Bares y lechazo en Valladolid con el monologuista Leo Harlem
El cómico, que tomó su nombre artístico de un pub vallisoletano, recorre la ciudad castellana
Leo Harlem nació hace 50 años en Matarrosa del Sil, provincia de León, en el Bierzo, y a los siete se trasladó con su familia a Valladolid. Es la ciudad que mejor conoce. “Castellana pura, tamaño medio, agradable, de gente muy amable”. Con el pero de la temperatura, mucho calor en verano, frío intenso en invierno. Pasó su niñez en el barrio de La Rondilla, después en el de La Victoria, “que es como un pequeño pueblecito” localizado al norte, por la salida hacia Palencia. Pero al independizarse se acercó al centro. Plaza Mayor, del Coca. El cogollo de los bares, restaurantes y locales de copas. Hoy “la vida nocturna ha caído un poco, como en todos los sitios”, reconoce el monologuista, que durante 12 años vivió la efervescencia noctámbula vallisoletana detrás de la barra del Café Harlem --de donde tomó su nombre artístico--, llamado así porque ponían música negra, soul y jazz... El cómico anima a visitar la ciudad en dos momentos especiales: Semana Santa, este año en marzo, y la Seminci, en octubre.
Ciencia y Semana Santa
Leo Harlem recomienda el extraordinario Museo Nacional de Escultura Policromada, con las figuras que luego salen en Semana Santa. La Casa de Cervantes, y la de Colón. Así como los más modernos Patio Herreriano y Museo de la Ciencia. De postre, una rareza menos conocida: el Museo Oriental.
Nostalgia de chateo
El apartado gastronómico es el plato fuerte de Leo, nunca mejor dicho. “Hay muy buenos profesionales”. Y se pone a enumerar locales en plan ametralladora, tantos y tan rápido que seguro que alguno se escapa. Empieza por los de lechazo asado, “que no se puede perdonar si uno va a Valladolid”: El Figón de Recoletos o La Parrilla de San Lorenzo. Aunque reconoce que a él le gustan más otro tipo de restaurantes, como el Paco Espinosa, en su barrio de La Victoria, especializado en productos del mar, para comer “en chancletas y con bañador” en plena meseta, según bromea. Pero, sobre todo, los sitios de pinchos. La Tahona, la cocina creativa de La Villa Paramesa, el Ángela, un clásico como La Criolla. Toma aire y prosigue: Casa Gabino, al lado del Teatro Calderón; El Corcho, donde hay que pedir croqueta y tajada de bacalao; Casa Tino, el de los huevos fritos; La Mejillonera y sus patatas bravas. “El rito del vermú se ha perdido”. Tampoco hay tanto chateo. “Ya me dirás, si a un señor le clavan dos euros por copa de tinto, ¡se le jodió la paga!”. Aunque continúan existiendo cuadrillas de chateo, con clarete, que es más barato. El cómico no pertenece a ninguna pero siempre se encuentra con alguien. “Es muy fácil liarse”.
En bici por la ribera
Al monologuista le gusta pasear, por ejemplo por el Parque del Campo Grande, que es como el Retiro en Madrid y tiene un bar, La Pérgola, en pleno centro pero rodeado de vegetación y con cierta sensación de aislamiento; abre de mayo a octubre. Y si no, agarra su bicicleta plegable (no tiene carné de conducir) y pedalea por la ribera del Pisuerga. “Descontando el frío, Valladolid está muy bien para ir en bici; solo hay una cuesta: la subida a Parquesol, la zona de crecimiento de la ciudad, donde está el estadio de fútbol”.
Pacharán con jazz
“Yo soy de Gordon con tónica y Coca Cola; ahora he vuelto al anís y al pacharán, a las esencias”, responde cuando se le pregunta por algún gin-club en Valladolid. “La cultura del gin tonic no la trabajo”, remacha. También, dice, se ha quitado de las discotecas: “Me gustaría dar el 100% pero mis limitaciones físicas me inhabilitan para el ocio en este tipo de establecimientos”. Leo Harlem se define como un clásico con querencia a los pubs con buena música. “El criterio musical me parece importante”. Rock, jazz, soul, incluso heavy. “Cantautores, poco”. Frecuenta El Farolito, “uno de mis bares favoritos de todo el planeta”, La Piedra, El Durandal, la taberna Morgan,“con actividades sociales y comercio justo”, o La Comedia, “un clasicazo de copas”. Le gusta el ambiente bohemio, con sabor a antiguo, de El Cafetín, donde un amigo, profesor universitario, llevó una vez a Ricardo Piglia después de una charla del escritor argentino.
Domingos de vino y fútbol
Pedimos al cómico un plan para un domingo por la tarde. “¿Hay partido o no hay partido?”, responde Harlem, futbolero confeso, socio del Valladolid C. F. Supongamos que no, que su equipo juega fuera de casa. “Propondría pasar el día en los pueblos de alrededor, Fuensaldaña, Cigales, Mucientes, recorriendo sus bodegas y conociendo la cultura vinícola de la Ribera del Duero”. Toda la zona, además, está trufada de establecimientos de turismo rural. Si tuviera que concretar un poco más “recomendaría ir por la mañana a Peñafiel”, de cuyo Museo del Vino ha sido nombrado Alcaide de Honor. “Comería allí y por la tarde cogería el AVE de vuelta a Madrid. El AVE le ha dado un punto muy importante a la ciudad”, subraya.
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