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Llegan las mareas vivas, una forma sorprendente y efímera de conocer la costa de Galicia en estado puro

Este fenómeno natural crea algunas de las pleamares más altas y las bajamares más vaciadas del año, brindando la posibilidad a los viajeros de pasear sin peligro por paisajes únicos

Costa de Galicia

Primero, la teoría. ¿Qué entendemos por mareas vivas? Se trata de un fenómeno natural que ocurre cuando se intensifica las fuerzas gravitacionales durante las fases de luna llena o luna nueva, generando, gracias al peculiar alineamiento entre la Tierra y el Sol, algunas de las pleamares más altas y las bajamares más vaciadas del año. Sobre todo en bajamar, la costa gallega, desaguada hasta límites insospechados, brinda al viajero la posibilidad, durante unas horas al día, de pasear sin peligro por numerosos paisajes marinos, entre charcas y piedras; acceder a pie a islas antes peligrosas; rodear islotes esquivos el resto del año; adentrarse en furnas (cuevas), pasar de una playa a otra... En suma, comprender cómo el mar actúa en la línea de costa sin sentir su amenaza y con el perfume de aventura que todo viajero agradece.

Este mes de septiembre, se abre una ventana veraniega en la costa gallega de unos cuatro días —del día 7 al 10, las llamadas mareas lagarteiras— en los que descubrir paisajes que se ocultan generalmente bajo el agua, teniendo presente que el Atlántico y el Cantábrico condicen muy poco con el Mediterráneo: la marea sube con la misma presteza que desaparece; cada 24 horas dispondremos de dos mareas altas y dos mareas bajas, efectuándose cada día a una hora diferente. La segunda semana de octubre también se registran grandes mareas vivas.

Además de consultar las tablas de mareas (tablademareas.com), lo suyo es confirmar el horario con lugareños, mejor si se dedican a la pesca. Y una vez que pisemos el lecho marino, en caso de duda, salir corriendo.

A la isla pontevedresa de Cortegada por el Camiño do Carro

Llegadas las mareas vivas, los vecinos de Cortegada, isla de Vilagarcía de Arousa (Pontevedra) incluida en el parque nacional de las Islas Atlánticas de Galicia, aparejaban sus bueyes y se disponían a cruzar a Carril con sus mercaderías. Este inmemorial Camiño do Carro, de unos 200 metros de extensión, al emerger, conserva aún las estaquillas y piedras delimitadoras entre viveros de almejas y berberechos, y durante las grandes bajamares puede usarse para llegar a pie a la isla en un periquete. Como no disponemos de más de hora y media para pasar a la isla y recorrerla —saliendo 45 minutos antes de la bajamar—, la mejor opción es llegar a pie, sobre una lámina de agua de unos 20 o 30 centímetros de espesor, como mucho, y regresar en el barco de Corticata, que organiza visitas por esta isla forestada situada en el fondo de la ría de Arousa. Conviene vestir con pantalón corto y portar en la mochila chanclas, deportivas y, por si acaso, un bañador.

Personas cruzando el Camiño do Carro, de unos 200 metros de extensión, en Pontevedra.

En Cortegada perviven casas habitadas hasta 1910, una ermita (remozada), así como una conjunción mixta de arbolado: roble, castaño, pino piñonero, espino blanco, y salgueiro (sauce) en el interior. Hay dos rutas para realizar por libre, ambas llanas: una principal de 2,1 kilómetros de extensión y otra perimetral, de 3 kilómetros.

La gran bajamar es excelente para observar los campos de cultivo de almejas y berberechos de Carril, que desaparecen conforme se colma la marea: vistos y no vistos. También con la fuerte pleamar se disfruta del Camino de Santiago fluvial en barco hasta Pontecesures, remontando el río Ulla, tomando como puertos de partida Vilanova de Arousa y Vilagarcía de Arousa.

Para degustar bivalvos y pescados, está integrado en la zona de marisqueo el restaurante Loxe Mareiro. No lejos trabaja el joven equipo del restaurante D’eleria.

Los percebeiros de Corme ganan la batalla al mar por unos días

El 9, 10 y 11 de septiembre son días señalados, marcados en rojo por los percebeiros de Galicia, que se frotan las manos mientras aprestan sus neoprenos y zurrones para sacar partido a unas bajamares desaguadas de una altura de marea de solo 0,3 metros, lo cual permitirá recolectar valiosos crustáceos en recovecos en otras fechas imposibles de escarbar con sus rasquetas. Una tregua en las duras condiciones del Atlántico. Al gremio de percebeiros solo se le permite trabajar en Galicia con una altura de marea que oscila entre los 0,1 y 1,3 metros.

