Los primeros de Filipinas
De la isla donde murió Magallanes a la ciudad de Manila, capital fundada en 1572 por Miguel López de Legazpi, ruta en moto por la antigua colonia española
El calor es asfixiante. Hace apenas una hora que ha amanecido y parece que sea mediodía. Mis poros se han abierto nada más salir del climatizado ambiente artificial del hotel. El ejercicio físico va lanzándome a la vida. Solo ahora mismo, bajo este horrible calor tropical, me doy cuenta de que es mi primer día en Manila y que estoy corriendo sobre la fortificación de la ciudad vieja. De las murallas hacia dentro, Intramuros, donde está la catedral o la iglesia de los Agustinos. Veo lo que piso: 1861, 1981, 1861, 1981… Los adoquines de la muralla tienen números grabados.
La primera fecha, 1861, me cuadra, deben ser adoquines españoles pues la colonia se perdió en 1898. La segunda fecha, 1981, me sorprende. ¿Por qué esta fecha del siglo XX? No lo entiendo. Sigo corriendo. Observo los inútiles cañones asomados a las almenas, los rascacielos de Makati City, la torre del reloj del ayuntamiento, la muchachada que va apareciendo para asistir a clase en la Universidad, el anómalo campo de golf a la vera de las murallas. Contemplo este paisaje por primera vez. Recuerdo mi viaje en moto desde España hasta aquí y de vez en cuando miro hacia el suelo y veo cómo mis pies pisan ora un 1981, ora un 1861.
Aquí cayó Magallanes
Arribé a la isla de Leyte después de abandonar Luzón y de rendir homenaje a Magallanes en el lugar donde lo mataron, en la vecina isla de Mactán. Cuando llegó a las islas que llamó de El Poniente, lo peor de su travesía estaba hecho. De cinco navíos y más de 250 hombres que salieron en 1517 de Sanlúcar de Barrameda regresaron 18 enfermos en un maltrecho cascarón. Muerto el héroe, Elcano logró concluir el viaje. Lo sabemos gracias al cronista de a bordo: el veneciano Pigafetta, que nunca enfermó y siempre apuntó cada detalle. A él le debemos también la primera constancia notarial de que se puede robar un día al tiempo. Llegados el 9 de julio a Cabo Verde, ya en la costa occidental de África, preguntaron a los portugueses qué día era. “Jueves”, respondieron, para gran sorpresa de Pigafetta, cuyo puntilloso diario señalaba miércoles.
Me fijo de nuevo en los adoquines. 1861, 1861. La ordenación de las fechas es absurda, por más que busco un orden no lo encuentro, igual que cuando una mosca choca repetidamente contra una ventana. Eso fue lo que le pasó al malagueño Ruy López de Villalobos. La división del mundo entre españoles y portugueses según el Tratado de Tordesillas partía de una concepción plana del mundo, pero el viaje de Magallanes demostró que no era así. Las Islas del Poniente eran un enclave estratégico que Carlos V ambicionaba para poder comerciar con las Indias sin pasar por territorio lusitano. En 1542 zarpó de La Nueva España una flota de cuatro navíos y 400 hombres con el objetivo de fundar una colonia en ese archipiélago.
A Villalobos se le debe el nombre de Islas Filipinas en honor al entonces príncipe, el futuro rey Felipe II. Pero la expedición fue un fracaso: aunque lo intentaron repetidamente, no encontraron el camino de regreso. Como moscas contra una ventana, las corrientes y los vientos adversos los devolvían al punto de partida. Acosado por los nativos hostiles se dirigió a las Molucas. Allí los portugueses lo encarcelaron. Murió en prisión. Su confesor fue el jesuita Francisco de Jasso, quien sería luego canonizado como San Francisco Javier, el explorador olvidado que visité en Goa.
