Bristol más allá de Banksy
Nueve experiencias imprescindibles en la ciudad inglesa, entre mansiones de estilo georgiano, travesías portuarias, mercados alternativos y las obras del misterioso y famoso grafitero
A Bristol se llega fácilmente. Los vuelos low cost han puesto a esta ciudad portuaria al oeste de Inglaterra en la lista de los mejores destinos europeos para una escapada. Ubicada en el recodo que forma la desembocadura del río Avon, Bristol presume como cuna de tendencias, como ciudad natal del misterioso Banksy y de su ambiente bohemio. Y sigue siendo un referente comercial, aunque reniega en parte de su pasado: el comercio de esclavos con América fue —en parte— lo que la convirtió en la segunda urbe del país (por detrás de Londres). De aquí partieron colonizadores americanos (como John Cabot) y piratas atlánticos, y en el siglo XVIII integró el triángulo comercial de mercancías (y esclavos) entre Bristol, África y América que le dio tanta prosperidad (numerosos edificios recuerdan esos tiempos de opulencia).
Reconvertida en una espléndida urbe victoriana tras la abolición de la esclavitud, gracias sobre todo al genial arquitecto Isambard Brunel, pasear hoy por el centro de Bristol permite sumergirnos en una ciudad bohemia y multicultural, con una importante industria musical y cinematográfica, y foco de muchos movimientos de vanguardia artística. El más admirado y famoso de todos es Banksy, pseudónimo del todavía desconocido grafitero que ha revolucionado el arte urbano. Su obra puede admirarse por las calles de esta ciudad, así como la producción de sus seguidores e imitadores.
Y por si esto fuera poco, tiene (más o menos) cerca algunos de los grandes atractivos de esta parte de Gran Bretaña, como Bath y sus aguas termales; la medieval Salisbury y su magnífica catedral (que alberga la Carta Magna); el misterioso círculo Stonehenge y sus dólmenes prehistóricos, o las ruinas de la abadía de Glastonbury. También el parque nacional de Exmoor o los bucólicos paisajes rurales de Somerset. Proponemos nueve experiencias imprescindibles en Bristol.
1. A bordo de barcos históricos
El puerto de Bristol invita a embarcarse para conocer su próspero pasado comercial transatlántico: cuenta con embarcaciones históricas que se pueden visitar. Como el The Matthew, réplica del barco en el que John Cabot hizo su gran viaje a Terranova en 1497. Amarrado frente al museo M Shed, sorprende su tamaño (en apenas 24 metros navegaron 18 pasajeros) mientras deambulamos por cubierta, entramos en los camarotes y observamos sus aparejos.
Paseando por el canal del río Avon llegamos hasta el SS Great Britain, nave victoriana a vapor de 98 metros de eslora ubicada en un dique seco en el que parece flotar sobre un mar de cristal. La visita permite pasear por cubierta (y disfrutar de los juegos que practicaban sus pasajeros), ver los motores, manejar algunos aparejos y asomarse a la popular tercera clase, donde llegaban a apiñarse incluso más de 600 personas en travesías de tres meses hasta Australia. De hecho, se calcula que un millón de australianos y neozelandeses descienden de los pasajeros de este barco. En su primer viaje hasta Nueva York, en 1845, fue la embarcación más grande del mundo y la más avanzada tecnológicamente.
2. Asomarse a la historia de Bristol
En la misma zona del puerto está uno de los museos más visitados de la ciudad, el M Shed, que repasa la fundación, crecimiento y desarrollo de la ciudad. Interactivo y entretenido, solo su sección Working Exhibits merece una visita, con grúas de carga que se elevan sobre los muelles del exterior: la grúa de vapor Fairbairn, de 1878, es la más antigua que se conserva en Gran Bretaña. También podremos subir a los trenes de vapor de Henbury y Portbury (de 1917 y 1937, respectivamente), observar el barco de bomberos Pyronaut y los remolcadores Mayflower (vapor) y John King (diésel).
Una de las grandes curiosidades del museo es Grim Reaper, una obra de Bansky representando a la muerte en un bote de remos. Originalmente fue pintada en el casco de un barco amarrado en el río Avon, el Thekla, que tuvo que ser retirado para restaurarlo y ahora forma parte del museo. En la galería Bristol People encontraremos más personajes célebres de la ciudad, como Wallace & Gromit, creados por la firma local de animación Aardman Animations, y que han aparecido en cuatro películas (ganadoras de un Oscar). También nos toparemos con recuerdos de Bristol menos queridos, como una réplica del barco esclavista Brookes, que recuerda las terribles condiciones en las que viajaban los esclavos.