Mientras los bancos del famoso cabo Roncudo se reservan para las Navidades y la Fiesta del Percebe (en julio), a los percebeiros del puerto de Corme (Ponteceso, A Coruña) se les verá trabajar este mes de septiembre entre las playas de la Ermida, la más larga de Corme, y la de Balarés, dotada con restaurante. No se aprecian estas faenas desde la carretera que une las dos playas, sino que habrá que bajar al lecho marino, para lo cual se recomienda pantalón largo (¡peligro, tojos!) y calzado antideslizante. Así seremos testigos de cómo recolectan y cómo se someten al posterior control de pesaje; empiezan a trabajar una hora y media antes de la bajamar y no descansan hasta una hora después. Otras jornadas de septiembre en las que trabajan los percebeiros de Corme son el 8, 12, 22, 24, 25 y 26.

Un 'percebeiro' en Corme (Ponteceso, A Coruña).

Después, podemos acudir a catar este manjar a un clásico de Galicia, el restaurante Miramar.

Quien quiera afinar sobre cómo ver a estos trabajadores do mar, puede contactar con la cofradía de pescadores de Corme.

Acceso expedito a la furna de Dexo y al castillo de Santa Cruz, en Oleiros

En Galicia, a las cuevas o grutas del interior se les denomina covas y a las cuevas marinas, furnas. A la furna de Dexo, formada por la erosión conjunta del viento y el agua, podremos entrar en bajamar (con más comodidad en las mareas vivas), puesto que se esconde en el puerto de Dexo, en Oleiros (A Coruña), un pequeño varadero antaño pesquero situado en pleno monumento natural de la Costa de Dexo-Serantes.

La orientación de este puertito es perfecta para fotografiar en primer plano la rosa de los vientos con figuras de golfiños (delfines) y, de fondo, la icónica isla de A Marola, cuya línea imaginaria trazada hasta la Torre de Hércules justificaba un muy repetido refrán marinero: “Quen pasou A Marola, pasou a mar toda”.

La Cueva del Ladrón de la ruta de Puerto de Dexo, en Oleiros, A Coruña.

Bordeamos el merendero con fuente y la vieja grúa para tomar la escalinata de hormigón que finaliza en un terreno rocoso muy inestable y resbaladizo, desaconsejado para personas que padezcan limitaciones físicas. Girando a la derecha, si nos fijamos en la base del cantil, justo debajo de la rosa de los vientos, se abre la angosta boca de la furna, entre arena blanca y vegetación, de unos 10 metros de largo, iluminada por la luz solar, aunque en lo profundo viene bien activar la linterna del móvil. Estas cavidades suelen ser de tamaño reducido, puesto que, en cuanto ganan en extensión, suele desmoronarse la techumbre.

Bajo el nombre de Porto de Dexo, hay diseñada una ruta circular a pie, que incluye la iglesia de Santa María de Dexo, de origen medieval, fachada barroca y rodeada por un curioso cementerio; y la Cueva del Ladrón, abierta en la parte alta del acantilado.

Sin salir de Oleiros, podemos llegar estos días al castillo insular de Santa Cruz, de 1594, dándonos el gustazo de renunciar a la pasarela de 150 metros de largo, pisando arena merced a las mareas vivas. Estos bastiones eran elementos cardinales del sistema defensivo de A Coruña, y en su pazo pasó ahí varias temporadas la escritora Emilia Pardo Bazán. Hoy la isla, visitable gratuitamente, es sede de Ceida, consorcio dedicado a la educación ambiental. La bajamar no permite rodear la isla por el costado que mira a A Coruña —el agua llega hasta el embarcadero—, pero facilita la observación de recogedores de cebo para pesca, así como de la Pedra dos Corvos, blanqueada por el guano, las deposiciones que dejan los cormoranes mientras secan sus alas (son aves marinas de plumaje no impermeable). Hasta no hace mucho, los vecinos aprovechaban estas mareas para recoger argazo, o estiercol de mar, con carretas. En la margen derecha de la isla existe un rompeolas con parte de la piedra original que dio lugar a una cetárea.

Del geoturismo de Punta Corveira, en Barreiros, al islote de Peña Orxal, en Foz

Los ocho kilómetros de costa cantábrica perteneciente a San Cosme de Barreiros constituyen una sucesión casi rectilínea de playas encadenadas, cuyas olas, sobre todo en la playa de Lóngara, son alicientes para surfistas de toda la Mariña Lucense. Es precisamente durante el reflujo marino cuando los acantilados verticales de la punta Corveira, en dicha playa de Lóngara, permiten llegar cómodamente a, según el geólogo pontevedrés Fran Canosa, un gran pliegue tumbado de rocas metamórficas que se extiende por espacio de 10 kilómetros entre las rías de Foz y Ribadeo.

