Crónicas desde Mozambique: Bazaruto
Acabo de estar en Mozambique. Un país de playas tan interminables como bellas donde apenas ha llegado el turismo. Son tantas y tan prístinas que cuesta quedarse con una sola. Pero si tengo que elegir, lo haría por esta isla arenosa frente a Vilanculos
Bazaruto es una isla alargada de playas doradas y aguas color turquesa que se levanta a unos 80 kilómetros de la costa sur de Mozambique. El típico lugar al que se le podría colgar el manido cartel de paradisiaco. Pero lo que deja boquiabierto al visitante no es ni el color de sus aguas ni el de su arena. Lo verdaderamente sorprendente es que la isla es en sí una gigantesca duna de arena de 37 kilómetros de largo, siete en su punto más ancho y casi 100 metros de altura, varada en esta esquina del océano Índico. Sin duda, el lugar más espectacular que he visto en mi reciente viaje por Mozambique, el país de las playas bellas.
La duna tiene mucho de hipnótico. Su arena es tan fina que parece espuma batida. A cada hora del día, sus tonalidades y sus formas cambian. Al amanecer simula un barco gigantesco que emergiera del mar. Con la luz cegadora del mediodía, pierde los volúmenes y brilla como un sol oblongo acostado sobre el sotobosque. Y al atardecer, los destellos rojos que devuelve rivalizan con los del mismísimo ocaso. Contemplando ese momento mágico de la puesta de sol desde una de sus cimas, uno de mis compañeros de aventura, alguien más viajado que Phileas Fogg y con mucha belleza almacenada en sus retinas, exclama: “Solo he visto un paisaje igual en mi vida: la isla de Socotra”.
Bazaruto y otras cinco islas menores forman el archipiélago homónimo, declarado parque nacional en 1971. En la isla grande viven unas 3.000 personas dedicadas a la pesca artesanal. Hay ocho lagunas de aguas salobres con cocodrilos que hacen más que recomendable no chapotear en ellas. Hay tilapias y pez gato, cabrito vermelho (un pequeño antílope habitual en África del Sur), macacos cimango, cinco especies de cobras, mamba verde, cormoranes de cuello blanco, garzas reales y otras 80 especies más de aves, muchas de ellas migratorias, que han encontrado en este paraíso inmaculado un sitio en el que anidar.
La única infraestructura de la isla es un hotel de lujo, el Anantara Bazaruto, uno de esos resorts de ensueño con cabañas de madera integradas entre palmeras, un servicio exclusivo y una playa de esas con las que dar envidia a los amigos en Instagram. No es una juerga barata, pero para un capricho, un viaje de novios o un momento especial, es una apuesta segura. Hay también un par de campamentos del parque nacional por si alguien quiere acampar. Y excursiones de día desde Vilanculos, la población continental más cercana.
Recorro la isla en una de las excursiones que organizan. Todo es arena y sotobosque, naturaleza en estado prístino. De vez en cuando aparecen algunas casitas circulares hechas con adobe y maderos en las que vive una familia. Otras, habitan en las dos principales aldeas de la isla, Bengelemo, en el centro, y Fengaya, al sur. En las playas, los pescadores arrastran las redes a la orilla, donde las mujeres se encargan de desmallar las pequeñas sardinas de la captura diaria. Veo varias escuelas, muchos niños que caminan descalzos y felices de vuelta a casa por los senderos de arena, un cartel que reza “TV vía satélite para 10.000 aldeas africanas. Programa patrocinado por el Gobierno de la República Popular China”, alguna tienda de abarrotes donde venden desde hilo a cerveza y dos canchas de balonmano con césped artificial —financiadas con algún absurdo programa internacional, sin duda— que chirrían como un manchón de tinta en el traje de una comulganta. Armonía es el sustantivo que se me viene a la cabeza.
Otra de las excursiones típicas es a la isla de Santa Carolina. Es la más pequeña del archipiélago y dista 45 minutos en lancha de Bazaruto. El morbo de la visita tiene que ver con Bob Dylan. Una leyenda local afirma que Dylan compuso su famoso tema Mozambique en 1975 durante una estancia en el único hotel de la isla, más exactamente un viejo piano de pared que hoy se conserva y exhibe en el hotel Anantara. Al parecer, la canción nació como homenaje al FRELIMO (Frente de Liberación de Mozambique) por su lucha de independencia contra el poder colonial portugués. El hotel de Santa Carolina cerró en 1999 y hoy es una pura ruina, escenario perfecto para una peli de terror. Hago una pequeña labor de periodismo, es decir, confirmar los datos, y por ningún lado encuentro fuente fiable que confirme que Dylan estuviera en Santa Carolina. Es más, parece que ni siquiera pisó Mozambique. Además, la letra de la canción es tan noña (“Me gusta pasar algún tiempo en Mozambique / donde el cielo es agua azul / y todas las parejas bailan cara a cara”) que dudo que un futuro premio Nobel escribiera semejante chorrada pensado en una lucha por la independencia que provocó más de un millón de muertos.
Pero, al fin y al cabo, qué más da. Las leyendas, leyendas son. No dejemos que la realidad nos estropee un buen sueño. Y Bazaruto es un archipiélago para soñar. Uno de los lugares que más me han gustado de mi reciente estancia en Mozambique.
Pero hay más. La semana que viene continúo.
Mozambique ha sufrido recientemente ataques terroristas contra intereses extranjeros con decenas de muertos. El conflicto está localizado en la provincia norteña de Cabo Delgado, en la frontera con Tanzania. Zonas tradicionales para el turismo como Pemba, el lago Nyasa o las islas Quirimbas están ahora cerradas y es imposible viajar a ellas. En el resto del país, lo que pude comprobar es que la normalidad es absoluta.
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