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Razones para visitar las islas Eolias: las siete magníficas

El exótico archipiélago al norte de Sicilia sorprende por su mezcla de paisajes volcánicos, calas agrestes, puestas de sol y poblados prehistóricos rodeados de los colores y perfumes de la vegetación mediterránea

Una mujer bucea frente a la costa de Pollara, en la isla de Salina.
Una mujer bucea frente a la costa de Pollara, en la isla de Salina.Antonio Busiello (getty images)
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En la nueva guía 'Islas Eolias de Cerca', de Lonely Planet

Aún quedan rincones exóticos en el Mediterráneo, y no están muy lejos. Como las islas Eolias, que están a solo una hora del norte de Sicilia en barco y son un archipiélago espectacular. Las siete 'hermanas' del archipiélago eólico, declarado patrimonio mundial por la Unesco, son una mezcla de historia, naturaleza, cultura y gastronomía. Desde la animada Lípari a la explosiva Estrómboli, pasando por Vulcano, Salina, Panarea, Filicudi y Alicudi, estas islas de origen volcánico reúnen sorpresas tanto a lo largo de su costa bañada en un mar turquesa como en el interior, dominado por los colores y los perfumes de la vegetación mediterránea.

Las Eolias son un destino exótico tanto para los que buscan playas tranquilas como para los excursionistas, que encuentran aquí una red de caminos relativamente fáciles para recorrer a pie. Pero tal vez lo mejor sean las vistas panorámicas. En todas las islas hay decenas de terrazas panorámicas y miradores realmente espectaculares, sobre todo al atardecer, cuando los rayos del sol tiñen de rojo el mar.

A las Eolias se llega fácilmente desde Sicilia y desde Nápoles y Calabria, en ferris o en hidroplanos que además hacen los servicios entre islas.

La ciudad vieja y amurallada de Lípari, principal enclave de la isla italiana del mismo nombre.
La ciudad vieja y amurallada de Lípari, principal enclave de la isla italiana del mismo nombre.AMzPhoto (getty images)

Lípari

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Entre viñedos, miradores y volcanes extinguidos

Es la más grande de las islas Eolias, con una naturaleza exuberante, un interesante museo arqueológico, un puerto deportivo lleno de bares y restaurantes y unos atardeceres inolvidables. Pero sus verdaderas señas de identidad son los restos de volcanes extinguidos y las hermosas playas pedregosas de sus escarpadas costas.

La visita obligada es la subida a pie al castillo, que destaca desde lo alto y es el corazón de la isla: habitado desde el Neolítico, luce inexpugnables murallas del siglo XVI y alberga el formidable Museo Arqueológico Eólico, con miles de hallazgos de todas las épocas, y la basílica de San Bartolomeo, principal lugar de culto de archipiélago.

El otro lugar imprescindible es el mirador de Belvedere Quattrocchi, un balcón panorámico con vistas a la playa de Valle Muria. La puesta de sol se llena de espectadores ansiosos por fotografiar las inigualables vistas del cráter humeante de Vulcano. El mirador tiene unas vistas privilegiadas del suroeste de la isla, y permite hacerse una idea de cómo llegó a formarse.

También en el sur de Lípari se pueden descubrir antiguos cráteres volcánicos cubiertos por frondosos viñedos e iglesias rurales muy típicas, en un paseo delicioso que puede hacerse a pie, dedicándole unas horas. Paseando por la isla, se pueden descubrir otros rincones muy curiosos y sorprendentes, como los restos de un balneario decimonónico asentado sobre unas termas mucho más antiguas, que ya aparecían mencionadas en las crónicas de Diodoro Sículo, del siglo 50 antes de Cristo, en las de Plinio el Viejo y en las de Estrabón. Las termas de San Calogero hoy están abandonadas y ya nadie aprovecha estos manantiales de azufre que en otros tiempos fueron un reclamo turístico importante. Curioseando entre la vegetación, se descubre una piscina romana, otra redonda más pequeña y un magnífico tholos micénico del siglo XV antes de Cristo.

