El palacio de los excesos
El Royal Pavilion de Brighton es un edificio de fantasía donde el visitante se transporta a India y China sin despegar sus pies del sur de Inglaterra
Minaretes, cúpulas y grandes arcos enredados forman la silueta exterior del Royal Pavilion, que por un instante hacen pensar al viajero que tiene delante al hermano pequeño del Taj Mahal indio aunque los edificios adyacentes, con ocho bocas de chimeneas, le recuerden que realmente se encuentra en el sureste de Inglaterra.
Este palacio es uno de los principales reclamos de la ciudad de Brighton y, a menos de una hora de Londres, se convirtió en el lugar donde el rey Jorge IV dio rienda suelta a sus fantasías y vicios, huyendo de los protocolos y corsés que la realeza marcaba a principios del siglo XIX. Cuadernos de viajes de la época lo describían como “una exótica extravagancia”, “una casa de locos” o “una casa llevada a la locura”.
Si el visitante trata de ubicar el palacio en una época o estilo determinado lo tendrá difícil porque, en verdad, se trata del capricho de un monarca adicto al lujo y los excesos. “El palacio es una versión en ladrillo del rey Jorge IV. Un reflejo de su fantasía y de su personalidad, pues no estaba interesado ni en la política ni en los problemas de su país, sino en disfrutar de los placeres de la vida”, dice Louise Peskett, guía turística que lleva más de una década contando los secretos de este edificio a las más de 300.000 personas que lo visitan cada año.
Los trazos indios de la fachada desaparecen de un plumazo nada pasar al interior, donde estatuas con rasgos asiáticos dan la bienvenida al visitante, plantas de bambú brotan de las paredes y flores de loto decoran techos semejantes a los de un templo chino. Dos de las estancias que el viajero no puede perderse son la Sala de los Banquetes y la Sala de Música: el rey Jorge IV, amante del buen comer y de la buena música, deleitaba a sus invitados con cenas de más de cuatro horas y 60 platos, así como bailes amenizados por su banda de música privada.
Los motivos orientales y mitológicos en oro y plata guían al visitante por las diferentes estancias donde los dragones son una constante que llegan a su máximo esplendor en la Sala de Música: se pueden contar más de cien entre el techo, las alfombras y las paredes.
El Royal Pavilion se convirtió en símbolo de derroche, abuso de poder e injusticia social y su construcción se alargó durante 36 años (desde 1787 hasta 1823), costando a las arcas públicas el equivalente a 25 millones de euros.
Cuando la realeza lo abandonó tras la muerte de tan libertino rey, el palacio ha pasado a tener mil y un usos: si durante la Primera Guerra Mundial se convirtió en hospital de guerra para miles de indios, posteriormente acogió sesiones de fotos de la revista Vogue (años 50), concursos de bebes e incluso de moscas. Hoy en día se celebran bodas y cenas en sus salones al gusto de cada cliente.
Peskett recuerda una anécdota antes de terminar la visita: “cuando la familia real vendió el palacio a la ciudad en 1850 la voluntad general fue tirarlo abajo, pero hubo una persona dentro del Ayuntamiento que luchó por conservarlo. Pensó que el edificio era tan extraño y extravagante que algún día habría gente que vendría a Brighton y pagaría por visitarlo.” Se hizo un referéndum en el que 3.147 personas votaron a favor y 3.135 en contra. Por solo 12 votos de diferencia este palacio de los excesos sigue en pie actualmente para deleite del visitante.
La entrada al Royal Pavilion cuesta 11 libras (15 euros), con audio-guía incluida, y de 9 libras (7 euros) para estudiantes, desempleados y mayores de 60 años.
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