1861, 1981. En Allen, al norte de Leyte, zarpan los ferrys de regreso a Luzón. El puerto estaba tomado por una pequeña turba de chiquillos. Subían a bordo y se lanzaban al agua desde cubierta. El horizonte verdísimo de palmeras y azul del mar les hacía de perfecto marco a su insensata libertad. Sin escolarizar, muy delgados y morenos, pero haciéndose adultos demasiado deprisa. Los pasajeros les arrojan monedas y ellos bucean para alcanzarlas. Suben por las maromas a las cubiertas superiores ante la indiferencia de la tripulación y se lanzan al agua haciendo cabriolas. Son acróbatas y tienen sangre pirata en sus venas.
"Hey, Joe"
El barco atracó y la escena de los niños se repitió. En una pequeña aldea llamada San Miguel vi un edificio sólido y macizo: pensión Casa de Piedra. La habitación limpia y con una buena cama. Había un restaurante un poco más allá. En la casa trabajaban cuatro mujeres. Me convertí en la estrella de la noche. Todas me atendían solícitas, encantadas de tener a un Joe, porque aquí soy un Joe. Así llamaban a los soldados americanos, así llaman a todos los blancos y así me saludan por la calle: “hey, Joe”.
Manila estaba lejos. 450 kilómetros. Diez horas, me advirtieron. Y no mentían. El tráfico y las obras hicieron el camino interminable. Cuando entré en la zona amurallada de Intramuros lo vi como un símbolo: el monumento al 400 aniversario de la expedición de Legazpi en 1564.
Miguel López de Legazpi. Hidalgo segundón, estudió para letrado, se hizo notario en Guipúzcoa y para prosperar se marchó a América. Allí siguió escalando en su carrera como alto funcionario hasta enriquecerse y ser Alcalde Mayor de Ciudad de México. Tenía casa, hacienda, familia y la vida más que resuelta. Podía haberse negado a la encomienda de colonizar las Filipinas. Pero con su propio dinero armó una flota en la que reclutó a sus familiares. El oscuro burócrata arriesgó cuanto tenía en pos de un sueño. Su viaje fue un éxito. Pacificó las islas, firmó tratados y fundó Manila. Pero la vida es eso que te pasa mientras planeas otras cosas y López de Legazpi murió arruinado en Manila en 1572 sin saber que Felipe II le había nombrado Gobernador Vitalicio de Filipinas con una jugosa renta.
Acertijo resuelto
1981, 1861. ¡Por fin lo entiendo! Ahora descubro la razón de esta doble fecha que parece no tener sentido. Sobre el barro fresco con el que se hacían estas losetas se grababan siempre los números 1861, año correcto de fabricación. Pero según el adoquín se colocara por el obrero del derecho o del revés la fecha mudaba en más de un siglo. 1861 o 1981, según se mire. Sin duda, una mera cuestión de descuido.
Eso me hace pensar en lo cambiante que es la vida. Sometida siempre al albur de aleatorias combinaciones. Magallanes descubrió las Filipinas y lo pagó con su vida. Villalobos las bautizó en honor de un príncipe lejano por el que vino a dar la vida; murió preso en una cárcel enemiga. Legazpi alcanzó todos sus objetivos, pero no obtuvo la riqueza merecida. No hay gloria completa. Así es el juego. Los adoquines del destino marcan una fecha u otra en función de cómo hayan sido colocados; ese orden desigual hay que asumirlo como inherente a la partida. Ora 1861, ora 1981.
Pero ahora que regreso sobre mis pasos me doy cuenta de que también pudiera ser que estuvieran dispuestos con toda intención. Este pasillo sobre la muralla se recorre en las dos direcciones. Los equivocados 1981 que antes veía al avanzar ahora se tornan correctos 1861. Lo mismo le sucede a los 1861 de antaño, que hogaño se vuelven fecha errada. ¿Error o acierto? Imposible de saber por adelantado. Seguramente las dos cosas al mismo tiempo. Mientras piso los últimos peldaños pienso en que en realidad los adoquines del destino están siempre dispuestos en el orden adecuado aunque muchas veces no lo entendamos.
Guía
Documentación
Pasaporte con seis meses de vigencia, visado en frontera.
Dormir
Hotel Bayleaf (Muralla corner Victoria streets, Intramuros). Telf.: +63 2 3185000
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