El momento de los parques: baños de sol y primavera
En el desconfinamiento, jardines y espacios verdes en todo su esplendor se convierten en la nueva tierra prometida de las urbes españolas. Elegimos cinco que ya se pueden pasear, de Vitoria a Sevilla
1 Humedal de Salburua, Vitoria–Gasteiz
El proyecto de recuperación del humedal de Salburua, iniciado en 1994, logró que en 2002 este espacio, uno de los parques que conforman el Anillo Verde que rodea la capital alavesa, fuese incluido en la prestigiosa lista Ramsar, que destaca a humedales de importancia internacional.
Declarado también espacio protegido de la Red Natura 2000, sus 206 hectáreas de extensión cuentan con diversos observatorios ornitológicos —acoge entre su avifaunia especies amenazadas como el carricerín cejudo, la garza imperial o el avetorillo común, entre otras—, así como con un centro de interpretación (Ataria), donde podremos informarnos de los diferentes itinerarios disponibles para explorar el humedal, como paseos autoguiados en torno a las balsas de Arcaute —durante el que se pueden ver manadas de ciervos a solo tres kilómetros de la ciudad— y de Betoño.
2 Parque Central, Valencia
Inaugurado en 2018, el Parque Central abre un espacio verde con más de un millar de árboles en pleno corazón de Valencia, a partir de un diseño de la paisajista estadounidense Kathryn Gustafson. “Tiene una sensibilidad muy especial, moldea el terreno de una forma muy escultórica”, dice Josep Tamarit, gerente del Organismo Autónomo Municipal de Parques y Jardines Singulares de Valencia.
El proyecto de Gustafson, ganador de un concurso internacional con una treintena de candidaturas, ha convertido un terreno de 110.000 metros cuadrados antes ocupado por vías ferroviarias en un agradable jardín en el que luz, agua y verde son las referencias principales. Una red de cómodos paseos articula las diferentes zonas del Parque Central, cada una con una tipología botánica propia, entre las que destaca el área que reúne los rehabilitados edificios del arquitecto Demetrio Ribes, autor de la estación del Norte, y que ahora cogen actividades culturales y deportivas.
3 Parque de María Luisa, Sevilla
A los 5.600 árboles —entre ellos, 1.800 palmeras— y 1.200 arbustos del ya centenario parque de María Luisa, el confinamiento (humano) les ha sentado de maravilla. Aunque este enclave sevillano reabrió sus puertas desde que se permitieron los primeros paseos con niños (a finales de abril), “durante el periodo en el que ha permanecido cerrado la naturaleza se ha apoderado del parque, con un fenómeno de crecimiento espontáneo muy interesante”, dice Pedro Torrent, técnico del servicio de parques y jardines del Ayuntamiento de Sevilla. Entre otras razones porque, asegura Torrent, “favorece el crecimiento de la fauna ornitológica”.
Creado a principios del siglo pasado para la Exposición Iberoamericana de 1929, bajo el diseño del jardinero francés Jean-Claude Nicolas Forestier, el parque María Luisa luce esplendoroso en el mes de mayo entre las jacarandas que florecen en diversos de sus puntos (como en la plaza de América o en la circundante avenida de María Luisa) y las hermosas pérgolas de buganvillas en torno a la fuente de los Leones. Pero si recorremos sus glorietas y paseos podremos admirar otras especies igualmente interesantes, como el jabonero de China —también conocido como árbol de los farolillos, en la misma plaza América— o los magnolios de la avenida Rodríguez Caso, ejemplares que sobreviven desde los inicios del parque, cuya floración se da entre mayo y junio.
El carácter exótico de los orígenes del jardín, en el que se plantaron especies procedentes de todo el mundo —como la propia jacaranda, oriunda de Sudamérica—, se comprueba por ejemplo observando los bosquetes de grevilleas —el roble australiano o árbol del fuego—, que se encuentran en torno a la plaza de España. Pedro Torrent, quien entre las 600 especies de arbustos destaca el membrillo de Japón, recomienda no irse de este lugar sin pasar por el monte Gurugú, presente ya en el diseño original del parque María Luisa, y su cenador; “un punto emblemático”, concluye Torrent.
