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Sri Lanka
Crónica
Texto informativo con interpretación

La otra cara de los retiros: el negocio espiritual en Sri Lanka

El ‘wellness’ es una industria en auge que alcanzará los casi 9.000 millones de dólares en 2028. ¿Viajar 10.000 kilómetros para encontrarse a sí mismo es parte de una nueva corriente comercial que arrastra a miles de occidentales vacíos en busca de respuestas?

Retiros Sri Lanka

Después de 14 horas de avión, y unas cuantas más en coche, por fin he llegado al santuario. Una estatua de Buda tallada en piedra y una sucesión de banderas de plegaria coloridas son la puerta de entrada a este centro al sur de Sri Lanka en el que estaré una semana. Un suave olor a incienso y salitre abre los pulmones. Me piden que me quite los zapatos y la idea de caminar descalza durante siete días me hace sentirme libre como una niña. Todo es pulcro y parece estar en perfecta sincronía. Los empleados se mueven en una coreografía silenciosa para recibirme con un coco fresco, un collar de lotos blancos y un masaje de bienvenida. El estrés de la ciudad parece haberse quedado en una vida pasada, aquí se respira quietud.

Una doctora ayurvédica me presiona las uñas, me hace sacar la lengua y me somete a un cuestionario exhaustivo para determinar cuál es mi dosha, la energía vital según la medicina tradicional. Hoy descubro que soy kapha-pitta y que mi vata está muy desequilibrado. A partir de ahora tendré que tomar un combinado de hierbas de consistencia espesa con sabor amargo dos veces al día que, supuestamente, ayudará a regular mi sistema energético.

Anna Redi, una coach de actores italiana inmersa en el budismo desde hace más de 40 años, lleva en el centro dos semanas. Es la responsable de un programa llamado Dance your age, que consiste en liberar los bloqueos físicos a través de la música y el movimiento. Enseguida me advierte que el primer día suele ser terrible: la falta de café, los sonidos de la naturaleza que resultan atronadores y, sobre todo, el horror vacui. Tiene razón, una jaqueca insoportable me lleva a preguntarme cómo es posible sentirse tan mal en el paraíso. Por un momento, la idea de haber cruzado medio planeta sola para encerrarme en un centro ayurvédico me parece ridícula. ¿Por qué no me habré ido a una isla griega? Sin embargo, pienso en todas esas enseñanzas orientales que promueven el desapego y deshago la maleta sin rechistar.

La medicina ayurvédica recomienda, al menos, estancias de un mes, pero la mayoría pasa solo algunos días (la estancia en una habitación básica ronda los 1.800 dólares por persona la semana), librándose así de la experiencia completa del panchakarma, el programa más profundo de esta práctica ancestral. Esta purificación, además de masajes, implica una purga, enemas, absorber aceites esenciales por las fosas nasales y una sangría, que tradicionalmente es realizada con sanguijuelas.

Emprendedores de éxito, altos ejecutivos, fundadores de startups y trabajadores que ahorran todo el año disfrutan de la lentitud con la que transcurre el tiempo. Veo salir a varios de ellos victoriosos después de sus 24 horas de desintoxicación y me resulta paradójico que, lejos de huir del famoso mal del viajero, haya personas que paguen varios miles de euros para comer purés y estar encerradas en el cuarto de baño de un país tropical.

Aquí los días se suceden marcados por el ritmo natural del sol, y si no fuera por la pizarra en la que cada mañana están escritos los tratamientos ayurvédicos debajo de mi nombre, perdería la noción de las horas y, quizás, hasta de mí misma. Me levanto a las cinco en punto para tomar una infusión de hinojo y cardamomo, medito al amanecer con el sonido de los monos saltando entre las ramas, el tintineo de una campana me conduce a las delicias de un bufet vegetariano, me entrego al placer de un aceite caliente derramándose en mi pelo mientras unas manos suaves me masajean el cuello, paseo por una playa desierta en la que campan lagartos gigantes y pavos reales, leo un buen libro, practico yoga al atardecer esquivando los mosquitos con cada asana y me retiro a mi habitación con la caída de la noche.

Hay días que me descubro mirando al horizonte, consciente de mi propia fragilidad; otros, me embarga la sensación de pertenecer a un todo que hasta ahora me había resultado ajeno. Me doy cuenta de que, al alejarme del ruido, caben muchas cosas en 24 horas.

Kamila Duda nos guía con su práctica de yoga dos veces al día. Para ella el bienestar significa la unión entre cuerpo, mente y alma, y es lo que pretende al despertar nuestros músculos con una sesión de yoga vinyasa algo más movida por la mañana y prepararnos para un descanso reparador al atardecer. “Vivimos tan alejados de la naturaleza que, cuando regresamos a ella, volvemos a sentirnos a nosotros mismos. Estamos constantemente bombardeados con distracciones y la naturaleza nos regala quietud. Confío mucho en los retiros. A veces, para poder reconectarnos, necesitamos salir de nuestro entorno. En estos retiros te dan de comer, tienes dónde dormir, no hay estrés, ni trabajo… estás completamente inmerso. En cambio, en la ciudad estás atrapado en el caos”, explica esta profesora canadiense que defiende que la experiencia de practicar yoga rodeado de naturaleza no tiene nada que ver con hacerlo encerrado en un estudio de ciudad. Aquí uno tiene que sacudirse la arena antes de tumbarse en la esterilla y el sonido de la música se diluye con el murmullo de los animales salvajes que uno reproduciría en una playlist antes de dormir.

Una semana es suficiente para creer que volveré levitando a mi rutina. Siento que el nirvana está al alcance de unas vacaciones y tengo la certeza de ser otra.

