría tiempo después para explicar su papel de creadora del Círculo de Eranos. Ella, que sabía por propia experiencia que los sueños más increíbles pueden cumplirse, encontró sus mejores aliados.

Conectó primero con Rudolf Otto, filósofo y teólogo, después con Carl Jung, que revolucionó la psicología con la idea de arquetipos e inconsciente colectivo o, lo que es lo mismo, la capa profunda de la psique compartida por toda la humanidad. Juntos, entre otras cosas, decidieron crear puentes entre la visión de Oriente y la de Occidente. Pero no lo harían solos. El reto era reunir 10 días al año, en el paraíso alpino, a algunos de los intelectuales más influyentes. Para hacerlo posible, la historia de Europa regaló al triunvirato un argumento imposible de obviar... En 1933 fue la primera vez que se reunió el Círculo de Eranos en torno a Carl Jung, Olga Fröbe-Kapteyn y Rudolf Otto; era el tiempo de entreguerras en Europa. Hitler acababa de llegar al poder en Alemania. Las heridas de la I Guerra Mundial no cerraban ni cerrarían en mucho tiempo, y el descontento crecía. Para dejar muy clara su intención, tomaron de la antigua Grecia el nombre de Eranos o, lo que es lo mismo, el banquete en el que cada participante trae su comida y bebida para compartir. Al entrar, además, pusieron una inmensa mesa redonda frente al lago en torno a la cual los invitados se sentaban como damas y caballeros del rey Arturo en busca del grial. Las reuniones, que se perpetuaron cada mes de agosto por décadas, aún se mantienen vivas en un espacio que parece no haber cambiado en absoluto desde entonces.

Una disertación durante las conferencias de Eranos de 1938. Paul Masson-Oursel es el orador, y Carl Gustav Jung está escuchando a la izquierda de la imagen.

En Casa Gabriela, nada más atravesar la escalinata de entrada, uno escucha: “Ahí los tienes”, de la boca de la mujer que hace las veces de anfitriona. Frente al viajero, que hoy se puede hospedar en las habitaciones para encontrar silencio e investigar, está la misma tabla redonda de mesa que cuelga de la pared, hay un pilar de piedra con el relieve de una serpiente esculpida y una inscripción: Genio Loci ignoto (genio del lugar).

La sede central de los encuentros anuales del Círculo de Eranos, situada a los pies del Monte Verità y frente al lago, es real y simbólica al mismo tiempo. Aquí, en cada rincón, una cosa habla de otra: llama la atención el dibujo de un unicornio atrapado en un ruedo como se puede atrapar la imaginación, una mesa redonda con mantel de tela blanca sobre el que hay una vela apagada, un sofá en el que nadie parece haberse sentado por décadas. Las habitaciones tienen camas pequeñas y unipersonales, pero miran al lago. Hay mesas de trabajo y estanterías con libros antiguos. De vez en cuando, algunas estatuillas como las de los dioses hindúes de Shiva y Shakti, que representan masculino y femenino. Hay armarios, pequeñas cocinas, espacios diáfanos que invitan al debate. Ventanales orientados al lago. Desde una ventana se ve una barca, y una escalinata que se hunde. Hay retratos de quienes aquí sirvieron de inspiración: en un rincón está una imagen de Goethe, cuyas obras completas están en un estante. Fotografías en blanco y negro de un Carl Jung ya anciano, que contempla un paisaje remoto; de Olga, que descansa en una mecedora. De todos los componentes del Círculo que debaten en torno a la mesa redonda.

Pilar de piedra con el relieve de una serpiente esculpida y una inscripción: 'Genio Loci ignoto' (genio del lugar), en Casa Gabriela (Ascona).

Historia de un monte

El Círculo de Eranos, cuyas reuniones anuales continúan celebrándose, no nació en Casa Gabriela ni frente al lago Maggiore por casualidad. El pilar sobre el que se creó existía por décadas y lo puso en gran parte también otra mujer, otra artista. Se llamaba Ida Hofmann, llegó allí con su compañero Henri Oedenkoven, y junto a otras personas dispuestas a crear algo semejante a la utopía con una comunidad vegetariana y cooperativista que defendía la liberación femenina, el carácter autocrítico, la comunión con la tierra y el cultivo del equilibrio de mente, cuerpo y espíritu. Como aviso de intenciones, lo primero que hicieron fue dar nuevos nombres a la tierra, por lo que el monte Monescia pasó a ser el monte Verità, y en él bautizaron a los prados y rocas de siempre con títulos como prado de Pascifal, Roca La Valquiria, etcétera. Corría el año 1900, estaban a 321 metros sobre el nivel del mar y el reclamo atrajo hasta aquí a personajes como Otto Gross, Isadora Duncan, Arthur Segal, Hermann Hesse o Mijaíl Bakunin. Cuando Hofmann, tras crear un sanatorio, decidió marcharse a Brasil, quien fue el banquero del Káiser Guillermo II, Eduard von der Heydt, compró la tierra y enfocó el desarrollo del monte Verità para atraer a artistas e intelectuales adinerados. Cuando él murió, la propiedad quedó en manos de la ciudad de Ascona, que convirtió la utopía que se vivió por décadas allí en nuevo reclamo.

Queda mucho en pie de lo que fue, además de los edificios Bauhaus. En Casa Anatta, por ejemplo, uno se sorprende ante lo que las fotografías muestran de aquel tiempo: danzas de cuerpos casi desnudos, círculos de juegos de personas que parecen gritar, rostros de jóvenes que ríen con miradas de libertad, plenitud, como viajeros que conocen el camino a través del que se llega a la ciudad. Y al tesoro.

La abuela de Ascona

Ascona (5.381 habitantes, palmeras en las calles, embarcadero y aeródromo deportivo) es la ciudad que en 1918 se convirtió en el tesoro de la pintora rusa Marianne von Werefkin. Ella estaba sola, su marido la dejó después de que ella abandonara su capacidad para crear. En Ascona se recuperó. Figura clave del expresionismo y creadora del grupo Grosser Bär, ella ayudó a fundar el Museo Comunale d’Arte Moderna que en la actualidad exhibe su obra.

En esta zona del mundo el mito de héroes y heroínas es lo común. El viajero confirma este hecho en el lago d´Orta —situado a poco más de una hora, ya en la vecina Italia—, donde se guarda el sabor de las cosas pequeñas que de verdad importan. En el corazón del lago hay una isla monasterio a la que se accede desde el bello y recoleto pueblo de Orta San Giulio, repleto de palacetes, casonas, callejuelas que se funden con el agua. Cuando, rodeado de delicioso olor a pizza recién horneada, el viajero toma el barco que lleva y trae a la isla monasterio tiene la impresión de que el tesoro que andaba buscando puede estar allí por un motivo.

Vista aérea de la isla monasterio del lago d'Orta.

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo la isla del lago d’Orta estuvo habitada por dragones y monstruos, pero llegó San Giulio y acabó con ellos. Hoy hay una senda que recorre la isla, una iglesia medieval. Agua, jardines, enigmas escritos en las paredes. Sonido de campanas cada poco tiempo. En la filosofía analítica creada por Carl Jung los dragones, que guardan el tesoro, son pruebas para que nazca el héroe y la heroína que toda persona tiene dentro. Es curioso: en la isla monasterio d´Orta lo que el visitante se encuentra ahora es el sobrecogedor silencio.

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