No todo es tradición y vistas al mar en las Eolias, desde hace un tiempo, las antiguas puertas de casas, almacenes y patios de Lípari, Canneto y Acquacalda, cerra­das y peladas por el tiempo y los aires salubres, se han convertido en el soporte de las obras de #portedartista, un proyecto creativo de reurbanización que ha atraído la atención de fotógrafos y visitantes. El artista Demetrio Di Grado recorta y amplía imá­genes de personajes sacados de revistas de los años cincuenta y las pega en las contraventanas a modo de collage, recreando así la memoria histórica de la isla.

Un grupo de senderistas camina en dirección al Gran Cráter de la Fossa, entre fumarolas de azufre, en la isla italiana de Vulcano.
Un grupo de senderistas camina en dirección al Gran Cráter de la Fossa, entre fumarolas de azufre, en la isla italiana de Vulcano.Hemis (alamy)

Vulcano

La isla tranquila a la sombra de un volcán

Playas negras bañadas por aguas cristalinas, cañones para recorrer a pie y vistas espléndidas del mar y de las islas, todo a los pies del Gran Cráter de la Fossa, que le da un perfil inconfundible. Así es Vulcano, la isla más cercana a Sicilia, dominada por un volcán amenazador que suscita tanta fascinación como temor. Es un lugar tranquilo, con aldeas como la plácida Gelso, un oasis de paz y silencio bañado por un mar muy claro. Aquí el viajero descubre una naturaleza impresionante, antiguas leyendas sobre dioses milenarios y algunas vistas épicas que dejan sin aliento, como la del Capo Grillo.

La isla lleva el nombre del dios romano del fuego que, según la mitología, vivía precisamente aquí. Hoy el dios sigue presente, entre los grandes flujos de azufre que emergen del cráter de la Fossa, que entró en erupción por última vez en 1888. El ascenso a la cima se hace por un sencillo camino de arena que conviene hacer con botas de montaña, y que nos permitirá gozar de paisajes lunares y vistas impresionantes. Es un camino sencillo, en el que los paisajes van cambiando, desde las laderas cubiertas de matas de ginesta hasta las bombas volcánicas de aspecto lunar de la cumbre. En lo alto, nos espera un cráter de unos 500 metros de diámetro y 386 de altura.

El otro gran mirador de la isla, superado solo por el de la cima del cráter, es Capo Grillo, a unos siete kilómetros del puerto, cerca de Vulcano Piano, en el centro de la isla. Hay que llegar en coche, o si hay ganas (y buenas piernas) subir en bicicleta. La recompensa son unas vistas impresionantes de Lípari, Salina, Panarea y Estrómboli, y en días despejados también de Filicudi.

El contraste está en el diminuto pueblo de Gelso, en el lado opuesto al cráter, un pequeño paraíso con vistas a las aguas cristalinas. Fue el primer centro habitado de la isla, lejos de los peligros de las erupciones, y sigue pareciendo de otra época, con un muelle donde atracan las barcas de pescadores, una agradable playa de piedra, una pequeña iglesia y un faro abandonado corroído por la sal. Y nada más.

La playa más famosa de la isla es la de Sabbie Nere, una larga extensión de arena muy negra en la bahía Ponente, con aguas claras y poco profundas. Hay quien prefiere darse los baños en el lodo sulfuroso de Porto de Levante, una piscina termal cuyos fangos dicen que son eficaces contra los dolores reumáticos y algunas enfermedades de la piel.

La Corriente de Fuego (Sciara del Fuoco, en italiano) marca el camino de los flujos de lava que se producen durante las erupciones del volcán Estrómboli, en la isla del mismo nombre.
La Corriente de Fuego (Sciara del Fuoco, en italiano) marca el camino de los flujos de lava que se producen durante las erupciones del volcán Estrómboli, en la isla del mismo nombre.Marco Crupi (getty images)

Estrómboli

Una isla de cine

Una película - Stromboli, tierra de Dios (1950), dirigida por Roberto Rossellini y con Ingrid Bergman como actriz principal- puso Estrómboli en el imaginario de los amantes del cine, que recuerdan aquella imagen amenazadora de uno de los volcanes más activos del mundo. Esta es la isla más oriental de las Eolias, una gran roca negra salpicada de agradables playas y dominada por la silueta humeante de un volcán que siempre ha atraído a miles de viajeros. Muchos solo desembarcan por unas horas para ver el espectáculo, pero vale la pena dedicar al menos un par de días para disfrutar de la vida peculiar de este lugar.

