Diez aventuras insólitas que te harán cambiar la percepción sobre Europa
Asomarse al cráter de un volcán, dormir en un hotel-prisión o darse un baño en cerveza son propuestas que cambiarán la imagen que tenemos del viejo continente
Muchas veces no necesitamos irnos muy lejos para descubrir cosas nuevas. Europa conserva lugares bellísimos e insólitos donde se pueden vivir aventuras sorprendentes, como asomarse al cráter de un volcán activo, sumergirse bajo los hielos árticos o experimentar un subidón de adrenalina asomándose a un abismo. Propuestas para cambiar la percepción que tenemos de la vieja Europa.
Subir a volcanes activos en Sicilia e Islandia
Ni las islas del Índico ni las de Hawaii son imprescindibles para comprobar cómo la Tierra sigue formándose y de vez en cuando deja ver su fuego interior a través del rugido de los volcanes. En la costa norte de Sicilia nos encontramos con las islas Eolias, un archipiélago con siete cimas volcánicas. Una de ellas es Estrómboli, conocida como el Faro del Mediterráneo y famosa por la película de Roberto Rosellini (1906-1977) del mismo nombre. Estrómboli es sin duda la más bella de las Eolias, un volcán en medio del mar que arroja emisiones regulares de polvo y vapor, expulsa rocas y, en ocasiones, lava por el camino yermo llamado Sciara del Fuoco en dirección al Mediterráneo. La mejor manera de admirar Estrómboli y disfrutar de su pirotecnia es encontrar a un pescador que lleve al viajero en su barco al anochecer. Las Eolias son accesibles en ferri desde Nápoles y Milazzo, en Sicilia. Así, se puede observar el volcán en acción mientras se saborea un plato de marisco en el restaurante L’Osservatorio, en las laderas bajas del pico.
En la otra punta de Europa, a las puertas del Círculo Polar Ártico, podemos asomarnos a otra de las “bocas del infierno” en los volcanes islandeses. Antes de su erupción, que en el 2010 desbarató por completo el tráfico aéreo de medio mundo, el Eyjafjallajökull ya era el volcán más famoso de Islandia. Pero más recientemente, el Hekla ha mostrado una puntualidad suiza, pues se activa más o menos cada diez años. Situado unos 70 kilómetros al este de Reikiavik, su nombre significa capucha, por su perpetua boina de niebla. Cuando está inactivo, este pico de 1.491 metros ofrece una ascensión agradable, además de un cráter calentito rodeado de nieve. En invierno, es posible unirse a los circuitos en moto de nieve que llevan hasta la cima. Hay una exposición multimedia sobre el volcán en el centro de visitantes de Leirubakki.
Asomarse al abismo y sentir el vértigo extremo
A menudo, nada supera a la fuerza arrebatadora de la naturaleza. Aunque los suelos de vidrio y los rascacielos puedan impresionar, en Noruega la mejor panorámica se consigue desde una enorme roca asomada al vacío y convertida en icono turístico del país. La Preikestolen (Roca del Púlpito), a 604 metros de altura sobre el fiordo de Lyse, en la accidentada costa oeste del país nórdico. El entorno es muy montañoso, pero esta cima parece creada especialmente como atalaya, perfectamente plana y sobresaliendo por encima del agua. Las vistas son tan amplias como vertiginosas, pero todavía acongoja más mirar a través de las grietas que hay en la misma superficie, resultado de 10.000 años de acción glacial. Conviene no bromear demasiado sobre esta plataforma natural, pues algún visitante ya ha perdido la vida allí por hacerse un selfi imprudente. Desde la carretera hasta la plataforma hay unas dos horas de caminata y la mejor temporada para visitarla es entre abril y septiembre.