Playa de Punta Corveira, en Barreiros.

Todo incita la curiosidad de saber. Aparte de filones de cuarzo, veremos, según caminemos hacia la playa de Fontela Balea, curiosas formas erosivas en la pizarras, cavidades de tamaño variado en el cantil e incluso una formación rocosa que cobra la forma de un paquidermo ―la pena do Elefante― con la trompa clavada literalmente en la arena. A los cinco minutos de paseo, veremos cuevas marinas y una suerte de pasadizo. El área colindante con la Punta Corveira es playa canina.

Una vez en la parroquia de Cangas, en Foz, podremos alcanzar en el punto de la bajamar, desde la playa de Xuncos, el islote de Pena do Orxal (orxal significa en castellano cebadal), otra islita que se hace península estas fechas clave, desgajada del acantilado a muy considerable distancia de la costa, unos 270 metros y, por ende, coto de mariscadores.

En esas grandes bajamares, los hay que cruzan la ría de Foz con el agua al cuello o por la cintura hasta la playa do Altar, en San Cosme de Barreiros.

Jajuai, una caleta boscosa, exótica e inspiradora

A la hora de conocer playas virginales, las mareas condicionan muchas veces la excursión. Eso ocurre en la preciosa cala conocida popularmente como Jajuai, situada en el extremo occidental de la playa de Centroña, en Pontedeume (A Coruña), que casi desaparece bajo las olas durante las pleamares, momento en que solo es accesible en barco. El lugar más codiciado para aparcar es a la sombra del viejo puente de piedra del ferrocarril.

Para dar con este marco exótico, bajamos a la playa de Centroña, de donde costearemos hacia el oeste diversas lenguas de arena delimitadas por roquedos, hasta dar con la muralla vegetal de Jajuai, que no es sino la jocosa pronunciación a la gallega de Hawái (EE UU). Con las mareas vivas podremos pisar a gusto esta arena blanca bien compactada, tan fotogénica por la manera en que se despliega el bosque de castaños en todo su esplendor sobre la ría de Ares. Su diminuto tamaño no resta magia a sus aguas de un azul profundo.

Este escenario cautivó a Carmen Blanco Sanjurjo, escritora, actriz, abogada y gerente de la Taberna de Caaveiro, ubicada en pleno corazón del parque natural de As Fragas del Eume. “Jajuai es mi paraíso favorito, al que suelo acudir sobre todo en invierno”, dice. “Acostada en la arena, desentrañé las complicaciones de la Revuelta Irmandiña del siglo XV que narro en mi novela Gorriones y halcones (Ediciones del Viento), de la que se acaba de publicar la quinta edición. El poder desentrañar tramas y personajes se lo debo a la paz, la belleza y la magia de Jajuai”, considera. Tampoco es rara la presencia de pescadores y buceadores.

 La novelista Carmen Blanco en la playa de Jajuai, en Pontedeume (A Coruña).

Merece la pena reservar la Paella Cabanesa en el Chiringuito Los Pinares, ubicado en la playa de la Magdalena, en Cabanas (A Coruña). No en vano Los Pinares fue elegido en 2013 por la revista Forbes como uno de los mejores chiringuitos de España. De no haber mesa libre, tenemos muy cerca La Solana, con sus zamburiñas y pescados al horno, y su interesante carta de vinos.

Pisando la panorámica visible desde “el banco más bonito del mundo”

El tramo acantilado coruñés de Loiba (Ortigueira) que brinda el conocido como “el banco más bonito del mundo” se abre durante las mareas vivas a los visitantes curiosos que quieren recorrer sus playas de no fácil acceso y acercarse a farallones de amplia tipología. Una escarpadura virgen que parece hecho para la contemplación.

Media hora antes de la bajamar —luego dispondremos de un máximo de dos horas para la excursión— saldremos de el banco más bonito del mundo para descender a la playa de Ribeira do Carro, también llamada A Basta, el tradicional acceso rodado de tierra —ancho al comienzo— que cuidaban algueiras y percebeiros. Hoy aparece abandonado, por lo que el vecino Martín Caínzos nos aconseja bajar “pisando con el talón”. Una vez en la orilla, se observan las oquedades donde antaño los pescadores construían sus chabolas.