El Estrómboli tiene tres cráteres por encima de la llamada Sciara del Fuoco, un flujo de lava que desciende hasta el mar Tirreno. De ellos sale con regularidad magna incandescente y material volcánico que ilumina las noches. Muchos de estos fenómenos se pueden ver desde el mar, a bordo de embarcaciones que parten desde todas las islas del archipiélago, o desde el mirador de la Sciara del Fuoco. Pero para muchos, la experiencia indispensable sigue siendo la excursión a la cima del cráter. El ascenso es duro, y hay que llegar antes de la puesta de sol, para coronar la cumbre al caer la noche, cuando las explosiones tiñen el cielo con espectaculares fuegos, que durante milenios fueron utilizados por los navegantes como una especie de faro natural. Solo se puede ir acompañado de un guía vulcanológico y a veces está prohibido hacerlo durante largos periodos, en función de la intensidad de su actividad volcánica.

Mucho más tranquilo es el pequeño pueblo de Ginostra, aislado en la ladera del volcán, en el extremo occidental de la isla. Tiene menos de 30 habitantes y solo se puede llegar por mar. No hay agua corriente ni alumbrado público, pero es un lugar atemporal y delicioso que permite hacerse una idea de cómo debían de ser las islas Eolias hace siglos. Hay poco que hacer por aquí: silencio, rutas de senderismo, un mar cristalino en el que darse largos baños en las piscinette (piscinas naturales junto al puerto) o en la playa de Lazzaro, a 15 minutos del pueblo.

El edificio más famoso de la isla es la Casa Rossa: en la primavera de 1949, durante el rodaje de Stromboli, tierra de Dios, Bergman y Rossellini se hospedaron en este edificio rojo a los pies del pueblo y se enamoraron, escanda­lizando a todo el mundo con su unión (ambos estaban casados). Aunque no es posible visitarla, son muchos los cinéfilos que se detie­nen en la casa para hacer una foto de recuerdo de la fachada, donde una placa conmemora el romance. También hay un museo del cine que recoge la memoria histórica y visual de las islas Eolias.

Aguas cristalinas y relieve rocoso en la costa próxima a Pollara, en la isla de Salina.
Aguas cristalinas y relieve rocoso en la costa próxima a Pollara, en la isla de Salina.Dallas Stribley (getty images)

Salina

El refugio de Pablo Neruda

Quienes hayan visto la película El cartero (y Pablo Neruda), de Michael Radford, premiada con un Oscar en 1994, reconocerán alguno de los rincones de Salina, la más cosmopolita y preferida por la jet set internacional. La silueta de dos grandes volcanes extintos domina la isla más verde del archipiélago, que atrapa sobre todo a quienes saben disfrutar de la naturaleza y del silencio con su legado prehistórico y sus poéticos pueblos de pescadores.

Dominada por el perfil inconfundible del Monte dei Porri y el Monte Fossa delle Felci, dos volcanes extinguidos cubiertos por una densa vegetación que se pueden recorrer por una amplia red de senderos (hay 12 señalizados, la mayoría bastante exigentes), Salina es la segunda más grande después de Lípari. Algunos llaman el Jardín de las Eolias a esta isla exuberante, con playas de guijarros bañadas por un mar muy azul. Es perfecta para quienes buscan un rincón tranquilo para escaparse del bullicio urbano.

