Fabada tibia en alta mar
El periodista y capitán de yate Quico Taronjí recuerda algunas anécdotas de su travesía por la costa mediterránea a bordo de un kayak trimarán
Su aventura —con naufragio incluido— por la costa mediterránea a bordo de su kayak trimarán la narra en su libro Aislado (HarperCollins, 2017). Aquí nos desvela más anécdotas de sus días como navegante.
Se alimentaba de guisos enlatados pero… ¿fríos?
Calentaba las latas de cocido o fabada al sol: les quitaba el papel donde figura la marca, escribía con rotulador lo que llevaban y las dejaba reposando durante horas. Cuando las abría ya estaban templadas.
¿Ni un microondas portátil tenía?
Nada, en el kayak no hay electricidad. Cada dos o tres días, cuando llegaba a tierra, cargaba la batería de la cámara y el móvil.
O sea, su barco y usted, los dos solitos en medio del mar.
Así es, por eso el barco deja de ser un objeto y acaba humanizándose. Cuando uno sabe que debajo hay casi 3.000 metros de profundidad, te sientes muy agradecido y tocas el barco con las manos para convencerte de que es él quien te está salvando la vida.
¿Tantas horas dan para leer un rato?
No, sería peligroso. Hay que estar siempre pendiente de la marea, del timón… Aunque la mente esté en otro lado, los sentidos están todos allí puestos. Lo que sí puedes es divagar.
¿Y dormir?
Dormía cuando tenía sueño y las condiciones del mar lo permitían, aunque cada cuarto de hora o así me despertaba para ver que todo estuviese bien.
Su destino final era Estambul, pero en aquella ocasión no llegó.
Por suerte ya había estado, y volveré.
¿Cuál fue su puerto favorito?
Uno muy pequeño de pescadores, en Marruecos. Se llama Sidi Hssayn. Llegué a las dos de la madrugada y me amarré a unas rocas. A las cinco me despertó el trajín de los pescadores descargando sardinas. Fui al muelle y, al amanecer, los lomos plateados de las sardinas y las cajas de plástico de colores se convirtieron en un espectáculo bajo la luz templada matinal. Fue una de las imágenes más bellas de mi viaje.
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