Los colores de Procida
Esta ciudad italiana, además de Paestum, Roma y Nápoles, marcaron la estancia del artista vasco Javier Pagola en el país
El artista vasco Javier Pagola no se olvida del año 1998, pues lo pasó en Roma como becario de la Academia de España. Además de patearse la capital italiana, bajó varias veces a la región de Campania y conoció Procida, una isla multicolor junto a Nápoles.
¿Qué le atraía tanto de Nápoles?
Me sentía muy afín a su ambiente y me entusiasmaban sus museos. Fui mucho al Museo de Capodimonte, que tiene varias obras de Tiziano, El Greco y Rafael, entre otros grandes pintores. Pero mi favorito es el Museo Arqueológico (MANN), donde tuve una epifanía: recuerdo la impresión que me causaron las esculturas de los Corridori, dos corredores de bronce con pupilas verdes que parecen mirarte, son del siglo I. En los años noventa a los artistas nos decían “viajad a Nueva York”, pero yo quería ver lo clásico. La modernidad te la inventas tú mirando la Antigüedad. Eso lo descubrí allí.
Y siguió buscando las huellas clásicas…
Sí, por ejemplo en la ciudad de Paestum, que tiene un templo griego bellísimo. En aquel tiempo podías acercarte hasta casi tocarlo, pero ahora está protegido [es patrimonio mundial de la Unesco]. Viajé desde Roma con un amigo en coche: llegamos a Paestum a las seis de la mañana y vimos amanecer. De lejos las columnas eran esbeltas y gráciles, y al acercarte las veías gruesas como una pata de elefante. Recuerdo también la banda sonora de pavos reales chillando.
¿Qué más visitó en Campania?
Pasé unos días en una islita llamada Procida, que está junto a la de Ischia, a media hora en barco desde Nápoles. Me encargaron un mural para la fachada de una escuela de allí y se debían de creer que yo era un artista muy importante porque al bajar del barco me recibieron llevándome a comer langosta y a recorrer la isla. El mural lo acabé en pocos días y después paseé por sus calles con un par de amigos de la Academia de Roma. El vehículo principal de Procida es el motocarro, porque a duras penas caben coches. Y las casas eran cada una de un color: una verde, otra rosa, otra amarilla. Eso le daba un sabor muy particular.
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