Noches monásticas

En invierno, con el cielo encapotado sobre la ladera del Monte de los Frailes, el convento se ve triste y plano. Es mejor descubrirlo en los radiantes días de primavera, cuando el despertar esmalta sombras bajo los aleros y las impostas de la fachada, ceñida al tambor de la iglesia de los Sagrados Corazones, la iglesia conventual. Estaba de Dios que este lugar acabara recibiendo gente de paso por la ciudad y novios con fondo de espadaña... para la foto. Porque el templo que acogió a la comunidad franciscana desde el siglo XVI, renacentista y a la vez barroco, se significa sobre los tejados de Miranda de Ebro (Burgos) por su pedestal de cantería que emerge desde la orilla sur del río. Antes de la Desamortización hubo aquí una hospedería de peregrinos y un hospital de guerra. Luego, un colegio privado. Finalmente, en 1996, acabó siendo un negocio privado de hostelería.

Sin prolegómenos, el claustro se aparece en toda la plenitud de sus cuatro corredores acristalados. Cada arco dibuja una bóveda silueteada de azul, muy plástica si no fuera por el desorden práctico de los sillones que crean ambiente en las esquinas, las mesas sobrantes de una boda y también los aparadores barnizados que rubrican, con sendas lámparas de mesa, lo imprescindible que todavía resulta para muchos establecimientos hoteleros la decoración por la decoración. Y en ese monástico batiburrillo uno se queda esperando a que le salga alguien al encuentro. Fuera de la temporada alta, la espera se puede demorar.

Comer no lleva al cielo, pero aplaca la insumisión del paladar. Más generoso nos parece el desayuno, además de barato. Como en la casa de todos, no faltan el yogur, la bollería, algo de fruta y mucha paz en el bufé.

Habitaciones también las hay para todos los gustos. Más o menos amplias, más o menos estrechas. Pero todas tranquilas, suficientemente cómodas y limpias como exige el catecismo de la hospitalidad monástica. Las camas de pino no suenan..., aunque recuerdan quizá demasiado a la abuela con el rosario en las manos.

Más moderno, el auditorio asegura con su anfiteatro en dos plantas una cabida apetecible para seminarios y conferencias.

El regreso al claustro regala el suave murmullo de una fuente central, cuando funciona. Es el momento de disfrutar de la terraza y de echarle un vistazo al menú que hay de cena.

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