El conocido como "el banco más bonito del mundo, en Loiba (Ortigueira).

Tirar hacia el occidente buscando el playón de Sarridal resulta temerario, incluso con fuertes reflujos mareales: más de uno ha tenido que ser rescatado en peligrosas circunstancias al echársele encima el oleaje.

Mejor giramos hacia el noreste para bordear las playas de A Lomba, o Subasta, y Fabega, y así acercarnos, e incluso tocar con la mano, el islote horadado de Gavioteira. Desde la calita de Coitelo podremos ascender por un camino que, tras un giro a la izquierda, nos deja de nuevo en el banco-mirador, para bordear después toda la Costa Brava hasta dar con la escalinata que baja a la playa de Picón, con dos riberas de arena: a la derecha de las escaleras está la Barrosa y a la izquierda, O Canto. En ambas queda tomar el sol y mojarse solo los pies, tal es el cariz peligroso de este oleaje.

En Ortigueira podremos sacar partido de las fuertes bajamares en Morouzos, arenal de ría que mira al Atlántico, porque solo con mareas vivas es accesible la isla de San Vicente, de forma ovalada y que llegó a albergar un monasterio. Morouzos goza de gran consideración por sus dunas y pinares.

Os Castelos, al alcance de la mano, en Viveiro

La playa urbana de Covas, abierta al fondo de la ría de Viveiro junto al estuario del río Landro (algo fangosa, por tanto), reclama primero acercarse al mirador con bancada en semicírculo situado al costado de las formaciones rocosas, de nombre Os Castelos, situado entre las playas de Seiramar y Covas.

Empenachados por una vegetación que les dota de valor estético, estos tolmos pizarrosos elevados en la parte occidental de la playa de Covas son el trasunto gallego de una postal de la costa de Vietnam. “En las grandes bajamares del año podemos rodearlos a pie excepto el islote más alejado de la costa,” afina José Luis Chaves, apodado Choco, propietario de la pescadería Grallal, gran conocedor de Os Castelos, aunque solo sea por su cercanía. Choco es también propietario del estupendo chiringuito de la playa de Abrela (O Vicedo), al que podremos acercarnos posteriormente.

Las formaciones rocosas de Os Castelos, entre las playas de Seiramar y Covas de Viveiro, en Lugo.

El roquedo más próximo a tierra firme, siempre accesible, guarda en su planicie rocosa el blanco monolito que honra la memoria de un naufragio (mejor habría que tildarlo de hecatombe) acaecido en 1810. Ese año una galerna arrojó contra Os Castelos tanto la fragata Santa María Magdalena, como el bergantín Palomo, cobrándose la friolera de 550 víctimas.

Los peñascos exteriores estaban unidos antaño por puentes, en un desafortunado proyecto de puerto náutico. Covas goza de mayor aporte de arena en su parte oriental.

Al cabo Touriñán y a Lires, símbolos de la Costa da Morte

A Ernesto Ínsua, gran conocedor de las tierras del Finisterre galaico, la llegada de las mareas vivas le trae a las mientes la opción de marchar al faro de Touriñán (Muxía), que iluminan hasta el 18 de septiembre los últimos rayos de sol de la Europa continental. Es precisamente aquí, en este escenario tempestuoso, donde nos topamos con el islote de O Castelo, accesible desde tierra firme con mareas bajas muy intensas.

“Quien no haya visto rugir el Atlántico al pie del faro de Touriñán, no sabe lo que son rompientes", se escucha a menudo en la Costa da Morte. El acceso resulta muy pedregoso, y en la cumbre del islote duerme un castro celta junto al que se cree fue erigida la torre romana de Augusto. En Muxía abre el interesante albergue Bela Muxía.

La otra sugerencia de Ínsua, esta vez en horario de pleamar, nos encamina cerca, a la ría de Lires (Cee), la más pequeña de Galicia, “que luce impresionante en marea alta, llegando el mar a bordear con máxima intensidad el entorno natural que caracteriza la desembocadura del río Castro”. Desde el paseo de madera muchas veces se observan cormoranes, a veces garzas o anátidas, a la caza de las truchas escapadas de la piscifactoría, por no hablar de las gaviotas locas por el pienso sobrante.

Durante las mareas vivas podremos pasar a pie tranquilamente a la playa de Nemiña (Muxía) un estímulo en sí mismo. Lo mismo en el chiringuito de Lires que en Touriñán, se celebran los atardeceres como un gran acontecimiento en el que Galicia es potencia. Hasta octubre abre el Bar Playa de Lires, en el que disfrutar del espectáculo solar mientras se da cuenta de una ración de pulpo, zamburiñas o raxo con patatas.