Otro escenario para experimentar el vértigo que supone asomarse literalmente al vacío se encuentra en el Tirol del Sur (Italia), región en la que abundan las plataformas de observación, más o menos desafiantes, como algunos puentes transparentes que dan la sensación de caminar sobre el cielo. Por ejemplo, Il Binocolo, en Merano, un mirador diseñado por el arquitecto Matteo Thun a modo de complemento de los hermosos jardines del castillo de Trauttmansdorff. El lugar está como suspendido por encima de los árboles y ofrece excelentes vistas para los que se atrevan a caminar sobre su suelo es transparente: viñedos, huertos, tejados y laderas alrededor de la sofisticada población de Merano. También brinda espléndidas vistas de los jardines dispuestos alrededor del palacio neogótico, que acogen rododendros, conjuntos acuáticos aterrazados, exóticas palmeras, una colmena y el viñedo más antiguo del mundo. Algunas noches de junio, julio y agosto, Trauttmansdorff abre sus puertas para las Noches en los Jardines, con animados conciertos.
Más vértigo se experimenta en la plataforma transparente del macizo de Dachstein, en Austria, que sobresale a 2.700 metros de altura, y nos ofrece vistas de 360 grados que abarcan fronteras estatales e internacionales, como la cima del Triglav, en Eslovenia, y los bosques bohemios de la República Checa. Además del vértigo, el viento y la nieve suelen golpear fuerte. Pero el trayecto de subida es aún más espeluznante: el teleférico desde el Türlwandhütte asciende casi 1.000 metros hasta la estación de Hunerkogel y pasa prácticamente rozando la pared del acantilado calizo, lo que permite apreciar con claridad todas las grietas. Gracias al glaciar de Dachstein se puede disfrutar de esquí alpino y de fondo durante todo el año.
Sobre el puente de Trift, en los Alpes suizos, disfrutaremos especialmente si nos gusta experimentar sensaciones fuertes y de vértigo; si no, no conviene mirar demasiado hacia abajo: se trata de una de las pasarelas más largas y altas de esta parte del arco alpino, que tiembla a la menor brisa. Hasta la subida en teleférico al Triftbrücke remueve el estómago. Este puente se construyó en 2009 al estilo de las pasarelas de tres cuerdas nepalíes, un diseño sencillo y duradero habitual en los puertos de montaña del país. Cruzar sus 170 metros se hace una eternidad, colgando sobre la garganta del Trift y las aguas verdiazules del lago Triftsee. Lo mejor es fijar la mirada en el glaciar y el paisaje montañoso que hay delante y nunca mirar abajo. El puente solo puede cruzarse de junio a octubre.
Sumergirse en vino y cerveza
¿Quién ha dicho que solo es posible bañarse en el agua? Cada vez hay más lugares donde se aprovechan otros elementos líquidos y en Europa abundan. Por ejemplo, es posible relajarse en el primer balneario de cerveza underground de la República Checa, el Beer Wellness Land en Chodovar, en la región de Pilsen, famosa precisamente por su cerveza. Grandes bañeras victorianas de acero inoxidable (también para dos) se llenan con una cerveza especial, aromatizada con hierbas, y se coronan con una cremosa capa de espuma. Durante este baño malteada se puede degustar una jarra de alguna de las dos cervezas locales que sirve el bar adjunto a tan peculiar balneario. Al parecer todo es excelente para los poros.
Mucho más cercanas son otras propuestas de vinoterapia. Aunque la experiencia pueda recordar el hedonismo de una orgía romana, se trata de un tratamiento terapéutico a base de extractos de uva. Al parecer, bañarse en vino en lugar de bebérselo es uno de los mejores tratamientos de belleza, con el poder (aparente) de reducir las arrugas, el estrés y hasta la celulitis. Bien conocidas son las que ofrecen algunos spas en La Rioja, concretamente en Laguardia, pero si queremos irnos un poco más lejos, las encontraremos también en la región francesa de Burdeos, en Les Sources de Caudale. Aquí nos frotarán con semillas de uva, nos rebozarán en miel, aceite y levadura del vino, y nos sumergirán hasta el cuello en vino. Les Sources está situado en un viñedo, así que también se puede disfrutar sus frutos al modo tradicional, servido en copa.
