Fondos de inversión para un mundo mejor
Los criterios ambientales, sociales y de gobernanza despiertan el interés de los mercados durante la emergencia sanitaria
Durante los meses más complicados del confinamiento, las malas noticias económicas han saltado a las páginas de los periódicos como esas esquirlas que el torno expulsa cuando pule el cobre. Pero en esos días duros se estaban, en silencio, viviendo cambios. La inversión socialmente responsable (ISR) empezaba a iluminar el espacio. Esa que se guía bajo el acrónimo inglés ESG: criterios ambientales, sociales y de gobernanza corporativa. No hay datos precisos sobre si estas jornadas de encierro han traído más dinero a los fondos de este tipo. Las gestoras hablan de conversaciones, correos electrónicos; del "sentimiento" de sus clientes. "Hay una mayor preocupación, sobre todo, por los temas sociales", resumen. La "S" parece salir fortalecida de este paisaje que mezcla letras y mascarillas. "Se está levantando la ampolla de lo social", confirma Claudia Antuña, experta de Analistas Financieros Internacionales (AFI). De hecho, BlackRock, la mayor gestora del mundo, que tiene a su cargo 7,4 billones de dólares en activos, ha detectado la entrada de 15.500 millones en el primer trimestre en "estrategias sostenibles".
Aunque ese concepto es difuso, queda la esperanza de que la pandemia dé, por fin, la voz y el horizonte a los fondos ESG. Porque sin cambiar las finanzas no cambiará el mundo. "La crisis actual impulsará la inversión sostenible por un motivo importante: las recientes caídas han puesto de manifiesto que las empresas que se toman la sostenibilidad más en serio están mejor situadas para responder adecuadamente a las coyunturas desfavorables", reflexiona Aitor Jáuregui, responsable de BlackRock para España, Portugal y Andorra. Y matiza: "Sabemos que es un proceso largo que requiere tiempo y adaptación". Pero el minutero para ellos recorre los segundos de una forma distinta. La gestora estadounidense posee el 8% en valor de los mercados de acciones del mundo. Y tanto el exvicepresidente Al Gore como la firma activista Mercy Investment Services (Mercy) han criticado su apoyo a las energías contaminantes. "Están fracasando en utilizar su multimillonario poder para alentar a las empresas a desprenderse de los nocivos combustibles fósiles", comenta la organización en Forbes. Existe preocupación. Solo en EE UU se ha utilizado la pandemia para abolir 100 reglamentaciones medioambientales y en España algunas comunidades rozan esa tentación. Todo en contra del Pacto Verde. Una hoja de ruta para dotar a la Unión Europea de una economía sostenible. Todo contra la lógica. Porque se puede ganar dinero sin petróleo o carbón en las carteras. "Invertir con responsabilidad no implica renunciar a la rentabilidad", observa Cristina Álvarez, directora de ISR de CaixaBank AM. Y puntualiza: "En ISR no hablamos de filantropía ni de donaciones; hablamos de inversiones".
Lugares donde las voces de la razón están más vivas, y los números hallan un ecosistema favorable. "Las empresas con puntuaciones más elevadas en ESG tienen menor riesgo de bancarrota y son menos vulnerables a una revisión negativa de sus beneficios futuros. Esto es algo muy beneficioso en tiempos de crisis", desgrana el equipo de investigación del banco Julius Baer. El problema es que no existe una métrica precisa y común para medir los criterios ESG y muchas gestoras se basan en lo que quitan, en vez de en dónde invierten. Nada de armas, tabaco, carbón, petróleo. "Los criterios de exclusión definen un universo invertible. Pero, posteriormente, es el trabajo de los gestores —de acuerdo con principios financieros y sus propias valoraciones— construir una cartera que resulte rentable", describe Ana Rivero, European Head of Investment Content y ESG de Banco Santander. Y precisa: "La selección y gestión de los activos sí es la fuente principal de rentabilidad". El fondo soberano noruego tiene 9.000 millones circulando en el Ibex y la puntuación ESG resulta esencial para escoger sus inversiones. "Aunque el torno gira igual para todos, el producto financiero busca rentabilidad en buenas compañías, que además ahora incluyen requisitos ESG", sintetiza Daniel Galván, director de GBS Finance.
Tendencia irreversible
Antes de la pandemia, las cifras tenían la escapatoria de un callejón sin salida. La consultora Oliver Wyman calcula en un billón de dólares la pérdida de la industria financiera por las exigencias de la emergencia climática. En la otra orilla flotan los 30.700 millones actuales del universo ESG y los 150.000 que podrían alcanzar. Pese a estos números contrariados y la "merma" económica, en el mundo se imponen cada vez más esas voces de la razón. "Existe la necesidad urgente de un cambio permanente de nuestra producción energética y los procesos industriales y agrícolas", analiza Jenn-Hui Tan, responsable global de inversión sostenible de Fidelity International. "Las grandes casas como nosotros tenemos un papel clave en liderar la respuesta del mercado para lograr la descarbonización de nuestra economía". Los expertos defienden que estas tendencias medioambientales son irreversibles. Hay una transferencia en marcha de riqueza entre generaciones de la que se beneficiarán, sobre todo, los jóvenes del milenio, que exigen ganar dinero de otra forma. El coronavirus es el primer gran examen del nuevo capitalismo medioambiental.
210.000 millones al nuevo alfabeto
E, S y G. Una rayuela de letras traducidas del inglés. Ambientales, sociales y de gobernanza. La "G" de gobernanza corporativa es la condición necesaria para que el resto tenga sentido. "Una compañía necesita un consejo de Administración fuerte, preparado, diverso, independiente y que inspire y a la vez controle al equipo directivo", indica Borja Arteaga, socio de PJT Partners. El patrimonio invertido en España en fondos de inversión socialmente responsable (ISR) alcanzó durante 2018 (últimos datos disponibles) los 210.644 millones de euros. Un 13,5% más que el año anterior. Y el activismo accionarial creció el 27%. Números que demuestran que la indiferencia ambiental es cosa del pasado. Sin gestores que se comprometan en serio con la sostenibilidad, explica la debilidad de la "S" social y el retraso en la adopción de medidas significativas en la "E" de ecológico. La crisis sanitaria, tan dura en la pérdida de vidas, al menos debería servir para aprender en serio este nuevo alfabeto.
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