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Blogs / El Viajero
El blog de viajes
Por Paco Nadal

Una tarde con Mía Couto, el gran contador de historias de Mozambique

El escritor mozambiqueño más laureado traslada la mitología y las tradiciones africanas a sus novelas y sostiene que lo que en Europa se considera mágico, en África es lo normal. “Aquí no se muere, se transita”

El escritor mozambiqueño Mía Couto posa bajo una colección de máscaras africanas en Maputo.
El escritor mozambiqueño Mía Couto posa bajo una colección de máscaras africanas en Maputo.PACO NADAL
Paco Nadal

Mía Couto es la memoria escrita de Mozambique. Un país donde, como él mismo afirma, todos quieren ser poetas. “Para un joven de Mozambique ser escritor es algo muy grande. Cuando la gente para a un escritor por la calle no le pide un selfi, sino que le cuente una historia para que a su vez él la cuente, que sea el portavoz”.

Antonio Emilio Leite Couto (Beira, Mozambique, 65 años), más conocido como Mía Couto, es uno de los escritores africanos contemporáneos más prestigiosos. Recibió el Premio Camões (el equivalente portugués al Cervantes español) en 2013 y su obra de narrativa y poesía ha sido traducida a muchos idiomas, incluido el español y el catalán.

Fachada de la Fundación Fernando Leite Couto.
Fachada de la Fundación Fernando Leite Couto.paco nadal

Me cito con él en la fundación que lleva el nombre de su padre, Fernando Leite Couto, en el centro de Maputo, la capital de Mozambique. La fundación fue creada por Mía hace seis años para continuar la labor iniciada por su progenitor, un escritor y poeta que siempre ayudó y promocionó a jóvenes escritores mozambiqueños. Hoy es un centro dinámico de producción de cultura, desde música a teatro, fotografía, pintura o literatura. “Es una fábrica de historias donde todos los artistas que patrocinamos tienen que volver a dar una charla y contar historias”.

Couto es delgado y menudo, pelo largo entreverado con canas, bigote y perilla apenas marcados y ojos azul claro tras unas gafas sin montura. Viste vaqueros y un trescuartos de lona. Parece el típico profesor de Universidad enrollado que empatizaría desde el primer día de clase con los alumnos. Autor de una prosa lírica cargada de experiencias personales y conversador sosegado con un toque de humor y una fina ironía que preludian un gran contador de historias. Se excusa porque tiene una agenda muy apretada esta tarde y nos concede una hora de charla a mí y a los tres amigos con los que viajo por Mozambique, admiradores todos de su obra. Pero la tertulia se anima y pasado ese tiempo, nos cita para más tarde en la casa de Ximena Bartolomé, segunda jefatura de la Embajada española en Mozambique y buena amiga del escritor, quien ha mediado para la entrevista.

Recuerda una infancia feliz en su Beira natal, una población costera en el centro del país. Vivió la época del colonialismo más puro y el racismo más brutal, pero, según comenta, Beira era entonces una comunidad pequeña y desorganizada donde no existía la separación de blancos y negros tan evidente que sí se sufría en la capital, Lourenço Marques (hoy Maputo). “África estaba siempre al otro lado de la calle, en la acera de enfrente. Y un niño blanco vivía la misma realidad que uno negro”.

La influencia de esa infancia feliz —que define como “una droga, un vicio”— y la de un padre intelectual y comunista portugués, forzado a exiliarse en Mozambique durante la dictadura de Salazar por sus ideas políticas, han hecho que su obra esté muy comprometida con África, sus gentes, sus costumbres y esa forma de afrontar la cotidianeidad tan diferente y peculiar. En las páginas de Trilogía de Mozambique, por ejemplo, la frontera entre lo racional y lo irracional, entre la vida y la muerte son tan difusas que llevan al lector a recordar inevitablemente el realismo mágico sudamericano. Una similitud que él niega: “En África no hay realismo mágico, es que no se puede escribir de otra manera. Los ríos, las montañas y las selvas están vivos, tienen alma y la frontera entre lo humano y lo divino, entre lo inerte y lo vivo es muy diferente a otros lugares del mundo. Lo que en Europa se considera mágico, en África es lo normal. Aquí no se muere, se transita”.

Un rincón de la fundación, con fotografías familiares de los Couto.
Un rincón de la fundación, con fotografías familiares de los Couto.PACO NADAL

En las páginas de sus libros, como en África, los muertos viven en la misma aldea que los vivos y tienen la misión de gobernar la vida. “Los muertos no andan por la tierra, son ellos los que hacen andar a la tierra. Con una cuerda de arena y viento, los difuntos atan el sol para que no se pierda en el firmamento. Los muertos abren camino a las aves y las lluvias. Caen en cada gota de rocío para abonar el suelo y dar de beber a los escarabajos”, cuenta Imani, la protagonista de Trilogía de Mozambique, a un atónito sargento colonial portugués enamorado de ella que, pese a sus intentos, nunca logra entender a los nativos que debe colonizar. En África, lo que para un científico es una pesadilla es un sueño para un escritor.