3. Subirse por las paredes con Banksy
Si hay un bristolense universal, ese es Banksy, artista callejero, provocativo, con un estilo propio y, lo más curioso, que aún permanece en el anonimato. Sí se sabe que nació en 1974 en Yate —a unos 20 kilómetros de Bristol— y que perfeccionó sus habilidades artísticas en un grupo de grafiti local. Sus obras contienen una visión irónica de la cultura del siglo XXI, en particular sobre el capitalismo, el consumismo o el culto a las celebridades. Entre sus murales más conocidos está la del hombre de las cavernas empujando un carrito de la compra en el Museo Británico o los murales sobre la barrera de Israel en Cisjordania que representan personas cavando hoyos y escalando paredes.
Pero en Bristol hay más obras de Banksy convertidas en imán turístico. Como The Well Hung Lover (un marido enfadado, una esposa y un hombre desnudo colgando de una ventana) o, en un lateral de la Biblioteca Central, Castles Stencil, uno de sus primeros grafitis. Rastreando la ciudad, escondida en el Bristol Marina, nos topamos con la Chica de la Perla en versión Banksy —con una caja de alarma en vez de la famosa joya—, y en el Bristol Museum and Art Gallery un ángel con un bote de pintura en la cabeza (Paint Pot Angel). También hay obras suyas en una pared del Montpelier Health Centre, así como un gorila con máscara en un muro de Fishpond Road y la mismísima reina de Inglaterra —con un zigzag rojo en la cara— adorna una medianera frente al BRI Hospital.
Hoy los turistas pasean por Bristol buscando creaciones también de otros artistas, como Inkie, Sepr, Cheo o SPZero 76, o acuden al Upfest, uno de los mayores festivales de arte urbano del mundo, a finales de julio. Por supuesto, hay diversos tours para pasear entre grafitis y en Stokes Croft disfrutaremos de una galería de arte urbano al aire libre.
4. Un museo clásico
Desde los dinosaurios y el antiguo Egipto hasta el videoarte de vanguardia, el Bristol Museum and Art Gallery es el gran centro de arte e historia de la ciudad inglesa. Clásico, eduardiano por fuera, y diverso y ecléctico por dentro: amuletos y momias egipcias convivien con obras de Banksy, viejos maestros de la pintura europea e incluso un aeroplano biplano de hélice. Entre sus obras más representativas están una estatua funeraria de Banksy con una mujer alada que podría ser una estatua griega clásica (cuando se expuso en 2009 hubo colas de hasta ocho horas para verla), pero también la infinidad de objetos de su Galería Egipcia, que incluye hasta los juguetes de los niños egipcios de hace miles de años. Más antiguos aún son los dinosaurios del museo, algunos de ellos entre los mejor conservados en Gran Bretaña. Los medios interactivos nos animan a reconstruirlos. El Arte con mayúsculas está representado en las paredes del segundo piso, con obras del Renacimiento italiano, la Edad de Oro y el Impresionismo, junto con el arte pre-rafaelista y el videoarte contemporáneo.
5. Paseo medieval
Bristol fue una ciudad medieval de calles adoquinadas, pasajes ocultos, murallas, catedral e iglesias. Pero muchos de sus edificios históricos fueron destruidos durante la II Guerra Mundial y la reconstrucción posterior cambió mucho el centro histórico. Pese a todo, aún quedan edificios emblemáticos de época medieval, como la catedral, fundada originalmente como una iglesia monacal en el siglo XII, y remodelada en gran medida durante el siglo XIX. Es uno de los mejores ejemplos británicos de una iglesia de salón —nave, capillas y coro a la misma altura— y aunque la nave y las torres del oeste son victorianas, conserva parte del coro medieval y el crucero sur contiene una rara talla sajona del Descenso de Cristo a los infiernos (Harrowing of Hell), descubierta debajo del piso de la casa capitular tras un incendio en el siglo XIX. Merece la pena entrar también en St Mary Redcliffe, que la reina Isabel I de Inglaterra describió, en el siglo XVI, como la iglesia parroquial más bella y famosa del país, y cuya torre coronada por una altísima aguja se contempla desde toda la ciudad.
Pero en el casco histórico hay dos paradas obligadas: Queen Square, cuadrada y georgiana, con un parque en medio, y King Street, presidida por el Bristol Old Vic, el teatro más antiguo de Inglaterra que ha funcionado ininterrumpidamente hasta la actualidad. Y entre ellas, pubs, cafés, buenas cervecerías y el mercado de San Nicolás, alojado en edificio georgiano, donde se puede comer entre bristolenses y, si es miércoles, con una feria de granjeros en las calles aledañas. Los sábados el mercado se convierte en un rastro de antigüedades, ropa y objetos viejos.