Chapuzón entre glaciares
Para los que prefieran bañarse en agua, como toda la vida, Europa también reserva experiencias diferentes. La más sorprendente es bañarse al aire libre entre geíseres, en medio de glaciares en Islandia. La Laguna Azul es el lago-piscina de aguas termales más famoso de la isla, y también el más cercano a Reikiavik, pero no el único. Esta laguna es una de las principales atracciones del país islandés, aunque a veces está excesivamente abarrotada. Merece la pena probar en cualquier caso la sensación de flotar en una piscina humeante de color azul lechoso (a 38°C exactos), rodeado por un paisaje de oscuros y retorcidos campos de lava, y con una central geotérmica de aspecto futurista asomando en la distancia. Tras pasar por las piscinas principales, se puede tomar un baño de vapor en una caverna de lava, disfrutar de un masaje en la cascada o relajarse en una sauna. Sin duda, se abandona el lugar con el ánimo renovado y el cutis como el de un bebé.
Pero Islandia tiene otras lagunas de aguas humeantes en medio de paisajes glaciares, menos concurridas y más auténticas (y más baratas también). Es el caso de los baños naturales de Myvatn, al norte de la isla, con sus duchas y vestuarios perfectamente organizados, pero rodeados por una naturaleza impresionante. Otra posibilidad es la Laguna Secreta, cerca de Flúdir, una de las piscinas más antiguas de Islandia (1891) renovada y reabierta hace pocos años. Está junto a fumarolas humeantes e incluso un pequeño géiser que entra en erupción cada pocos minutos. Uno de los últimos en abrir han sido los baños marinos de Geosea, una de las nuevas atracciones del norte de la isla, situados en la ciudad de Húsavík, la capital europea de avistamiento de ballenas. El agua aquí es de mar, calentada geotérmicamente, por lo que contiene sal y muchos minerales con propiedades terapeúticas. Y de regalo, increíbles vistas a la bahía de Skjálfandi, el océano y las montañas. Además de estas lagunas, al viajar por Islandia se pueden encontrar muchas piscinas con aguas termales en las que sumergirse en paisajes cercanos al Círculo Polar Ártico. Una experiencia única.
También es único, aunque menos salvaje, pasar una tarde o un día completo en los baños termales que han hecho célebre Budapest desde la década de 1930. Los más famosos son los elegantes Baños Gellért, pero tal vez sean más auténticos los Baños Szechenyi, un serpenteante complejo neobarroco de piscinas (desde gélidas hasta ardientes) enclavado en pleno corazón del parque de la ciudad. Originalmente fue un centro médico terapéutico, y actualmente es el lugar perfecto para regalarse un masaje, una sesión de sauna y un chapuzón en la enorme piscina termal al aire libre, repleta de familias, turistas y caballeros jugando al ajedrez sobre mesas flotantes. Szechenyi comprende un centro integral de bienestar con una variedad de tratamientos holísticos, desde quema de grasas hasta fisioterapia y programas de gimnasia
Pasear entre cráneos por el centro de las ciudades
Para solucionar la superpoblación de los cementerios parisinos, en 1785 se exhumaron muchas tumbas y se trasladaron los restos a los túneles de unas viejas canteras, a 20 metros de profundidad. Esta práctica funeraria, que duró alrededor de cien años, tuvo como resultado una red de 300 kilómetros de túneles flanqueados de cráneos, tibias y fémures artísticamente colocados en las catacumbas de París. Los apenas dos kilómetros abiertos a los curiosos contienen los huesos de unos seis millones de personas. Durante la II Guerra Mundial, la Resistencia los usó como base y hoy constituyen una atracción algo macabra, y a menudo espeleólogos urbanos deambulan ilegalmente por la inestable sección cerrada al público. El acceso a las catacumbas se halla en Avenue Colonel Henri Rol-Tanguy, cerca de la estación de Denfert-Rochereau.
También podemos pasear entre cadáveres de antepasados europeos en ciudades como Roma, la ciudad con más catacumbas del mundo (más de 60), la mayoría de las cuales están a lo largo de la Vía Apia. Las más famosas son las de San Calixto, con más de 20 kilómetros de recorrido, varios pisos y múltiples pasillos, en los que reposan casi 750.000 cuerpos. Una visita turística bastante inquietante que contrasta con el esplendor de la ciudad que late encima de ellas.