4 Jardín Mossèn Cinto Verdaguer, Barcelona
Dispuesto en pendiente sobre una antigua cantera en una ladera de la montaña Montjüic, este coqueto parque es un festival contemplativo. No solo por los nenúfares en plena floración —rosas, amarillos, blancos— y las flores de loto que flotan en sus 30 estanques, escalonados en terrazas y alimentadas por un caño de agua que desciende desde una balsa superior, atravesado por un puente de madera y sombreado por “un ciprés de los pantanos, cuyas raíces salen del agua, para que el árbol pueda respirar, y quedan a la vista del visitante”, explica Joan Bernat, técnico del Instituto Municipal de Parques y Jardines de Barcelona. Este coqueto jardín barcelonés ofrece también vistas desde lo alto hacia la ciudad, el mar y, en los días claros, incluso del perfil del macizo del Montseny.
Cada uno de los estanques del jardín, inaugurado en 1970 y de cuatro hectáreas de extensión, acoge dos o tres especies de plantas acuáticas respectivamente, entre las que podemos observar thalias, lirios amarillos y azules, cyperus, sagittarias y, sumergida, la chara, alga “clave para la filtración del agua”, explica Bernat. “Cada balsa de agua forma así un pequeño ecosistema”, cuenta, “y en cada una hay también una variedad de fauna, como ranitas meridionales, libélulas o caballitos del diablo”. Entre la avifauna del parque destaca la garcilla bueyera, que encuentra su alimento entorno a las albercas, así como lavanderas blancas y lavanderas cascadeñas.
Los parterres de césped del Mossèn Cinto Verdaguer, surcados por caminos en zigzag, también requieren pausa, pues en ellos podemos contemplar tres de las nueve especies de orquídeas que florecen en los espacios verdes de Barcelona, especialmente la orquídea abeja, “llamada así porque su flor imita el cuerpo de una abeja hembra”, aclara Bernat.
5 Parque Tierno Galván, Madrid
Un corredor jalonado por melias, árboles de talla media y flor morada, que se encuentra estos días en pleno esplendor, recibe al visitante en el aparcamiento de este parque madrileño abierto durante la fase 0 de desconfinamiento. Ubicado en el distrito de Arganzuela, de 45 hectáreas de extensión y dedicado a la memoria del alcalde Tierno Galván, su zona más alta, con vistas a la ciudad junto a la cúpula del Planetario de Madrid (cerrado ahora), se eleva en el llamado Cerro de la Plata. “El nombre se debe en realidad al brillo que producían los restos de carbonilla proveniente de los trenes que partían y llegaban a la antigua [y aledaña al parque] estación de Delicias”, explica Antonio Morcillo, subdirector general de conservación de zonas verdes en el Ayuntamiento madrileño. Desde aquí, el paseo se dirige hacia el amplio auditorio al aire libre, naturalizado con parterres de césped entre los bancos en semicírculo, y que a primera hora de la mañana ocupan paseantes y deportistas. El perímetro y bosquete posterior está jalonado por diferentes especies arbóreas, como los omnipresentes plátanos de sombra —“la más frecuente en las calles de Madrid” aclara Morcillo—, catalpas, espigados chopos, cedros del Himalaya —el preferido para anidar por la gran población de cotorras de la capital—, moreras, pinos piñoneros, de copa esférica, o cerezos japoneses, cuya hoja morada contrasta entre el verde circundante, especialmente frondoso tras la ausencia humana de las últimas semanas.
Desde el mirador orientado al sur de la ciudad, punto más alto del parque Tierno Galván, un sendero en zigzag desciende hasta el área inferior, refrescado por balsas de agua regenerada que explican la presencia de otros tipos de árboles en sus praderas de hierba. Como sauces y altos álamos blancos; olmos junto al agua y almeces plantados en sustitución de los primeros desde hace años, pues la mayoría de ejemplares de olmo sufre plaga de galeruca (un pequeño escarabajo que se come sus hojas). También veremos tres tipos de falsas acacias y arce campestre, cuyo fruto “va envuelto por una hoja con alas para que, al caer, favorezcan la dispersión de las semillas”, explica Morcillo.
“Podemos encontrar unos 220 tipos de árboles diferentes en las calles de la ciudad”, dice Antonio Morcillo, autor de la Guía de bolsillo de los árboles de Madrid que recoge las 50 especies más frecuentes en parques y aceras, “pero apenas entre 8 o 10 de ellas se reparten el 70 u 80% del patrimonio arbóreo madrileño”. Desde la glorieta de la calle Meneses otra larga rambla jalonada de floridas melias, cuyas copas forman una especie de pérgola natural teñida de morado, nos devuelve al auditorio del Tierno Galván. Fin del paseo.
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