Krùbera-Voronya: cuando 2.000 metros hacia abajo son mucho más que 8.000 hacia arriba
El lugar más desconocido del planeta Tierra es el subsuelo que pisamos. Un libro recoge los esfuerzos titánicos de los espeleólogos por avanzar en la sima más profunda del mundo
En un mundo ultratecnológico en el que todo está cartografiado y medido, en el que un cacharro más barato que una tostadora puede darte tu posición exacta en cualquier parte del globo terráqueo además de todo tipo de información e imágenes sobre él, existe un lugar aún ignoto al que el hombre apenas ha podido acceder. Y no, no es el fondo de los océanos.
Es el fondo de la tierra, el sótano del planeta en el que habitamos. Bien entrado ya el siglo XXI, con varios artefactos sofisticados mandando vídeos a color y en directo desde Marte, el subsuelo que pisamos es un absoluto desconocido. A él solo acceden los espeleólogos, románticos herederos de la mejor tradición exploradora que, pagándolo de su bolsillo y usando su tiempo libre, han logrado pasar de la escalofriante cifra de 2.000 metros de profundidad. Dos kilómetros hacia el centro de una bola de piedra (la Tierra) que tiene 6.371 kilómetros de radio supone rascar apenas en la superficie. Si comparamos eso con el océano, cuya máxima profundidad es 11.050 metros en la fosa de las Marianas, es como si todos los buzos, submarinos y batiscafos de todos los tiempos no hubieran podido descender más allá de 3 metros hacia el fondo.
La historia moderna de las exploraciones subterráneas empieza en 1895 cuando el francés Édouard-Alfred Martel funda la Sociedad Espeleológica de Francia. Y alcanza su apogeo a mediados del siglo XX cuando se descubre y empieza a explorar Krùbera-Voronya (-2.197 metros), que fue durante mucho tiempo la sima más profunda conocida (hoy es la segunda, por solo 15 metros), pero la primera en que se logró un hito: descender a más de 2.000 metros. Una cifra que el lector no iniciado en la espeleología podrá pensar que es pequeña. Pero créanme y sé de lo que hablo: descender por pozos gigantescos de 300 metros de vertical absoluta, atravesar caos de rocas, sortear cascadas de agua helada, ríos subterráneos, estrechas gateras por las que apenas cabe una persona, bucear en galerías inundadas y pasar varias semanas seguidas en el interior de una caverna, en absoluta oscuridad, totalmente empapado y con humedad del 100%... todo eso a 2.000 metros de profundidad, es una hazaña física y mental solo apta para superhombres y supermujeres; muchísimo más exigente que poner pie en la cima de la mayoría de ochomiles del Himalaya.
Krùbera-Voronya, la conquista del centro de la tierra, libro recién publicado por Almuzara y firmado por el periodista Gonzalo Núñez, narra la historia de la exploración de esta sima, el Everest de los espeleólogos. Krúbera está en el Cáucaso, en un valle del macizo de Arábika, en Abjasia, territorio perteneciente a Georgia pero hoy en rebeldía y autoproclamado independiente. Las posibilidades de que esta montaña caliza albergara grandes cavidades se conocen desde que Édouard-Alfred Martel la explorara en 1905. Pero no fue hasta 1960 cuando un grupo de espeleólogos soviéticos descubrió la entrada de una sima en el valle de Orto-Balagán que barruntaba grandes posibilidades. La bautizaron en honor al padre de la espeleología rusa, el geólogo y karstólogo Aleksandr Krúber. Pero solo lograron descender a -180 metros.
La desintegración de la URSS y la posterior guerra civil de abjasios y georgianos hizo imposible la vuelta de los espeleólogos a la zona. Además, en aquellos años ochenta ya se estaban explorando simas de 1.000 metros de profundidad en los Alpes y en otras zonas del Cáucaso. De hecho, en esos tiempos la sima más profunda del mundo era la franco-española Piedra de San Martín, cuya boca está en Belagua, territorio navarro pegado a la frontera francesa, pero que despliega la mayor parte de su recorrido vertical y horizontal bajo suelo francés. Tiene 1.410 metros de profundidad.
Pero a principios de los ochenta, otro especialista soviético en karst, Aleksandr Klímchuk, volvió a explorar la zona con criterios científicos. Usó trazadores químicos que se dejaban caer en el agua que entraba por la boca de varias simas del macizo de Arábika y comprobó que días después aparecían en la cota cero por el mar Negro. Aquello demostraba que en el macizo había un paquete de caliza (la roca en la que la meteorización provocada por al agua de lluvia crea simas y cavernas) de más de 2.500 metros de espesor. Las posibilidades existían, solo había que encontrar una puerta de entrada.
Esa puerta se abrió en 1999, cuando un equipo ucraniano localizó una ventana lateral en el pozo final del Krùbera que daba paso a otra serie de verticales que llegaban a -700 metros. El camino estaba abierto.
La narración de Krùbera-Voronya, la conquista del centro de la tierra se inicia en el verano de 2000 con un equipo internacional que llega a la boca de la sima cuando esta tenía explorados 1.200 metros. El hilo conductor del texto es el sevillano Sergio García-Dils, uno de los mejores espeleólogos españoles de todos los tiempos, que lleva décadas colaborando con equipos internacionales y ha formado parte de las expediciones más exitosas en Krùbera y otras simas del Cáucaso.
A lo largo de 180 páginas, Núñez desgrana de una manera didáctica y cercana a los no iniciados en esta práctica, los pormenores de una exploración así, los triunfos y fracasos, el avance metro a metro en busca del récord de profundidad y las tremendas dificultades que supone una aventura al límite como esta. Para llegar a esos -2.197 metros hay que salvar numerosos pozos verticales, algunos de ellos, como los de la cota -1.200, con cascadas de aguas gélidas. Sortear a -1.640 metros la Gatera del Infierno, un tubo de 40 centímetros de ancho y 300 metros de longitud por el que apenas cabe una persona y que, si llueve en superficie se puede inundar en cualquier momento. Por él tienen que pasar los espeleólogos y todo el abundante y pesado material técnico necesario para avanzar. Si ya es difícil una operación de salvamento en una sima, pasado este punto no hay rescate posible. Y luego, a 2.080 metros de profundidad, llegan cuatro sifones: galerías inundadas que hay que atravesar buceando con botellas y equipo de espeleobuceo. Imagínese a esa profundidad y teniendo que atravesar un estrecho corredor inundado de aguas oscuras y frías, sin saber muy bien qué hay al otro lado, y sin poder fallar en nada porque nadie va a venir a ayudarle. ¿Sabe ya por qué decía que esto es solo para gente muy especial y con nervios de acero?
Stephen Álvarez, fotógrafo de National Geographic que entró a Krùbera para documentar la cueva más profunda del mundo para la revista y que se retiró a los -700 metros, la definió a la perfección: “Fuera es el lugar más bello del mundo; dentro, un auténtico infierno”.
Krùbera-Voronya, la conquista del centro de la tierra, Gonzalo Núñez, Editorial Almuzara, 2021. 19.95 euros
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