Las catacumbas de Palermo (Sicilia) están bajo un monasterio de Capuchinos: cuando los monjes se quedaron sin espacio para enterrar a los muertos, empezaron a excavar en el subsuelo. Para aprovechar mejor el espacio, las calaveras están colocadas erguidas, de pie, y clasificadas según su condición social, sexo y edad. El espectáculo es de lo más macabro y lógicamente no faltan las historias truculentas y las leyendas sobre momias que hablan o que cobran vida. En Nápoles pasó algo parecido, y la mayor parte de las tumbas subterráneas están en la colina de Capodimonte. Hasta el siglo XVI fue el lugar habitual para enterrar a los obispos, y en tiempos del fascismo sirvieron para ocultar a muchas de sus víctimas.
En el centro de Edimburgo encontramos también muchísimos enterramientos bajo el subsuelo, concretamente en Mary King’s Close: parte de la ciudad antigua que quedó oculta bajo lo que hoy es el ayuntamiento de la ciudad. Muchos turistas dejan juguetes a uno de sus muertos más ilustres, el fantasma de la niña Annie, a la que supuestamente sus padres abandonaron durante la peste en estos callejones y que busca desesperadamente a la muñeca que perdió.
Back at work today? Don’t feel blue, plan your next stay away with Chez Mal this winter & give yourself something to look forward to!🛏 📷 IG: fashitect
Posted by Malmaison Oxford on Monday, January 6, 2020
Una noche en prisión
Quien tenga respeto por las fuerzas del orden sentirá toda la fuerza de los interrogatorios del KGB en Karosta, en Letonia, dentro de una antigua cárcel en la costa báltica. Funcionó como tal hasta 1997, pero ahora es un museo interactivo donde los visitantes se ponen en la piel de los antiestalinistas y desertores que poblaron sus lúgubres espacios. Los visitantes (o internos de forma temporal) son fotografiados, conducidos por sus lúgubres espacios (el cuartel está embrujado, dicen), así como voceados y examinados. Para experimentar un auténtico presidio, hay circuitos nocturnos algo macabros, aderezados con un rancho carcelario y estancia en una celda (colchón y taza de metal incluidos). Karosta está 5 kilómetros de Liepaja, en la costa oeste letona. Es una de las cárceles convertidas en hoteles más controvertidas porque el trato carcelario a los prisioneros-turistas puede resultar algo excesivo. Se puede visitar todos los días, aunque los circuitos nocturnos requieren reserva previa.
También en el hotel finlandés de Katajanokka de Helsinki, se puede pensar en la vida de los prisioneros que esperaban aquí juicio o sentencia, desde 1837, cuanto fue construida, hasta 2002, cuando cerró para convertirse unos años después en un moderno hotel de 4 estrellas. Tiene cuatro alas y todavía conserva las antiguas murallas y las celdas de castigo tal y como eran. El resto es un alojamiento con 106 habitaciones, restaurante, gimnasio y sauna. También tuvo un pasado oscuro el actual hotel Malmaison de Oxford, una de las cárceles convertidas en establecimiento hotelero más antiguas del mundo. Se construyó como prisión en 1071 y en el siglo XIX todavía se usaba como principal presidio de la ciudad. En 2005 reabrió como hotel de 5 estrellas, uno de los más originales de Inglaterra, con 95 habitaciones y que conserva las murallas, torreones y galerías de los tiempos en los que había prisioneros. Por supuesto, guarda su correspondiente leyenda e historias terroríficas, sus fantasmas, y ha servido de escenario para varias películas.
En una de las islas de Estocolmo encontramos el hotel Langholmen, una prisión del siglo XIX que funcionó como tal hasta 1975 y que fue uno de los mayores centros penitenciarios de Suecia. En 1989 abrió como alojamiento (de 3 estrellas) conservando un museo consagrado a su antiguo uso. Como dato morbosos, aquí tuvo lugar en 1910 la última ejecución en la guillotina antes de que Suecia aboliera la pena de muerte. Y si queremos de verdad recordar la vida carcelaria, podemos ir a la antigua cárcel de Roermond, en Holanda, que aún conserva su estructura original. Abrió como hotel de lujo en 2007 pero en otra época fue uno de los penales más temidos del mundo. Hoy tiene 36 habitaciones personalizadas (como la del alcaide, por ejemplo) y cuenta con todo tipo de servicios.