Su rincón más fotografiado y reconocible es el plácido pueblo de Pollara, en el cráter derrumbado de un antiguo volcán, que sirvió de escenario para la película El cartero, donde Pablo Neruda (Philippe Noiret) se refugiaba en una casa típica de las Eolias con vistas al mar. En realidad, no hay mucho que ver ni hacer aquí. Durante el día, sus aguas son perfectas para un baño tranquilo, y al atardecer es casi obligado sentarse a contemplar cómo se esconde el sol detrás de los perfiles de Alicudi y Filicudi.

Recorrer esta pequeña isla nos descubre algunas sorpresas, como unas termas romanas en Punta Barone, en el extremo norte de Santa Maria Salina. Son del siglo II a.C., y terminaron dedicadas a la salazón de pescado. O, remontándose aún más atrás en el tiempo, tendríamos que asomarnos al poblado prehistórico de Portella, formado por 23 cabañas circulares a diferentes alturas. La nota nostálgica la encontramos en el Museo Eólico de la Emigración, instalado en una hermosa casa con paredes encaladas, en Malfa. Cuenta la historia de la emigración de los habitantes de Salina y de las otras islas hacia Estados Unidos, Argentina y Australia, destinos históricos para miles de familias eólicas.

Pero a Salina no solo se va para ir a la playa y hacer actividades al aire libre. En la isla se realizan diversas iniciativas culturales de gran interés. Muchas de ellas tienen lugar en el espléndido Palazzo Marchetti, una prestigiosa villa del siglo XX en Malfa cedida a la asociación Didime '90 por uno de los descendientes del propietario, un habitante de Salina que emigró a EE UU. Durante todo el año se llevan a cabo exposiciones y conciertos (a menudo gratis) en los lujosos salones y en el exuberante jardín que la rodea.

Y para los que prefieren los placeres de los buenos vinos, en esta isla hay 11 bodegas que producen el famoso vino Malvasia delle Lipari. Muchas de ellas venden su producción al público y permiten conocer los secretos de la elaboración del vino o dar un paseo por los viñedos.

La cala Junco, en la bahía de Panarea, con las islas de Lípari y Salina despuntando en el horizonte.
La cala Junco, en la bahía de Panarea, con las islas de Lípari y Salina despuntando en el horizonte.spooh (getty images)

Panarea

La más exclusiva

Esta isla que esconde un corazón salvaje formado por senderos aromáticos, aguas turquesas y un pueblo prehistórico en un cabo que se adentra en el mar. Los yates más lujosos atracan en la glamurosa y exclusiva Panarea, la más pequeña de las siete hermanas eólicas. Sin embargo, en sus costas se formó una de las primeras civilizaciones que poblaron el archipiélago y lo transformaron en una encrucijada del comercio en el Mediterráneo. Su naturaleza resume la esencia de las islas Eolias, algo que se puede descubrir recorriéndola a pie por sus senderos para después refrescarse con un baño.

El punto fuerte de Panarea para quienes se animan a conocer la vertiente cultural de la isla es el poblado prehistórico de Punta Milazzese, de la Edad del Bronce, en un promontorio rocoso con vistas al mar al que se accede a través del estrecho itsmo desde San Pietro, la población principal de Panarea. En sus cabañas se han encontrado cientos de objetos que han permitido conocer mejor cómo era el comercio marítimo entre las islas Eolias y Micenas quince siglos antes de Cristo.

La otra propuesta para hacer aquí es tumbarse en sus playas, como la de Calcara o la cala Zimmari (la única de arena en todo Panarea) o buscar una cala más pintoresca, como Junco, con aguas turquesas que bañan una costa cubierta de grandes piedras. Son aguas para bucear o para amantes de la tranquilidad.

Alrededor de Panarea, en el tramo de mar que la separa de Estrómboli, hay cinco islotes, cada uno más hermoso y más pequeño que el anterior. Constituyen una especie de miniarchipiélago dentro de las Eolias: Dattilo; Lisca Bianca; Basiluzzo, Lisca Nera y Bottaro, cuyas profundidades albergan los restos de un barco mercante inglés hundido en el siglo XIX y por ello son un destino de buceo muy popular. Las pequeñas islas se pueden recorrer alquilando una barca o con­tratando a una de las agencias que organizan salidas por los alrededores.

