De bares en Prenzlauer Berg
La violinista y escritora Isabel Mellado se sigue emocionando al recordar sus meses en Berlín justo tras la caída del muro

Isabel Mellado es violinista en la Orquesta Ciudad de Granada y en su última novela, Vibrato (Alfaguara, 2018), cuenta las vicisitudes de ser instrumentista de cuerda. El violín la ha llevado por medio mundo, por ejemplo, a estudiar en Berlín un mes después de que cayese el muro. Recordar sus meses en la ciudad alemana le sigue emocionando.
Se perdió la caída del muro por un mes…
Sí, llegué a mediados de diciembre de 1989 porque antes estuve de gira por Chile. En aquel momento aún te daba miedo pasar de un lado a otro de la ciudad, por si te olvidabas el pasaporte y después no podías volver.
¡Era la pampa misma! Nada de rascacielos, como ahora. Me pasaba el día estudiando y escuchando conciertos en la sede de la Filarmónica de Berlín, que estaba allí mismo, porque la beca me la dieron ellos. Entonces allí solo había un restaurante griego y otro italiano. Y también uno tradicional, en el único edificio antiguo que queda en toda la plaza. Se llama Lutter und Wegner y ahí me contrataron para tocar con un cuarteto de cuerda para recibir el año 2000.
¿Y su primer fin de año berlinés?
Lo pasé a las afueras, de camino a Potsdam, que estaba lleno de villas preciosas pero en mal estado. Estuve tocando esos días con una orquesta juvenil y nos alojaban en el palacio de Glienicke, junto a un bosque. Ahí está el puente de igual nombre, al que llaman el puente de los Espías, y ese fin de año era la primera vez que se podía atravesar. Allí fuimos con los de la orquesta, y vimos que había muchos policías, pero todos muy contentos; de repente se pusieron a tocar la trompeta y a abrazarse emocionados.
¿Cuál era el barrio que más le llamaba la atención entonces?
Prenzlauer Berg era genial. Un amigo vivía ahí en una casa okupa que tenía la ducha en la cocina. Recuerdo que pasábamos mucho rato en los tejados del barrio. Y en bares como el Frannz Club, que tenía varias salas. También iba mucho a un local llamado Zur Letzten Instanz (en última instancia); era donde nos tomábamos la última. Los dos aún existen.
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