Divertirse en el hielo
Dormir en un hoyo en la nieve en Escocia, participar en la maratón más fría de la Tierra en Groenlandia y nadar en un agujero en el hielo en Finlandia son algunas de las muchas experiencias insólitas que nos esperan al norte del continente, en los confines de la Europa Septentrional. Los nórdicos han desplegado un gran ingenio para inventarse formas de divertirse o retarse con el hielo y hacer de su principal escollo (el frío) su aliado a la hora de atraer visitantes. Por ejemplo, en Noruega podemos hacer cosas tan insólitas como bucear en aguas gélidas, o casi en el hielo. Es una forma de descubrir maravillas bajo el agua, como el pueblo sumergido de Lyngtoylvatne que reposa en el lecho del lago Lyngstoylvatnet, en el valle de Norangsdal. En 1908 hubo un desprendimiento de rocas en el monte Keipen que creó una presa natural, Lyngstoylvatnet, y engulló cabañas, puentes, partes de un bosque y de una vieja carretera. Hoy los submarinistas expertos se calzan su neopreno más grueso para sumergirse en estas gélidas aguas, donde se deslizan entre los viejos muros de piedra y pasar por debajo de un puente. Al lago, solo apto para buceadores con experiencia, es más fácil llegar en coche. Se puede combinar el viaje con una visita a la iglesia de Sunnylven y las cascadas Hellesylt, a 35 kilómetros.
En la vecina Finlandia proponen probar el avantouinti (nadar en un agujero en el hielo), que no es tan fácil como parece: primero hay que buscar un agujero en la superficie helada de un lago o del mar, y luego, si se tiene valor, saltar. Para hacerlo bien hay que dejarse el bañador en casa. No es algo exclusivo de Finlandia, pero los finlandeses son los que ponen más pasión; hay listas de espera en muchos clubes de saunas que disponen de esos orificios. Sus partidarios aseguran que es bueno para la salud y uno de los secretos para vivir muchos años.
En Escocia no se limitan a un chapuzón helado y animan a dormir en un hoyo en la nieve: una técnica de supervivencia crucial para los montañeros y una forma muy acogedora de dormir al aire libre. En Escocia hay cursos de técnicas de montañismo invernal, como los que se imparten en Aberfeldy, donde enseñan a construirlos en unas dos o tres horas. El refugio tiene que incluir ventilación y una cama elevada para estar más cerca del aire cálido del interior. Es una aventura genial que permite despertarse y ver el amanecer sobre las pendientes heladas.
Otra aventura para amantes del frío extremo es apuntarse al Maratón del Círculo polar, en Groenlandia, que está considerado como el más frío de la Tierra. Se celebra a mediados de otoño (generalmente en octubre), cuando la temperatura media en Groenlandia ronda ya los 10 grados bajo cero. Se corre por carreteras de gravilla cubiertas de nieve que cruje bajo los pies, pasa ante el frente de un glaciar y por varios kilómetros del casquete helado de Groenlandia. La mayor parte del recorrido es cuesta abajo, aunque muy oscilante, y los ganadores suelen completarlo en unas tres horas, aunque a veces las condiciones adversas pueden alargar mucho más la carrera. El maratón se celebra en Kangerlussuaq, al oeste de la gran isla.
Descanso entre olas enfurecidas
Los faros adornan las costas de toda Europa, desde los más septentrionales, envueltos en las gélidas aguas de los mares del norte, hasta los faros milenarios que encontramos en muchos rincones del Mediterráneo. Son siempre lugares remotos y solitarios, ideales para apreciar toda la inmensidad y belleza del mar. Muchos de ellos han ido cambiando de uso, y algunos se han reformado como pequeños y originales alojamientos que permiten pasar una noche maravillosa en un lugar único, mecidos por el sonido de las olas. En Finlandia, por ejemplo, podemos experimentar el romanticismo de estos enclaves pernoctando en el faro de Marjaniemi, en la isla de Hailuoto, hasta donde se llega en ferri, al menos de momento, ya que la recuperación continental (tierra que resurge tras estar comprimida por el peso de los glaciares en la Edad del Hielo) unirá pronto la isla a la península. El hotel Luotsi alquila habitaciones en la antigua casa del vigilante y en invierno el hotel abre solo para grupos. En Noruega, en el islote de Riyvingen, al sur del país, su faro también se ha reconvertido en un hotel de ocho habitaciones de no muy fácil acceso, que nos permitirá sentirnos como unos robinsones. También es complicado el acceso al faro de Roter Sand, en Alemania, cuyas franjas blancas y rojas se erigen en pleno mar del Norte. Es muy particular, puesto que solo se accede en barco y con unas medidas de seguridad muy concretas; eso sí, cuenta con un balcón de impresionantes vistas al mar.