Una sensación efímera

La burbuja del retiro se explota al poner un pie fuera y toparme con otra Sri Lanka en la que la espiritualidad queda lejos de cualquier lujo. Descubro la autenticidad de un país ajeno a la escenografía del santuario: templos incrustados en lo alto de las montañas en los que reina el silencio, niñas que sostienen ofrendas de flores, escuelas entre plantaciones de té que me reciben con los brazos abiertos, mujeres que me acercan en moto de vuelta al hotel tras una lluvia torrencial, jóvenes que sacan las pocas rupias de su cartera para ayudar a un anciano en silla de ruedas. Allí es donde comienza el verdadero viaje interior.

“Siento que esta gente está mucho más conectada con sus enseñanzas, su religión y su cultura. Vivimos en un mundo donde todo es multicultural, pero hemos perdido las raíces y el sentido de comunidad. Es curioso porque muchos orientales abandonan sus países en busca de una vida mejor en Occidente y, en cambio, yo estoy haciendo el camino inverso: me veo aquí buscando una vida más simple”, confiesa Kamila Duda.

Tharu, el guía que me acompaña en algunos tramos de mi viaje, está convencido de que es responsabilidad del turista descubrir y entender las enseñanzas espirituales que esconde su país. Mientras conduce y vigila que ningún elefante se cruce en la carretera lo simplifica todo en una frase: “El confort espiritual externo nos genera un deseo insaciable por todo”.

La sensación de paz y sosiego, como el olor a incienso, es efímera; aunque las redes sociales nos vendan lo contrario. Al regresar a Madrid me asaltan las dudas: ¿he sido parte de una nueva corriente comercial que arrastra a miles de occidentales vacíos en busca de respuestas? ¿Cuánto de espectáculo y cuánto de auténtico he vivido? ¿Necesitamos viajar 10.000 kilómetros para mirar hacia dentro?

Anna Redi reconoce que “este tipo de retiros son una cristalización de las necesidades de Occidente; ofrecen espiritualidad, comunidad y la posibilidad de sentirte parte de algo; pero, en realidad, son un negocio más con la carátula de ayuda desinteresada y bondad”. El wellness es una industria en auge: el Global Wellness Institute prevé que la economía mundial del bienestar alcanzará casi los 9.000 millones de dólares en 2028. “Se ha abierto un mercado ante una necesidad que repite la misma fórmula en Bali, Tailandia, India. Buscan resultados inmediatos ofreciendo una espiritualidad fast food a través de ecstatic dance, ceremonias del cacao, breathwork, rituales con personas vestidas de blanco o viajes psicodélicos”, explica Redi.

Los maestros y gurús de turno alinean energías y convierten la palabra trauma en el comodín mágico del marketing espiritual. De pronto todos tenemos que sanar nuestro linaje y hacer una regresión a vidas pasadas para reconciliarnos con nuestros ancestros; pero, ¿realmente hay tanto que curar? Y, sobre todo, ¿tiene sentido monetizar nuestro dolor? “Las personas que van a hacerse masajes, estar a dieta y respirar el océano, lo gestionan con autonomía; pero hay otras más vulnerables que acaban cayendo en proyecciones místicas. Al final, estos retiros generan una cierta dependencia para que vuelvas tres o cuatro veces al año y encomiendes tu bienestar a un supuesto gurú”, confiesa la coach de actores.

Suzanne Fox es la fundadora de The Yellow Tulip Project, una asociación dedicada a la salud mental de adolescentes en Estados Unidos. Esta americana aprovechó su viaje por Sri Lanka para hacer una parada en el centro ayurvédico, confiando en que le curaran la rodilla después de que ningún médico occidental lo consiguiera. A pesar de que su marido, un prestigioso cirujano estadounidense, era escéptico acerca de encontrar soluciones en aceites herbales y baños de gong, ella reconoce que nunca se ha sentido más sana que después de pasar una semana en el santuario. Desde su asociación, acompaña a los jóvenes que atraviesan problemas de salud mental. Los datos son incontestables: la industria del wellness crece a un ritmo imparable mientras la segunda causa de muerte entre personas de 10 y 34 años es el suicidio. “No hay duda de que vivimos inmersos en la época de la ansiedad, la depresión, el aislamiento social, la soledad. Estamos frente a una crisis global de salud mental”, asegura Fox.

También sostiene que si estuviéramos más conectados con nosotros mismos no necesitaríamos acudir a estos lugares recónditos: “Parece que el autocuidado es una cosa de occidentales ricos, pero para encontrar el equilibrio no hace falta gastarse varios miles de dólares y someterse a un jet lag. La meditación puede estar en las rutinas más sencillas. Desde encender una vela al amanecer y agradecer el estar vivos hasta lavarse los dientes tres minutos por la mañana”.

La sociedad nos quiere eternamente jóvenes, bellos, enteros, fuertes y, además, nos exige que nos pavoneemos con una publicación de Instagram. Sumarse a la moda de los retiros que prometen devolvernos un carrusel de fotos de ensueño con muchos likes es una tentación poderosa y el riesgo de contribuir a un turismo que amenaza con convertirse en un parque de atracciones es alto.

Después de mi experiencia me pregunto hasta qué punto es necesario viajar a Sri Lanka para emocionarse con un atardecer, hacer deporte, comer sano, disfrutar de los placeres sencillos de la vida y alcanzar la presencia. Quizás, como decía Rumi, el famoso místico sufí, el secreto para ser libres es más sencillo y para encontrarse a uno mismo solo tenemos que aprender a no tomarnos tan en serio.

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