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En marcha por el Gran Sasso, senderismo y buen comer en el pequeño Tíbet de Italia

El funicular en Fonte Cerreto que lleva hasta el hotel en el que estuvo prisionero Mussolini, el cinematográfico paisaje de Campo Imperatore, un plato de pasta con trufa y más atractivos en este parque nacional con algunas de las mayores cumbres de los Apeninos

Gran Sasso Italia
Un excursionista en las cascadas de Cento Fonti, en el parque nacional Gran Sasso e Monti della Laga (Italia).seraficus (Getty Images)

En no más de hora y media en coche desde Roma, conduciendo hacia el noreste, llegamos a Fonte Cerreto. Es una de las puertas de acceso al Gran Sasso d’Italia, que significa la Gran Piedra de Italia, parque nacional con algunas de las mayores cumbres de los Apeninos. En Fonte Cerreto estamos a una altitud de 1.200 metros, pero ahí mismo es donde se puede coger el funicular que supera en pocos minutos otros mil metros hasta Campo Imperatore, base de excursiones y escaladas otoñales y estación de esquí en invierno. También hay una carretera desde Fonte Cerreto, aunque enroscándose con revueltas continuas ante panoramas de montes y lagos, ya sin pueblos ni granjas. Un compendio de soledad que ha suscitado el sobrenombre que se ha dado a la zona: el “piccolo Tibet” de Italia. Desde luego, todo es más modesto que en el Himalaya, pero en el altiplano de Campo Imperatore aún se cogen trufas en otoño. Y la cima del Corno Grande (2.912 metros) se viste en invierno con una nieve que parece un manto de armiño.

Nosotros no llevamos perro, ni cerdo buscador de esas delicias subterráneas que son las trufas o tartufi. Ni tampoco vamos a por boletus (funghi porcini). Campo Imperatore tiene más atracciones. Es donde termina el funicular. Por un túnel desde la misma estación se llega al Albergo Campo Imperatore, un edificio construido en los años treinta del pasado siglo con el estilo racionalista que imperaba entonces. El hotel se inauguró en 1936 y, desde entonces, con sus varias rehabilitaciones, es una buena base para excursionistas en épocas veraniegas y otoñales, y en tiempo de nieve su ubicación va que ni pintada para los esquiadores. Tienen las pistas al lado mismo. Todavía en el segundo piso del alojamiento, en la habitación 220, queda la decoración del tiempo en que estuvo allí prisionero Benito Mussolini. Tras ser destituido por el rey Víctor Manuel III el 24 de julio de 1943, primero lo llevaron a las islas de Ponza y Maddalena.

Pero pronto las islas parecieron poco seguras, y Mussolini fue encarcelado en lo que se consideraba entonces el lugar más inexpugnable de toda Italia: el Gran Sasso. Y ahí, en el hotel de Campo Imperatore, permaneció desde el 28 de agosto hasta el 12 de septiembre, cuando fue liberado. El propio Hitler autorizó la Operación Eiche (Roble), encabezada por el capitán de las SS Otto Skorzeny. Debía volar en secreto hasta el Gran Sasso y liberar al Duce. No hubo un solo disparo pese a que la policía italiana contaba hasta con ametralladoras en el hotel. Así las cosas, Skorzeny sacó a Mussolini de allí en su avioneta que iba cargada más del límite conveniente. De ahí volaron hasta Pratica di Mare y luego, ya en un Heinkel, a Viena y Múnich. Gracias a Hitler, Mussolini recuperó cierto póstumo poder formando un residuo del fascismo en la Lombardía. Eso acabó el 28 de abril de 1945 con Mussolini ejecutado y con Italia, al fin, liberada. Pasolini hizo una película metafórica sobre la degradación que llegó a tener esa república mussoliniana. Tituló gráficamente a su filme: Saló o los 120 días de Sodoma.

Hotel Campo Imperatore, en el que estuvo preso Benito Mussolini.
Hotel Campo Imperatore, en el que estuvo preso Benito Mussolini.Marc Hill (Alamy / Cordon Press) (Alamy Stock Photo)

Hoy, una de las mejores caminatas en el Gran Sasso es la que lleva desde Campo Imperatore, que está a 2.130 metros, hasta el Refugio Vittorio Emanuele II, construido en 1908. El desnivel desde el Albergo al Refugio es de apenas 290 metros. La recompensa son las vistas del Corno Grande del Gran Sasso, y de otros montes como el Pizzo Cefalone. Mientras, en el altiplano de Campo Imperatore se pueden ver sitios tan interesantes como el Jardín Botánico Vincenzo Rivera, con plantas y flores de altura. Y la Stazione Osservativa, donde antaño estuvo el Observatorio Astronómico del Abruzo.