En Escocia también encontraremos faros reconvertidos en hoteles más o menos lujosos. Como el de Corsewall, en el sur de Escocia, cerca de Galloway, un faro del siglo XIX convertido en hotel de 11 habitaciones, entre ellas varias suites, y con vistas impresionantes aseguradas. Y si preferimos algo más cálido, en el Mediterráneo encontramos también faros muy interesantes, como el de Porer, en Croacia, en un pequeño islote al que se llega desde Premantura. Aunque sigue todavía en funcionamiento, se ha reformado para que pueda servir también como alojamiento, con dos apartamentos para cuatro personas. No hay mucho que hacer por aquí (en medio minuto se recorre el islote) pero las vistas, en medio del mar, son increíbles. También en Croacia, en la isla de Palangruza, encontramos otro faro donde se puede pasar la noche en dos amplias habitaciones bien equipadas para cuatro personas. Para llegar hay que subir una empinada cuesta pero merece la pena.
Si no queremos dormir en el faro, sino solo disfrutar de vistas espectaculares, hay dos visitas fantásticas: el faro de Creac’h, que se alza sobre la île d’Ouessant, en el Atlántico francés, con una de las linternas más potentes del mundo y 54,85 metros de altura sobre agitadas aguas y fuertes tormentas. Es un faro pensado para avisar de los numerosos salientes traicioneros de granito del litoral bretón: el Creac’h barres dichas aguas con un haz de luz que alcanza los 60 kilómetros de distancia. La visita permite visitar también el vecino faro de Stiff, otra reliquia en activo, esta de finales del siglo XVII. Penn Ar Bed fleta barcos desde la península hasta Ushant. Otro faro interesante es el de Hook Head (cabo del gancho), en Irlanda, uno de los más longevos del mundo en activo. Sus comienzos, en el siglo V, fueron en teoría humildes, cuando los monjes prendían una linterna. La estructura actual existe desde hace 800 años, pero hoy es un faro automatizado, de aspecto achaparrado y algo rellenito (quizá producto de un efecto óptico, pues las rayas horizontales resaltan las cinturas gruesas). Es accesible con circuitos organizados a través del centro de visitantes.
Trepar por paredes verticales
Acantilados, barrancos, muros verticales en islas o terrenos montañosos… Cualquier altura vale para poner a prueba a los viajeros más intrépidos, y hay retos por todo el continente. Por ejemplo en Grecia, donde algunos visitan los Monasterios en Meteora, construidos por los monjes en el siglo XIV sobre enormes riscos rocosos que, en algún caso, solo se pueden subir con arnés, cuerda, casco y bolsa de magnesio. El lugar es espectacular, con más de 100 rutas de escalada sobre roca conglomerada. Pero en Grecia hay otros muchos acantilados o rocas para escalar, por ejemplo las cuevas y acantilados de Kálimnos, la tercera isla más grande del Dodecaneso, que en otros tiempos fue famosa por la extracción de esponjas naturales. Hoy su mayor atractivo son sus impresionantes muros de piedra caliza que los escaladores descubrieron en la década de 1990 y que se han convertido en una de las mecas de escalada europeas; 50 sectores diferentes repartidos por la isla, muchos de ellas en torno a Masuri y Armeos. Kálimnos celebra incluso un festival de escalada al que acuden deportistas de todo el mundo.
Todavía más pericia se requiere para la escalada invernal en las Tierras Altas escocesas. Durante los meses fríos se cubren de una gran capa de hielo y nieve, pero los escoceses de la zona desafían a la hipotermia y se arman con crampones, cuerdas y piolets para escalar las paredes que hay por la zona. La escarcha sobre la roca brinda un estético espectáculo para la vista, pero limita el agarre y dificulta los ascensos, solo aptos para escaladores expertos. Aquí se han registrado los vientos más fuertes (270 kilómetros por hora) y las temperaturas más bajas (-27ºC) del Reino Unido. Algunas rutas son famosas por la extrema dificultad que entrañan, como Centurión, en el Ben Nevis, o Duel, en Glencoe. Hay que ir con un guía cualificado y no hacer locuras.
