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VIAJEROS URBANOS

Los baños andalusíes: el ‘hammam’

Los baños del Campo Santo de los Mártires son los mejores restos originales de un 'hammam' La ciudad de Córdoba llegó a contar en el siglo X entre 300 y 3.000 baños públicos y privados

Los baños del Campo Santo de los Mártires.
Los baños del Campo Santo de los Mártires.

El aseo del cuerpo es un precepto religioso que los musulmanes deben ejercer antes de las cinco oraciones diarias: plegarias que van precedidas por las abluciones. Si en la Córdoba andalusí las abluciones menores se realizaban en las fuentes o en pabellones cercanos a las mezquitas, la ablución mayor se practicaba en el hammam; baño público que solía ubicarse en las inmediaciones de los oratorios.

Según las crónicas árabes, Córdoba llegó a contar en el siglo X entre 300 y 3.000 baños públicos y privados. De los públicos hoy en día solo se conservan vestigios originales de algunas salas en la calle Velázquez Bosco 8-10 (siglo XI), dentro de una tienda de recuerdos. Desde hace décadas, los restos de los baños de calle Carlos Rubio en San Pedro y los de la calle Cara (siglo XII), esperan ser restaurados y algún día, visitables. Pero la mejor manera de conocer cómo era un hammam privado es acercándose a los baños del Campo Santo de los Mártires. Pertenecientes al Alcázar de los Califas, fueron testigos de distintos sucesos y son una visita cultural ineludible en la capital de al-Andalus (también hay establecimientos recientes donde uno puede bañarse, pero responden a modelos de spas recreados y adaptados a las necesidades actuales).

El hammam heredó la estructura de las termas romanas convirtiéndose también en espacio de reunión social donde se debatían temas de actualidad, se merendaba o se descansaba. Existían distintos horarios según el sexo y religión de los bañistas. Los hombres acudían por la mañana y las mujeres por la tarde, siendo allí peinadas, depiladas, maquilladas y perfumadas. Prestaban especial atención a los cuidados de los cabellos que frotaban con tierra de batán, y a las manos y uñas. Durante las siete noches anteriores a la boda, las novias se llevaban a sus amigas que encargaban de teñir su piel con tatuajes propiciatorios de henna.

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La disposición de los baños venía a ser la misma en casi todas las ciudades andalusíes. Nada más entrar en el recinto, el cliente accedía al vestuario hasta ser recibido por un mozo que guardaba la ropa, vendía jabón o alquilaba toallas y zuecos. En la sala de agua fría el bañista se enjuagaba en pilas. Allí reposaba y conversaba mientras el barbero le cortaba el cabello o la barba. Luego pasaba a la sala de agua templada; el espacio mejor decorado y de mayores dimensiones del hammam. En algunas ocasiones, dichas salas conservaban en Córdoba esculturas romanas.

Con el fin de abrir los poros por medio de la sudoración, el cliente terminaba su ritual en la sala de agua caliente. Allí era atendido por mozos de baño que lo enjabonaban y aclaraban con cubos de agua casi hirviendo. Esta sala, contigua al aljibe, adquiría elevadas temperaturas gracias a un sistema de calderas subterráneas, avivadas con leña y estiércol.

Cuando la sensación de calor era sofocante, se abrían los vidrios coloreados de los lucernarios que perforaban las bóvedas. A través de ellos entraba escasa claridad; cierta penumbra durante el día y una tétrica oscuridad que aterraba a algunos inquilinos durante las tardes.

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