Portugal y el pasado colonial de Mozambique son otro de los ejes recurrentes de la obra de Couto. Tierra sonámbula, uno de sus éxitos literarios, considerado uno de los 12 libros de narrativa más importantes de la literatura africana del siglo XX, está ambientado en la guerra civil que vivió el país entre 1977 y 1992 “La historia de Mozambique está hecha de olvidos”, dice, “este es un país con varias guerras recientes y se necesita volver atrás para reconciliarse con esa historia. La literatura tiene la misión de volver a ese pasado sin sacar fantasmas ni rencores, sino para mostrarlo de una manera más asequible o menos traumática”. Él mismo fue parte de esa historia reciente. Con 18 años, y a pesar de ser blanco, se unió al Frelimo, el Frente de Liberación de Mozambique, que luchaba contra esos mismos blancos portugueses a los que él pertenecía para lograr la independencia del país. Recuerda con un toque de humor cómo fue el primer contacto con la insurgencia: “Ocurrió en 1972. Fui a una reunión con 30 personas y yo era el único blanco y el único joven. Todos eran hombres y cada uno contaba su historia de torturas y sufrimientos ante un comité del Frelimo que debía autorizar nuestro ingreso en el movimiento. Pero yo era un blanco de familia acomodada y no tenía ningún sufrimiento que contar, así que cuando me tocó el turno estaba aterrorizado. Uno de los jefes me dijo cuando empecé a balbucear: ‘¿Usted es el joven que escribe en el journal? Sí, soy yo, le contesté. 'Entonces puede entrar; el movimiento también necesita poetas". Así fue como empezó a trabajar como periodista en la revista Tribuna y llegó más tarde a ser director de la Agencia de Información de Mozambique.

“En Mozambique”, continúa, “el gran lema es que no debes comer solo, hay mucho sentido de la familia, de la comunidad. La tierra es de los antepasados, las personas tienen derecho a administrar esa tierra, pero nunca a poseerla, porque es de los antepasados. De hecho, aún hoy día, la tierra no puede ser vendida, el Gobierno la da en usufructo, pero nunca tienes la titularidad”.

Un momento de la entrevista con Mía Couto.
Un momento de la entrevista con Mía Couto.

Le hacemos por fin la pregunta que imagino le hacen todos los entrevistadores: “¿De dónde viene ese diminutivo, Mía?”. Las gafas sin montura hacen una calistenia sobre la nariz al compás de su sonrisa: “Me lo pusieron de pequeño porque me gustaban mucho los gatos. Un día mi madre dijo que era uno de ellos, y de ahí, de miau, sale mía”. Ahora no tiene gatos, pero sí un perro y tres búhos en un nido que les construyó en un árbol de su jardín. Couto es biólogo de carrera y profesión. Y gran contador de historias, de vocación. Una charla con él es un doctorado en el anecdotario africano. Historias como la de aquellos ingenieros italianos que gestionaban una planta de gas en el norte del país. Se quejaban de que los trabajadores locales mentían mucho y faltaban injustificadamente al trabajo. El jefe de la aldea respondió que los mentirosos eran ellos. “Yo, por ejemplo”, dice que dijo el jefe, “fui a trabajar el lunes. El martes hacia buen tiempo y me fui a pescar, pero mandé a mi primo. El miércoles tenía cosas que hacer, pero mandé a un cuñado. Jueves y viernes, fueron mis cuatro mujeres. Luego yo sí fui a trabajar toda la semana, los que mienten son los italianos”.

“Lo que aquellos europeos nunca entendieron”, aclara Couto, “es que en África si tú firmas un contrato con alguien lo firmas con toda la familia. Y que aquí la individualidad queda eclipsada por la pertenencia al clan, a la familia. Son dos concepciones del mundo totalmente opuestas y difíciles de compaginar”.

Confiesa que entre sus influencias literarias están Jorge Amado, João Guimaraes Rosa y otros poetas brasileños  —“la poesía hay que desacralizarla, hay que ponerla en la mesa, como el pan”—, que le gusta viajar, pero que cada vez tiene menos paciencia para hacerlo y solo se desplaza para dar conferencias o por trabajo. Y que fue amigo y trabajó mucho con Henning Mankell, el famoso escritor sueco de novela negra. Mankell era un enamorado de África y vivía entre Suecia y Mozambique, donde tenía residencia. “Era muy sueco”, dice cuando le preguntamos cómo fue la relación con el creador del atormentado comisario Kurt Wallander. “Tenía un pie en la arena y otro en la nieve”.

Fuera empieza a sonar la tormenta. Las nubes del trópico descargan su llanto sobre Maputo. El agua golpea los tejados de chapa con violencia y unos rayos lejanos iluminan fugaces la ventana. Es hora de terminar. Mía Couto se despide de nosotros con la misma sencillez y cordialidad con la que se presentó. Y nosotros nos despedimos de él con la convicción de que esta tarde hemos aprendido a entender un poquito más esta compleja realidad que se llama África.

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