El bulevar donde Cortázar jugó a la rayuela
Julio Cortázar vivió París con una intensidad desbordante, creyendo tenazmente en el mito. Para entender su fascinación por la capital francesa basta con leer ‘Rayuela’ Un paseo literario de la casa en la que vivió a los antros que frecuentaba, y que puede hacerse cargando con el ‘Diccionario Cortázar-París-Rayuela’, de Juan Manuel Bonet
Muchos escritores se han visto seducidos por una ciudad de la que no saben salir ni física ni mentalmente. Como si fuera inevitable, la hacen suya y la escriben a la vez que la descubren. No tantos son extranjeros y sienten una atracción tan profunda como le ocurrió a Cortázar entre 1951 y 1984, para quien París era todo: sueño, mito, metáfora y refugio. Con instinto de flâneur y agudo sentido estético, el autor argentino (nacido en Bélgica y nacionalizado francés) se dio un baño de ciudad en una novela infinita, Rayuela, que celebra lo cotidiano como ninguna.
Pasajes
Debilidad de los flâneurs que inauguraban la modernidad en el siglo XIX mientras Haussman ordenaba París con bulevares, los pasajes también cautivaron a Cortázar. En el relato El otro cielo, el personaje entra en el Pasaje Güemes de Buenos Aires para instalarse en la Galerie Vivienne de París y huir de la monotonía. No se preocupe, estas cosas solo pasan en los cuentos de Cortázar, pero hará bien en internarse en la Galerie Vivienne y los Passages des Princes, du Grand Cerf, Verdeau o Petits-Pères, alegorías de belleza gastada, para reconocer viejos comercios.
El viajero fetichista de la obra cortazariana será feliz en París. La ruta comienza en la casa que habitó, en el número 4 de la Rue Martel, en cuya fachada una placa anuncia que “Aquí vivió Julio Cortázar (1914-1984), escritor argentino nacionalizado francés, autor de Marelle (Rayuela)”, ubicada en el distrito 10, cerca de la colorista y mestiza Rue du Faubourg-Saint-Denis, y termina en el cementerio de Montparnasse (“A la altura del cementerio de Montparnasse… Oliveira calculó atentamente y mandó a las adivinas a juntarse con Baudelaire del otro lado de la tapia”), donde está enterrado junto a Carol Dunlop. Y en medio, muchos rincones reconocibles en la novela (puentes, catedrales, paradas de metro, cafés, museos…) que, junto con la música, los sueños, las cabinas telefónicas, el arte contemporáneo y la memoria, conformaron ese gran fresco impresionista que es Rayuela.
Cortázar también vivió en Montparnasse: en la Rue Alessia, en la Rue Broca y en la Place du Général Beuret, donde remató Rayuela junto a Aurora Bernárdez, primera esposa, actual albacea y aún residente, de ahí que en el buzón leamos: “Bernárdez-Cortázar”.
La gracia de París es que es abordable a pie. Lo mejor para recorrerlo en modo Cortázar es tener a mano el Diccionario Cortázar-París-Rayuela, de Juan Manuel Bonet, que recientemente ha editado el Instituto Cervantes de París, y creer en el narrador, dejarse llevar ajeno a los mapas: “Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas”. Cortázar escribe a Jonquieres: “Voy por la calle comiendo higos y con el placer infinito de mirar hacia arriba (las ventanas, los techos, y los grises del cielo y las piedras) sin rumbo ninguno, asombrándome de salir de pronto al Luxemburgo –que está maravilloso de dorados y amarillos– o al Parc Montsouris, cuando yo creía que iba a dar a los Inválidos o al Panteón”.
Cafés
Los cafés tienen mucha presencia en Rayuela. Los personajes se encuentran en sus terrazas o se esconden en su interior. "Yo no sé por qué estoy en el café, en todos los cafés, en Les Deux Magots… en el Cluny… en el Au Chien Qui Fume…". Casi todos siguen intactos, salvo los precios, entregados al turismo. Julio Cortázar era habitual del Old Navy (150, Boulevard St.-Germain), que tiene todo menos la ubicación para convertirse en antro.
Entre Montparnasse y Les Halles se concentra el grueso de la acción de Rayuela, el juego de Oliveira y la Maga: “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. Sienten predilección por este centro: Boulevard Saint-Germain-des-Prés, los quais junto al Sena, el Pont des Arts (favorito de ella) y el Pont Neuf. También la Rue Dauphine, tan parisiense (“Pero Pola no le contestó y caminaron lentamente antes de irse vagando lentamente hacia la Rue Dauphine”), o Notre Dame son punto de encuentro. Comen hamburguesas en el Carrefour de l’Odéon, toman sopa caliente en la Rue du Jour o se quejan de los jardines de Luxemburgo.
- Use Lahoz es autor de ‘El año en que me enamoré de todas’ (Espasa, 2013).
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