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Las noticias falsas se cuelan en el ‘podcasting’

Una ola reciente de 'podcasts' de líderes de extrema derecha han sido eliminados de las plataformas de audio en Estados Unidos

Por su cualidad reflexiva, de profundidad y de atención hacia el foco y el contexto, se ha entendido el podcasting como un formato digital —un género, una criatura— que podría combatir mucho mejor que otros la desinformación o las falsas noticias. Sin embargo, algunos hechos recientes demuestran que cada vez más se impone la idea de que un editor o verificador de datos es también sustancial en esta industria si queremos que goce de cierta credibilidad.

El caso más reciente y el que ha supuesto un punto de inflexión en la industria fue el premiado y alabado Caliphate, el podcast de investigación periodística de The New York Times en 2018, liderado por Rukmini Callimachi. Tras meses de investigación interna, se concluyó que el podcast no había cumplido con los estándares de periodismo del Times. El trabajo de Callimachi daba total veracidad a los testimonios de dos sujetos que exageraron y falsearon sus relatos. Dean Baquet, editor ejecutivo del periódico, dijo que la culpa era de él, pues aunque esta era una “gran y ambiciosa pieza de periodismo”, hubo dos problemas principales: no asignaron un editor conocedor del terrorismo islámico y, por supuesto, la “falta de escepticismo y rigor del equipo de Caliphate en su reportería sobre Chaudry [una de las fuentes]”. Aunque Baquet no lo mencionara explícitamente, es posible que el propio formato podcast, que abre las puertas a testimonios directos y con voces reales, no fuera el más sospechoso, pues se trataba de una nueva aventura narrativa en audio. En el análisis e investigaciones realizados a Caliphate se desprende otra conclusión: “los periodistas que trabajaban en audio tenían menos supervisión de los editores de nivel superior”, explicaba Baquet. Quizás hay una pregunta que subyace en este suceso: ¿por qué el periodismo sonoro -el audioperiodismo- no se ha tomado tan en cuenta como el escrito si hay tantos ejemplos de su contundencia y rigor? Solo el año pasado se instauró en los Premios Pulitzer una categoría de audio, cuando el trabajo periodístico de la radio es ya centenario.

Portada del podcast Caliphate (NYT).
Portada del podcast Caliphate (NYT).

El departamento de audio y la sala de redacción del Times han trabajado, hasta el momento, de un modo bastante aislado, con rutinas de producción muy diferentes. Tras el escándalo de Caliphate -que se selló con un episodio en The Daily que muchos tomaron como una traición a Callimachi y en el que Baquet afirmó que “una buena pieza de periodismo no solo pondera lo que apoya la historia: pondera lo que la refuta”-, el Times acaba de incorporar a Cliff Levy como nuevo editor y supervisor en la unidad de audio y a Michelle Harris como verificadora de hechos para el mismo equipo. Se trata de la integración de dos nuevos perfiles profesionales que serán fundamentales si el objetivo del audioperiodismo es, finalmente, su crecimiento sostenido y su credibilidad.

Si esto sucede con una gran compañía periodística como el Times, en buena parte del podcasting independiente no hay verificadores ni editores que comprueben los hechos. La permisividad con podcasts que difunden noticias falsas se ha corroborado con el último asalto al Capitolio en Washington por parte de un grupo de extrema derecha que apoyaba a Trump. El origen de todo aquel abordaje funesto podemos rastrearlo en podcasts como Bannon`s War Room conducido por Steve Bannon, líder de la extrema derecha estadounidense. En un episodio del pasado noviembre afirmó que “pondría sus cabezas [las del doctor Anthony Fauci -responsable de la respuesta a la pandemia en Estados Unidos- y Christopher Wray -Director del FBI-] en picas (…) en las dos esquinas de la Casa Blanca como advertencia a los burócratas federales”.

El 'podcast' de Steve Bannon.
El 'podcast' de Steve Bannon.

El comentario metafórico de Bannon no asustaría tanto si no hubiera hordas de seguidores que comentaron el episodio en YouTube animando a que, efectivamente, lo hiciera: cortara sus cabezas y las pusiera en picas. El episodio se eliminó de YouTube pero no de la plataforma de audio de su misma propiedad: Google Podcasts. ¿Por qué Twitter, Facebook o WhatsApp han sido considerados terrenos peligrosos para difundir noticias falsas y animar a la violencia y el podcast no lo ha sido hasta hace solo unos meses? ¿La confirmación del auge del podcasting como industria conlleva, indefectiblemente, caer en los mismos pecados y correr los mismos peligros que el resto de los medios? ¿Pueden imaginar de qué modo estos mensajes entran directamente a los oídos de quien los escucha incrustándose inmediatamente en su cerebro y siendo enormemente más dificultoso sacarlos de ahí? Algunas de las características del lenguaje sonoro hacen que sea especialmente creíble cualquiera de estos relatos si están bien fabricados: la creación de atmósferas sonoras verosímiles; la voz como herramienta interpersonal para oyentes que llenan, a través de los podcasts, el vacío de interacción humana; la intimidad y cercanía propias de un formato que se escucha, en un gran porcentaje, a través de auriculares.

