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Por qué debes prestar atención a un niño cuando dice que le duele la tripa o la espalda

El 37 % de los menores entre ocho y 16 años experimenta alguna forma de dolor crónico. Es decir, ese que se prolonga durante más de tres meses

Dos hermanos juegan en la playa.
Dos hermanos juegan en la playa.Unsplash
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Cuando un niño nos dice que le duele el estómago, la cabeza, las extremidades o la espalda (las dolencias más frecuentes), es habitual que pongamos en duda la existencia de ese dolor. Y, más aún, la intensidad. La tendencia de los padres suele ser restarle importancia. También en caso de que sean recurrentes o incluso continuos, momento en que solemos relacionarlos con motivos emocionales. Pues bien, los facultativos especializados en dolor infantil aseguran que esas dolencias deben ser tenidas en cuenta. Jordi Miró, director de la Cátedra de Dolor Infantil URV-FG de la Universitat Rovira i Virgili. “Como norma general, no deberíamos distinguir entre dolor real o irreal. Y en el caso de los niños, muy particularmente. El dolor es una experiencia subjetiva y como tal solo la conoce quien la experimenta. Los adultos tenemos la mala costumbre de valorar el dolor de los más pequeños y sus conductas a partir de nuestras experiencias. Y eso es un error”.

Y es así tanto si se refiere a dolores ocasionales como si son crónicos, esto es, aquellos que se prolongan durante tres meses o más. Aunque resulte difícil de creer, los niños también padecen dolor durante tan largos periodos de tiempo. De hecho, se considera un problema de salud pública. En España, según el único estudio realizado hasta la fecha, el 37 % de los niños entre ocho y 16 años experimenta alguna forma de dolor crónico, aunque de ellos, solo al 5% les supone graves problemas de discapacidad.

Es decir, no porque sean pequeños sufren menos el dolor. “Lo que es diferente es la atención que en muchas ocasiones se les presta. Como padres y educadores, debemos acabar con el prejuicio de que los niños se quejan por nada. Debemos escucharles, atenderles. No hay nada más frustrante que sufrir y no ser comprendido, no tener nadie al lado que te escuche, te entienda y te apoye”, asegura Miró.

Al igual que en los adultos, la vida diaria de los niños que sufren dolores crónicos se puede ver condicionada. “Sin el tratamiento adecuado, el funcionamiento personal y social de estos niños se ve extraordinariamente afectado a todos los niveles. Habitualmente, estos niños presentan problemas emocionales, tales como ansiedad o depresión, también problemas de concentración y memoria que pueden acabar por afectar su rendimiento académico. Igualmente, tienen dificultades de relación con sus iguales”, comenta el director de la Cátedra de Dolor Infantil URV-FG de la Universitat Rovira i Virgili. Y continúa: “Experimentar dolor crónico no solo genera frustración a quien lo experimenta en primera persona, también a quienes conviven con el niño/a”.

Por este motivo, el tratamiento del niño con dolor debe incluir a toda la familia, como explican Aranzazu Ortiz Villalobos y Ángela Palao, psiquiatras psicoterapeutas del programa de Enlace con Dolor Crónico del Hospital Universitario La Paz: “El dolor crónico supone una activación del sistema amenaza provocando miedo, indefensión y alerta no solo en los niños, sino también en los padres”. Esta es la razón de que se recomiende un tratamiento interdisciplinar del paciente y su familia de forma coordinada: “El entorno familiar debe aprender a regularse, disminuyendo la catastrofización y el contagio emocional”, concluyen las psiquiatras. Miró lo confirma y añade que “el tratamiento no solo debe intentar atajar la causa física subyacente, sino que debe tratar de ofrecer a los pacientes y a sus familiares estrategias para enfrentarlo en el día a día y así mejorar su calidad de vida”.

No todos los dolores son iguales

Para empezar, hay que distinguir entre dolor crónico primario y secundario. “El primero es una enfermedad en sí misma, como el síndrome regional complejo. Mientras que el segundo es un problema —igualmente complejo—, que se desarrolla en base o en relación con otra enfermedad, como sería el caso del cáncer”, afirma Miró. Por otro lado, hay que diferenciar entre dolor agudo y dolor crónico. “El agudo se aborda principalmente desde la óptica biomédica o farmacológica. Se busca la supuesta causa física del dolor y se trata. En el crónico, la causa del dolor suele ser más difusa. El tratamiento en estos casos es interdisciplinar e incluye tanto la vertiente física y médica, como la psicológica y de rehabilitación física”, concluye.

Según estudios recientes, son muchos los avances para atajar el dolor crónico infantil. Para empezar, las posibilidades de diagnosticarlo han aumentado gracias al uso de nuevas tecnologías y aplicaciones. Lo comenta Francisco Reinoso, jefe de la Unidad de Dolor Infantil del Hospital Universitario La Paz: “Demostrar que es posible adaptar estas tecnologías a los distintos tipos de maduración psicológica de los niños está permitiendo avanzar en la valoración”. Para seguir, la aparición de nuevos medicamentos resulta muy esperanzador, “gracias al desarrollo de estudios clínicos de analgésicos opiáceos por primera vez en la población pediátrica”, afirma el especialista de La Paz.

Para que diagnosis y tratamientos se pongan en funcionamiento, son imprescindibles las unidades especializadas en dolor infantil. En ese sentido, las carencias son muchas, como explica Jordi Miró: “A pesar de saber qué deberíamos hacer para ayudarles, el sistema sanitario, público y privado, no cuenta con unidades de alta especialización, de las mismas características y dotación que sí existen para los adultos. Desgraciadamente, muchos de estos niños no serán diagnosticados ni tratados de forma adecuada por falta de formación del personal sanitario. Necesitamos que la administración reconozca el dolor crónico como una patología en sí misma y que se dediquen recursos a formar personal sanitario, a crear unidades especializadas y a investigar”.

Pistas para saber cuándo sufren

Dependiendo de la edad de los pacientes, no siempre son capaces de expresar su dolor, porque lo hacen de manera diferente de como lo hacemos los adultos. Jordi Miró afirma que algunas de sus conductas nos dan pistas sobre su malestar, “como que utilice mucho más un brazo o una pierna que la otra, que esté irritable o evite el contacto, o que cambie las pautas del sueño o del hambre”. Estos cambios pueden ayudar a los padres y madres a descifrar si los dolores de sus hijos.

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