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Un paseo entre olivos milenarios por Canet lo Roig

Este pequeño municipio valenciano atesora 1.100 ejemplares, que lo convierten en un lugar ideal para adentrarse en el fascinante mundo de los olivos seculares y del aceite

La sombra de un olivo milenario en La Jana.
La sombra de un olivo milenario en La Jana.Jannick Tessier (GETTY IMAGES)

El origen del aceite de oliva hay que buscarlo en el antiguo Egipto, y luego en Grecia. Fue Roma, sin embargo, la que potenció su expansión por todo el Mediterráneo, aprovechando la magnificente logística imperial. Parece que ya Nerón gustaba de usar agua, aceite de oliva y pétalos de rosas para sus necesidades de perfumería. En las termas romanas era costumbre embadurnarse con este óleo, aromatizado previamente con hierbas silvestres. Luego estaba, por supuesto, la cuestión de su consumo culinario. El aceite más apreciado, en este sentido, era el procedente de Hispania, tanto en forma de oleum ex albis ulivis (de aceitunas verdes) como de oleum maturum (de aceitunas maduras), entre otros.

Siendo tan alta la veneración imperial por este aceite casi sagrado, no es extraño que los olivos abundaran en las proximidades de la Via Augusta, por ejemplo. Esta auténtica autopista romana entraba en lo que ahora es territorio valenciano por la localidad de Sant Joan del Pas, en el término municipal de Ulldecona (Tarragona). Luego se dirigía hacia el sur, ya en la hoy provincia de Castellón, por Traiguera y La Jana hacia Sant Mateu. El municipio de La Jana es fronterizo con el de Canet lo Roig. Ambas poblaciones comparten un amplio valle entre montañas, donde los romanos introdujeron prácticas agrícolas y se dedicaron a plantar pequeños olivos. Han pasado los siglos y aquellos débiles esquejes se han convertido hoy en los fabulosos y hercúleos árboles milenarios que protegen el paisaje en la frontera entre Cataluña y la Comunidad Valenciana.

En total hay más de 4.000 ejemplares catalogados (solo en Canet lo Roig se encuentran más de 1.100 olivos milenarios) en las comarcas del Montsià (Tarragona) y el Baix Maestrat (Castelló). La mayoría pertenecen a la variedad de aceitunas Farga. La Farga es una variedad de olivo especialmente robusto; su tronco genera una madera singularmente gruesa y, para poder equilibrar el peso, el árbol se proyecta en la tierra con unas raíces muy hondas. Esto permite aguantar los impulsos salvajes y poco amistosos del viento mistral, que sopla con fuerza en la región.

El motivo por el cual los labradores de esta zona han mantenido sus olivos milenarios quizás es poco poético: el secano no admite otros árboles con necesidades perentorias de agua. El minifundismo, por otro lado, ha obrado también sus benéficos efectos proteccionistas.

La actriz Anna Castillo en una escena de la película 'El Olivo', dirigida en 2016 por Icíar Bollaín.
La actriz Anna Castillo en una escena de la película 'El Olivo', dirigida en 2016 por Icíar Bollaín.Photo 12 / Alamy / CORDON PRESS

Canet lo Roig, por su concentración de ejemplares, es un lugar ideal para adentrarse en el fascinante mundo de los olivos seculares. Se trata de una población de poco más de 700 habitantes, prosternada sobre un montículo (parece que Can o Kan, en la cultura ibérica, hacía referencia a un lugar elevado). No parece que los lugareños hicieran demasiado caso a estos monstruos de madera y sueño que puntuaban, como formidables acentos, su paisaje ancestral. Esto cambió a inicios de este siglo. A partir de la promulgación, por parte de las Cortes Valencianas, de la Ley de Patrimonio Arbóreo Monumental (2006), los olivos milenarios comenzaron a ser protegidos y catalogados. De esta última labor se encarga la Mancomunidad Taula del Sénia. Quizás algún lector ha visto la película El olivo, de Icíar Bollaín (2016). Está rodada en Canet lo Roig y otros lugares del Maestrat, con vecindario local, y explica la penosa realidad de los olivos vendidos a particulares o grandes empresas y arrancados inmisericordemente de su territorio nutricio. Esta práctica, por lo menos, ha sido frenada.

En la actualidad, el Ayuntamiento de Canet lo Roig propicia unas rutas muy interesantes por su término para visitar los viejos olivos. Algunos tienen una fama especial. El de la película de Bollaín, por ejemplo, o también el conocido como “olivo de las cuatro patas”. Este monstruo delicado obtuvo en 2016 el premio AEMO al mejor olivo monumental de España. Para ser catalogado como olivo milenario, uno de estos árboles tiene que tener por lo menos 1,30 metros de altura y 3,5 de perímetro de tronco. La olivera de les Quatre Potes tiene un tronco de 5,71 metros y un perímetro en suelo de 10,2. Cada una de estas estructuras arbóreas tiene su propia singularidad. El llamado cáncer del olivo, que los va corroyendo por dentro, se resuelve en caprichos churriguerescos y en imposibles contorsiones vegetales. Por eso muchos están huecos por dentro o dibujan, con los siglos, puntos de fuga tornadizos, muecas veleidosas y ademanes volubles. El resultado es una pura pirueta fantasmagórica.

Las vistas de Canet lo Roig desde la Serra de Sant Pere.
Las vistas de Canet lo Roig desde la Serra de Sant Pere.Marialuisa Wittlin (GETTY IMAGES)

El visitante que realice una de estas rutas necesitará, sin duda, algún lugar donde alimentarse después. Ese lugar es el restaurante Lo Sarao, a la entrada del pueblo de Canet lo Roig. Se trata de un modesto establecimiento que se eleva ante la ermita del Calvario y requiere, para su visita, una fe análoga. Entre sus paredes se oculta Carlos Miralles Vericat, un chef formado en los restaurantes Disfrutar, El Celler de Can Roca y El Racó de Can Fabes que puede cumplir las apetencias del más exigente de los comensales. Su arroz de canana, calçots a la brasa y romescu es de una seriedad mayestática, pero no hay que olvidarse de probar delicias estrictas del terreno como el paté de perdiz, los langostinos de Vinaròs con alcachofas de Benicarló o el combinado de zorzal, caracol blanco y trigueros acabados de recoger. Y, de postre, cuajada de leche de cabra.

Y, por supuesto, antes de partir se puede adquirir aceite de olivos milenarios en algunas empresas del municipio, como Lo Canetà. La curiosidad, sin embargo, me lleva hasta una de las bodegas en activo más antiguas del territorio valenciano: Celler L’estanquer, fundada en 1825. Aquí, bajo el lema “El vino es la única obra de arte que se puede beber”, se elaboran mostos como Paraula (blanco), Lo roig (tinto) o Xamba (rosado). Con buen aceite y buen vino, pues, mi propósito en la vida (disfrutar de placeres efímeros) se ve completamente saciado.

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