Un hombre transporta agua potable en burro para el consumo de la población más aislada de la isla de Alicudi.
Un hombre transporta agua potable en burro para el consumo de la población más aislada de la isla de Alicudi.Hemis (alamy)

Alicudi

La isla de las mujeres voladoras

Los amantes de la naturaleza y la soledad adoran esta isla donde las calles son estrechas escaleras de piedra y todo se mueve a lomos de un burro. Los ancianos cuentan que una vez en Alicudi hubo mujeres que volaron. Se las denominaba mahare y eran personajes parecidos a las brujas; desaparecían al anochecer para reaparecer por la mañana, a menudo trayendo a casa comida o algo de dinero. Aparentemente, le jugaban malas pasadas a cualquiera que se las encontrara. Es probable que detrás de esta historia de repentinas desapariciones y retornos haya una explicación muy prosaica. Se dice que la culpa la tuvo una hongo que a prin­cipios del siglo XX pudo haber infectado los cultivos de centeno de toda la isla: una seta en la que se localizó por primera vez el ácido lisérgico, más conocido como LSD. Con ese centeno se hacía un pan “alucinógeno” que se cree que fue la causa de visiones colecti­vas como la de las mujeres voladoras.

Hoy no hay mujeres voladoras pero la isla puede ser una continua sorpresa. Salvaje, primitiva, habitada por unas decenas de per­sonas y desprovista de carreteras, es un paraíso bañado por un mar cristalino y dominado por el pico Filo dell'Arpa, a cuyos pies se extiende una llanura que espera a ser explorada.

Al Filo dell’Arpa (675 metros) se puede acceder por empinados tramos de escaleras. Aunque muchos viajeros suben directamente hasta aquí para admirar las espléndidas vistas del archipiélago, vale la pena alargar el itinerario y rodear a pie toda la isla (4,5 kilómetros, unas cinco horas) partiendo y finalizando en el puerto de Alicudi, visitando antiguos barrios abandonados y pastos en desuso, decorados con extrañas estructuras de piedra.

Alicudi es la isla más occidental del archipiélago, y esto asegura unas puestas de sol espectacu­lares. Las almas románticas no deben perderse la Casa del Tramonto, una pequeña casa abandonada al final de un camino a media costa que empieza al oeste del puerto. Aquí no hay absolutamente nada, aparte de las ruinas y las terrazas de los anti­guos cultivos, pero ver el sol su­mergiéndose en el mar y tiñéndolo todo de rojo es un espectáculo inolvidable.

En los últimos años, Alicudi se ha forjado un lugar respetable entre los destinos de senderismo de las Eolias. Por toda la isla hay estrechos caminos de mula y senderos que van desde el puerto hasta todos los barrios y hasta el Filo dell'Arpa, el punto más alto. En total hay una quincena de itinerarios señalizados, cada uno indicado con carte­les de colores diferentes.

Ruinas de un poblado neolítico en la isla italiana de Filicudi.
Ruinas de un poblado neolítico en la isla italiana de Filicudi.Hemis (alamy)

Filicudi

La isla que se resistió a los mafiosos

Sus senderos conectan con aldeas antiguas, muchas de ellas abandonadas —como Zucco Grande, una aldea en ruinas donde se dice que en su día vivían las mujeres más bellas de la isla—, o nos llevan a largas playas pedregosas. También guarda sorpresas arqueológicas, como los poblados de la Edad del Bronce de Capo Graziano y Filo Braccio, dos de los yacimientos más interesantes del archipiélago, rodeados por un mar que esconde decenas de naufragios, hundidos desde el siglo V a.C. con su carga de ánforas y cerámicas todavía a bordo. Los que no sean buceadores experimentados pueden admirar parte de los hallazgos en el Museo de Filicudi, cerca del puerto.