Hay también lugares magníficos para la escalada en los Dolomitas italianos, en las islas Lofoten de Noruega, en la arista Kuffner del monte Maudit, en los Alpes franceses, con vistas al Mont Blanc; en los riscos calizos de Osp (Eslovenia), o en la escocesa isla de Sky, , donde van muchos principiantes a subir por alguno de sus 30 picos. Otra opción para disfrutar de las alturas es bajar en lugar de subir; por ejemplo, practicando el barranquismo. Hay lugares perfectos para este deporte por todo el continente, algunos de ellos en España, como la oscense Sierra de Guara. Pero si nos vamos un poco más lejos descubrimos por ejemplo el Macizo de Bavella, en Córcega, compuesto por pináculos de granito con forma de mandíbulas gigantes de tiburón que pinzan el horizonte a más de 1.600 metros en el corazón de la isla. El barranquismo es una forma fantástica de explorar a fondo el paisaje corso, particularmente en esta zona que cuenta con tres cañones principales: el de la Vacca, el de la Purcaraccia y el de la Pulischella. El descenso incluye rápeles, saltos e inmersiones en pozas naturales de aguas cristalinas, con la emoción añadida de unas vistas fantásticas.
Otro lugar fantástico para descubrir el barranquismo es Interlaken, en Suiza, en la región del Oberland bernés. Aquí se puede saltar desde una cascada, deslizarnos hacia abajo por toboganes naturales de roca o contemplar el paisaje del valle antes de saltar a alguna poza hundida entre bloques de piedra que a veces toca escalar previamente.
Practicar deportes extraños
El Wing Walking, el esferismo en Inglaterra o el telemark en Noruega no son deportes de masas, pero sí experiencias interesantes para los que no pueden estar quietos cuando recorren el mundo. El Wing Walking, por ejemplo, consiste en surcar los cielos de pie sobre las alas de un biplano a 217 kilómetros por hora. Se hace amarrado a un poste con arneses alrededor de los hombros y la cintura. De nada sirve gritar: el ruido de los motores y la velocidad del viento impiden al piloto oír nada, aunque siempre tiene al pasajero a la vista. Por lo tanto, una vez en el aire, solo cabe alzar la vista y disfrutar de un panorama inigualable, con la cabeza erguida para evitar que el aire se meta en la boca. Esta aventura se puede vivir en varios puntos de Inglaterra, como en Essex.
Otra disciplina interesante para liberar adrenalina es el esferismo (zorbing), un deporte inventado en Nueva Zelanda pero que tiene mucho arraigo en Inglaterra, concretamente en Dorset, donde hay además un paisaje rural magnífico donde practicarlo. El esferismo consiste en meterse dentro de una bola de plástico transparente y dejarse rodar. Así de simple y así de emocionante. Es apto para todos los públicos y tiene varias modalidades.
En Noruega han ideado toda clase de formas de deslizarse sobre la nieve y el hielo y una de ellas es el telemark, una modalidad de esquí en que la parte trasera de las botas no están fijadas a los esquís, de modo que hay que arrodillarse para virar y mantener el ritmo durante el descenso. Además, se puede experimentar la misma sensación de ligereza y velocidad que practicando el esquí alpino. Para sacarle el máximo partido a esta aventura, nada mejor que viajar a Telemark, una región montañosa del sur de Noruega donde nació esta modalidad en la década de 1860.
En Groenlandia nos propondrán muchas formas de disfrutar de las aguas gélidas y el hielo, como hacer kayak entre icebergs o engancharnos al heliesquí de lujo en la isla de Kangaamiut, donde no hay remontes: la única forma de volver a la cima para deslizarse por esponjosa nieve polvo es en helicóptero. Y aunque no sea deporte, es también una aventura viajar en un zeppelín sobre Alemania. Los zeppelines de nueva tecnología regresaron hace años a los cielos de Friedrichshafen, pero ahora sobrevuelan otras muchas zonas de Europa.
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