6. Bristol por tierra, mar y aire
Hay tres formas de contemplar Bristol que los visitantes suelen alternar. La primera, es paseando por el casco antiguo, bien por libre o con uno de los tours temáticos que exploran Clifton, el Bristol medieval y la historia de los vinos de Bristol. La segunda es, de forma panorámica, subiendo a la Torre Cabot, de 32 metros de alto, situada en el pequeño parque de Brandon Hill. Fue construida con ladrillo rojo entre 1896 y 1898 para conmemorar el viaje pionero de John Cabot en busca de Canadá. Al subir la empinada escalera de caracol se abren vistas inigualables de Bristol, y además, la entrada es gratuita. Por último, una ciudad que debe tanto a su puerto no puede dejar de verse desde el agua. Hay cruceros de unos 45 minutos alrededor de la zona portuaria, que salen de Wapping Wharf, cerca del SS Gran Bretaña, y del embarcadero de Harbourside. Otra opción es tomar el ferri.
7. Entre casas y mansiones
Si queremos saber cómo vivían los antiguos mercaderes que dieron fama (y riqueza) a la ciudad, podemos asomarnos al Georgian House Museum, instalado en una casa de estilo georgiano del siglo XVIII. Fue originariamente la residencia de John Pinney, uno de esos comerciantes que se enriquecieron con el comercio de azúcar, las plantaciones americanas y el tráfico de esclavos. El museo permite observar cómo era la vida aristocrática en Bristol en el XVIII, está decorado en el estilo de la época, con una gran cocina, una buena biblioteca, una gran sala de dibujo e incluso una piscina en el sótano.
Y si queremos echar la vista aún más atrás podemos visitar el Red Lodge, una casa de ladrillo rojo en Park Row construida en 1590 y remodelada en 1730. El resultado es una mezcla de arquitecturas e interiores isabelinos, georgianos y victorianos. Lo más destacado es la Great Oak Room, que conserva sus paneles originales de roble tudor, techo de escayola y pieza de chimenea tallada.
8. Stokes Croft, barrio alternativo
Este barrio es el centro de la contracultura bristolense. Las persianas de las tiendas están cubiertas de pintura en aerosol y casi la mayoría de las fachadas decoradas con grafitis. Es la zona bohemia de Bristol, con casitas de colores, clubs de música y pubs, pequeñas tiendas, restaurantes de todas las cocinas del mundo y letreros que reivindican la legalización de las drogas o el boicot a los grandes supermercados, legado de los disturbios de 2011 (durante dos fines de semana una cadena de tiendas fue objeto de protestas anticapitalistas). Actualmente, algunos pequeños negocios de Stokes Croft mantienen cierto aire de provocación creativa contra el status quo, y callejeando por el barrio podemos encontrar tiendas de ropa vintage como Treasure o deliciosas propuestas para comer como The Canteen, entre murales como Mild Mild West, de Banksy, o Breakdancing Jesus, de Cosmo Sarson.
9. El puente colgante de Clifton
Para ver uno de los emblemas arquitectónicos de Bristol hay que salir del centro, hasta la zona de Clifton, que mezcla el ambiente de un pueblo con el carácter cosmopolita de la ciudad, entre terrazas victorianas y los llamados downs (espacios verdes). Para contemplar el icónico puente suspendido lo mejor es llegar hasta el Observatorio Clifton, ubicado en un molino de viento del siglo XVIII, que cuenta con una plataforma panorámica, una original cámara oscura y la Cueva del Gigante junto al acantilado. El puente Clifton fue diseñado por Isambard Brunel, a partir de 1831, aunque nunca llegó a verlo terminado. Tiene una altura de 76 metros y una longitud de 214 sobre la espectacular garganta del río Avon. Un secreto: las mejores vistas están en el camino al observatorio, justo detrás de la casa de peaje Clifton.
Después, merece la pena pasear por Clifton, entre terrazas, cafés y restaurantes. El Clifton Arcade es ideal para ir de compras y podemos almorzar en la cafetería Primrose Cafe (sus gofres belgas son enormes y famosos). Durante los siglos XVIII y XIX, los ricos comerciantes de Bristol transformaron el antiguo balneario de Clifton en este elegante barrio residencial con impresionantes mansiones georgianas como Cornwallis Crescent y Royal York Crescent. Uno de los lugares con más encanto de la zona es el Bristol Lido, una piscina victoriana climatizada de forma natural.
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