Minimalismo al máximo
Abre al público el ‘loft’ neoyorquino de Donald Judd, modelo de nitidez artística
Después de una meticulosa restauración que duró tres años y costó 18 millones de euros, acaba de abrir al público (con cita previa) un pequeño trozo de la historia reciente de Nueva York: un edificio de cinco plantas, situado en la esquina de las calles Spring y Mercer, que el artista Donald Judd compró en 1968 para su casa y estudio. Es uno de los últimos vestigios de los tiempos en que los artistas colonizaron un degradado barrio industrial de Manhattan que empezaba a llamarse Soho.
El nuevo museo es extraordinario por varias razones, y no solo como recuerdo del Soho anterior a la llegada de los multimillonarios y las boutiques de lujo. Construido en 1870, el edificio es una muestra ejemplar de la arquitectura de hierro fundido. Como casa, es un ejemplo radical del loft, la nueva tipología de vivienda inventada por Judd y otros artistas de la época. A la vez, puede considerarse como una de las obras emblemáticas de Judd, que concibió sus espacios y las pertenencias que los ocupaban —una impresionante colección de arte, muebles de diseño y enseres de uso diario— como una “instalación permanente”. El Soho tiene una concentración importante de edificios de hierro fundido, un sistema constructivo patentado por James Bogardus en 1850 que anticipa tanto las estructuras metálicas de los rascacielos como sus pieles de vidrio. En el edificio de Judd, toda la superficie de las dos fachadas está ocupada por ventanas, que corren de suelo a techo en cada planta, aportando a sus interiores una calidad de luz natural excepcional. Entre ventana y ventana corren los pilares estructurales de hierro, permitiendo un único espacio diáfano e ininterrumpido en cada planta. Es un sistema ideado para las fábricas textiles conocidas ya por entonces como lofts, que ocupaban la zona en el siglo XIX.
Judd y otros artistas empezaban a ocupar los lofts cuando el Soho estaba en decadencia, amenazado por el derribo masivo debido a una autopista que iba a atravesar el barrio, pero que nunca llegó a materializarse. Por poco dinero (Judd pagó 68.000 dólares por el suyo), los artistas consiguieron grandes espacios que utilizaron para vivir y trabajar. Estaban muy degradados, sin acabados ni muchos servicios, una condición que les permitió tomar libertades impensables en una casa convencional, tirando muros, manchando suelos con pintura y construyendo cocinas y baños improvisados. Al artista Gordon Matta-Clark esta libertad le llevó a actuar con motosierra, abriendo huecos en forjados y paredes. Pero a Judd le llevó en dirección contraria: hacía instalaciones precisas y estáticas, congeladas en el espacio y el tiempo. Su perfeccionismo le impulsó a establecer, antes de su muerte en 1994, una fundación para asegurar la permanencia de su proyecto.
Judd vaciaba cada planta de tabiques y la dedicaba a un único uso. Subiendo desde la galería privada de la planta baja, donde se encuentra la obra Manifest Destiny, de su amigo Carl André (una de sus características pilas de ladrillos), el visitante accede en plantas sucesivas a la cocina, el estudio, el salón y el dormitorio. Judd ideó cada planta como un espacio limpio, devolviéndolo a su condición primaria como contenedor de luz y aire. Así, el último piso está ocupado solo por una plataforma a ras del suelo, donde se ubica el colchón, una lámpara y un teléfono de la época. Enfrente, un elegante sofá italiano del siglo XIX está ligeramente descentrado con respeto a las ventanas. A las obras de John Chamberlain, Claes Oldenburg, Lucas Samaras o Marcel Duchamp se añade una monumental escultura de luces fluorescentes de Dan Flavin que discurre en paralelo a las diez ventanas de la fachada lateral. Judd situó el baño y los armarios en una caja en el fondo del espacio, con un altillo encima donde dormían sus dos hijos cuando eran pequeños.
Otros hitos del edificio son el cuadro de Frank Stella que domina el salón, dos enormes cubos de acero del propio Judd que ocupan su estudio, y la cocina, con su vieja estufa de leña. Por todo el edificio encontramos muebles clásicos de Alvar Aalto, Gerrit Rietveld y otros, que coleccionaba obsesivamente.
La cocina parece propia de una granja de Misuri, donde Judd nació en 1928. Al final de su vida, Nueva York le resultó demasiado pequeña, y volcó sus energías en transformar Marfa, un pueblo deshabitado de Texas, en su instalación permanente más ambiciosa, abarrotando sus casas y edificios con sus colecciones de muebles y con obras de arte concebidas para esos espacios por él mismo y sus invitados. Su modesta casa de Nueva York le sirvió como ensayo general para ese gran proyecto: un trozo del Lejano Oeste en el centro de la gran manzana.
Guía
La visita
Casa Estudio Donald Judd
101 Spring Street (www.juddfoundation.org; +1 866 811 41 11). Visitas guiadas los martes, jueves y viernes de 13.00 a 17.00. Entrada general, 19,10 euros.
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