El músico Horacio Fumero recuerda anécdotas de su estancia en Ginebra: el truco de la ‘fondue’
Es argentino, contrabajista, y ha tocado con los más grandes del jazz por todo el mundo. En uno de sus viajes decidió quedarse un tiempo en la ciudad suiza y aquí comparte algunas de sus pistas favoritas
Horacio Fumero es argentino, pero lleva décadas viviendo en Barcelona. Ha tocado con los más grandes del jazz por todo el mundo. El 13 de enero estará en el Teatro Infanta Isabel de Madrid acompañando a la trombonista y cantante Rita Payés dentro del Festival Inverfest. En uno de sus viajes decidió quedarse un tiempo en Ginebra para seguir estudiando en el conservatorio de la capital suiza. Aquí recuerda algunas anécdotas ginebrinas.
Como estudiante, ¿qué barrios frecuentaba?
Estuve en varios, porque compartía piso y cambiaba de casa a menudo. Mi preferido fue Les Pâquis. Está junto al lago Leman y tiene unos baños al aire libre llamados Bains des Pâquis, muy recomendables si hace bueno. Es una zona muy activa: allí está la asociación de músicos de jazz de Ginebra, a la que pertenezco.
¿Cuáles eran sus planes típicos?
Algunos estaban relacionados con la naturaleza: al lado del conservatorio estaba el parque des Bastions. También paseaba por las orillas de los ríos Ródano y Arve. Y practicaba esquí de fondo en invierno en el monte Salève, que ya está en suelo francés. Para reponer fuerzas, comí más de una fondue en el Cafe de la Presse. Hay muchos tipos, pero la tradicional es a base de pan mojado en queso fundido. Y hay algunos trucos: antes de pinchar el pan, lo puedes meter en un vasito con licor kirsch, que tiene 40 grados…
¿Le quedó algo por ver?
Sí, pero por suerte lo visité en un viaje posterior: el cementerio de los Reyes (Cimetière des Rois). Allí no se puede comprar una parcela: el Estado de Ginebra decide quién puede ser enterrado en él, y normalmente son celebridades. Resulta que Borges está enterrado allí: su lápida tiene inscripciones en escandinavo antiguo y un relieve de una nave vikinga. Justamente está al lado de una mujer muy interesante a cuyo hijo conocí. Era una provocadora nata: escritora, pintora y prostituta, tal como ella misma quiso que figurase en su lápida, pues fue activista a favor de los derechos de las prostitutas. Se llamaba Grisélidis Réal y consiguió ser enterrada allí con todos los honores.
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