Filadelfia se cuenta sola
Visita al Museo de Arte, icono cultural de la ciudad norteamericana, con parada en la estatua de Rocky Balboa
La ciudad de Filadelfia fue incluida en el catálogo de ciudades patrimonio mundial de la Unesco en 2015 gracias al papel que desempeñó dentro de la historia de la democracia estadounidense y a su morfología urbana. Según la Unesco, es “la mayor y más completa realización de una ciudad modelo proyectada por los arquitectos del Siglo de las Luces”. Uno de los ejemplos de ese ordenamiento urbano es la Avenida Benjamin Franklin, una diagonal construida a principios del siglo XX cuyo residente estrella es el Museo de Arte, aunque esa vía albergue también a la Biblioteca Pública de Filadelfia, la Fundación Barnes y otros iconos culturales.
El paso del tiempo se ha encargado de confirmar la importancia del Museo de Arte, que comenzó siendo galería de arte en la Exposición Universal de 1876. Desde entonces ha crecido a pasos agigantados hasta convertirse en un referente a nivel nacional. El exterior del museo es uno de los sitios preferidos por las novias norteamericanas para hacerse la sesión de fotos de su boda, a pocos metros de donde los fans del personaje cinematográfico Rocky Balboa hacen la suya frente a su famosa estatua.
La expansión del museo fue simultáneamente testimonio de su supervivencia. Las grandes crisis de la época, entre las que figuraron la gran depresión y las dos guerras mundiales, no lograron impedir la construcción de los edificios que resguardan hoy en día una colección muy amplia. Cuenta con más de 227.000 objetos de arte entre pintura, cine, joyería, fotografía, libros, muebles, vestimenta y cerámica, entre otras.
La visita al Museo de Arte puede complementarse con otra al Museo Rodin, otro lugar imprescindible en la Benjamín Franklin Ave. Su colección de obras del escultor Auguste Rodin es una de las más extensas fuera de París (140 piezas de bronce, mármol y yeso). El edificio que las exhibe fue diseñado por el arquitecto Paul Cret y el paisajista Jacques Gréber. Si, llegado el momento, nos planteamos cruzar las puertas del infierno, mejor que sean las del escultor francés: colocarse bajo el pórtico donde han estado recibiendo visitantes desde hace casi cien años y hacerse un selfie como EE. UU. manda.
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