De la España vacía a la España activa
El nuevo Teatro-Auditorio de Illueca (Zaragoza) reactiva el pueblo. Lejos de oponerse a su tradición constructiva, continúa actualizándola. Y se convierte en una lección para aprender sobre la distancia de la gran arquitectura
Es la distancia, ver aparecer un pueblo a lo lejos o poder observar una ciudad desde el aire, lo que permite comprender de un plumazo el mejor urbanismo. También su generosidad, la manera de pensar en la gente. La cercanía, en cambio, describe la calidad y la humanidad de cualquier edificio. Esas dos distancias pueden aprenderse en Illueca, al oeste de Zaragoza. El pueblo está en una de las zonas menos pobladas de la provincia –Aranda-. Para tratar de paliar la despoblación, el Ayuntamiento trató de unir cultura, ocio, trabajo y diversión: el solar que ocupaba el antiguo cine iba a hacer crecer el pueblo. Magén Arquitectos partían de la morfología del propio pueblo —que no ha sido destrozada por el descuido, las prisas o la especulación—. También de una medianera junto al centro histórico e incluso de unos cimientos: los muros perimetrales del sótano de un edificio que nunca llegó a construirse. Había por lo tanto un trazado antiguo, una tradición a capas y unas ruinas modernas. ¿Cómo integrar —apretado y ambicioso— el volumen que precisa un auditorio? Magén arquitectos optaron por hacer que mandara el contexto.
Más allá de los acabados materiales, era preciso desgajar el programa: descomponer el nuevo edificio en cuatro partes para adaptarse al tejido del casco histórico. El auditorio desgajado tiene —como las casas del pueblo— cubiertas a dos aguas, pero cada una tiene una altura, como sucede cuando entre la construcción de un inmueble y otro se deja pasar el tiempo. Esa fragmentación les sirve a los arquitectos para ir alterando las orientaciones: el patio de butacas, el vestíbulo o la caja escénica giran y se escalonan para encerrar un programa sin destrozar un trazado. Con el volumen desgajado y los fragmentos insertados, la piel del edificio habla de tradición. Los muros de ladrillo rojo están rematados con cubiertas de cobre. El zócalo del auditorio tiene el color rojizo de la piedra de rodeno, la de las canteras locales.
Un voladizo marca el acceso público al edificio. Los rincones que genera la fragmentación ocultan las entradas de servicio, actores y escenario para carga y descarga. También permiten ventanales y claraboyas para aumentar la luz natural. Pero, lo más notable es que, además de cumplir con los condicionantes externos, el espacio interior es flexible. Es muy difícil lograr la versatilidad acústica y espacial que permita utilizar un espacio para ver cine, escuchar música, asistir a un concierto o poder oír lo que dicen los actores de teatro. Está claro que solo haya 224 espectadores ayuda. Es el lujo de vivir en un pueblo de la España vacía cuando esta se activa.
Precio por metro cuadrado según arquitectos: 877,4 euros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.