Cómo exprimir la primavera en París
Propuesta de un recorrido callejero entre pasajes, chocolaterías, tiendas y restaurantes añejos de la capital francesa. Un buen calzado y los ojos bien abiertos, pues la ciudad en esta estación es un regalo para los sentidos
Hay un hotel pequeño y cómodo, recién restaurado, cuya situación privilegiada en el distrito IX de París es idónea para callejear por la capital francesa. Nada más salir de la Maison Axel Opera y antes de emprender ruta, es aconsejable probar las exquisiteces asiáticas del restaurante vecino Neko Ramen, la gran cantina japonesa del barrio, cuyo dueño y chef, Sedrik Allani, se formó en Rajuku, de las mejores escuelas de ramen de Tokio. La terraza del local da al Pasaje Verdeau que lleva el nombre de su creador. Inaugurado en 1847, tiene una vidriera en forma de espina de pescado por la que entra la luz matizada y hoy alberga ese tipo de tiendas a las que hay que ir sin prisa y pasar la mañana buscando un grabado, una postal de otro siglo o ese libro que lleva años descatalogado.
Si se sale por la entrada norte del pasaje, lo primero que llama la atención es una chocolatería pintada en verde por cuyo escaparate asoman dulces delicias. Á la Mère de Famille data de 1761, lo que la convierte en la chocolatería más antigua de la ciudad, con especialidades dignas de mención como son las frutas confitadas, calisson (dulce tradicional francés) y las galletas Montmatre Palet. Sin embargo, la entrada sur del Pasaje Verdeau se une el Pasaje Jouffroy, donde las librerías y tiendas de dulces dan paso al entrañable Museo Grévin, fundado en 1882. Quinientos personajes emblemáticos esculpidos en cera ofrecen un paseo por la historia de Francia y del mundo en general, que culmina en su Palacio de los Espejismos, en forma de calidoscopio gigante.
El Pasaje de los Panoramas, de 1799, es uno de los más antiguos y el primer pasaje cubierto de París. Se le llama así porque su principal atracción consistía en proyectar panoramas de grandes ciudades en una sala cilíndrica y oscura. Considerado monumento histórico y centro de filatelia, entre sus locales sobresalientes se pueden observar los decorados antiguos de la chocolatería Marquis o la imprenta Stern, a lo largo de sus 133 metros de longitud. Tiendas gourmet y de artesanía que venden Citroën Dos caballos o Cuatro Latas Renault en miniatura. Cafés donde se sientan los poetas, inspirados por la primavera y por la gente cosmopolita que entra y sale del pasaje, e incluso teatros, como el de Varietés que desde 1807 sigue subiendo el telón para el disfrute de todo aquel que lo visita.
Las flores adornan las calles, y su aroma se aspira en cada esquina. El café Drouot se ha vestido de rosas rojas que seducen a entrar y probar su cocina típica francesa con productos frescos, como esos espárragos de temporada que adornan las fruterías, al lado de las cerezas estacionales.
Por siempre, Montmartre
Entre las callejuelas del barrio, aparece cada dos por tres la imagen imponente de la basílica del Sagrado Corazón de París, el Sacre Coeur. Caminando hacia su escalinata, se observan restaurantes añejos de la talla del célebre La Mère Catherine, de 1973; tiendas de regalos atractivos y de buena calidad y precio, como Anoki, en Rue Tardieu 3, cuyo escaparate atrae las miradas; al igual que la Crèmerie Rochechouart, de quesos excepcionales, que tiene fama en la capital francesa. Se cruza por la animada plaza de Tertre, en la colina de Montmartre, llena de terrazas y restaurantes. Y, finalmente, se alcanza la basílica, desde donde contemplar las mejores vistas de París.
Siguiendo el paseo, aparecen tópicos parisinos como puedan ser las inconfundibles aspas del Moulin Rouge, cuyos muros encierran cantidad de historias reales y leyendas también, a paso de cancán y música de cabaret. Mientras que en la cercana calle de Trois Frères un mural, que no tatuaje (su especialidad), de Mast-Cora devuelve la ciudad al siglo XXI, para mostrar un espléndido ejemplo de arte callejero. Sin salir de Trois Frères es imprescindible rendir visita al espacio de Henri Landier y observar una particular visión de la vida a través de su colorida y alegre obra. En primavera, las terrazas de los cafés están llenas. Los clientes se sientan al sol y se toman un café au lait, un vino o un pastis. Unos navegan por el móvil, los hay quienes escriben en el ordenador, quien lee un libro o aquel que simplemente mira el ir y venir de paseantes, ciclistas, patinetes… Por los balcones de las casas estilo Haussmann asoma la gente que quiere sumarse al animado ambiente de un día soleado.