La Stazione Osservativa, en el parque nacional del Gran Sasso, un macizo de la cordillera de los Apeninos.
La Stazione Osservativa, en el parque nacional del Gran Sasso, un macizo de la cordillera de los Apeninos.Mauro Toccaceli / Alamy Stock Ph

Claro que el Gran Sasso unido a los Montes della Laga forman uno de los mayores parques nacionales de Italia con sus 150.000 hectáreas. Con 44 municipios que pertenecen a cinco provincias (Ascoli Piceno, L’Aquila, Pescara, Rieti y Teramo) y en tres regiones, Lazio, Abruzzo y Las Marcas. Hay donde echar a volar la imaginación y donde calzarse buenas botas. Pero es en el altiplano de Campo Imperatore y cercanías donde mejor encaja esa popular denominación de “piccolo Tibet” de Italia. Algo que, desde luego, vino a pedir de boca a muchos cineastas italianos. Cuando no se quería que en el plano saliese un poste eléctrico, o telefónico, un anuncio, un humo, o un sonido que no fuese el del viento, escogían este lugar para hacer algunas tomas. Por ejemplo, en El desierto de los tártaros, filme de 1976 basado en la novela de Dino Buzzati. O en algunos planos de El nombre de la rosa, basada en la novela de Umberto Eco. Incluso aprovecharon estos exteriores películas de serie B, como las protagonizadas por Bud Spencer y Terence Hill.

En nuestro camino de vuelta soñamos con las trufas y los boletus, pero hay tanto que ver que nos parece irresistible, ya en L’Aquila, capital abruzesa, conducir una veintena de kilómetros más para llegar a Termine, un pueblo cuyo nombre lo dice todo. Allí o acaba todo o vuelve a empezar.

Vista del altiplano de Campo Imperatore y de la cima del Corno Grande.
Vista del altiplano de Campo Imperatore y de la cima del Corno Grande.Marc Hill (Alamy / Cordon Press)

La carretera es buena para estar tan vacía de tráfico. Los montes enmarcan como postales verdes a ambos lados de la vía. Y tras el último pueblo habitado permanentemente, que es Cagnano, aparece Termine di Cagnano. Censadas tiene 423 personas, si bien solo residen unos cuantos en verano o en raras fiestas o faenas. La mayor parte del tiempo los perros son los amos. Y sobre ellos la soledad y el silencio. Todavía junto al pueblo hay algunos cerezos y nogales, pero más allá los prados se ondulan hasta donde los reyes son desde luego los jabalíes, y quién sabe si los lobos. La sensación de absoluta soledad de Ternine también hay a quien le gusta. El periodista Roberto Giacobbo, autor de famosos programas viajeros televisivos italianos como Voyager, o de reportajes como Freedom - Oltre il confine (Libertad), se ha comprado ahí una casa para escapar del mundanal ruido, al menos en su tiempo libre. En Termine no hay ni un bar.

La felicidad se llama trufa

Volviendo a L’Aquila damos con una osteria llamada La Casareccia. Su cocina netamente abruzesa la regentea Noemi, una mujer dispuesta a no andarse con fruslerías. Aquí se empieza pidiendo algo con trufas blancas, y si ese día no las tiene, pasas a las trufas negras. Ya te has ahorrado unos cientos de euros, pues las blancas abriuzesas, sin tener el nivel de las de Alba (en el Piamonte), también andan por encima de los 10.000 euros o más el kilo. Y las negras, según y cuando, es raro que bajen de 2.000 o 3.000 euros el kilo. Dependiendo de todo de lo que llueva, que también en Italia hay el mismo problema, y de la suerte del cazador de trufas, aparte del perdiguero o sabueso que tenga.

Y por fin llega el momento esperado: el camarero empieza a cortar finísimas obleas de una trufa negra que van cayendo sobre los fettuccine como si fuese un maná. Uno contiene la respiración para que el camarero se avenga a cortar una oblea más, y luego otra (aunque sepamos que lo mínimo será pagar 20 euros por unos 10 granos). Luego es un triunfo de aromas revolver los pétalos llovidos de la trufa entre la pasta humeante que quiere abrazarlos como si fuesen hijos pródigos del bosque. Tampoco es demasiada renuncia si uno pide una pasta con Boletus edulis recién cogidos o unas pappardelle, cintas anchas, con salsa de jabalí. Damos por ya conocidos el cabito o las parrilladas mixtas de carne. Acompañamos la restauración, que es lo que es comer tras caminar mucho o poco por el Gran Sasso, con una botella de Trebbiano, un alegre vino blanco y algo ácido, que comparten los abruceses con los de Amatrice y zonas colindantes del Lazio.

Es otoño y es la felicidad en este local donde los paisanos celebran algo casi siempre. Por si fuera poco, Noemi ha puesto en los ventanales de su local unas fotografías en blanco y negro que no tienen pérdida. Son de antiguos actores y actrices del cine italiano que se dejaban caer por L´Aquila y que aquí dejaron también su huella, llamándose Anna Magnani o Aldo Fabrizi, Alberto Sordi o Totò.

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