El problema de Bannon se ha repetido con otros podcasts de figuras como The Taylor Marshall Show, presentando por un líder católico de derechas o de The Joe Rogan Experience, el podcast más famoso del mundo, conducido por Joe Rogan. Antes de su millonaria llegada a Spotify, la plataforma decidió eliminar algunos episodios en los que hablaba con algunos agitadores de extrema derecha como Stefan Molyneux o Milo Yiannopoulos, cuyas cuentas y canales ya habían sido eliminadas de lugares como YouTube o Facebook. De nuevo, ¿el podcast como último refugio de la desinformación?

El propio Rogan, durante la pandemia, soltó algunos de sus discursos más peligrosos en su podcast, hablando mal de aquellos que llevaban mascarilla por las calles, invitando a expertos que afirmaban sin pruebas que el virus había sido mejorado en un laboratorio de China y expandido al mundo voluntariamente e, incluso, dejando que Elon Musk, director ejecutivo de Tesla, afirmara sin ningún tipo de verificación que algunos hospitales mentían a sus pacientes, diciéndoles que tenían Covid-19 para obtener así ganancias de sus estancias médicas o que las órdenes de permanecer en casa aislados eran anticonstitucionales.

Otro caso es el de The Alex Jones Show, un podcast conducido por el teórico conspiracionista Alexander Emerick Jones que fue eliminado en verano de 2018 de Apple, Youtube y Spotify, aunque durante un tiempo sus episodios siguieron escuchándose en Google Podcast y PocketCast. Ahora solo se le puede escuchar por la Genesis Communications Network, una red de radio creada en 1998, propiedad de Ted Anderson, que emite para una decena de radios en Estados Unidos. ¿Qué radio contrata al presentador cuyo contenido ya ha sido eliminado de todos los lugares posibles por violar sus leyes de veracidad y transparencia? Pueden imaginarlo.

En un apasionante estudio publicado por los autores Eleni Kapantai, Androniki Christopoulou, Christos Berberidis y Vassilios Peristeras en la revista New Media & Society titulado A systematic literature review on disinformation: Toward a unified taxonomical framework, se realizaba un minucioso estudio de la desinformación desplegándola en once categorías: contenido fabricado, contenido impostor, teorías conspirativas, bulos, contenido sesgado, rumores, clickbait, falsa conexión, falsas revisiones, trolling y pseudiociencia. Probablemente, la pseudociencia y las teorías conspirativas sean las dos subcategorías que más abunden en los podcasts del estilo que hemos nombrado, los de Joe Rogan, Alex Jones o Steve Bannon, entre otros. Pero tal vez en el futuro nos enfrentemos a enemigos peores como las deep voices, es decir, un contenido impostor fabricado con inteligencia artificial en el que se atribuyen palabras y declaraciones a voces humanas concretas.

Hay un reto en el mundo del podcasting y cada vez es más acuciante encontrar un modo de resolverlo: ¿cómo moderar los podcasts para no convertirlos en piezas de desinformación? ¿Podemos inventar algún tipo de advertencia sin tener que eliminarlos completamente de las plataformas? ¿Se puedo aprender algo de la moderación como bandera que acaba de instaurar Clubhouse? ¿Y qué papel juegan aquí los agregadores y plataformas de audio? Si Google Podcast, por ejemplo, solo indexa los audios existentes y no hay una labor editorial detrás, ¿cómo combatir la desinformación que se colará en sus episodios? ¿Son Spotify, Apple, Amazon Music, Google Podcast simples agregadores que indexan o plataformas con labor editorial? Finalmente, si convenimos que el podcast puede ser un punto de entrada con un alto grado de legitimación a ciertos asuntos, si pasamos horas y horas escuchando nuestros podcasts favoritos hasta el punto de que acabamos viviendo en ellos, ¿no será también este formato y, por extensión, las plataformas y medios que los producen y alojan, responsables y guardianes fundamentales para preservar la verdad que el periodismo y nuestra sociedad persiguen?.

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