En el Distrito I
El Jardín de Tullerías, en esta época (bueno, y siempre) es un imprescindible. Situado en el corazón de la ciudad, entre el Museo del Louvre y la plaza de la Concordia, la primavera lo ha enmarcado en rosales. Los transeúntes se sientan al borde de la fuente del estanque octogonal, en las sillas con citas de escritores del siglo XX. De allí, a dos pasos, se llega al universo del Louvre. Se pasa por la pirámide acristalada, obra de Ieoh Ming Pei, que se abrió en 1989, bicentenario de la Revolución Francesa y que, si al principio tuvo sus críticas, al igual que la Torre Eiffel, la Ópera de Sídney y otros edificios controvertidos en su tiempo, ahora no se entiende el escenario del museo sin ella.
En ruta, y a pocos pasos, aparecen las columnas de Buren, en el Patio de Honor del Palacio Real. Una especie de tablero gigantesco de damas, en blanco y negro, creación del artista Daniel Buren en 1986, en el que todos sucumben a la tentación de subirse en las columnas de diferentes alturas.
Paseando por el Pont Neuf
Llegando a la calle del Pont Neuf aparece la gigantesca escultura a semejanza de la famosa diseñadora japonesa Yayoi Kusama, que pinta de lunares la sede principal de Louis Vuitton. A sus espaldas, el almacén Samaritaine, monumento histórico gracias a su estilo art noveau-art déco y a su espectacular cristalera rectangular de armazón metálico, de 1907. Los grandes almacenes han pasado por una exhaustiva restauración, recuperando los frescos de Frantz Jourdain y los materiales nobles. Hoy vende en su interior con 600 marcas francesas y tiene un espectacular espacio gastronómico en la planta quinta.
Y llega el momento de embarcarse en uno de los cruceros del Pont Neuf y contemplar París desde su emblemático Sena, pasando por los puentes, protagonistas de libros, películas y canciones. Contemplar cómo la gente baila el swing en las orillas del río, pasar por Notre-Dame, aún en obras tras el incendio de 2019, y admirar el símbolo inequívoco de la capital francesa, su Torre Eiffel.
De literatura y glamur
No se puede dejar París sin pasar un buen rato en la librería Shakespeare and Company, que nació gracias a la genial idea de Sylvia Beach en 1919, en su afán por introducir literatura de lengua inglesa. De hecho, fue la primera en publicar el Ulises de James Joyce, prohibido por entonces en Estados Unidos. Un nazi quiso comprarle Finnegans Wake, también de Joyce, a lo que la librera se negó por quedarle apenas un ejemplar. El gesto le valió el cierre de la librería que, tras 10 años, volvería a abrir George Whitman, apodado El Quijote del Barrio Latino de París, ya que, aparte de fomentar la lectura, también ofrecía hospedaje y comida, al igual que hace su actual propietaria, Sylvia, hija de Whitman.
Películas como Antes del atardecer o Medianoche en París, de Woody Allen, muestran la legendaria librería. A sus puertas, los ajedrecistas echan una partida, mientras que el caricaturista exagera los rasgos de su cliente. Un bollo de crema en la pastelería vecina Odette, y un cambio de tercio, llegando a la Place Vendôme, presidida por la columna homónima que construyó Napoleón en 1810. Plaza donde, por cierto, falleció el compositor polaco Frédéric Chopin, y que hoy presume de albergar las joyerías y tiendas de moda más prestigiosas de París, así como hoteles de la categoría del Ritz.
Culminando la jornada
Para dar por terminada la jornada, se recomiendan dos lugares del barrio de la Ópera donde cenar antes de volver al hotel. Las pizzas de Le Papacionu son algo serio. Masa fina, amasada allí mismo, e ingredientes de primera la convierten en una de las mejores pizzas jamás probadas, en un entorno agradable, con vinos bien seleccionados. A pocos metros, otra opción, otro continente. El restaurante japonés SuMiBi Kaz sumerge en un ambiente cuidado y tradicional, mimando la decoración, sus luces y detalles para llegar a un onírico espectáculo gastronómico. La anguila es una de sus especialidades, como también lo son los sushis y los productos que, elaborados a la combustión de carbón de bosque (Sumibi Yaki), conservan los sabores y jugos de los alimentos. Y si, acompañados por sus exclusivos saques, la termina un día redondo y memorable.
Suscríbete aquí a la newsletter de El Viajero y encuentra inspiración para tus próximos viajes en nuestras cuentas de Facebook, X e Instagram.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.