Lires es cuna del turismo rural en Galicia y cerca de las típicas casas gallegas abren las Cabañas de Lires, tres en la aldea y tres en la ría, con el apoyo de un restaurante.

La isla de San Simón, en Redondela, entrelaza su historia con el capitán Nemo

Si hay un lugar donde se más notan las mayores bajamares, ese es cualquier fondo de ría. La de Vigo, sin ir más lejos, donde el volumen varía esos días entre 25 y el 60 hectómetros cúbicos, quedando a la vista miles de hectáreas suplementarias donde parece que el océano se haya olvidado de la ensenada de San Simón.

Esos días, la playa de Cesantes (Pontevedra) se amplia considerablemente, pudiendo aproximarnos al alto pedestal del Monumento al Capitán Nemo, obra de los artistas Moncho Lastra y Sergio Portela, que recuerda Veinte mil leguas de viaje submarino, donde Julio Verne narra la captura por Nemo del oro de los galeones españoles hundidos en la batalla de Rande (1702). El monumento, a mitad de camino entre la playa y la isla de San Simón, lo componen la figura del escritor bretón y, en su base, dos buzos del submarino Nautilus, en este caso recubiertos de moluscos al permanecer sumergidos durante las pleamares. A solo 150 metros queda la isla de San Simón, a la que por mucho que uno pueda llegar caminando, no podría poner un pie en ella puesto que está prohibido sin permiso. Aparte de Zona Meiga, Bluscus o Naviera Mar de Ons, en Redondela encontramos a la guía Soledad Chayán, que organiza visitas a San Simón a través de su empresa Mellor con Guía.

La playa de Cesantes en la ría de Vigo, en la isla de San Simón.

San Simón fue monasterio, lazareto (el lugar donde los barcos sufrían cuarentena) de 1842 a 1927, y cárcel franquista de presos preventivos de 1936 a 1943. Además de la rehabilitación de 11 edificios, el arquitecto César Portela añadió dos estructuras acristaladas que actúan a modo de faros. En pleamar se accede en barco y, durante las mareas vivas, uno de los cinco muelles insulares queda inundado por el Atlántico. Con la llegada de esta gran masa oceánica que representa la pleamar, muchas veces los delfines hacen acto de presencia.

Costa ribadense, a nuestro aire

El último tramo de costa de la Mariña Lucense, el de Ribadeo, lindante con Asturias, aparece fuertemente erosionado —como demuestra la celebérrima playa de Las Catedrales—, y donde las mareas vivas, en horario de bajamar, se encargan de esfumar los riesgos. Al fin podremos fotografiar tranquilamente los peñascos de la playa Das Illas, conocidos por As Portelas, sin la amenaza recurrente de las olas, que cubren este pequeño arena completamente en pleamar. Con marea vivas podremos ir incluso caminando por la arena hasta la playa de Esteiro y, por supuesto, hasta la playa de Os Castros, la preferida por los vecinos de Ribadeo.

La playa Das Illas, en la costa de la Mariña Lucense.

Barcas varadas en la coruñesa ría de Muros y Noia

Durante las bajamares, las embarcaciones deportivas y de recreo depositadas en el lecho marino de los puertos son una reliquia en trance de desaparición, mucho más si están próximas a zonas pobladas. Por un lado, es una cuestión de ordenación de la flota recreativa y pesquera, que la administración obliga a concentrar en puertos y pantalanes; y por otro lado, los propietarios que consiguen escapar a la presión de las zonas pobladas las alejan de la costa para evitar vandalismo y pillaje cuando quedan varadas sin protección.

En la ría de Muros y Noia hay pequeños puertos donde aún pueden verse barcas acostadas en el lecho. Las localizaciones en Muros son mas numerosas; las de Outes, más íntimas. La playa de Cabanas, que vive a espaldas del circuito turístico, conserva arena de una consistencia semejante al talco, pinos y una cetárea. A su espalda se esconde el muelle de barcas menores, incluido en una red de sitios arqueológicos fenicios.

El puerto de A Barquiña (Outes) interesa al ser paso histórico de la ría de Muros y Noia antes de la construcción de puentes, y tampoco desmerece el embarcadero junto al mayor molino de mareas de Galicia, en Serres (Muros). En la ensenada de Broña (Outes) también se pueden fotografiar barcas varadas en bajamar junto al taller de carpintería de ribera Estaleiro de San Ciprián (1942), que alberga un espacio museístico en torno a la construcción tradicional de embarcaciones de madera.

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