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Sublime Píter

Del crucero ‘Aurora’ a la casa-museo de la poeta Anna Ajmátova, pasando por la plaza del Palacio y el Ermitage, una ruta llena de historia y arte por la rusa San Petersburgo

Barcos en el canal Griboedova de San Petersburgo (Rusia) y, al fondo, la iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada.
Barcos en el canal Griboedova de San Petersburgo (Rusia) y, al fondo, la iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada.Gonzalo Azumendi
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El crucero Aurora sigue atracado en el río Neva. Es grande, metalizado, impoluto. A las 9.45 del 7 de noviembre de 1917, un disparo de su cañón inició la Revolución de Octubre con el asalto al palacio de Invierno de San Petersburgo. Varado entonces delante de la fortaleza de San Pedro y San Pablo, debió hacer tambalear también los frascos con formol que contenían las rarezas anatómicas del museo hoy preferido por los petersburgueses, la Kunstkamera. Cercano a la fortaleza y fundado por el zar Pedro I el Grande, este gabinete de curiosidades es el mejor testigo de la afición por la ciencia del zar y origen del primer Museo de Ciencias Naturales de Rusia.

Cova Fernández

San Petersburgo, Petrogrado, Leningrado o Píter, como la llaman sus habitantes, contiene en sí misma los momentos más significativos de la historia. Visitarla permite asistir a ella, casi testimoniarla, y entender cómo y por qué se fraguaron los acontecimientos. Muy pocos osaron decir palabras negativas de la ciudad levantada de la nada y en zonas pantanosas por Pedro I en el siglo XVIII, siguiendo el modelo de Ámsterdam y, en menor medida, Venecia, con objeto, sobre todo, de tener salida al golfo de Finlandia. Los escritores Gógol y Dostoievski se atrevieron y recordaron los miles de anónimos muertos durante la construcción, también el viajero europeo marqués de Custine (que Sokúrov lo convierte en personaje de su magna película El arca rusa, 2002), quien denigró por exagerada la arquitectura neoclásica y escribió que solo podría ser adecuada en los espacios soleados del Mediterráneo.

San Petersburgo, Petrogrado, Leningrado o Píter, como la llaman sus habitantes, contiene en sí misma los momentos más significativos de la historia

Píter se puede visitar en otoño, cuando los árboles iluminan de dorado las fachadas frías de la ciudad; a final de abril, cuando los tilos empiezan a florecer verde clarito, o en las famosas noches blancas y más cortas del año. Noviembre, dicen los petersburgueses, es el mes más duro, las horas de luz se reducen a cinco, y la Navidad y las fiestas están aún muy lejanas.

El itinerario testimonial de la historia comienza nada más llegar, prácticamente en el aeropuerto internacional de Púlkovo. A cinco kilómetros de San Petersburgo están las colinas del mismo nombre, desde ellas bombardearon los nazis en la Gran Guerra Patria (Segunda Guerra Mundial), durante el sitio de Leningrado, en el que murieron millón y medio de personas. Hoy, alrededor del cerco que la sitió, hay cañones y tanques en recuerdo de la gran tragedia.

Marcha pacífica

La plaza del Palacio recoge los grandes sucesos de la ciudad. Allí se produjo la marcha pacífica contra Nicolás II, cuya guardia imperial mató a 2.000 manifestantes y fue la señal para la revolución de 1905. Y allí está el Ermitage, custodio de la cultura rusa, donde la historia puede leerse a partir de la pintura. La admiración de los zares por Holanda, a través de la colección de más de 20 cuadros de Rembrandt, o la concentración de arte y poder, gracias a la colección del empresario ruso Serguéi Shchukin (la más importante del siglo XX) con 51 picassos, 16 gauguins y 37 matisses.

Saliendo de la plaza, la gran avenida Nevski, “que en San Petersburgo lo es todo”, escribe Gógol en 1842, tiene en sus calles perpendiculares los grandes centros religiosos. La iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada, de estilo neorruso, es portentosa y casi excesiva. En sus cúpulas hay frescos de ángeles con alas mágicas y, en su exterior, la rodean rejas de forja elegantísimas. También está la catedral de Kazán, donde se puede ir a un oficio y experimentar la espiritualidad y monodias ortodoxas. Muy cerca se encuentra el Museo Estatal Ruso, centrado en el arte del país. Su colección de iconos es un tesoro y evidencia la espiritualidad y filosofía rusas. El arte es pensamiento y filosofía.

El del Mariinski es el único escenario donde los bailarines suenan invisibles y no se los escucha al saltar o caer

Píter se puede (y debe) visitar también por el subsuelo, sobre todo la línea de metro roja, y el agua. Un paseo en barco por los ríos Neva, Moika y Fontanka y los canales la muestra en toda su majestuosidad. En coche, merece la pena pararse en el gran puente de la Trinidad (es fácil, pues los atascos en la ciudad son habituales) y contemplar su atmósfera húmeda y desvaída. Gusta a los habitantes (4,9 millones) ir a ver cómo se elevan algunos de los puentes del Neva para que pasen los barcos. Lo hacen de madrugada, a horas diferentes. Una aplicación informa diariamente de ello.

Tras la remodelación del teatro Mariinski, los habitantes se debaten entre el nuevo y el antiguo edificio. Los grandes ballets se siguen reservando para la fachada verde gris apagada del antiguo. No hay un Lago de los cisnes mejor bailado, ni un Chaikovski mejor interpretado. El único escenario donde los bailarines suenan invisibles y no se los escucha al saltar o caer de los equilibrios.

El mercado de Sennoi; Petrogrado, el barrio de moda; la estación de Vitebsk o el barrio de Admiralteiski son paseos para disfrutar la ciudad. Y, por último, una ventana, la del salón de la gran poeta Anna Ajmátova (la autoridad moral más importante de la época), donde vivió entre 1922 y 1952 en un apartamento compartido. Allí sufrió el terror de la Unión Soviética y una existencia sin respiro. El poeta Joseph Brodsky dijo que su deseo al morir era convertirse en gato y vivir en este apartamento. El día que inauguraron la casa museo de Ajmátova apareció uno. Sigue allí, apostado en la ventana.

Patricia Almarcegui es autora de la novela ‘La memoria del cuerpo’.

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