Los senderistas tienen un reto en la subida al Zucco Grande y el monte Fossa Felci, en un itinerario largo, recomendable solo para los más experimentados, que también se puede dividir en varias etapas. Empieza en el puerto de Filicudi, llega al poblado abandonado de Zucco Grande y sube hasta la cima de la isla, el monte Fossa Felci, para desde allí descender hacia el sur a Pecorini a Mare, y regresar al punto de partida pasando por los asentamientos prehistóricos. Un recorrido circular y completo entre aldeas deshabitadas, panorámicas espectaculares y pequeñas iglesias en lo alto de la montaña, que puede completarse con un buen baño refrescante en la playa de Pecorini.

La historia reciente de la isla tiene incluso algún episodio heroico, como la resistencia en mayo de 1971 que sus habitantes demostraron cuando se negaron a acoger a 15 presuntos mafiosos destinados a vivir en confinamiento en esta pequeña isla. Los isleños se resistieron todos a una a que su isla se convirtiera en una cárcel al aire libre. Ante la llegada de barcos de soldados para hacer cumplir la orden, se lanzaron en barcas al mar y llegaron a Lípari, donde fueron recibidos como triunfadores. Ante esto el Gobierno Italiano tuvo que revocar la disposición y destinar a los presuntos mafiosos a la isla de Asinara.

Una placa en una calle de Salina advierte de la venta de vino de Malvasía, una de las señas de identidad de la gastromía de las islas Eolias.
Una placa en una calle de Salina advierte de la venta de vino de Malvasía, una de las señas de identidad de la gastromía de las islas Eolias.getty images

Y para terminar: un plato y una copa a la eólica

No solo hay senderismo, playas y puestas de sol espectaculares en las Eolias. También hay rincones para disfrutar de una buena copa de vino o una comida mirando el Mediterráneo. La gastronomía local tiene mucho en común con ciertos platos sicilianos, pero con su propio sello. El rey de los platos locales es el totano (similar al calamar, pero de tamaño mucho más gran­de), ingrediente principal de la cocina eólica. La mayoría de los restaurantes del archipiélago lo ofrecen all'eoliana, cocido con tomate, alcaparras y cebolla, usado como condimento de la pasta, o relleno de pan rallado, perejil, ajo, orégano, aceitunas y otros aromas.

Para probar la mejor cocina tradicional solo hay que ir a La Vela, un agradable café-restaurante de Marina Corta en Lípari, famoso por sus enormes ensaladas y sus abundan­tes platos típicos de las Eolias (pasta alla norma, pane cunzato…) Y todo, cocina de mercado. Otra propuesta interesante es Filippino, una verdadera institución de las islas, a los pies del castillo de Lípari. Utiliza solo ingredientes locales para sus platos, con los calamares como estrella. A las mesas con manteles de algodón blanco llegan scialatelli a la tinta de sepia con ricota de Vulcano y gambas, involtini de pez espada con higos al limón y rascacio alla liparota.

Y como acompañamiento, una imprescindible copa de Malvasía delle Lipari. La uva malvasía, importada por los griegos en el siglo V a.C., se cultiva principalmente en Salina, Lípari y Vulcano. Actualmente con estas uvas se elaboran dos tipos de vinos: la DOC Malvasia delle Lipari, exce­lente con repostería seca y quesos azules, y la DOC Malvasia delle Lipari Passito (la uva se deja secar durante 10-20 días antes de la vinificación), ideal para los postres.

Hay varias bodegas donde degustarlo, como Tenuta di Castellaro, en la Piana di Castellaro, al norte de Lípari, que organiza visitas guiadas con degustación, o como Fenech, una de las 11 bodegas que hay en Salina y que no solo produce Malvasia delle Lipari, sino también IGT de Sicilia rojo y blanco y una buena grapa. También en Salina, la bodega Virgona produce una buena malvasía, grapa, vino blanco y tinto, cerveza artesanal, conservas y otras maravillas enogas­tronómicas.

Como postre, lo mejor es probar los dulces típicos de las islas, los nacatuli, pasteles rellenos de pasta de almendras y aromatizados con malvasía, canela y cítricos. La pastelería más célebre para degustarlos está en Lípari: en la Pasticceria Subba estas delicias dulces se hornean a todas horas.

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