El mejor verano de mi vida
De la libertad que gozaba Joaquín Reyes durante su infancia en un campin familiar a la Great Ocean Road australiana, que la presentadora Eva González recorrió en su luna de miel
Sin padres (o casi) en un campin de Castellón
Joaquín Reyes (Albacete, 1974)
Los padres del cómico Joaquín Reyes veranearon durante varios agostos de la niñez del cómico en una zona de acampada de Alcocebre, en Castellón, con otras familias de las Comunidades Cristianas Populares a las que pertenecían, todas con sus tiendas de campaña. “Pasaban absolutamente de nosotros, los veíamos para comer y de vez en cuando nos los cruzábamos”. Tanto que en una ocasión hasta se les olvidó el cumpleaños del crío (Joaquín nació el 16 de agosto). Aún paladea esa sensación de libertad, de estar todo el día en la playa, entre pinos, volando cometas, jugando al fútbol con un montón de niños. “Esto de estar preguntando continuamente por los niños…, allí no”.
Recuerda en especial el verano de 1984, con nueve años, porque la pandilla se quedó despierta viendo la final de baloncesto de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. También porque lo casaroncon María, la niña que le gustaba, aunque cuando vio la parafernalia de ceremonia que le habían preparado entró en pánico. “¿No somos demasiado jóvenes?”. Típico momento de angustia del novio. Aquel año, sus hermanos mayores montaron además una especie de palio para transportar a un amigo con muletas de marcha al pueblo de al lado. “Se pusieron como costaleros y lo llevaron en procesión hasta que se cansaron y lo dejaron solo en mitad del camino”. Hizo una obra de teatro con su madre. Y su padre le recortó tanto las patillas que la carne que quedó al descubierto se le achicharró con el sol. “Parecía beicon crujientito. ¡Cómo dolía!”.
Tres amigas rumbo a Chiapas
Carla Simón (Barcelona, 1986)
La directora de cine Carla Simón, aclamada por su ópera prima, Verano 1993, opina que cuanto más viaja, menos impresionable se vuelve el viajero. Pero la Carla que en 2006 aterrizó con otra amiga en México, para visitar a una tercera amiga mexicana, era muy joven (tenía 19 años) y nunca había llegado tan lejos. Venía de hacer un viaje de Interrail, alguna escapada europea con el instituto y estancias como au pair en Irlanda. Ciudad de México, “las playas paradisiacas de Tulum sin apenas turismo” y, sobre todo, el sur del país, en especial Chiapas, la impactaron. “Me interesaba el movimiento zapatista; iba leyendo Los hombres y las mujeres del maíz mientras viajábamos a San Cristóbal de las Casas”.
Las tres amigas recorrieron el país durante un mes. Les encantaron los atuendos tradicionales de las indígenas, y en un pueblo entraron en una iglesia aparentemente católica, pintada con colores vivos. “No había bancos, sí santos en las vitrinas, y gente con gallinas, madres con sus hijos para que los curaran… Una mezcla absoluta y muy interesante”. Carla hizo muchas fotos a los niños. “Me impresionó verlos vender por la calle, la pobreza infantil”. Tanto que se metió como voluntaria en el Casal dels Infants del Raval en cuanto volvió a Barcelona. Nunca tuvo sensación de peligro pese a que hicieron autoestop alegremente y cometieron “varios errores más”. Admite que “había algo de inconsciencia en todo aquello”. No recuerda lo que se gastaron, pero tuvo que ser poquísimo porque cuando volvieron a casa de su amiga, en Ciudad de México, la madre de esta se escandalizó: “¿Dónde habéis dormido? ¿Habéis comido?”.
Luna de miel en Australia
Eva González (Sevilla, 1980)
Eva González viaja bastante con MasterChef, pero no suele tener tiempo para disfrutar de una escapada larga. Así que cuando dispuso de 15 días seguidos no se lo pensó: “Quería calorcito”. ¿Problema? Que era noviembre, concretamente el de 2015. Se acababa de casar y ese par de semanas de asueto eran las de su luna de miel. No se amilanó: si en España iba a entrar el invierno, pondría rumbo a Australia, donde la primavera avanzaba hacia el verano que tanto anhelaba la modelo y presentadora.
“Lo recuerdo como el viaje más especial de mi vida”, comenta. Por su momento personal, por el destino y por la manera en la que se lo plantearon: “A nuestro aire, Caye [Cayetano Rivera Ordoñez] y yo en un coche, parándonos donde nos apetecía”. Esa es la forma en la que a Eva le gusta conocer mundo. “Me apetecía Australia, irme a las Antípodas, al típico sitio al que las madres enfadadas amenazan con irse: ‘Un día cojo las maletas y me voy a Australia”, bromea. Recorrieron la Great Ocean Road y los impresionantes espacios naturales que jalonan esta carretera costera, vieron koalas, hicieron senderismo, sobrevolaron en helicóptero Sídney, con su ópera, y toda la bahía. Aunque se queda con la imagen de los Doce Apóstoles (una agrupamiento de agujas de piedra caliza que sobresalen del mar en la costa del parque nacional de Port Campbell, en Victoria) al atardecer. “El sol se refleja en la piedra, que se vuelve rojiza en contraste con ese océano azul maravilloso”, recuerda.
Pantalones de campana en Menorca
Javivi Gil (Hervás, Cáceres, 1961)
Verano de 1978. “Qué suerte hemos tenido”, le dice el hoy actor Javivi, entonces estudiante de 17 años, a su hermano Pepe en su habitación, compartida con otras siete personas más (tres literas de tres camas), en los sótanos del hotel de la playa de Santo Tomás que los ha contratado como administrativos. Duermen, comen y trabajan bajo tierra. Pero quedan libres a partir de las seis de la tarde, y los sábados por la tarde y los domingos, para vivir muy intensamente Menorca, “una isla que parecía inglesa”. Muy hippy, muy progre, muy de pelos largos y ambiente relajado. “Allí hice nudismo por primera vez”, recuerda el actor. Allí también tuvo sus escarceos con turistas extranjeras, conoció la canción Miss You, de los Rolling Stones, y sus amigos ingleses le contaron de qué iba la película Grease, protagonizada por John Travolta, que en España aún no se había estrenado.
Javivi dejó el maqueo (pantalones de pinzas, zapatos de punta) propio de la época y se pasó a las abarcas y los pantalones de campana, al menos temporalmente. Vivió aquellos tres meses como una aventura desde el principio, desde que subió al avión (por primera vez en su vida), “con el halo de glamour que tenía aquel medio de transporte por entonces”. Durante el vuelo casi se asfixia del calor porque no se atrevía a tocar el botón del aire que había encima de su cabeza, no fuera que una azafata le regañara. Se movía por la isla en autoestop, de fiesta en fiesta en discotecas como la Chicago. Y de playa en playa, salvajes, de arena blanca y mar turquesa, con muy poca gente a la vista. “Volví con casi 40 años y ya nada era igual, ya todo estaba masificado”, lamenta.
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