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Los caramelos de café del barón Hendrik Hop

Estos dulces holandeses conocidos como 'Hopjes' son muy populares en La Haya

Isabel Ferrer
Los caramelos 'Hopjes'.
Los caramelos 'Hopjes'.

El británico Lord Sandwich no inventó los bocadillos, pero el fiambre entre dos pedazos de pan que pidió a su mayordomo una tarde del siglo XVIII transformó su propio apellido en sinónimo de uno de los refrigerios más exitosos del mundo. A su contemporáneo holandés, el barón Hendrik Hop, le ocurrió algo parecido. En su caso no fue el pan sino el café. Tras una prestigiosa carrera como representante de su país en Bélgica, regresó a La Haya cuando las tropas de Napoleón entraron en Bruselas en 1792. Su nuevo hogar estaba en Lange Voorhout, la avenida más selecta de la ciudad. Pero lo esencial de esta historia es que su vecino de abajo era un maestro confitero. Hop adoraba el café, al que entonces se atribuían toda clase de beneficios para la salud, y lo tomaba con leche entera y mucho azúcar. Una noche, dejó la taza sin terminar sobre una estufa encendida. No solo no se rompió, sino que a la mañana siguiente encontró en el fondo unos trocitos caramelizados. Le gustaron tanto que cuando su hija le racionó el café líquido hacia 1801, pidió al confitero que fabricara los ricos trocitos. Para 1880, todo el mundo pedía ya Haagsche Hopjes.

En holandés, el sufijo tje, o bien je, es diminutivo, y el apellido del noble experimentó un cambio de sentido. Desde entonces, los 'Hopitos de La Haya' -un intento de traducción mucho menos sonoro que el original- son la joya dulcera de la ciudad. El primer fabricante, Van Haaren & Nieuwekerk, hizo un gran negocio exportando el caramelo a las casas reales europeas. Llegó a convencer incluso a los zares, en San Petesburgo. En 1875, los envoltorios de papel se transformaron en latas para su transporte a la actual Indonesia, entonces una colonia holandesa.

Con el mercado del dulce afianzado, otros pasteleros se lanzaron a producir sus 'hopjes'. Para 1900 había al menos 60 firmas metidas en el negocio, entre ellas Rademaker. Envueltos en pequeños papeles blancos con una ilustración amarilla y marrón, o bien en las latas rojas y doradas, la suerte de la familia Nieuwekerk estuvo ligada a la historia moderna de su país. No quisieron venderle caramelos a los nazis durante la II Guerra Mundial, pero colgaron la bandera nacional en 1943, en plena ocupación, para celebrar su 150º aniversario. Desgraciadamente, luego lo perdieron todo en un bombardeo. Años después, Rademaker compró las acciones de la empresa rival y el preciado trocito de café siguió fabricándose a domicilio hasta 2012. Ese año, la compañía sueca Cloetta se hizo con los derechos. Un cambio de guardia que no ha variado los gustos holandeses. Los hopjes siguen a la venta dos siglos después en pastelerías de lujo, tiendas especializadas y hasta supermercados. En algunos restaurantes los regalan con el postre. Son el hopito para prolongar el sabor del último café.

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