Noche soleada en Tromso
En la ciudad noruega casi todo presume de ser lo más septentrional del mundo. Entre leyendas de linces y osos polares, un enclave que sirvió de trampolín para Roald Amundsen hacia el gran norte
El sol está alto en el cielo cuando aterrizamos en Tromsø. La hora, las 23.30. ¿Hasta qué hora tienen sol en esta época del año?, le preguntamos al taxista que nos lleva al puerto. Ya no se pondrá hasta fines de agosto, nos responde. Durante todo el día —y toda la noche— y durante los próximos dos meses, el sol brillará ininterrumpidamente en el cielo de Tromsø.
La ciudad de Tromsø (de unos 66.000 habitantes) se encuentra ubicada en una isla de los fiordos noruegos, a 71 grados de latitud norte. A 66 grados se encuentra la línea que delimita el círculo polar. Nunca hemos estado tan arriba en el mapa, y en esta ocasión se trata sólo del comienzo, ya que hemos venido con el objetivo de embarcarnos en el Sterna,un velero oceánico de 85 pies que, a las órdenes del navegante Albert Bargués, se propone alcanzar la latitud 80 norte, el límite geográfico para cualquier barco que no sea un rompehielos. Desde Tromsø subiremos a cabo Norte, la punta más septentrional de Europa, y desde allí nos internaremos en el océano Glaciar Ártico.
En Tromsø casi todo presume de ser lo más septentrional del mundo. Más adelante descubriríamos que se trata de una característica de la región en general. Nos damos una vuelta por la calle principal y pronto llegamos a la cervecería Ølhallen, la más septentrional del mundo y uno de los sitios más famosos de la ciudad. Fundada en 1927, pronto se convirtió en el punto en el que balleneros, pescadores y navegantes en general se reunían a beber y a intercambiar historias. El arte de contar historias llegó a popularizarse de tal manera que muchas veces el contador las iba declamando por entregas. Finalizada una primera parte se quedaba a la espera de que algún oyente agradecido le invitara a una cerveza, y si eso no ocurría se negaba a continuar. Uno de los más famosos clientes del Ølhallen fue el célebre Henry Rudy, cazador del Ártico que subió más de cuarenta veces a las regiones polares y se vanagloriaba de haber dado muerte a 713 osos polares él solo. Un gran ejemplar disecado de pie junto a la barra mantiene viva su leyenda.
Salimos a la calle y nos encontramos con una escena que nos desconcierta. El modo en que charlan los que fuman en la puerta y el volumen de sus carcajadas nos hace sentir que hay algo que está fuera de lugar. Una chica muy rubia pasa tambaleante y tres jóvenes se giran a piropearla. Uno incluso hace ademanes de bailar con ella en la distancia. Una moto pasa haciendo piruetas en su rueda trasera y un coche lleno de risas recorre la calzada lentamente con un animado jolgorio en su interior. Todo relativamente normal si uno piensa que son las dos de la mañana de un viernes. Lo que no encaja, comprendemos luego, es ese sol de mediodía que ilumina la escena.
La antigua comisaría
El siguiente bar es el Silvertsens Kafe. El americano que lo lleva nos cuenta que vino a Tromsø por amor. La relación no funcionó pero él decidió quedarse de todos modos. El bar ocupa las instalaciones de lo que fue la antigua comisaría. De hecho, la barra, ubicada en el piso de abajo de la gran casona, se encuentra emplazada en donde antes estaban las mazmorras. Dos particularidades completan el sitio: por un lado, se trata del único restaurante vegetariano de una región en la que la caza y la pesca están a la orden del día. Por el otro, cuenta con una sauna por la que el que quiere va pasando para, después de una ducha, seguir bebiendo renovado. Del otro lado de la bahía la catedral del Ártico enfrenta su imponente modernidad al estilo neogótico y de madera de los tradicionales templos católico y luterano de la ciudad.
Los primeros habitantes de la región de Tromsø se establecieron allí hace más de nueve mil años. Se trataba de los antepasados de los samis que aún pueblan la zona. Al día siguiente nos encontramos con Niels, uno de sus descendientes, quien nos lleva a las áreas de pastoreo de sus rebaños de renos. Se trata de un trabajo duro, sobre todo en el invierno. Niels recorre las montañas en la larga noche polar con su moto de nieve, cuidándose de no caer en lo que él llama el mal hielo. Una vez le ocurrió que se hundió en el agua a veinte grados bajo cero y apenas tuvo tiempo de llamar a su tío para que viniera a rescatarlo. Los pastores samis siempre llevan un teléfono sumergible con ellos. En otra ocasión disparó a un lince, predador natural de los renos, y cuando lo fue a buscar, el animal, todavía herido, le saltó sobre la espalda. Llegó a girarse con el tiempo justo de encajarle cuatro tiros en el estómago. De lo que más se lamentaba mientras nos lo contaba era de que la piel quedó inutilizable. La piel de lince, al parecer, se vende a muy buen precio. Niels nos cuenta que últimamente están teniendo problemas porque el Gobierno les está reduciendo drásticamente las áreas de pastoreo. Cuesta pensar en ese hombretón rubio que habla un inglés mejor que el mío como en un aborigen perteneciente a una minoría étnica en conflicto con el Gobierno.
Volvemos a Tromsø al atardecer y decidimos darnos una vuelta por el museo polar. La cabaña de madera que emula las de los primeros exploradores y las explicaciones acerca de la flora y fauna de la zona nos recuerdan hacia dónde nos dirigimos. Expedicionarios de la talla de Fridtjof Nansen, Roald Amundsen y Umberto Nobile se hospedaron varias veces en la ciudad camino del gran Norte. De hecho, entre los años 1926 y 1928 Tromsø estuvo en los ojos del mundo entero a causa de la expedición de estos dos últimos. Salimos del museo pensando que es un buen sitio para empezar nuestra propia ascensión a vela hacia el Ártico. Al día siguiente, cabo Norte: el fin del mundo conocido. Empieza el viaje.
» Javier Argüello es autor del ensayo La música del mundo (Galaxia Gutenberg).
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